El fic no será muy largo, ya que la obra teatral consta de cinco actos, que se convertirán en cinco capítulos. Hoy os dejo el primero.
La asignación de papeles ha sido lo más complicado. Aunque le tenía ganas a Harry para el papel de Julieta, al final ha acabado siendo Draco. Entre otras cosas, porque no veía al pobre Harry pidiéndole a Snape una pócima para simular su muerte. Con lo que le quiere, le mata de verdad, jejeje. Ni a Draco, rogándole a Dumbledore que les case...
También me he tomado la libertad de tomarle prestadas algunas frases a Shakespeare, algunas literalmente y otras retocadas. Lo digo para las que hayas leído la obra y las reconozcáis.
PROLOGO
En el mundo mágico, donde se sitúa nuestra historia, dos familias, los Potter y los Malfoy, iguales una y otra en abolengo, impulsadas por antiguos rencores, desencadenan acontecimientos en los que la sangre tiñe manos y varitas. Y dentro de este odio solariego y antiguo, cobraron vida bajo contraria estrella dos amantes, cuya desventura y lastimoso término entierra con su muerte la enemistad de sus progenitores.
CAPITULO I
El primero de septiembre estaba a la vuelta de la esquina y el Callejón Diagon rebosaba de padres con sus vástagos haciendo las compras para el curso que se iniciaría en apenas una semana. Libros, túnicas, varitas que necesitaban ser repuestas debido a encantamientos poco afortunados. Lechuzas, gatos o sapos que serían los animales de compañía de excitados debutantes en su primer curso en Hogwarts. El callejón era una hervidero de exclamaciones y sonrisas. De gritos y abrazos en cada rencuentro tras el largo verano. Entre el gentío, Gregory Goyle y Vincent Crabbe, dos jóvenes que iniciarían su último curso en el colegio de magia, avanzaban inmersos en su propia conversación, cargados con sus libros bajo el brazo y en la otra mano un enorme helado de pistacho
–Te lo digo en serio, Greg. Este año no soportaremos una sola burla más de Potter y los suyos. –aseguró Vincent rotundo.
–No, ya estoy harto de que nos tomen por burros. –admitió su amigo.
–Y esta vez, si nos encolerizamos, sacaremos la varita.
–Si, pero cuando lo hagas, procura saber de antemano el hechizo que vas a lanzar. –sonrió Gregory guasón– Eso evitará que te encuentres vestido con la ridícula túnica de tu abuela en medio del Gran Comedor.
Vincent enrojeció de rabia al recordar la última treta de Harry Potter, de la que él había sido la escarnecida víctima.
–Ya sabes que como me provoquen, tengo la sacudida fácil... –Vincent cerró con fuerza su regordeta mano y el frágil cucurucho se deshizo entre sus dedos– ¡Mierda!
Gregory le dirigió una mirada burlona, contemplando como su amigo la emprendía a lametones con sus dedos.
–Necesitas algo más que una provocación para sacar a relucir tu sacudida. –ironizó.
–Sabes perfectamente que cualquier león de la casa Gryffindor es capaz de moverme. –se revolvió Vincent ofendido.
Pero Gregory se burló nuevamente.
–Moverse es ir de un lado a otro; y ser valiente, esperar a pie firme. Y tú cuando te mueves, inicias la huida, escurriéndote como una serpiente.
–¡Un león de esa casa me moverá a estar firme! –gruñó su amigo.
Gregory dejó escapar un resoplido de impotencia.
–De todas formas, la contienda es entre Malfoys y Potters. –dijo.
–Y por extensión entre Slytherin y Gryffindor. –le recordó Vincent– Además, ...
De pronto se calló, dándole un codazo a Gregory y señalando después al frente. En sentido contrario, directamente hacia ellos, se dirigían Neville Longbotton y Seamus Finnigan, dos leones amigos de Potter. Parecía que todavía no se habían dado cuenta de la presencia de los dos Slytherins, porque uno y otro seguían hablando sobre algún problema que parecía tener Neville con uno de sus libros.
–Tengo mi varita lista. –le hizo saber Vincent a Gregory– ¡Provócales! Te guardaré las espaldas.
–¡Ya¿Volviendo las tuyas y echando a correr? –respondió su compañero en tono burlón.
–Palabra de Slytherin que no era esa mi intención. –aseguró Vincent ofendido.
–Guardémonos ambos las espaldas. –propuso Gregory, más precavido– Que empiecen ellos. Ese irlandés tiene el genio más fácil que tú la pegada.
El pasado curso en Hogwarts, había acabado con más Slytherins y Gryffindors en la enfermería de lo que ni el Profesor más antiguo, dígase Binns, podía recordar. En ningún caso se trató de hechizos peligrosos, sino más bien incómodos. Dientes crecidos descomunalmente; rostros llenos de granos purulentos; forúnculos en axilas e ingles o insoportables picores en partes demasiado íntimas para ser nombradas. Todos ellos a cual más imaginativo y mortificante. Los padres se quejaron. Su descontento llegó hasta el consejo escolar. Y finalmente, el mismísimo Cornelius Fudge, Ministro de Magia, amenazó con intervenir la escuela si aquel despropósito de hechizos no cesaba. El resultado fue una seria amenaza por parte del Director de Hogwarts, Albus Dumbledore, de expulsar a cualquier alumno, fuera de la casa que fuera, si los incidentes volvían a repetirse. Y todos sabían que el anciano Director tenía ojos en todas partes. También fuera de los muros de Hogwarts el Ministerio había vertido sus amenazas si algún alumno insensato era sorprendido hechizando a otro.
–¡Frunciré el entrecejo al pasar y que lo tomen como quieran! –sugirió Gregory.
–¡No! Alzaré mi dedo anular frente a mí, pero mirándoles a ellos. –dijo Vincent– A ver si lo aguantan.
