A través de sus gafas de John Lennon, él la mira.
Se ha sentado a su lado a esperar a su madre sin prestar atención al magnifico, y al mismo tiempo deprimente, alrededor teñido de blanco transparente.
Él calcula que tiene catorce años. Quizás algo más, pero no puede estar seguro porqué no le habla, ni quiere hablarle. Tiene vergüenza…
Lleva dos coletas (cortas/largas), camiseta y falda; la raqueta de tenis (que entre sus piernas remonta un vaivén dulce como la miel) le da a entender que ha venido de alguna extraescolar deportiva (o puede que un partido de escuela).
Ella no le mira.
Está roja por el calor...
No se ha dado cuenta de su presencia; perturbadora y hasta irritante junto a un porte que no tiene (y que causa gracia). De hecho, él mismo ha cambiado mucho: lleva una barba negruzca que tampoco es que sea de estas voluptuosas que lucen los rabinos (dentro del ejemplo). Su pelo ha crecido lo suficiente como para decir que és largo y ni en mil años se hubiese puesto aquel polar que llevaba y que su mujer, practicamente, le había obligado a lucir.
Se casó muy joven. Tendría unos diecisiete años cuando perdió la virginidad y dejó embarazada a la que ahora compartía lecho con él.
Dos niños el 26 de Julio después de nueve meses de espera eterna.
Bonitos, rechonchos… Nada en especial que no fuera la rasposa tos que uno de ellos había estado soltando aquellos días. Razón que les había obligado a volver al hospital donde nacieron para un examen médico que determinaria la causa.
-Vámonos-dice su madre una vez terminada la interminable charla que él hubiese deseado.
Ella no dice nada aunque presiente las miradas del hombre adulto (él no ha acertado, tiene quince años y medio, y era su madre quién había estado correteando por un campo de tenis privado).
Ni siquiera cuando sale ha través de la puerta y nota su olor a colonia recién puesta en las fosas nasales y su volatil falda revolotear en el aire, puede dejar de pensar como hubiese sido una vida con ella (bajo un impulso estruproso que desconoce).
Y no esta nube gris que su esposa fomenta cada día con ira y frialdad.
¿Qué hubiese pasado si le hubiera hablado un segundo? Él pensó que lo ignoraría… Además, ¿Qué le iba a contar?
-Larguémonos de aquí-dice ella, cargando a los dos bebés en brazos y ceño fruncido a flor de viento, veinte minutos después de que la jovencautivadora abandonara sus ojos, pero no su mente.
Él asiente y se levanta con dificultad, exasperándola.
Su colonia aun envuelve su cuerpo hasta hacerlo flotar.
Huele a almizcle…
¿Qué hubiese pasado si…?
Probablemente hubiera caído rendido, y ella me hubiera dejado poco después, piensa él, riendo, desconcertando a la fémina, bajita y rubia, que recorre el camino a casa junto a este mismo (¡Y sus pequeños llorones!).
Pero nadie puede saberlo.
Él tampoco lo sabe.
Porqué los "hubiera" no existen.
