Disclaimer: Los personajes pertenecen a J.K. Rowling

Fandom: Harry Potter

Pareja: Draco/Hermione

Aviso: Este O-S es el obsequio de Culut-Camia por haber posteado el comentario número 10.000 del Foro La Aldea Oculta entre las Hojas.


La suma de todos sus miedos

...

Capítulo 1: Pesadilla

...

*Hogwarts. Mediados de enero /1997*

No podían existir en el mundo un par de personas más distintas que ellos dos.

Por eso, Draco Malfoy se preguntaba recurrentemente ¿Por qué? ¿Por qué ahora, cuando se le había encomendado una misión de vida o muerte, ella, precisamente ella, le hacía tambalear su mundo? El rubio soltó un resuello lastrado de auténtica amargura al no hallar una respuesta (al menos lógica) a las inquisiciones con las que su conciencia, cruelmente, lo torturaba; así que retorciéndose en la cama, trató de deshacerte del recuerdo punzante de su su figura menuda, la sensación cálida de su piel tersa o el sabor enloquecedor de sus labios y conciliar el sueño. Sin embargo, siguiendo con su nuevo mal hábito nocturno, no lo consiguió.

¡Maldita sea!, rechistó con cólera cuando ella, nuevamente, hizo acto de presencia en sus dominios mentales. Draco no entendía por qué en su sexto año en Hogwarts, ese en el que se le había ordenado matar –según muchos- al mejor mago de todos los tiempos e infiltrar mortífagos en el colegio, tenía que sentirse de esa forma por… ella.

A veces ni siquiera era capaz de pronunciar su nombre.

Su adoctrinado cerebro no lograba entenderlo, mientras que su corazón; si es que tenía uno, se reía a sus anchas por haberle jugado la más brutal de las guasas. Porque sí, él, Draco Malfoy, heredero de una de las familias más ricas y antiguas del mundo mágico, descendiente de un linaje de brujas y magos sangre pura y cuyo nombre estaba inscrito en el árbol genealógico de la Noble y Ancestral Casa de los Black. Él, quien desde siempre había sido la personificación del prejuicio y la presunción, a partes iguales; estaba jodidamente enamorado de, nada más y nada menos, que de Hermione Granger, una bruja nacida de padres muggles; una sangre sucia, quien, para rematar su retahíla de desgracias, era la mejor amiga de Harry Potter y, si las cosas seguían como iban, la futura señora Weasley o Krum.

Para su desgracia, cualquiera de los dos parecía tener más chance de conquistarla que él.

Sintió arcadas de solo imaginarla casada con algunos de esos dos traidores a la sangre, que tanto odiaba. ¿Pero qué demonios decía? Si el mismo -en la intimidad de su mente- estaba dispuesto a convertirse en un traidor por ella ¿Qué cómo había pasado? Esa era una excelente pregunta, en el sentido más retorcidamente irónico de la palabra. Más que excelente, era una pregunta sin respuesta, pues él no tenía idea de cómo carajos había terminado soñando con Granger. Solo sabía que había sido a partir de aquel incidente y por desgracia esa escasa información, ahora mismo, no le servía de mucho.

Con el pasar de los meses y la rara interacción que se había suscitado entre ambos, a Draco dejó de importarle que ella fuera responsable indirecta del encarcelamiento de su padre. Le valió gorro que perteneciera al Ejército de Dumbledore, el hombre al que debía matar; el hombre al que planeaba –cada vez con más desesperación- asesinar. Tampoco le afectó que su sangre no fuera limpia, que sus padres fueran unos inmundos muggles y que sus mejores amigos fueran de las personas que más odiaba.

También a ella la había odiado.

A él no le importó absolutamente nada. Era como si su cerebro –mal influenciado por sus insurgentes instintos- hubiese adormecido todas las razones que durante años había alimentado para odiarla; derribando uno a uno sus argumentos, dejándolo sin escapatoria. Y cuando no pudo departir más; cuando su corazón –ese que creyó que no existía, porque rara vez oía- le ganó la partida a su raciocinio, se rindió a sus deseos. Pero de la manera como solo puede hacerlo un Malfoy: con estoicismo y autocontrol.

