Desde muy pequeña había soñado con viajar, visitar muchos lugares de cada continente, conocer muchas culturas, sentir las cosquillas en su estómago antes de coger su primer vuelo, tener dificultad para entenderse con la gente local y desear no volver a casa nunca. Todo eso estaba muy bien, pero sentía un dolor muy profundo en su interior cada vez que pensaba que eso jamás podrá pasar, y en realidad, pensar en ello estaba recientemente calificado como tortura emocional por su parte, pero no podía evitarlo. Había sido muy joven cuando todo empezó, o mejor dicho: había sido muy joven cuando todo empezó a acabar.

Su vida no había sido nada fácil hasta ahora, de hecho, también desearía hablar con una adolescente como ella, esperar a que esa persona le contara todos sus problemas, problemas que la gente normal tiene a esa edad, y cuando hubiera terminado, Ellie contaría su odisea. En realidad, Ellie también era una chica normal, lo que había sido y es diferente, era su vida. ¿Tener una vida anormal te hace anormal? Para nada, no había sido culpa suya nada de lo que había pasado, y mucho más importante: no había sido culpa suya nada de lo que le había pasado a ella.

Estaba mirando a través de la ventana de una cabaña. Pensaba, como no, en algo que jamás volvería a pasar. Y es que les costaba mucho a los supervivientes pasar página, sabían que era una tontería seguir lamentándose o seguir teniendo la esperanza de que todo iría a cambiar, pero no lo aceptaban. No lo aceptaban porque todo aquello era muy injusto. Pensaba en la última vez que pudo celebrar el cumpleaños con sus amigos. Al principio, tenía demasiados buenos recuerdos como para que las penas y la tristeza la invadieran instantáneamente. Ese último cumpleaños fue el mejor que recordaba, habían ido pocos amigos, porque era verano y muchos de ellos se encontraban de vacaciones en Carolina del Norte, Georgia o Florida. Aun así, había sido el mejor, porque Riley había estado allí.

Pese no haber conocido a su madre, siempre la tenía muy presente en su corazón, cuando tenía que enfrentarse a situaciones difíciles, cerraba los ojos y pensaba en ella. Técnicamente, sí que la conoció, aunque tan solo tenía un día de vida cuando ella murió. Sin embargo, todo eso no estaba tan mal. Bueno, sí que lo estaba, pero sin duda, la zona de cuarentena de Boston era mucho peor.

Dejó de mirar por la ventana, se había cansado ya de aquel paisaje, no porque le recordara bastante a Lakeside, que también, sino porque ya llevaba bastante tiempo contemplándolo. Estaba en Alaska, en un pequeño pueblo cubierto por la más densa nieve. Se levantó de la silla y se dirigió a la chimenea, cuyo fuego poco a poco se estaba consumiendo. Prendió la madera que esa misma mañana había recogido, se sentó en el suelo, al lado de la llama. Se había vuelto una especialista en coger leña, había practicado en Wyoming con uno de las hachas que había en la presa, uno de los que había metido en la mochila la noche en la que se fue de ella. Al principio costaba bastante, pero después fue dándose cuenta de que no era todo cuestión de fuerza, instinto de supervivencia, supuso. Aun así, el hacha pesaba mucho, y eso hacía que al llevarla en la mochila acabara doliéndole la espalda al final del día, a veces echaba mucho de menos los analgésicos.

La cabaña no tenía nada especial, simplemente era una de las primeras que había visto, y era tontería buscar alguna otra cuando esa misma iba a cubrir sus necesidades más básicas. Miró su reloj de muñeca. Lo había encontrado hace un año cuando fue a Los Ángeles. Y es que aunque no pudiera ir más allá del país, sí que de vez en cuando cogía el coche e iba a varios sitios. Pues bien, lo había encontrado en uno de los bares de la playa, en uno que se llamaba "Coconut Tree". Se lo adueñó porque era un reloj muy clásico, como a ella le gustaban, y desde entonces no ha fallado ni una sola vez. Tampoco se lo ha quitado ni una sola vez, en cambió tenía la esfera de cristal un poco picada por algunos golpes, gajes del oficio, pensó.

