I: Las sombras del desierto

Temari paró su carrera y comenzó a ascender. En las ramas más altas encontró un lugar perfecto: dos ramas que se bifurcaban con un espacio lo suficientemente amplio para manejarse con soltura.

Desató su abanico, que llevaba cruzado en el pecho, y lo abrió extendiéndolo en el espacio entre las dos ramas. Depositó allí su carga.

Con presteza descendió de nuevo para llenar el tronco de sellos, trampas y avisos. Así sabrían si alguien se aproximaba. No era momento de bajar la guardia. Cuando terminó, regresó rápidamente a la plataforma conformada por su abanico, abierto como las alas de las cigarras.

Shikamaru gemía débilmente. Si por Temari fuera no habría parado hasta llegar al puesto de guardia, pero la laxitud del ninja le había alarmado demasiado. Podía ser un maldito vago, pero siempre procuraba al menos mantener su pose. Observó su rostro con preocupación. Ahora no parecía tener energía ni siquiera para rezongar.

Cuando abrió los ojos al fin, se encontró con Temari manipulando el estuche de utensilios médicos. Con un kunai intentaba abrirle una brecha a una de las agujas para aplicar veneno.

— ¿Cuánto tiempo ha sido esta vez? — susurró.

Temari se volvió hacia él, y le tomó las constantes. Shikamaru se dejó hacer con calma, no tenía fuerzas ni para sentirse incómodo.

— Seis horas — contestó ella, volviendo a su tarea mientras sus nervios aumentaban.

Shikamaru se quedó en silencio. Sus cálculos nunca fallaban.

— Eso quiere decir que en dos accesos de sueño más estaré muerto.

Temari se estremeció.

— ¿Por qué tienes que ser tan insoportablemente calculador?

Rebuscó en su pelo rubio hacia la nuca, donde arrancó tres cabellos. Había conseguido aquel agujero, por el que pasó las tres hebras. Desprendió del chaleco y levantó la camiseta a Shikamaru, que evadió su mente hacia las nubes, previendo lo que quería hacer Temari.

Estaban realmente alto, y el viento azotaba las ramas trazando arabescos de sombra. Cuando Shikamaru notó aquellos puntos deslizarse por su carne se estremeció, pero no dijo nada. El acceso de sueño estaba volviendo. Primero se había desmayado una hora. Después tres. Ahora seis. El veneno trabajaba a un ritmo cíclico. Si seguía así, las siguientes dos recaídas serían letales. Parpadeó intentando despejarse.

— Temari-san, ¿a cuánta distancia estamos de la base?

— Cállate. Me molestas — espetó Temari mientras ataba los puntos. No quería pensar en ello.

— Teniendo en cuenta tu velocidad y la orografía del terreno... — continuó jadeando Shikamaru, tratando de hacer cálculos. Notaba cómo se le esfumaba la consciencia — sólo has recorrido una tercera parte. Si sigues con mi peso en tu espalda no llegarás a tiempo...

— He dicho que te calles.

Temari estaba escalofriada, cubierta por el sudor frío y azotada por el viento. La espalda, resentida, le envió dos pinchazos de dolor cuando se inclinó para cortar el último punto. Ya sabía que no sería capaz de salvarlo si seguía corriendo a ese ritmo cargando a Shikamaru. Virtió desinfectante en un paño limpio y lavó con mimo la carne herida. Era incapaz de abandonar.

— Temari...

Se encontró con los ojos de Shikamaru que parecían suplicarle, al tiempo que intentaban convencerla como si fuese una niña pequeña. Aquellas dos emociones, contenidas en la expresión del ninja, la pusieron furiosa y le provocaron una honda pena a la vez.

— No seas ridículo — contestó, volviendo a abrochar el chaleco verde.

— Sabes que... sabes que no hay otra...

— Me parece que me estás subestimando, genio.

Shikamaru no pudo aguantar más. Se abandonó al sueño.

