Salió del coche a paso calmado para subir las escaleras hacia la mansión del mismo modo. Le molestaba enormemente que lo hubiesen llevado cuando él habría tardado muchísimo menos por su propio pie, pero su amo había insistido muchísimo antes de que se fuera en que se comportase como un humano. Ciertamente irritante.

Cuando llegó a la entrada principal, el carruaje ya se había ido, cosa de agradecer, ya que el señor de la casa no hubiera soportado la presencia de invitados cuando había pasado dos semanas sin su mayordomo personal. Al entrar en la mansión Phantomhive, su sorpresa fue inmensa. Estaba un poco menos cuidada de como la había dejado él, pero era habitable. Aquello lo tranquilizaba porque era la prueba de que Tanaka era capaz de llevar la mansión aunque fuera en periodos cortos de tiempo.

Le extrañó no escuchar el alboroto de sus compañeros, pero no le dio demasiadas vueltas, su amo bajaba las escaleras.

Como siempre, estaba impecablemente vestido. Llevaba un traje azul marino no muy recargado, puesto que no había visitas. Por ello, había dejado el sombrero de copa a juego en su habitación. Una pena, porque le sentaba estupendamente.

Sebastian se inclinó antes de que su dueño abriese la boca. Sabía que iba a quejarse de algo, siempre lo hacía, así que se disculparía antes de que empezase a reprocharle sin parar.

-Disculpe la tardanza, joven amo. Los mayordomos de la reina insistieron en traerme.

El menor frunció el ceño al ver su regañina interceptada, pero no dijo nada al respecto. Terminó de bajar las escaleras y le indicó a su mayordomo que se incorporase de nuevo para mirarlo con su acostumbrada actitud de malhumor.

-Espero que te hayas comportado como es debido -fue lo que le dijo antes de darle el broche de mayordomo principal. Parecía que deseaba que regresase a su puesto cuanto antes.

-He seguido sus órdenes al pie de la letra, joven amo. No tendrán queja, se lo aseguro -respondió, mientras veía como el niño subía las escaleras de nuevo.

Sebastian lo siguió sin demora, pensando que no tardaría en empezar a ordenarle tareas para que su propiedad volviese a estar en perfectas condiciones. Sin embargo, seguía callado mientras sus pasos lo conducían hasta la habitación principal. Sin duda, seguía molesto por lo que le habían obligado hacer hace dos semanas.

Una carta de la Reina había llegado a sus manos y en ella pedía los sevicios de su mayordomo, para que ayudase a los suyos propios en un asunto de vital importancia. No había duda de que era un castigo por lo sucedido en aquel circo. La Reina sabía perfectamente que su perro no podía estar demasiado tiempo sin su criado más preciado. No sabía si esa mujer era consciente de hasta qué punto afectaba eso a su subordinado, ya que aquel mayordomo era su único punto de apoyo tras el derrumbe completo de su vida.

Al llegar a la habitación, cerró la puerta tras él, dejando a ambos dentro. La luz era tenue a pesar de ser de día, puesto que las cortinas estaban echadas. Aun así, pudo percatarse de cómo lo miraba su amo. Ya no estaba enfadado, es más, parecía nervioso. En su único ojo visible podía notar sus ojeras. Ya suponía que pasaría algo así, últimamente lo acompañaba mientras dormía y debía haber sido un cambio muy brusco. Además, no se lo imaginaba pidiéndole compañía a Tanaka.

Aún no escuchaba los ruidos de los demás sirvientes, parecía como si estuviesen solos en la mansión y era una sensación muy extraña.

-Si me permite la pregunta, joven amo, ¿dónde se encuentran los demás?

El menor salió de su ensimismamiento. Se puso aún más nervioso, aunque por el tono que utilizó, no lo parecía en absoluto.

-Les he dado el día libre -le informó, para luego añadir una excusa a la que no prestó atención.

Así que era eso. La mansión vacía, su habitación a oscuras, aquella ropa tan... fácil de quitar. Por no hablar de que no dejaba de mover sus manos de forma compulsiva. Parecía que lo había echado mucho en falta en todos los sentidos. Hacía que se sintiera como una droga y eso le encantaba.

-Ya veo... -respondió mientras esbozaba una sonrisa y se acercaba a él a paso lento.

Su amo parecía a punto de estallar, pero sabía que no le ordenaría nada sobre aquello. Era demasiado orgulloso y eso no cambiaría. El mayordomo se detuvo ante él y, aunque sonreía de forma tranquila, en él también estaba surgiendo esa necesidad. No hizo ningún comentario de los que solía hacer para avergonzar a su señor, no podía esperar más. Rodeó su torso con ambos brazos y lo levantó con facilidad. No sabía cuando, pero ya habían empezado a besarse, devorándose el uno al otro. Notaba los brazos del menor aferrados a su cuello mientras buscaba su lengua de forma torpe y desesperada. Lo tumbó en la cama en un abrir y cerrar de ojos, quedando él encima. Empezó a desvestir a su señor sin ningún problema, lo había hecho miles de veces. Sin embargo, el otro estaba teniendo algunos problemas para quitarle el chaleco. Había aprendido a hacerlo hacía relativamente poco, pero interpretó su torpeza como parte del deseo.

-La abstinencia… es muy… desagradable… -susurró Sebastian con la voz áspera entre los besos mientras ayudaba al menor a quitarle la prenda.

-Y que… lo digas… -concluyó su joven amo, jadeante.