Capítulo 1: Preludio
La noche cubre los cielos y la tierra. Todo está oscuro y de repente comienzan a formarse nubes de tormenta en el cielo. Zelda esta confundida. Tiene la sensación de estar compartiendo su sueño con Link. Ya lo ha soñado otras veces. Se repite lo mismo una y otra vez desde que conoció al pequeño Kokiri con la piedra espiritual. Aquello también lo soñó, pero nadie le creyó. Por eso decidió actuar por su cuenta.
Comienza a llover. Todo pasó exactamente igual. Ella e Impa van huyendo pero no sabe porque. El puente desciende. Cruzan a caballo y Link esta parado a un lado del camino. Una luz blanca… El sol lastima los ojos.
La pequeña Zelda despierta en su cama cómo lo ha hecho toda su vida. La misma seda limpia de color rojo adorna su cama. Cuatro paredes la encierran en un mundo y la protegen de otro. No pasa nada. Hyrule sigue siendo Hyrule.
Link llegó de pronto hasta sus pensamientos. Era como si sus ojos la vieran desde donde estaba, y su mente tocara a la puerta de su conciencia. "¿Dónde estas, Link? ¿Has conseguido ya todas las piedras espirituales? ¿Por qué no he sabido de ti? ¿Acaso ya te ha vencido el enemigo o sólo renunciaste a tu misión para volver a ser un niño? ¿Donde estás?".
Por la ventana del cuarto de la princesa entra la luz del majestuoso amanecer del que su padre habla siempre. Ese que parece tomar el cielo como su lienzo y exprimirse las entrañas para pintar con su sangre la magnífica historia del reino de Hyrule. Ese que se mete en los pensamientos apenas se contempla.
Zelda respira un poco de aire fresco y suelta un gran suspiro. Contempla con sus ojos ese árbol que ha estado a la mitad del camino entre el castillo y el pueblo desde antes que sus ancestros existieran. Ese árbol nunca ha necesitado del cuidado de los hijos de Hyrule.
"Ha crecido solo. Nunca nos ha necesitado. Ojalá mi padre pudiera crecer solo."
Abandona rápido todas esas ideas, pues comienza a sentirse intranquila. Vio a Ganondorf y a sus dos mujeres saliendo del castillo. Sus caballos van cubiertos con esas armaduras negras con las que los visten las Gerudo. Fija sus ojos en Ganondorf cuando se acerca a una de las mujeres; pues sólo eso puede hacer porque está muy lejos para escucharlo. Algo les dice a las mujeres y se van en sus caballos, y cuando pasan la primera puerta un aire siniestro estremece sus entrañas.
Todo el cuarto se llena de ese sentimiento de tensión que el viento trae consigo y Zelda comienza a sentir que las cuatro paredes que la rodean empezarán a cerrarse sobre ella en cualquier momento, así que decide buscar un poco de libertad en su jardín. Pero antes de que pueda acercarse a la puerta, Impa se interna en el cuarto y le dice lo que había pasado en la asamblea.
-Princesa, su padre a declarado a Ganondorf como un aliado fiel al reino. Le pidió que trajera una de las reliquias de su pueblo para hacerla bendecir.
Impa reflexiona en que estuvo hablando con impropiedad:
-Disculpe usted por no saludarla como es debido – dice disculpándose – pero era necesario que supiera lo que había pasado.
Zelda voltea de nuevo hacia la ventana y se aproxima hasta ella para poder respirar un poco. Ganondorf comenzaba a alejarse lentamente – Ya lo habíamos visto venir, Impa, sólo que no sabíamos cuando llegaría el día.
-¿Qué pasará ahora, su alteza?
La niña tiene una faz reflexiva y sombría, pero la Sheikah sólo ve la espalda de su señora.
-¿Esperamos a Link? ¿Le advertimos de nuevo a mi padre aunque no nos crea? ¿Enfrentamos a Ganondorf antes de que obtenga la Trifuerza? No se que podemos hacer.
Silencio. No dicen nada durante varios minutos. La tensión es insoportable, pero la indecisión que habían estado sufriendo los últimos días las obligaba a permanecer juntas casi siempre. Permanecen sin hacer ni decir nada. Una observando el maravilloso mundo y la otra recargada en una pared que no le dice nada.
-¿Qué haremos, Impa?
La Sheikah no responde.
Zelda se voltea para buscar con los ojos a Impa. La ve ahí recargada y con los ojos cerrados encerrada en su reflexión. Las palabras no salen de su boca en un rato, pero el tiempo la obliga a abandonar sus pensamientos. Abre los ojos y por fin habla.
-Las diosas nos traerán la respuesta cuando sea tiempo.