Mientras reemprendía su carrera se preguntó por qué Shikamaru tenía que ser siempre así. Ya le había dicho que no se entrometiese en sus misiones. Pero él siempre estaba allí. Lo había hablado millones de veces con Gaara, ella no necesitaba ninguna protección extra. Pero su hermano no opinaba lo mismo, y le había pedido a Tsunade su mejor jefe de equipo.

Y tenía que ser precisamente Shikamaru. Con lo irritante que resultaba tenerlo siempre cerca... Temari se escapaba de su mando cada vez que podía, emprendiendo caminos sin trazar en el mapa, sólo para darle en las narices con sus logros individuales. Aun así, él siempre tenía una frase "genial" con que dejarla por debajo.

Era su combate en el que Shikamaru se había metido. Es verdad que estaba contra las cuerdas, completamente inmovilizada, pero tenía algunos planes... al menos eso quería recordar... la flecha de metal entonces impactó en carne y hueso, pero no eran los de Temari. Dichoso metomentodo... el látigo de chakra que lanzó Temari con su abanico ya había alcanzado el cuello del atacante cuando se dio cuenta del ninja que se encogía en el suelo y caía inconsciente.

Tuvo que desgarrarle el costado cuando le arrancó la flecha de vuelta. Normalmente bastaba con quebrar un extremo y tirar por el contrario, pero aquella saeta era de metal. Shikamaru no se quejó apenas, pero la hemorragia redobló su caudal, permitiendo al veneno correr libremente.

Maldito calculador...

Estaban muy cerca, y a Temari se le estaban acabando las posibilidades. El modo en que viajaba ahora, a cielo abierto y por las dunas, sin prestar demasiada atención a los ataques a distancia, no era demasiado prudente. Pero estaba centrada en llegar hasta la base, no importaba el riesgo.

Las dunas escondían trampas, y últimamente estaba activándolas todas. Pero no prestaba atención a los dardos que se clavaban en su piel, o al molesto zumbido de los oídos después de las explosiones. Casi no le quedaba chakra, aquella forma de desplazarse era agotadora. Pero cada vez que utilizaba un impulso, se empujaba a efectuar el siguiente, y el siguiente, y el de después. Además no soplaba apenas viento. Una tarde endiablada.

A su espalda surgió una sombra. Ya casi era de noche. El ninja que la perseguía más de cerca se impulsaba con unas alas de tela y madera, haciéndolas crepitar contra el aire del desierto. No eran muy silenciosas, pero sí implacables. Temari se dio cuenta de que no había defensa perfecta en aquel caso.

Hizo agitarse con sus últimas fuerzas el abanico. Llevaba toda la tarde planeando de rodillas sobre él, utilizando su fajín para sujetar a Shikamaru a su espalda cada vez que descendía para dar una nueva batida. Pero parecía que el desierto hoy no quería ayudarla. No soplaba la mínima brisa, y las pocas corrientes de aire frío que sabía situar se estaban parando con la noche. Era la última batida de su abanico, y lo sabía. Pero no podía hacer nada más.

Desesperada, apretó los dientes mientras oía cada vez más cerca las malditas alas de tela crujiendo y avanzando a gran velocidad. Los sellos explosivos no servían, ni siquiera lanzándolos de cerca. Aquel ninja usaba una lanza que los partía en pleno vuelo. Esa era su estrategia: tajar a distancia desde el aire, desde allá donde no le podían alcanzar.

Las luces suaves del puesto de guardia surgieron ante ella, brillando a la sombra de las palmeras, pero sabía que no podría llegar. Mantuvo la vista fija en el objetivo mientras alcanzaba su último kunai para lanzarlo contra la baliza de aviso, por encima del borde de la tela.

No le costó demasiado verla, porque estaba acostumbrada a buscar entre la arena. Intentó que el crepitar de las alas que ya estaban prácticamente tras su espalda no la desconcentraran, y llevó el kunai hacia atrás, sudando violentamente. Dio en el blanco con su único tiro, y mientras el reguero de arena corría hacia la base no pudo reprimir un grito de victoria.

La cuchilla tajó la espalda desde el hombro derecho hasta la cintura, separando los dos bordes de carne con su filo dentado.