A esas alturas de la conversación, Finnigan y Longbotton ya habían llegado hasta donde los dos Slytherins se encontraban y se habían dado perfecta cuenta del enhiesto dedo de Crabbe.
–¿Ese dedo es por nosotros, serpiente? –preguntó Seamus, con el rostro enrojecido y la mano ya dentro de su túnica.
–No, león. –respondió Vincent desafiante– No alzo el dedo por vosotros; pero lo alzo.
–¿Buscáis pelea? –preguntó Neville, quien era de los que prefería la dialéctica, aunque fuera hiriente, a la acción.
Y los inquietos ojos del tímido Gryffindor buscaron con la mirada detrás de él, como si esperara a alguien más.
–¿Pelea¿Nosotros?
Los dos Slytherins se miraron con fingida expresión de desconcierto.
–Porque si la buscáis, –prosiguió Seamus encorajinado– la encontraréis. Aun está por llegar el día en que Gryffindor retroceda ante dos serpientes rastreras como vosotros.
–¿A quién llamas tú serpiente rastrera, gato sarnoso? –preguntó Gregory en tono afrentado.
–¿Has oído eso, Neville? Son tan lerdos que confunden gatos con leones...
Ya los cuatro tenían las varitas en sus manos y se apuntaban con odio, prestos a empezar la pelea, aunque ninguno de ellos se atreviera de momento a lanzar el primer hechizo.
–¡Deteneos, imbéciles...!
Dean Thomas, otro de los amigos de Potter apareció de repente, con su varita también en la mano, provocando un suspiro de alivio en Neville.
–¡Guardad vuestras varitas! –espetó Thomas– ¿Acaso no recordáis lo que nos jugamos si nos sorprenden?
Sin embargo, los esfuerzos de Dean por detener la pelea fueron en vano. Si bien era verdad que las varitas todavía no habían conjurado un solo hechizo, Neville ya estaba en el suelo con la nariz sangrando y Seamus se había lanzado sobre Crabbe, arremetiendo con sus puños sobre el abultado estómago del gordinflón Slytherin.
Algunos de los transeúntes se habían detenido a contemplar la riña, reprendiendo a los jóvenes por su comportamiento e instándoles a que se detuvieran. Atraído por el ruido y las voces, un tercer Slytherin atravesó el corrillo que ahora rodeaba a los contendientes, embravecido por la escena que se extendía ante sus ojos.
–¡Qué¿Tres contra dos? –gritó Blaise Zabini rabioso– ¡Vuélvete Thomas, porque voy a maldecirte hasta que no queden de ti ni los huesos!
–¡Lo único que intento es mantener la paz! –gritó a su vez el Gryffindor– ¡Guarda tu varita y ayúdame a separarlos!
–¿Cómo¿Hablas de paz con la varita en tu mano? –le increpó Zabini blandiendo la suya– ¡Odio esa palabra, tanto como odio a todos los Gryffindors, a los Potter en particular y a ti¡Defiéndete cobarde!
La tienda de túnicas de Madame Malkin no se hallaba demasiado lejos de donde estaba teniendo lugar en esos momentos la desatinada pelea. Lucius Malfoy abandonó el mostrador donde Madame Malkin les estaba enseñando a él y a su esposa Narcisa, una gran variedad de túnicas de gala y encaminó sus pasos hacia la entrada de la tienda.
–¿Qué es ese ruido? –se preguntó con curiosidad.
–Deja eso ahora, Lucius. –le pidió Narcisa– O no acabaremos nunca con la elección de tu dichosa túnica para la recepción en el Ministerio.
–Esta es exquisita. –señaló Madame Malkin acariciando nuevamente una túnica azul ribeteada con hilo de plata y adornos del mismo material– Combina perfectamente con los ojos de su esposo, si me permite decirlo, Sra. Malfoy.
Narcisa sonrió halagada por la cortesía. Después volvió su mirada hacia la puerta, justo para ver a Lucius desaparecer tras ella.
–¡Lucius! –exclamó contrariada, para después dirigir una sonrisa afectada a la dueña de la tienda– Vuelvo en un minuto.
–No se preocupe, Sra. Malfoy. –aceptó Madame Malkin esbozando una sonrisa comprensiva.
Y rogó porque sus clientes no tardaran en volver y no olvidaran su interés en esa túnica. No por nada era una de las más caras de la tienda. Y si alguien podía permitírsela, esos eran los Malfoy.
Narcisa alcanzó a su esposo justo cuando éste llegaba al lugar de la pelea y se encomendó a Merlín cuando vio quienes estaba llegando también en ese mismo instante, igualmente atraídos por el jaleo que los jóvenes estaban provocando. Aunque temía que poca cosa pudiera hacer el gran mago, si su marido y James Potter se enzarzaban en un duelo. ¡Y Cornelius, gimió para sí la rubia esposa de Lucius, apresurando el paso. El Ministro de Magia había llegado ya hasta el nutrido grupo de magos y brujas con expresión adusta.
–¡Deteneos! –ordenó Fudge a los seis jóvenes– ¡Por Merlín que vais a acabar todos con vuestros huesos en Azkaban sino obedecéis!
Puños y pies se detuvieron y rostros con ojos amoratados, narices sangrantes y labios partidos se volvieron casi al unísono hacia el Ministro.
–Agradeced que ninguno de vosotros ha utilizado magia, jovenzuelos insensatos. –siguió vociferando el Ministro– Porque ahora mismo estaríais todos expulsados de Hogwarts. –el Ministro dirigió la mirada hacia donde Lucius Malfoy y James Potter se encontraban, a prudente distancia el uno del otro, convenientemente separados por sus respectivas esposas. –Amigos de vuestros hijos¿no es así? –les increpó.
