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Declaraciones de amor

En los pasillos de la mansión Snow se escuchaban unos sollozos. Haymitch tenía abrazada a la mujer que por años lo había vuelto loco, pero con la que a su vez había logrado forjar una amistad y le tenía cariño. Ella lo tenía rodeado por la cintura con sus delicados brazos y lloraba contra su camisa en la que había escondido el rostro.

Él acarició su cabello tratando de tranquilizarla mientras lágrimas negras a causa del rímel manchaban su camisa, pero eso no le importaba. No deseaba soltarla, sin embargo, al día siguiente regresaría al distrito Doce con Katniss.

Suspiró ¡qué mujer tan sentimental! Aunque sabía en el fondo que también la iba a extrañar, por lo tanto, no la apartó, permitió que ella se desahogara. No sabía cuando volverían a verse.

Cuando pararon los sollozos, ella se separó de él, se limpió las lágrimas con las manos sin saber que solo había empeorado el desastre que habían ocasionado las lágrimas sobre el maquillaje y le dijo una sola palabra ― Adiós ― Y se fue sin volver la vista atrás.

Se quedó parado observándola hasta que ella desapareció al final del pasillo.

Volvió a la habitación que le asignaron en la mansión, cerró la puerta y encendió la lámpara de la mesita de noche.

Estaba muy cansado, pero no deseaba dormir, no quería que las pesadillas lo invadieran esa noche.

Metió la mano al bolsillo de su pantalón para sacar su petaca y se dio cuenta que traía algo más, una hoja de papel cuidadosamente doblada en varias partes. Se sentó en la cama y extendió lo que parecía ser una carta. En ese momento un aroma muy familiar penetró sus fosas nasales, un olor que conocía a la perfección y que en múltiples ocasiones se había quedado impregnado sobre sus sábanas y almohada.

Reconoció también la escritura de la carta, letras suaves e inclinadas, trazos delicados y elegantes tan característicos de ella. Frunció el ceño y se dispuso a leerlo.

Querido Haymitch.

Escribo esta carta para decirte lo que nunca fui capaz de decir en persona, al menos no de forma directa.

Fue una fortuna para mí el trabajar contigo y conocerte, a pesar del terrible papel que debíamos desempeñar.

Es curioso como la vida se encarga de ponerte en situaciones de lo más desventajosas. Es verdad que odié desde un inicio mi trabajo en los Juegos, cuando me quitaron esa venda de los ojos y pude ver la horrible verdad. Y quisiera decir que me arrepiento de haberme convertido en escolta, pero ese terrible destino me llevó hasta ti.

Sé que la mayoría de las veces discutimos y fingimos odiarnos, es el juego que decidimos jugar desde el inicio y el mismo juego que nos metió juntos en la cama desde ya varios años. Quizás al inicio esa intolerancia que teníamos el uno por el otro fue real, pero sufrió una metamorfosis con los años, yo lo sentí y en mis más locos sueños me gusta creer que tú también.

Mis sentimientos por ti son muy profundos y lo sabes, claro que lo sabes, pues nunca me dejaste expresar en voz alta lo que sentía por ti, quizás fue por miedo o simple negación, pero ya nada me impide decir estas palabras, te amo.

Dos palabras que te aterran, lo sé, pero necesitaba decírtelas, aunque fuera una sola vez y por medio de esta carta. Me gustaría deshacerme de estos sentimientos y enterrarlos en lo más profundo de la tierra, pero no puedo, y menos cuando regresas al distrito Doce y no volveremos a vernos.

Voy a extrañarte, ¡Dios! No sabes cuánto. Fuiste la razón por la que me quedé tantos años en los Juegos, aunque solo pudiéramos vernos una o dos veces al año. Tu sola presencia hacia soportable el dolor, y una vez que te marchabas, solo contaba los días para volverte a ver.

Ahora por fin todo a terminado, regresas a tu amado hogar, y ya no tendrás que regresar a este lugar que tan malos recuerdos te trae.

No más sangre, no más dolor. Nuestros niños están a salvo.

Por favor prométeme que cuidaras de ellos y te cuidarás tú, y por fin encontraras la vida de un vencedor.
Te lo mereces.