El reloj decía que eran las siete de la tarde, aunque allí parecía que de madrugada, apenas se veía fuera si no llevabas luz alguna. Iba a pasar allí la noche, y saldría por la mañana muy temprano, estaba muy bien preparada contra el frio, con lo que eso no supondría ningún problema. Acercó sus manos al fuego y las frotó. Le encantaba esa sensación, se sentía como en casa, por decirlo de alguna forma. Aunque para sentirse como en casa necesitaba algo más. Algo que no era un objeto material. Algo, que más bien era Alguien. Alguien que no era ni su difunta madre, ni ningún amigo, ni siquiera Riley. Echaba tanto de menos a Joel.

Había llevado consigo un saco de dormir en una de esas mochilas que llevaban senderistas, montañeros, o excursionistas. Era un saco de dormir bastante cómodo, que se podía fácilmente confundir con una de las mejores camas si estabas muy cansado. Ellie siempre estaba cansada. No paraba, siempre de aquí para allá, y de allá para más lejos. Y es que eso era lo que le hacía sentirse viva. ¡Qué demonios! Eso era lo que le hacía ESTAR viva. Aún recordaba la triste vida que llevaba en Boston en la zona de cuarentena, todo el día en su cuarto, esperando. ¿Que qué esperaba? No lo sé, Ellie siempre esperaba. Esperaba que pasara algo, bueno o malo, pero esperaba. Esperaba que los infectados tomaran la zona de cuarentena, o que Riley nunca se fuera de su lado, pero esperaba.

Y ahora, lo que más esperaba, era reunirse con Joel.

Desplegó su "cama de lujo último modelo en tiendas" y se tumbó en él. Volvió a mirar el reloj.

Demonios, ¿Sólo habían pasado dos minutos desde la última vez que lo había consultado?

Ellie esperaba, pero es que ya llegaba el punto en el que el tiempo pasaba como cien millones de veces más lento, y esperar se volvía insufrible. Era muy pronto para irse a dormir, cuando aún tenía trece años siempre se iba tarde, aunque la regañaran. ¿Por qué? Porque Riley siempre llegaba y hacían una pequeña visita prohibida de las suyas. Al menos hubo decenas de esas visitas hasta la última visita, y cada una de ellas era mejor que la anterior. Dolía mucho pensar en eso, así que Ellie desvió sus pensamientos.

Poco a poco fue teniendo sueño, y decidió probar la técnica tan conocida de contar ovejas para quedarse dormida, pero acabó contando chasqueadores. Sí, chasqueadores. De hecho, le hizo gracia y mostró una sonrisa. Después, se quedó dormida, y soñó con mono y jirafas, pero también con luciérnagas.

La última vez que había sonreído había sido hace seis meses o incluso menos, cuando Joel se había disfrazado de payaso un día que ella estaba mala. Era muy irónico, porque pese a ser inmune a la infección que todo había arrebatado, era muy propensa a coger otras infecciones que conducían a leves enfermedades. Pues bien, ese día tenía un virus intestinal, que apenas dejaba que saliera de su cama, y Joel se visitó de payaso para intentar hacerla reír. Claro que lo consiguió, pese a dar un poco de vergüenza ajena, había conseguido que se riera a carcajadas, y que tuviera que suplicarle que parara porque no podía reírse más. Era increíble lo que Joel podía llegar a hacer por su bienestar, pero por supuesto, eso era recíproco.

Ellie despertó a la mañana siguiente. Le habían despertado los débiles rayos de sol que cruzaban la ventana y la daban los buenos días. Se desperezó y estiró más de tres veces (siempre lo hacía al despertar por la mañana) y se puso en pie. Salió al pequeño patio que tenía la cabaña, donde caía a través de un conducto oxidado el agua procedente de la descongelación de la nieve y hielo. Allí fue donde se lavó. El agua estaba más que helada, pero pudo aguantar, a esas alturas de la vida, ni ella ni nadie estaba como para ponerse exigente, aunque esperaba fielmente no coger una pulmonía.

Se volvió a vestir y entró de nuevo a la cabaña. Pensó en llevar con ella varios de los trozos de madera que el fuego no había consumido por completo, pero pesaban bastante y la cansarían y retrasarían demasiado (bastante tenía ya con el hacha). Metió todas sus pertenencias en la mochila y cerró la puerta de la cabaña. Tal vez, volvería ahí de nuevo, cuando hubiera recogido a Joel y se dispusieran a volver a Wyoming.