El Ministro alzó las manos con desesperación sin esperar a respuesta alguna por parte de ninguno de los dos aludidos.
–¡No me importa quien empezara! –declaró con disgusto– Hoy han sido unos y mañana serán los otros. ¡Es el cuento de nunca acabar! Pero este es el último incidente que voy a tolerar. Si en lo sucesivo promovéis nuevos desórdenes en nuestras calles o en la escuela, seréis expulsados y severamente castigados. –amenazó a los seis jóvenes, a ninguno de los cuales en ese momento le llegaba la túnica al cuello– Así que por esta vez, desapareced de mi vista.
Los tres Slytherins tras un rápido saludo, fueron los primeros en perderse a toda prisa entre la gente.
–Tú, Malfoy, vendrás ahora conmigo al Ministerio –ordenó Fudge con la poca paciencia que le quedaba– Y tú Potter, vendrás esta tarde. No estoy dispuesto a que vuestras rencillas personales sigan provocando este tipo de incidentes.
Por un momento, pareció que Lucius Malfoy tenía intención de protestar, pero el Sr. Ministro lo acalló con un contundente gesto.
–No me repliques, Lucius. Sabes perfectamente que si James y tú no os empecinarais en vuestras disputas, esos jóvenes no estarían a la greña todo el día, buscando el modo de fastidiar a Gryffindor –dirigió una ceñuda mirada a Lucius– o a Slytherin. –esta vez la mirada fue dirigida a James– Y me disgustaría tener que tomar una penosa decisión sobre alguno de ellos por vuestra culpa. ¡Vamos Lucius!
Tras intercambiar una mirada de resentimiento con su enemigo, Lucius tomó a su esposa del brazo y siguió al enfadado Ministro. James Potter les observó con expresión tranquila, hasta que sus figuras se perdieron en el fondo del callejón. Después se encaró a los tres jóvenes Gryffindors que aguardaban en silencio.
–¿Quién ha empezado? –quiso saber, repasando los magullados rostros de los jóvenes.
–Estaban riñendo, los dos Slytherins y ellos. –explicó Dean señalando a Neville y a Seamus– Tan solo saqué mi varita para detenerles. Y en ese momento apareció Zabini también con su varita en la mano, provocándome y amenazándome. ¡No tuve más remedio que defenderme!
–¡Por supuesto! –asintió James, dándole unos golpecitos al chico en el hombro.
Su esposa le dirigió una mirada severa antes de preguntar en tono preocupado:
–¿Dónde está Harry? –acomodó nerviosamente su pelirroja melena– ¡Gracias a Merlin que no estaba en esta pelea!
–La última vez que le vi, –respondió Seamus– estaba parado ante el escaparate de la tienda de escobas. Solo. Y no de muy buen humor, me pareció.
–Bien, chicos. Ahora es mejor que os retiréis. –les dijo James, también íntimamente aliviado de que su hijo no se encontrara allí–Y procurad no responder a las provocaciones de esas serpientes. Me temo que el Señor Ministro hablaba completamente en serio.
–No se preocupe, Sr. Potter. –aseguró Neville– No lo haremos.
Y los tres chicos echaron a correr callejón abajo, seguramente en busca de compañeros a quienes contar lo acontecido. Lily dejó escapar un pequeño suspiro y miró a su esposo.
–Quisiera saber qué le pasa a Harry últimamente. –dijo.
–No lo sé. –admitió James– Cada vez que intento hablar con él, se escurre como si en vez de león fuera serpiente.
–¿Le has tanteado? –preguntó Lily en tono algo ansioso.
–Y no sólo yo. –confesó su esposo– Sé que Ron y Hermione también han intentado sonsacarle sin conseguirlo.
–Ya sabes lo reservado que es con sus cosas.
–¿A quién habrá salido? –preguntó James besando a su esposa.
Ella hizo un pequeño mohín de disgusto.
–Sólo espero que este curso no se meta en problemas. –deseó Lily, intranquila.
–Sabes que Harry se mantiene al margen. –la tranquilizó su esposo.
–¡Oh, vamos James! –le recriminó ella enojada– Aunque no lograran atraparle, sabes perfectamente que muchos de esos hechizos llevaban su firma. ¡Tú y Sirius se los enseñasteis!
–Que quieres, es mi hijo. –sonrió James orgulloso.
Su esposa le dio un pequeño puñetazo en el brazo.
–Más te vale que Harry no acabe expulsado de Hogwarts por culpa de uno de esos inventos vuestros. –le advirtió Lily– O sabrás lo que es una bruja realmente furiosa.
James miró a su esposa sin poder evitar que una expresión algo bravucona asomara a su rostro. Era imposible que hubiera lío del que él, James Potter, merodeador por excelencia, no pudiera sacar a su retoño llegado el caso.
–¡Oh, eres imposible, James! –exclamó Lily derrotada.
Dean se había separado de Neville y Seamus apenas habían dejado al matrimonio Potter. Quería encontrar a Harry antes de que su amigo se cruzara con algún otro Slytherin con ganas de pelea. Quería prevenirle de lo sucedido con el Ministro. Sabía que por ser hijo de quien era, su amigo tenía que medir con sumo cuidado todos sus movimientos y que por supuesto, estaba en el punto de mira de cualquier serpiente que se preciara de serlo. Y si como había dicho Seamus andaba solo y de mala gaita, no quería que acabara maldiciendo al primer Slytherin que le provocara y fuera el primero en decir adiós a Hogwarts. Le localizó no muy lejos de la tienda de escobas, taciturno y ensimismado en sus pensamientos.
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–¡Hey, Harry!
El moreno volvió el rostro y no pareció alegrarse mucho de verle.