Draco entornó sus ojos grises, cuando recordó que, obviando el hecho de que ella lo odiaba abiertamente (bueno, ahora, por alguna razón, no tanto como antes) cualquier relación entre ellos estaba condenada, inequívocamente, al fracaso. Así se lo recalcó el tatuaje –en ese momento apenas visible- impreso en la cara interna de su antebrazo. Después de todo, ella era una bruja de ascendencia impura y él era el sucesor que su padre había ofrendado al servicio de Lord Voldemort en representación de la familia. La piel se le puso de gallina cuando la comprensión de lo que estaba en juego cifró su porvenir: él era un vasallo del señor tenebroso.

¡Un mortífago!

Y, por mucho que quisiera hacer algo al respecto, la lealtad a su sangre era más fuerte que cualquier cosa; inclusive que aquel hechizo de seducción que Hermione Grager había lanzado sobre él para embaucarlo; como alegaba cada vez que no encontraba una razón lógica a esa inverósimil situación.

Todavía absorto en sus cavilaciones, el rubio alcanzó a identificar el rumor de unos pasos acercarse; luego la puerta de su habitación se abrió, filtrando un haz de luz tenue. A continuación, se cerró en un golpe seco, para dar paso a las voces ahogadas de Goyle y Crabbe, que murmuraban algo ininteligible, por lo que Draco, arrebujándose bajo las sábanas, después de farfullar un encantamiento silenciador, fingió deliberadamente estar dormido. Hacía ya varias semanas que su relación con sus secuaces se había fragmentado de forma abrupta. Hacía aún más tiempo que su amistad con Theo y Blaise pendía de hilo tan fino como la linea que lo mantenía fuera del abismo. Y ninguno de ellos sabía la verdadera causa de todo aquello.

Draco la conocía al dedillo.

No, no vayan a creer que la responsable era Hermione Granger. Él jamás hubiese permitido que esa… bruja alterara de ese modo su vida cotidiana. Una cosa era que le atrayera y que, muy a pesar suyo, no lograra sacársela de la cabeza, pero otra muy distinta era admitir que ella ejercía cualquier tipo de poder sobre él. Antes preferiría alegar que estaba bajo los efectos de la Maldición Imperius, aun cuando su tía Bellatrix lo había entrenado para convertirlo en un experto en Oclumancia.

En fin, retomando las razones del rubio, todo se debía a la presión. Siendo un Malfoy tenía una adversión mal disimulada al fracaso (miedo sería más apropiado, pero esa era una palabra que no figuraba en su amplio vocabulario). El límite para cumplir con su misión se acercaba y él aún no conseguía reparar el Armario Evanescente y para colmo de males, sus dos intentos de asesinato habían fallado estrepitosamente. Por eso, Draco veía cada vez más distante la posibilidad de segar la vida del director de Hogwarts y lo peor era que ahora todas las sospechas –gracias al maldito de Harry Potter- se cernían sobre él.

Los pensamientos del muchacho siguieron estrujando sus sesos en una batalla campal entre el bien y el mal; entre lo que quería y lo que debía hacer. Nunca ser probo a su moral había sido una carga tan pesada. La sola idea de fallar lo asfixiaba, pero sabía que de tener éxito, la perdería para siempre. La perdería sin haberla tenido siquiera. Estaba desesperado. Entre la espada y la pared. Había perdido interés en todo y sus calificaciones –siempre sobresalientes- habían decaído a un nivel mediocre. Ya no era el mismo y la gente empezaba a notarlo. Ella lo había notado y fue así como inició todo. Sin embargo, él seguía sin ser capaz de confiar en ella. Había perdido esa capacidad tan reconfortante de poner su vida en manos ajenas con los ojos cerrados. Ya no se fiaba de nadie; ni siquiera de Snape.

Las dudas lo atormentaban. Le espantaban el sueño y cuando por fin era capaz de caer en la inconsciencia, sus temores se materializaban en forma de escalofriantes pesadillas. Fuera cual fuera el camino que tomara, jamás salía bien librado. Siempre perdía algo. Siempre.

Draco cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas que empezaban aglomerársele, resultado de su frustración. Los dientes le rechinaron, tensando su mandíbula a la par que imploraba -a quien fuera el responsable de cumplir esa clase de deseos- poder dormirse; tal sería la intensidad que, gracias a Merlín, al cabo de unos minutos, efectivamente, cayó rendido.