El día había empezado bien, porque la nieve no dificultaba sus pasos, y seguramente ese día podía recorrer más distancia de la que tenía pensada, y eso era bastante positivo, porque tardaría menos días en llegar a su destino: Anchorage. No tardaría demasiado en alcanzar la ciudad, según sus cálculos, tres días más. El mayor de los problemas estaba dentro de Anchorage, la ciudad había sido tomada por un grupo de cazadores, que para colmo cada vez era más numeroso, y no dejaba salir de la zona a un pequeño grupo de supervivientes.

Hacía al menos cuatro meses que la presa de Tommy había recibido un pequeño mensaje de socorro por parte de esta gente. Habían conseguido dar con ellos porque habían dejado un mensaje grabado en una frecuencia de radio que la esposa de Tommy escuchó al sintonizar tal frecuencia. Carlos, Bryan, Michael, su mujer, y Joel habían ido en su ayuda. Hasta ahí, todo bien.

Muy a su pesar, Ellie había aceptado que Joel partiera, al fin y al cabo esa gente necesitaba su ayuda. Pero no fue hasta un mes atrás cuando recibieron un nuevo mensaje de la misma forma. Al parecer, el grupo que partió de la presa llegó a su destino sin apenas ningún recalcable incidente, pero una vez en Anchorage habían sufrido una emboscada, y ahora estaban atrapados junto a los supervivientes locales. Pero eso no era todo, Michael decía en el mensaje que Joel estaba muy herido, y que no sabían qué iba a pasar con él.

Al escuchar eso, un fuego interior consumió en cenizas a Ellie. Ella había sido capaz de mantener a Joel con vida en aquel centro comercial de Colorado dos años atrás, Joel era muy fuerte y podía aguantar, sabía que podía. Sin embargo, la misma noche de conocer esa noticia, algo invadía los pensamientos de Ellie, no podía quedarse quieta esperando. ¿Esperando que? ¿Esperando que Joel se muriera? No podía permitirlo.

Dudó sobre qué hacer durante bastante tiempo, analizando ventajas e inconvenientes, pensando qué sería lo mejor para todos ellos. Y aunque todo eso apuntaba a que debía quedarse: Ellie hizo lo contrario, al fin y al cabo, debía su vida a Joel.

Esa misma madrugada, salió de la presa ella sola, sin saber si lo lograría, sin saber si volvería. No se despidió de nadie, pero fue consciente de que María la vio desde una de las ventanas de la los dormitorios de la presa. No le impidió nada, porque sabía lo testaruda que Ellie era, y con tan solo una sonrisa, le dijo adiós con la mano.

Montó en su coche, un Saab todo-terreno. Había sido un regalo de Tommy y María por su dieciséis cumpleaños, y es el que llevaba en sus breves viajes por el país.

Él último de ellos había sido el Lago Míchigan, después de conducir durante horas sin parar, tomaron la carretera de Milwaukee, porque ir a Chicago era demasiado peligroso. Pararon en una ciudad bonita y pequeña, teniendo mucho cuidado y el maletero del Saab lleno de armas, claro, y se bañaron en el lago durante bastante tiempo. Chicago se levantaba a su derecha mientras salpicaba agua a sus amigos de la presa. No lucía, y la mitad se sus rascacielos estaban en ruinas, o caídos apoyados unos sobre otros, como ya vio en Boston tiempo atrás. Se lamentaba por no haber podido ver la ciudad cuando aún estaba sana y salva, habría sido impresionante supuso.

Uno de sus amigos era Charlie, era afroamericano, y le consideraba su mejor amigo de la presa. Había venido junto a sus padres desde Orlando, Florida. Pese a ser dos años mayor que Ellie, se entendían muy bien, y había sido de gran ayuda emocional en muchas ocasiones.

Otros de sus amigos eran Jack y Sophie. Eran pareja. Encontraron la presa de casualidad, iban hacia Montana los dos solos cuando se toparon con el refugio, y allí se quedaron. La presa tenía electricidad y agua, y hacía que sus supervivientes optaran a la misma calidad de vida que tenían en sus casas antes de la infección.

Y por último estaba Nara, que era su mejor amiga, que duda cabía. Ellie no encontraba palabras para describirla, simplemente era perfecta, lo mejor. No cambiaría a ninguno de ellos por nada del mundo, ni si quiera por viajar, o por algún otro sueño suyo.