–Te has perdido una buena pelea. –sonrió Dean– Aunque por desgracia, el mismísimo Fudge fue quién la detuvo.
Harry se limitó a asentir, cuando en cualquier otra ocasión ya le hubiera estado bombardeando a preguntas.
–¿Puede saberse qué te pasa? –preguntó Dean, casi anticipando la respuesta.
Y como ésta no llegaba, siguió preguntando.
–Bueno¿de quién se trata esta vez?
Harry le dirigió una mirada contrariada.
–No te burles. –le recriminó a Dean.
–¿Te ha dado calabazas? –preguntó éste, intentando refrenar el tono socarrón en su voz.
Los achaques amorosos que Harry sufría con cierta frecuencia eran bien conocidos por sus amigos. Tan explosivos y apasionados como sus hechizos.
–No, –negó Potter– partió hace algunos días. –el joven dejó escapar un pequeño suspiro– Estudiará en Beauxbatons a partir de ahora. Su padre trabaja como diplomático en el Ministerio. Y le han destinado a París.
Parecía tan desolado, que Dean empezó a compadecerse de él. En asuntos del corazón, Harry era realmente un caso perdido.
–Podéis escribiros... –sugirió sin mucho convencimiento.
Su amigo le dirigió una mirada afligida.
–No es suficiente. –declaró Harry con tristeza– Sé que lo mejor que puedo hacer es olvidarle. Pero sinceramente te digo que no sé si podré.
–¡Claro que podrás! –exclamó Dean animoso– Deja de pensar en él y todo será más sencillo. Hazme caso.
–Es más fácil decirlo que ponerlo en práctica... –se lamentó.
–¡Vamos hombre! Un fuego, apaga otro fuego. Una pena, se calma con el sufrimiento de otra. –Dean hizo un movimiento teatral, apuñalando su corazón– Y un dolor desesperado, con la aflicción de otro se remedia.
–¡Merlín¡Tú si sabes como levantar el ánimo! –se quejó Harry.
De repente, un batir de alas por encima de sus cabezas llamó la atención de ambos muchachos, que alzaron el rostro hacia el cielo. Una pequeña legión de lechuzas sobrevolaba el callejón. Una de ellas, algo más menuda que el resto y cargada con varios pergaminos, pareció perder fuerza en su vuelo y descendió peligrosamente para acabar arremetiendo con una de sus alas contra una de las farolas. El pequeño animal apenas pudo aletear para lograr un aterrizaje más o menos decente.
–Esa debe ser pariente de Errol. –se burló Harry recordando la menuda y patosa lechuza de su amigo Ron.
Por primera vez, algo parecido a una sonrisa había asomado a su rostro. Recogió a la pequeña lechuza del suelo y alisó con delicadeza sus plumas.
–¡Un momento, no la sueltes! –le detuvo Dean cuando estaba a punto de hacerlo para que alzara el vuelo nuevamente– ¿No llevan esos pergaminos el sello de los Malfoy?
Harry examinó con más atención los pergaminos, para comprobar que efectivamente, los tres llevaban el sello de la familia que más odiaba.
–Deben ser invitaciones para su tradicional baile de máscaras. –dijo con desprecio– Y como es también tradicional, ninguna viene a mi nombre. –añadió en tono sarcástico.
Invariablemente, durante la primera semana de septiembre no se hablaba de otra cosa en la escuela que no fuera del fastuoso y exclusivo baile que los Malfoy celebraban en su mansión, precedido por una exquisita cena. Los que habían sido invitados, se complacían en contar todos los detalles. Los que no, procuraban esconder la envidia y la decepción de no haber sido incluidos en la elitista lista. A no ser que fuera un Gryffindor, en cuyo caso, proclamaba a los cuatro vientos su agradecimiento a Merlín por no haberse visto obligado a rechazar tal invitación y por supuesto, a poner su mayor esfuerzo en desacreditar la susodicha fiesta.
–¿Sabes Harry? –dijo Dean con un brillo pícaro en su mirada– Los Malfoy serán lo que tú quieras, pero con todo el duelo de nuestro corazón, tenemos que reconocer que a sus fiestas siempre consiguen que asita lo mejor de lo mejor.
–¿Y? –preguntó Harry alzando una ceja, temiendo lo que su amigo iba a proponer.
–Pues, que no creo que se den cuenta si unos cuantos enmascarados más engrosan su lista de invitados.
En ese momento, ya también en los ojos de Harry bailaba un brillo malicioso y una sonrisa peligrosa bordeaba sus labios. El merodeador que llevaba dentro, empezaba a acallar al desdichado enamorado.
–Creo que esto pesa demasiado para ti, pequeña. –dijo desatando de la pata de la lechuza las tres invitaciones.
Al principio, la pequeña ave le dio unos cuantos picotazos, ya que sabía que aquellos muchachos no eran los destinatarios de sus mensajes, pero después al sentirse libre de su carga, alzó aliviada el vuelo y se perdió en los cielos del Callejón Diagon.
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Lucius Malfoy se encontraba cómodamente sentado en su sillón de cuero favorito, en su estudio, saboreando una copa de brandy junto a su invitado.
–Pero Potter queda obligado bajo igual penalidad que yo. –dijo observando con sus acerados ojos grises la copa de fino cristal que sostenía elegantemente entre sus dedos– el pago de las multas que el Ministro ha decidido imponer a partir de ahora a cualquier Gryffindor o Slytherin que se atreva a lanzar un hechizo fuera de lugar, saldrá directamente de nuestros bolsillos.
Lord Voldemort sonrió. Al parecer Cornelius Fudge había encontrado al fin la solución idónea para detener aquel hervir de sangres y varitas. No hay como tocarle el bolsillo a alguien para hacerle reconsiderar posturas.
–Ambos gozáis de honrosa consideración –dijo– y es muy lamentable que hayáis vivido enemistados tanto tiempo.