Esa noche, no obstante, también tuvo pesadillas…

...

Todo estaba sumido en las tinieblas. El cielo era un manto de cenizas a no ser por la calavera colosal de cuya boca emergía una serpiente de igual tamaño. La imagen pendía en las alturas, envuelta en una especie de bruma verdosa que le confería un aspecto aún más fantasmagórico; como si hiciera falta. Draco la reconoció al punto. Era la marca tenebrosa; la misma que él llevaba grabada en su antebrazo como símbolo de su lealtad a Lord Voldemort. Lo que el rubio no logró atinar fue el porqué estaba ahí, en el acostumbrado cielo límpido de Hogwarts, hasta que escuchó una voz tétrica que habló a sus espaldas, sobresaltándolo…

—Bien hecho, Draco. –Fueron las simples palabras que su amo utilizó para evidenciar su complacencia.

—¡Has matado a Albus Dumbledore! —celebraba la desquiciada de su tía con una inflexión psicópata que le erizó la piel—. Ahora podremos acabar con todos los sangre sucias y al fin purificar el mundo mágico.

El muchacho tuvo que recurrir a su reflexionado aplomo para no caer presa del espanto cuando vio tirado en el suelo el cadáver del Dumbledore. ¿Entonces, él había conseguido matarlo, después de todo? La respuesta que le gritó su cerebro fue un rotundo ¡Sí! En ese momento, su corazón se contrajo, propinándole una descarga, casi, insoportable de dolor. Nada que ver con la tranquilidad que creyó sentiría cuando por fin tuviera éxito.

Pero lo peor estaba por venir...

Cuando la imagen de Hermione, acompañada por sus inseparables amigos (aunque estos dos últimos poco le importaban) apareció frente a él, Draco sintió su mundo desmoronarse.

—Empezaremos por esta maldita —siseó Bellatrix, empuñando su varita en dirección a Hermione.

Él quiso gritar. ¡Por Merlín que sí! Pero la garganta se le había estrechado, como si se le hinchara desde dentro y las palabras no recurrieron a él, resultado de un complot de su siempre manipulado cerebro, quien esta vez acataba las órdenes del miedo.

—¡No la toques! —Se enfureció otra voz. Era la de Ron Weasley y contra todo pronóstico, Draco Malfoy agradeció que aquel idiota hiciera algo por salvarla

—¡No te atrevas a tocarla! —lo respaldó Harry en un susurro agónico.

La risa estentórea y maléfica de su tía hizo eco en sus oídos y antes de que él pudiera hacer algo todo se quedó en silencio y calma, como si alguien hubiese detenido el correr de las manillas del reloj. El rubio aprovechó la anormal tranquilidad y barrió con la mirada los rostros de los presentes. Lord Voldemort mantenía su rictus impertérrito; sin embargo, podía percibirse tras esa máscara de serenidad, el placer que le producía ser el causante del dolor de Harry, pero no solo le causaba daño al Gryffindor, Draco también estaba sufriendo. Por su parte, Bellatrix Lestrange tenía esa expresión de esquizofrénica que siempre prevalecía en su semblante, mientras que los rostros de los otros dos Gryffindor eran de absoluta impotencia. Cuando Draco ubicó a Hermione en su campo visual no dejó de sorprenderse por lo que halló. Estaba tranquila, imperturbable, como si una expresidaria de Azkaban no la estuviera apuntando con su varita, lista para darle muerte. Sus ojos no evidenciaban temor ni angustia, solo una extraña mezcla de dolor y decepción. Eso era lo que sus orbes marrones emanaban: el desengaño por haber sido conducida a un irremediable y trágico final.

Otra vez, Draco intentó hablar, decir algo, pedir perdón, suplicar por su vida y otra vez su lengua se negó a obedecer. En el silencio tortuoso que rodeaba el lecho de muerte de ambos (él moriría con ella, en ese momento lo tuvo claro) Draco leyó en los labios de su tía las palabras de la maldición asesina: Avada Kedavra. A continuación, un rayo de luz verde fue lanzado contra la humanidad indefensa de Hermione Granger.

—¡No! —Logró al fin gritar; solo que ya era demasiado tarde...

...