Con mucho cariño,

EffieTrinket

Tuvo que leer la carta tres veces para poder comprender bien sus palabras. ¿Lo amaba? ¿En verdad lo amaba? ¿Cómo podía alguien quererlo después de todo, después del monstruo en que lo había convertido Snow? ¿Sería una broma de mal gusto? No, no podía quedarse con la duda antes de marcharse de ese lugar para siempre.


Esa noche la mansión estaba tranquila. Al parecer todos dormían a excepción de algunos soldados que montaban guardia, y de ella.

Effie no podía dormir, se había bañado para borrar toda marca que el maquillaje había dejado sobre su rostro, se puso un sencillo camisón y tras dar varias vueltas en la cama, se puso de pie para caminar de un lado a al otro en su habitación.

Se sentía nerviosa, ¿Qué hizo? Era una estúpida, escribió una carta como si fuera una adolescente, confesando sus más profundos sentimientos y la escondió en el bolsillo de Haymitch. Suspiró, solo esperaba que no la encontrara hasta llegar al Doce, y si tenía suerte, que no la encontrara nunca, con lo distraído que era él, quizás el pantalón se quedaría sucio por meses y la carta se destruiría sola cuando por fin lo lavara.

Tocaron a la puerta y eso la sacó de sus pensamientos. ¿Quién podría ser a esa hora? Quizás Plutarch necesitaba ayuda con algo, pero no quería saber de nada en ese momento, lo mejor sería disculparse y decirle que lo que necesitaran podía esperar hasta mañana.

Abrió la puerta solo un poco, y cuál fue su sorpresa al toparse con el vencedor del Doce.

― Haymitch... ― abrió mucho los ojos y trató de cerrarle la puerta. No ahorita, ¡no por favor!

Pero él fue más rápido y la detuvo metiendo el pie.

― Estaba dormida, así que espero que tengas una buena excusa para despertarme ― su corazón le palpitaba muy rápido y sentía que le ardía el rostro, solo esperaba que estuviera ahí por cualquier tontería menos por su carta.
Él cerró la puerta tras de si.

― ¿Quieres decirme que diablos significa esto? ― levantó la carta que había escrito.

― Haymitch yo... ― sentía la garganta seca. Ahora que lo tenía enfrente no se sentía tan valiente para repetir lo que había expresado en ese trozo de papel.

El vencedor cruzó la habitación en tres grandes zancadas y la tomó por los brazos ― ¿Es verdad? Todo lo que dices aquí, ¿es verdad?

― Si vienes a burlarte de mis sentimientos, déjalo, simplemente olvídalo.

― Te hice una pregunta ― le dijo en tono serio.

Ella respiró hondo, ya qué más daba ― Es verdad.

Lo que siguió a continuación la tomó desprevenida.

Él estampó sus labios en los suyos, y abrazándola por la cintura, la pegó más a su cuerpo. Effie rodeó su cuello con los brazos para atraerlo más hacia ella.

El beso era rudo y demandante. Se mordieron los labios, se exploraron con la lengua. Y la ropa que vestían comenzó a volar en todas direcciones.

Terminaron sobre la cama, Haymitch estaba sobre ella, besando y chupando su cuello, clavícula, pechos, probablemente le iba a dejar marcas, pero en ese momento no le importaba nada. Effie le encajó las uñas en la espalda, solo quería sentirlo, fusionarse con él, tener algo para recordarlo cuando se separaran.

Acabaron pronto, la necesidad que tenían el uno del otro los llevó a la cima muy rápido. No hablaron, tenían la respiración agitada, las piernas entrelazadas, y así se quedaron por un momento.

El vencedor comenzó a acariciarle el cabello, ella cerró los ojos, quería decirle tantas cosas, pero el nudo en su garganta se lo impedía, sabía que, si hablaba, arruinaría las cosas con sus lágrimas.

Se colocaron de lado, viéndose uno al otro, él le acaricio la mejilla y con su pulgar le delineó los labios, después la besó de nuevo, pero en esta ocasión fue diferente, despacio, y por primera vez hicieron el amor.

Cuando Effie se vino, exclamando su nombre, las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas.

Haymitch se las limpió con los labios.

― ¿Qué pasa?

― Esto... es una despedida ¿no?

― Solo si tú lo deseas.

― ¿Qué quieres decir?

― ¿Qué te detiene en el Capitolio, cariño?

Ella frunció el ceño tratando de descifrar sus palabras.

― Tú misma lo dijiste, somos un equipo, los chicos te necesitan... yo te necesito.


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¡Bye, bye!

~A