Malfoy se limitó a hacer un lánguido gesto de fastidio, mientras su acompañante le miraba de forma penetrante antes de abordar la cuestión que le interesaba.
–Y dime, Lucius¿qué has decidido sobre mi propuesta?
La exquisita educación de Malfoy le impidió dejar escapar en ese momento un bufido de molestia.
–Mi querido Tom, –habló– no puedo más que repetirte lo que otras veces dije. Draco es todavía demasiado joven. Aún no ha cumplido diecisiete años.
Sin embargo, Lord Voldemort no era persona que se diera fácilmente por vencida.
–Pero lo hará dentro de poco. –le recordó a Malfoy– Otros más jóvenes que él están ya felizmente desposados. Aunque pocos de ellos gocen de todo lo que yo puedo ofrecerle a Draco.
–Lo sé. –admitió Lucius– Pero prefiero que mi hijo acabe sus estudios, ya lo sabes. Sólo le queda un año en Hogwarts. Y me gustaría que después eligiera una carrera. La que él prefiera.
Lucius hizo una pequeña pausa, observando con atención al hombre sentado frente a él. Tom Riddle, por todos conocido como Lord Voldemort, era un mago poderoso. Disfrutaba de una buena posición, ya que tenía más cámaras en Gringotts de las que los propios gobblins podían recordar. De modales refinados y cuidada educación, calculó Lucius que debía andar sobre la treintena. Gozaba del respeto de la comunidad mágica, aunque decían las malas lenguas que parte era debido al temor que inspiraba su particular inclinación hacia las artes oscuras, punto que jamás había sido probado totalmente. De todas formas, no era una cuestión que preocupara a Lucius en demasía. También en su familia había habido siempre una cierta tendencia hacia un tipo de magia de la que nadie se vanagloriaría en público. Tenía que reconocer que Tom Riddle era uno de los mejores partidos del mundo mágico.
–Draco es todo lo que tengo, Tom. –dijo Lucius suavizando la dureza de su mirada– Es mi mundo. Mi orgullo. No deseo verle marchitar su juventud en un matrimonio demasiado temprano, sin haberla podido disfrutar antes.
Malfoy dejó la ya vacía copa sobre la mesita, a su lado, y cruzó elegantemente sus manos sobre el regazo, meditando detenidamente lo que iba a decir.
–Sin embargo, tienes mi permiso para cortejarle y lograr interesar su corazón, si así lo deseas. Una acogida suya, como objeto de su elección, tendrá mi voto favorable. –Lord Voldemort asintió levemente con la cabeza en señal de que aceptaba las condiciones– Esta noche, como ya es tradicional, –prosiguió Lucius– Narcisa y yo damos una fiesta a la que asistirán personas de nuestra estimación. Por supuesto, estas invitado a ella, y de esta forma, mi hijo podrá conocerte.
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Draco estaba en la biblioteca de la mansión, sumergido en la interesante lectura de un libro sobre pociones, cuando Daphne apareció con un pequeño "plof" ante él.
–Su madre reclama su presencia, joven amo. –declaró la elfina con voz algo chillona.
–¿Dónde está? –preguntó éste cerrando con pesar su libro.
–En la salita, joven amo.
Draco atravesó los tres pasillos que separaban ambas estancias, con Daphne detrás, dando pequeños saltitos para poder seguirle el paso. Sólo esperaba que su madre no hubiera interrumpido su interesante lectura, solo para recordarle una vez más el protocolo de la fiesta. Se lo sabía de memoria.
–Oh, cariño, aquí estás. –dijo Narcisa sonriendo al ver entrar su hijo.
Draco se inclinó para besar a su madre en la mejilla.
–¿Me buscabas, madre?
–El joven amo estaba en la biblioteca, ama. –declaró Daphne sin ser preguntada.
Narcisa dirigió una mirada severa a la elfina, al tiempo que hacia un gesto a su hijo para que se sentara junto a ella en el sofá.
–Si, quería hablar contigo, Draco. –empezó Narcisa– Tu padre y yo hemos estado conversando y ha dejado en mis manos el asunto del que quiero tratar.
Narcisa tomó la mano de su hijo, gesto que puso a Draco en guardia.
–En poco más de un mes cumplirás diecisiete años, Draco. Alcanzarás la mayoría de edad.
–Sí, –chilló la pequeña elfina– recuerdo como si fuera ayer cuando me entregó al joven amo para que le cuidara. ¡Era un bebé precioso!
Narcisa dirigió otra severa mirada a la elfina, que parada junto a Draco, miraba a su hijo con verdadero embeleso. Le había cuidado desde que era un bebé y seguía haciéndolo. Lucius con frecuencia la amonestaba diciéndole que le permitía demasiadas confianzas a una elfina excesivamente descarada para su gusto. Y aunque Narcisa se lo reconocía, también le recordaba que no había nada que Daphne no estuviera dispuesta a hacer por su hijo. Sentía verdadera devoción por Draco.
–Dime, hijo¿has pensado alguna vez en el matrimonio? –preguntó.
Draco miró a su madre, aturdido. Aquella pregunta era la última que hubiera esperado.
–En realidad, no. –reconoció.
–Bien, tal vez ya sea tiempo. –Draco alzó elegantemente una ceja y por unos segundos Narcisa creyó ver a Lucius en ese gesto– Has asistido ya a las bodas de algunos de tus amigos y amigas. Desposarse a tu edad no es tan extraño, hijo.
–Lo sé, madre. –admitió Draco, algo confundido– Solo que... si las cosas no han cambiado, para casarse hay que tener antes una pareja, creo.