—¡No! —Volvió a escucharse la voz de Draco chocar contra las cortinas verdosas de su cama. De inmediato, el rubio se incorporó de la cama de un bote al tiempo que trataba de acompasar su desbocado ritmo cardiaco. Gracias al hechizo Silencio, sus compañeros, ni se inmutaron—. Solo fue una pesadilla —comprobó con alivio, limpiándose con el dorso de la mano la frente perlada de sudor.

Eran las tres de la madrugada, pero el Slytherin sabía que esto apenas comenzaba.

...

Las manchas violáceas que delineaban el contorno de los ojos de Malfoy eran heraldo de la mala noche que había pasado. Desde hace un par de meses que sus sueños -si se quieren húmedos- habían mutado a perturbadoras pesadillas, pero la que había tenido esa noche superaba con creces a todas la demás. Había sido horrible para él verla morir sin haber podido hacer nada para evitarlo; aunque él seguía sin aceptar el porqué le afectaba tanto. Y lo que más lo atormentaba -tal como enfatizaba su conciencia- era que eso podía pasar en cualquier momento. Era como si ese mal sueño fuera una especie de premonición que sellaba su destino.

El muchacho suspiró con acritud y se llevó una mano a su plateada, casi blanca, cabellera. En ese momento se encontraba en la sala común de su casa, esperando la hora de abandonar las lóbregas masmorras de Slytherin y subir al Gran Comedor. Ese era –a partes iguales- el mejor y peor momento de su día. Mejor, porque veía a Hermione, y peor, porque ella siempre estaba en compañía de esas dos sabandijas de Gryffindor, que no la dejaban ni a sol ni a sombra.

Recorrió con desespero, bien encubierto, los pasillos del castillo hasta llegar a su destino. Cruzó sin prestar mucha atención el umbral hacia el comedor y por esa misma razón no se dio cuenta de que Ronald Weasley estaba parado en su trayectoria mientras esperaba a Harry.

Tropezaron.

—¡Ten más cuidado! —gruñó el pelirrojo mientras lo miraba con genuino odio.

—¡No te atravieses en mi camino, Comadreja! —escupió Draco con su habitual desdén.

—¡Ron! —intervino Hermione en un murmuro al captar las intenciones de su amigo; para luego agregar en un tono de voz normal—. Malfoy.

El último de los interpelados replicó en un tono desprovisto de emoción; aunque sin poder reprimir el maldito hormigueo que le sacudió el cuerpo.

—Granger.

—¿Pasa algo? —Apareció el salvador de todos, San Potter.

—Nada —dijo la joven, acallando las posibles blasfemias que Ron tenía preparadas para insultar al rubio a la par que involuntariamente lo miraba de reojo—. Andando, se nos hace tarde.

Draco había hecho lo mismo y entonces, sin quererlo, sus miradas se toparon por un nanosegundo. Él pudo notar –o tal vez fue producto de su maltrecha imaginación- que a ella se le iluminaron los ojos. Lo que sí estaba seguro que había pasado y solo porque escuchó a Ron reclamárselo un instante después a ella misma, es que Hermione Granger le sonrió. Fue casi una mueca tímida e imperceptible, pero ambos lo habían notado.

Ella le sonrió.

Continuará…


Sé que soy una descarada por aparecerme aquí a estas altura, Culut, pero de verdad que me costó un mundo lograr concretar la idea. Espero que te haya gustado y si no *Mar se va a un rincón a llorar* ojalá no lo odies tanto.

*N/A: Debo de decir que estas son las 2.138 palabras que más me han costado escribir en mi vida. Todo se debe a que es la primera vez que escribo sobre un fandom distinto al de Naruto, que solo me leí los primero cuatro libros de HP y fue hace mucho tiempo, y que en las películas no se exploran mucho los sentimientos del rubio, así que se me hizo muy, pero muy difícil meterme en la piel de Draco y más en de uno que se siente atraído por Hermione. Bueno, ahora con la historia: sé que no dejé claro como es que estos dos chicos terminaron atrayéndose, pero como verán pretendo (porque soy una masoquista) continuar con la historia, así que les prometo que en el próximo capi, sabrán parte de cómo inició todo. En fin gracias por leer. Espero que no los haya aburrido y que me dejen un review con su valiosa opinión*

Próximo capítulo: El incidente

Les deseo una feliz existencia.