Temari chilló mientras caía hacia delante. La sangre caliente le desbordó por los costados y los brazos despertándola del entumecimiento, pero haciéndola temblar de dolor. El abanico dejó escapar el reguero por sus pliegues, trazando un obsceno rastro en la arena del desierto.

Intentó darse la vuelta mientras permanecía a gatas sobre Shikamaru, manchándolo con su sangre. Lo había puesto bajo ella para poder defenderlo con más efectividad. Pero ahora se sintió avergonzada mientras la sangre que le resbalaba por los brazos empapaba el chaleco del ninja. Notó cómo sus ojos se inundaban de lágrimas de rabia e impotencia. Pero no se iba a dejar humillar de ese modo. No le iba a conceder a su enemigo ese lujo. Se frotó los ojos con el dorso de una mano, tintando su rostro en rojo, mientras se arrodillaba protegiendo a Shikamaru y le daba la cara al ninja rival. No era ella quien iba a morir dándole la espalda a su enemigo. Y menos llorando.

Se encontró con un rostro embozado que le miraba fríamente. Tenía la lanza tomada con las dos manos, y descendía al ritmo del abanico. Ya le fallaba el impulso. Sintió cómo sonreía bajo el embozo.

— No te quedan armas.

— Lo sé — contestó ella, sin dejarse llevar por el pánico, ofreciéndole la mirada más dura que pudo.

— No te queda chakra.

— Lo sé.

— No te preocupes. Nadie te oirá gritar en el desierto.

— No pienso darte ese placer.

El ninja llevó hacia atrás su lanza.

— La verdad es que los tienes bien puestos...

Temari pudo oír el filo deslizándose por el aire helado de la noche. Alzó la mirada hacia el cielo, no porque tuviera miedo, sino porque el firmamento de la noche del desierto le encantaba. No entendía la afición de Shikamaru por las nubes, porque en el desierto no las había prácticamente nunca. A Temari le parecían un estorbo para ver las estrellas. Pero era mirar al cielo, al fin y al cabo. Disfrutaba subiendo a la cúpula de la torre del Kazekage para aspirar el aire congelado mientras trazaba miles de dibujos en las constelaciones. Quizá a Shikamaru le hubieran gustado. Quizá debería habérselos enseñado.

El viento le acarició ascendente las mejillas secas, mientras sentía el ceder del abanico a la gravedad. El silbido estaba ya en su cuello. Se despidió del cielo con los ojos abiertos y la cabeza bien alta. Aunque estuviera a punto de desmayarse. Aunque ya hubiera perdido tanta sangre que no podía mover los brazos.

Oyó la carne ensartada, oyó el desgarro de músculos y el ahogo que provocaba la sangre en la tráquea con monstruosos gorgoteos.

Pero esta vez tampoco era su carne.

Llevó la mirada hacia el frente con rapidez. El ninja enemigo descendía en picado, dejando prendidas en el aire gotas de su sangre. Siguió su caída con la vista. Debajo de él, un tentáculo oscuro se retraía hasta quedar oculto por la sombra del abanico.

Entonces lo vio. Unos brazos rodeaban su cintura, y las manos conformaban en su vientre un sello. Shikamaru se había alzado de rodillas tras Temari en silencio y su Kagenui había perforado con rabia el cuerpo del enemigo, aprovechando la gran sombra mortecina del abanico de Temari.

— Al fin y al cabo hacemos un gran equipo — oyó Temari que decía, deshaciendo lentamente el sello. Tenía las manos cubiertas de la sangre de ella —. Deberíamos pelear menos y cooperar más...

Una mueca de dolor le azotó el rostro, haciéndole retorcerse y gritar mientras se doblaba sobre el costado herido. Se desvaneció de inmediato. Temari se sacudió el adormecimiento de golpe, y desterró el dolor que le partía la espalda para inclinarse hacia él.

— No me jodas, Shikamaru... Ahora no...

El abanico se posó al fin. Pero no sobre el suelo. Tres ninjas de la Arena ya habían llegado a recibirlo, y lo llevaron sobre sus cabezas velozmente hacia la base.