–Tienes razón. –Narcisa le sonrió con cariño, tratando de aliviar la tensión que aquella inesperada conversación parecía estar provocando en su hijo– El asunto es que hay alguien que se ha interesado por ti, Draco. Y tu padre le ha dado permiso para cortejarte, siempre y cuando él sea de tu agrado.
–¿Le conozco? –preguntó Draco intrigado.
–Tal vez le hayas visto alguna vez. –dijo ella– Se trata de Lord Voldemort.
La elfina soltó un estridente chillido.
–¡El mismísimo Lord Voldemort, joven amo¡Cuán afortunado es mi joven amo!
Draco se estrujó el cerebro, tratando de recordar al mago que causaba tanto entusiasmo en su elfina y que por el tono de la conversación, parecía no desagradar tampoco a su madre.
–Creo que no le recuerdo, madre. –dijo al fin.
–No te preocupes, cariño. Le conocerás esta noche. A tu padre y a mí nos agrada. Sin embargo, –recalcó– es a tu corazón al que debe prendar.
–Si vosotros consideráis que podría ser adecuado para mí, madre, entonces debo darle una oportunidad. –aceptó el joven.
Narcisa sonrió satisfecha y al mismo tiempo orgullosa de su hijo.
–Bien Draco, prepárate para la cena. Nuestros invitados no tardarán en llegar.
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Ron Weasley había secundado con entusiasmo el plan de sus dos amigos. A pesar de lo acaecido tan solo dos días antes en el Callejón Diagon. Tanto él como Harry se habían escabullido de casa con la excusa de ir con Dean a una discoteca muggle y con la promesa de no volver demasiado tarde. Los padres de Dean eran muggles, así que sencillamente les había dicho que se iba de marcha con sus dos amigos. La intención de los tres jóvenes no era la de buscar problemas, sino la de que su presencia pasara completamente inadvertida. La gracia de la hazaña estaba en colarse en la mansión Malfoy para después, una vez empezado el curso, vanagloriarse de ello y restregárselo por las narices a los Slytherins, especialmente por las de Draco Malfoy.
–No quiero pensar en lo que mi padre haría si llega a enterarse. –dijo Ron sin poder evitar sentirse algo nervioso a pesar de todo– Ya no digamos Hermione...
Harry sonrió ante la mención de su amiga. Después pensó que en su caso, sería su madre quien le impondría un severo castigo de llegar a enterarse, ya que estaba seguro de contar con la tácita aprobación de su padre. Aunque, con ese asunto de las multas, dudó por unos instantes sobre si a James Potter le haría mucha gracia que sorprendieran a su hijo en casa de su enemigo llegado el caso. El otro aliciente que le había impulsado hacia aquella descabellada aventura, había sido la insistencia de Ron y Dean en demostrarle que cuando una escoba se rompe, otra mucho mejor la sustituye y que seguramente en aquel baile encontraría montones de jóvenes tan atractivos e interesantes como el que ahora mismo causaba tanto sufrimiento a su corazón.
Las invitaciones que habían sustraído sirvieron para sortear las barreras anti-aparición que rodeaban la mansión de los Malfoy. Y una vez en la entrada nadie les detuvo, ya que los que hasta allí llegaban era seguro que habían sido invitados. Protegidos tras sus máscaras, atravesaron el señorial vestíbulo y siguiendo las indicaciones de los elfos al servicio de aquella casa, llegaron hasta el inmenso salón, inmerso ya en el bullicio del baile. Contemplaron atónitos la fastuosidad del fabuloso escenario que se extendía ante sus ojos. Magos embutidos en elegantes y refinadas túnicas; brujas engalanadas con sus mejores joyas y exuberantes vestidos; la orquesta al fondo, tocando una maravillosa pieza.
–Empiezo a pensar que no ha sido tan buena idea venir aquí. –gimió Ron, que a pesar de vestir la túnica de gala de su hermano Percy, no llegaba ni mucho menos a la altura de los ropajes que en aquel salón se exhibían.
–¡No seas paranoico, Ron! –susurró Harry dando un pequeño empujón para que atravesara el umbral del salón de una vez– Separémonos. –sugirió después– Prestad atención a los detalles y a los invitados para poder después recordarlos y que esas serpientes no puedan acusarnos de mentir sobre nuestra presencia aquí.
–Anda con cuidado y buena caza... –le dijo Dean con un guiño.
–No tengo ánimo para nada que no sea fastidiar, una vez en Hogwarts, a estos malditos Slytherins. –gruñó Harry.
–Pues yo pienso bailar y divertirme. –le replicó su amigo con una amplia sonrisa.
Y los tres jóvenes tomaron direcciones distintas, perdiéndose entre los invitados.
Draco tenía que reconocer que Tom Riddle era un hombre interesante. Elegante, educado y de conversación culta y amena. El rubio heredero sabía que su padre jamás le pondría en manos de alguien que no le inspirara la más absoluta confianza, así que trató de poner su mejor voluntad en encontrar en aquel mago el detalle que inspirara a su corazón para llegar a amarle. Estaba dispuesto a pasar por alto la diferencia de edad. Al fin y al cabo, más valía un hombre experimentado y saciado de la vida, que guiara su propia inexperiencia y deseara aposentar su vida junto a la suya, evitándole el disgusto de futuras infidelidades. Riddle era también un hombre rico. Su fortuna se igualaba a la de su familia o era incluso superior, por lo que ambos se desenvolvían en el mismo ambiente social. Por tanto, sus amistades probablemente tendrían muchos puntos de coincidencia con las suyas. Y lo que era más importante, contaba con la aprobación de sus padres. Además, Lord Voldemort era atractivo. Alto, de espaldas anchas y firmes. Draco, que era un joven alto, justo le llegaba a la barbilla. Su pelo era negro y lo llevaba corto, cuidadosamente peinado hacia atrás. Pero a pesar de su belleza, sus facciones eran agresivas y la dureza de su mentón le daba un aire autoritario. Sin embargo, fue en sus ojos color avellana, algo rasgados y brillantes, donde el joven Malfoy había encontrado la barrera que le obligaba a seguir buscando en aquel hombre un motivo que lograra atraerle y despertar algún sentimiento. Eran fríos e inflexibles y a pesar de las palabras amables que vertían sus labios, Draco sentía que su mirada le devoraba más allá del límite que dos personas que acaban de conocerse deberían permitirse. Mientras bailaban, el brazo de Riddle rodeaba su cintura de forma demasiado posesiva, manteniéndole tan pegado a él que resultaba embarazoso. Después de la tercera pieza, trató de encontrase con la mirada de su padre para hacerle saber que necesitaba ser sutilmente rescatado. No quería ofender al que de momento era tan solo un invitado, declinando continuar con un baile que Riddle parecía no tener intención de concluir. No obstante, tanto Lucius como Narcisa estaban muy ocupados atendiendo a sus invitados y ninguno de los dos apreció los discretos pero desesperados intentados de su hijo por llamar su atención.