Casualmente, fue en Montana donde Ellie se topó con los primeros cazadores, en una ciudad donde descansó durante dos días y tres noches: Missoula. Tras una persecución en coche por las calles de la ciudad, Ellie consiguió despistarles y se dirigió a Canadá, un país que le fascinó. Pasó menos tiempo del que la hubiera gustado en Calgary, y se juró así misma que volvería tarde o temprano, con los chicos y chicas de la presa. Sin embargo fue en un pueblo de la frontera de Alaska y Canadá donde su Saab se averió y tuvo que continuar andando, pasando la noche en cabañas, pueblos, o donde hubiera un techo que la mantuviera a salvo de cazadores e infectados.

Y es que parecía que Alaska estaba a salvo de chasqueadores o simples infectados, no es que no hubiera ninguno, que sí que había, pero muchísimos menos. Aun así se hacía difícil avanzar a pie. En muchas ocasiones les escuchaba y corría a esconderse sin hacer el más mínimo ruido, y es que algo había cambiado entre ella y los infectados: ya no les tenía miedo, y huir de ellos era algo más que normal. Sin embargo a veces pensaba que ponía su vida en peligro, que se arriesgaba demasiado y que cualquier día iba caer ante el enemigo.

Algo que también le había llamado bastante la atención sobre Alaska era que las distancias se hacían más largas que en el mapa. Por eso, cuando entró en la siguiente ciudad y vio un cartel indicativo que decía "Palmer", supo que para el día siguiente, ya habría llegado a Anchorage. La emoción la invadió de arriba a abajo, era una sensación fascinante. Tan solo habían pasado dos días desde que dejó aquella cabaña, y como estaba tan cerca de su destino, decidió que no descansaría esa noche.

Caminó toda la noche, no tenía tiempo que perder, las carreteras de Alaska estaban vacías del todo, ni si quiera había coches saqueados en mitad de ellas. Cada vez estaba más cerca de la ciudad, en ese momento, un cartel indicó que faltaban 2 millas para llegar, y Ellie empezó a caminar más rápido. De pronto, se paró en seco, no es que hubiera visto o escuchado algo, simplemente no se había puesto a pensar previamente donde iría a buscar a Joel, no sabía en qué parte de la ciudad estaba y desde la carretera parecía enorme. Llegó un nudo a su garganta y Ellie tragó, era muy molesto, y sus ojos se empañaban.

Sin poder contenerlo más, se tiró de rodillas al suelo y comenzó a llorar y a pensar que todo eso le venía muy grande, y pensó en sus amigos y en Joel, pero sobretodo en Joel. Apoyó su espalda en el asfalto de la carretera y suspiró mientras se secaba las lágrimas. Miró al cielo, era todavía de noche, todo estaría oscuro si no fuera por las leves luces que llegaban hasta ahí desde algún edificio de Anchorage.

Tras unos minutos, dejó de llorar, cogió aire fuerte, se secó las lágrimas por última vez y se incorporó. Una vez sentada sobre la carretera miró al cielo que cubría la ciudad, y algo pasó que le hizo quedarse sin respiración: una bola de fuego iluminó el cielo, dejando ver todo tipo de detalles a su alrededor, y tras unos segundos se esfumó, dejando ahora una nube de humo apenas visible en la oscuridad de la noche. Ellie se levantó del suelo y no le dio tiempo a preguntarse qué había sido eso cuando vio un avión salir de detrás de la ciudad, probablemente del aeropuerto.

Era un avión militar y estaba despegando. Pese a saber lo inútil que eso iba a ser, Ellie levantó los brazos y chilló. Chilló hasta que su garganta estuvo a punto de explotar y lloró de nuevo. No es que fuera una chica débil, todo lo contrario, lloraba porque era muy fuerte y aun así la vida no había hecho justicia a eso.

Como esperaba y preveía, el avión no la vio, y se elevó mucho más, hasta que Ellie dejó de verle. Tenía tantas preguntas sin responder, tantas incógnitas… ¿Qué pasaría si Joel iba en ese avión? ¿Qué iba a pasar con ella?

Ahora tenía mucho miedo, y corrió con todas sus fuerzas hacia Anchorage, adentrándose así ya, y por fin, en la ciudad. Sin pensar en lo que podría estar esperándola allí, y haciendo caso omiso a todo sonido que salía detrás un matorral, tienda, o edificio, corrió, y corrió durante unos cuantos minutos hasta llegar a la calle principal donde paró para descansar.