Garraty miró a su alrededor. McVries llevaba la cabeza hundida y caminaba medio dormido. Llevaba así un rato; cada vez que Ray intentaba hablar con él respondía con monosílabos, alicaído y marchito. No estaba como Olson, hasta el punto de ser un muerto que todavía es capaz de poner una pierna delante de la otra. Simplemente parecía demasiado cansado como para seguir adelante. Garraty no podía evitar preocuparse. A pesar de que McVries era su rival, en los últimos cinco días había desarrollado un gran cariño hacia él. El chico de pelo oscuro ejercía una extraña atracción que Ray no era capaz de evitar. En cierto modo, estaba fascinado. Había sentimientos que ni él mismo imaginó que podría tener.

Se encontraba recorriendo con la mirada el cuerpo demacrado de McVries por enésima vez cuando se dio cuenta de que su amigo se dirigía inconscientemente hacia la multitud.

- ¡Eh! –gritó Garraty-. ¡Eh, Pete! ¡Pete!

- Déjalo en paz –dijo Stebbins-. Tú hiciste la misma promesa que todos los demás.

- ¡Vete a la mierda! –exclamó Garraty con toda claridad, al tiempo que se acercaba a McVries rápidamente.

Hace un par de horas se había sentido culpable al ser salvado por Pete, pues pensaba que él no haría lo mismo por su amigo. Pero en ese momento estaba seguro de que no había nada en el mundo que no haría por él.

Tocó su hombro, encaminándolo en la dirección correcta. McVries reaccionó, lanzándole una mirada soñolienta, y sonrió.

- No, Ray. Es hora de sentarse.

El terror se desató en el pecho de Garraty como nunca antes lo había hecho. Como no lo había hecho cuando finalmente se dio cuenta de lo que suponía la Larga Marcha. Como no lo había hecho cuando le dio un calambre y quedó a dos segundos de la muerte. Como no lo había hecho cuando casi pierde la cabeza y McVries le zarandeó y golpeó hasta que recobró el sentido.

McVries…

Este le contempló un instante, analizando su expresión de puro terror. Volvió a sonreír y movió la cabeza en gesto de negativa. Se sentó con las piernas cruzadas en el asfalto. Parecía un fraile apartado del mundo. La cicatriz de su mejilla era como una raya blanca bajo la luz lluviosa.

- ¡No! –gritó Garraty.

Pero sabía que no podía evitarlo. McVries había entrado en la carrera prácticamente con la idea de suicidarse. Y sabía lo que hubiese pedido en caso de resultar ganador: una bala en la cabeza.

Su amigo no se merecía semejante final. Si tan solo pudieran seguir caminando por siempre…

Garraty sintió una punzada en el corazón, y sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre Pete.

Su figura, antes esbelta, se encontraba cadavérica bajo la ropa húmeda. Pero a Garraty no le importaba lo más mínimo, y apretó aquel cuerpo contra el suyo con todas las fuerzas que le quedaban. Sintió que el corazón le volvía a latir de nuevo, por primera vez desde que empezó la carrera.

- Pete… -sollozó, estrechándolo entre sus brazos.

- Es irónico, ¿verdad? –comentó suavemente en el oído de Ray-. Por fin tendré lo que quería. Por fin tendré mi Premio.

- ¡Aviso! ¡Aviso, número Sesenta y uno!

- Oh Dios… Si pudiésemos volver atrás…

- ¡Aviso! ¡Aviso, número Cuarenta y siete!

- Volvería a hacer la Larga Marcha. Porque –hizo una pequeña pausa, en la que se separó de su amigo para mirarlo a los ojos-, Ray Davis Garraty,

-¡Aviso! ¡Segundo aviso, número Sesenta y uno!

- Conocerte ha sido el verdadero Premio.

McVries le guiñó un ojo con coquetería.

Garraty casi no podía creerlo. Pete iba a estar jodiéndole hasta morirse. Antes de mandarlo a la mierda, lo miró a los ojos. Lo que vio era mucho más profundo que una simple broma.

-¡Aviso! ¡Segundo aviso, número Cuarenta y siete!

Garraty dudó un momento. Tenían los segundos contados. Quería estar con McVries hasta el final.

Pete movió los labios. "Sigue adelante". Ningún sonido salió de ellos. Al menos, Garraty no oyó nada. Pero su vista quedó allí clavada. En esos labios pálidos y algo agrietados por culpa del frío de las noches en Maine.

No tuvo tiempo de valorar si estaba bien o si estaba mal. No había tiempo para decidir si era poco viril.

McVries se inclinó hacia delante, con la vista todavía fija en su compañero. Acercó su cara, con una mirada desesperada, hasta que sus narices parecieron tocarse. Pero no fue así: siguieron su camino hasta que la barrera entre los dos se rompió y los labios de Garraty tocaron los de McVries.

Comenzaron a besarse, moviendo los labios de manera algo dispar. Pronto se sincronizaron y comenzaron a devorarse desesperadamente.

-¡Aviso! ¡Tercer aviso, número Sesenta y uno!

Garraty sentía la respiración entrecortada de Pete mezclándose con su sabor. Oh, dios, Pete…

-¡Aviso! ¡Tecer aviso, número Cuarenta y siete!

McVries le dio un último beso, largo y cargado de sentimientos, antes de empujarlo hacia el centro de la calzada.

- Como me entere de que te has muerto, te mato, Ray Garraty.

Varios fusiles descendieron, apuntándole directamente a la cabeza. McVries le dirigió a su amigo una última de sus sonrisas características.

Al instante siguiente, todo había terminado.