–Se me permitís, señor y no tenéis inconveniente, os devolveré a nuestro anfitrión una vez me haya obsequiado con el baile que me prometió.
Un rápido destello de roja furia cruzó los ojos de Lord Voldemort. Pero solo fue un instante. Nada que el joven moreno en cuya mano depositó gentilmente la de Draco, fuera capaz de percibir. Por su parte, Draco, a pesar de que no recordaba haber prometido baile alguno, no pudo evitar sentirse francamente aliviado. La mano que ahora envolvía la suya, lo hacía de forma suave y amable. Y el brazo que le rodeaba, sólo le acompañaba, haciéndole sentir cómodo.
–Así que te prometí un baile... –dijo Draco para iniciar la conversación.
–En realidad, no. –confesó su nueva pareja– Pero te veías tan desesperado, que decidí comportarme como un caballero y acudir en tu ayuda.
–Me avergüenza haber sido tan obvio, –reconoció Draco con cierto apuro– aunque sin duda te lo agradezco.
Durante unos minutos se limitaron a evolucionar al compás de la bella melodía que en esos momentos sonaba en el concurrido salón. Sus movimientos eran tan armoniosamente sincronizados, que parecía que ambos estuvieran habituados a danzar juntos, compenetrándose perfectamente. Draco observaba en silencio a su inesperada pareja, tratando de adivinar el rostro que se escondía bajo la máscara, que sólo dejaba al descubierto su boca, delineada por unos labios sumamente tentadores.
–¿Te conozco? –preguntó al fin ante el prolongado silencio.
–Por supuesto. –fue la escueta respuesta.
Y viendo que su acompañante no parecía muy dispuesto a seguir con la conversación, decidió insistir.
–¿Tenemos amigos comunes?
Una sincera sonrisa surcó los labios de su acompañante, antes de torcerse en una pequeña mueca.
–No precisamente amigos, pero digamos que si conocidos.
Y tras sus palabras, un nuevo silencio que empezó a exasperar un poco a Draco.
–O eres demasiado tímido o no tienes habilidad para la conversación. –le dijo en tono irónico al cabo de pocos segundos.
El joven moreno sonrió nuevamente y por primera vez, Draco logró atrapar la esquiva mirada que se escondía tras la máscara. Sus ojos eran verdes. Hermosamente verdes.
–Ninguna de las dos cosas. –respondió su acompañante sin perder la sonrisa.
–Entonces¿por qué te empeñas en ocultar tu identidad? –quiso saber Draco.
El otro joven tardó unos momentos en responder, como si considerara cual debía ser su respuesta.
–Porque temo que en cuanto la averigües, vas a mandarme al otro extremo del salón de un contundente Expelliarmus. –susurró el moreno esta vez junto a su oído– Y por increíble que pudiera parecerte si la conocieras, deseo seguir gozando de tu compañía.
Su voz había sonado tan particularmente intensa, que por un momento Draco sintió un remolino de calor extenderse por su cuerpo, para acabar concentrándose en sus pálidas mejillas. Calor que pronto se convirtió en una pequeña hoguera, a razón de las palabras que siguieron.
–Porque jamás esperé que verte aquí esta noche pudiera enredar mi corazón de tal forma. –continuó susurrando su acompañante– Que tus ojos atraparían los míos y desearían que todos los amaneceres fueran grises, para no olvidarlos. Y que ese gris se extendiera hasta el anochecer, para que la plata que ilumina el cielo siguiera recordándomelos hasta el siguiente amanecer. Y al mismo tiempo, desearían una noche eterna, donde la luna desplegara su pálido brillo evocando la hermosa palidez de tu piel. Rivalizando sus tenues rayos con la suave cascada que enmarca tu rostro.
Por Merlín que Draco ya no sabía si le prefería callado o haciendo gala de esa oratoria cuya ausencia segundos antes le había reprochado. Porque cada palabra pronunciada llenaba su corazón del ansia de oír más. Aquella voz arrullaba sus sentidos en una deliciosa complacencia, alborotando sentimientos hasta ese momento ignorados. No había apreciado el momento en el que, mientras le hablaba, sus mejillas se habían rozado hasta quedar apoyadas la una en la otra, y aún así, se dio cuenta de que no deseaba apartarla. Ni recordó el instante en que la cortés distancia que hasta entonces habían mantenido, había desaparecido para dejar que sus cuerpos tomaran conciencia el uno del otro. Tampoco le molestó, como había sucedido con Riddle, que su brazo ahora le rodeara de forma más estrecha, haciendo aquel gesto más íntimo y sin embargo, sintiéndolo tan natural.
–Vine a ahogar mi pena por un amor que terminó –musito su acompañante finalmente cuando la música cesó y ambos tuvieron que separarse– y me marcharé ahogándome en otra por uno que nunca podrá empezar.
Pero cuando el joven moreno hizo gesto de retirarse, Draco le detuvo.
–Mi habitación está en el ala norte, justo frente al jardín de acacias. –dijo lentamente, apenas arrastrando cada sílaba– Las puertas de mi balcón estarán abiertas.
Draco pudo apreciar perfectamente la sorpresa, y después el entusiasmo que brillaron en los ojos de su anónima pareja de baile.
–No creas que vas a desaparecer de aquí tan fácilmente, sin que antes yo descubra quien eres. –le advirtió Draco alzando una ceja en actitud retadora.
–¿Y si el descubrimiento no te gusta? –preguntó a su vez el moreno.
–Me arriesgaré. –una amplia sonrisa iluminó el rostro de Draco– Espero que hayas traído escoba.
Blaise Zabini se había cansado de dar vueltas por el salón, contemplando aburrido el entusiasmo que se desplegaba en la pista de baile. No le gustaba bailar. Se había pasado la noche esquivando a cuantos y cuantas pretendían acercarse a él con el propósito de invitarle a hacerlo. Así que se había entretenido haciendo una de las cosas que mejor sabía hacer: observar. Había estado miles de veces en aquel salón. Sus padres eran íntimos amigos de los Malfoy y por tanto, él y Draco se conocían desde niños. Habían crecido juntos. Ingresado en Hogwarts juntos y como no podía ser menos, los dos eran Slytherin. Blaise siempre había sido muy protector con Draco, y junto con aquellas dos cabezas huecas de Crabbe y Goyle, le habían apartado y defendido de cuantas triquiñuelas y maquinaciones aquellos malditos Gryffindor habían tramado contra ellos durante los últimos seis años. A veces Draco le decía con cierta sorna, no exenta de razón, que el Malfoy debía haber sido él, ya que su sangre hervía mucho más deprisa que la suya propia cuando el apellido Potter era nombrado. Y era cierto. Blaise odiaba tan profundamente a los Potter como si fuera su propio apellido el enfrentado a esa familia de magos.
Siguió con la mirada al joven moreno que acaba de dejar a Draco con una sonrisa en los labios, preguntándose quien sería aquel que había sido capaz de derribar la fría fachada que su amigo solía mantener en público. Porque esa no era su habitual sonrisa de compromiso, sino totalmente radiante y sincera. Decidió no perder al moreno de vista mientras se escabullía entre los invitados en dirección a la entrada del salón. Un joven pelirrojo de aire nervioso le esperaba allí. O eso creyó, porque ambos entablaron conversación inmediatamente. Por su aspecto, debían tener su misma edad. Y mientras les observaba, la comprensión llegaba poco a poco a su mente. Cuando un tercer joven de color se les unió un par de minutos después, apretó sus puños con rabia. Ya pocas dudas le quedaban sobre la identidad de aquel joven. Tal vez a él solo no hubiera sido capaz de identificarle. Pero verle junto a sus acompañantes confirmaba sus sospechas. ¿Cómo se atrevía aquel miserable a venir hasta allí con sus amigos, cubierto con aquel grotesco antifaz para hacer burla y escarnio de aquella brillante fiesta¡Por su honor que le molería a maldiciones sin ningún remordimiento!
–¿Qué sucede, Blaise? –Lucius Malfoy detuvo al alterado joven en su camino hacia las puertas del salón– ¿Te ha dado plantón alguna linda muchacha?
–¡Señor Malfoy, ese es un Potter! –respondió Zabini señalando sin reparo hacia donde se encontraban los tres Gryffindor– ¡Seguramente ha venido para burlarse de su fiesta!
Lucius dirigió la mirada hacia donde el amigo de su hijo señalaba, pero nada en su expresión dio a entender que la afirmación del furioso joven a su lado le preocupara.
–¿Es el joven Potter? –preguntó.
–¡El mismo¡Y los otros dos son Weasley y Thomas!
–Cálmate, Blaise. –le apaciguó Lucius– Déjale en paz puesto que se comporta con corrección. Y nada más lejos de mi intención que causarle en mi casa cualquier agravio que después pudiera derivar en agravios más serios con su padre. –sus ojos grises se endurecieron en una serie advertencia– Así que compórtate y no te ocupes de él.
Blaise asintió en silencio, sintiendo la sangre agolparse en sus sienes de pura rabia. ¡Era una vergüenza¡La presencia de Potter allí, una verdadera afrenta! Y aunque ahora se viera en la obligación de obedecer a su anfitrión y tragarse su cólera, ya encontraría el momento en el que aquella intrusión pagaría su justo precio.
Draco había llamado a su elfina tan pronto su misterioso acompañante le había dado la espalda y le había ordenado seguir al joven y averiguar su nombre. No le gustaba jugar con desventaja. A Daphne no le había costado mucho mezclarse con los demás elfos que iban de un lado a otro sirviendo a los invitados y pulular alrededor de los tres jóvenes enfrascados en una conversación que creían privada, mientras se dirigían hacia vestíbulo para abandonar la mansión. El nombre del joven moreno era Harry y así se lo hizo saber a su amo tan pronto volvió a su lado. Porque temo que en cuanto la averigües, vas a mandarme al otro extremo del salón de un contundente Expelliarmus, recordó Draco. Esas habían sido sus palabras. Un nudo ahogó su garganta al entender que el que podía ser su primer amor, había nacido de su primer odio. Demasiado pronto su corazón le había aceptado y demasiado tarde le había conocido, cuando ya se lo había arrebatado. ¡Sorprendente principio de amor, que tuviera que enamorarse de su aborrecido enemigo: Harry Potter!