-Entonces… ¿Nos quedamos aquí cruzadas de brazos?
-No se olvide de Link, señora, Aun podemos esperarlo.
Una semisonrisa se dibuja en el rostro de Zelda, luego se escapa una pequeña risa e Impa se contagia con ella. Da unos cuantos pasos hacia la princesa y se arrodilla ante ella.
-Aún tenemos tiempo – Dijo mientras acariciaba su rostro y peinaba su cabello con las manos. – Debemos confiar en que Link llegará y tocará ña reliquia sagrada antes que Ganondorf. Ganaremos esta guerra, mi señora. Nosotros tres la ganaremos.
-Gracias, Impa – respondió Zelda sonriente – Contaré siempre contigo, sé que puedo hacerlo siempre.
-Lo sé, señora.
La alegría vuelve a los ojos de Zelda y una nueva sonrisa ilumina su rostro. Al ver esto, Impa recuerda lo pequeña que es su señora. Después de todo sólo tiene diez años y ya esta haciendo una conspiración contra un enemigo muy poderoso y maligno. Si algún día llegara a gobernar, sería una reina justa y muy poderosa en batalla. Con la educación y entrenamiento necesarios podría lograr todo lo que quisiera, pero estaba mal que una niña, tan pequeña, tan joven, se estuviera preparando para gobernar cuando debería estar jugando con sus muñecas y flores.
A veces los padres deberían escuchar a los hijos. No solamente porque se puede aprender de ellos, sino porque a veces, en su inocencia, pueden ver las cosas más claramente que ellos. Pero, los sueños no cuentan. Los sueños no dicen mucho cuando se trata de ganar aliados. En la política los sueños de un hijo son menos que los malos augurios de los magos y adivinadores. Pero eso no importa ya, porque aunque sea joven, la princesa ha tomado su decisión.
Impa abandona todas esas ideas. Recuerda lo acordado por el rey y Ganondorf:
"Vuelva aquí, Señor Ganondorf con una reliquia de su pueblo para que los sacerdotes la bendigan y le traiga prosperidad a nuestros reinos, que ahora serán uno."
"Así sea, mi señor. Estaremos aquí al anochecer para dar comienzo a la ceremonia".
Había olvidado aquellas palabras. De todos los acuerdos tomados, sólo aquel se le había olvidado, y cuando lo recuerda, un manto de inseguridad e incertidumbre le cubre los ojos.
-¿Qué pasa, Impa?
-Algo terrible. Sólo podemos esperar a Link hasta esta noche. Su padre y Ganondorf han acordado hacer la ceremonia de la alianza al anochecer en el altar. El tiempo que tenemos es muy poco.
-Entonces, que las diosas nos asistan.
La sonrisa se borra por completo. El tiempo esta en su contra. No hay mucho que hacer ahora, sólo esperar el momento para actuar.
-Impa, esperemos hasta el ocaso. Con o sin Link tenemos que pensar en algo hasta entonces. Hyrule depende de nosotras dos ahora.
-Que así sea.
-Impa, que nadie te vea. Quédate cerca de mí por si necesito comunicarte algo pero que nadie te vea. Ni siquiera mi padre.
-Así lo haré, mi señora.
Impa se pone de pie y se marcha de la habitación. Zelda sabe que está cerca de ella.
El recuerdo de Link está fresco aún, como esas flores que corta de su jardín y pone en un jarrón para llevarles a las diosas. Cada vez que corta flores piensa en Link y les pide a las diosas para que vuelva a salvo de su búsqueda.
Ahora está en el patio comiendo manzanas. Es cerca del medio día. Comió un poco de pan en la mañana. Al poco rato, sintió ganas de vomitar pero cuando probó las manzanas que da el árbol del patio, ese sentimiento nauseabundo se fue.
El viento es suave. El sol brilla con toda su intensidad en el cielo y los pajarillos que cantan en el árbol la arrullan bajo la sombra. Piensa en la canción de cuna que Impa le canta desde que era bebé. Poco a poco se queda dormida escuchó el ulular de un búho. Creyó estar soñando aunque Kaepora Gaepora volara encima de ella en ese momento.
"La noche es clara. La luna está tan grande en el cielo que parece caerá sobre el mundo y se lo comerá a mordidas de destrucción. El reino maravilloso del cielo y sus pequeños súbditos brillantes y se extiende hasta más allá de donde termina la realeza del mundo e inicia el dominio de los espíritus. El caballo blanco corre tanto y tan furiosamente que parece huir de algo… o de alguien. Zelda intenta mirar atrás, pero Impa no se lo permite."
"El cielo se entristece. Ahora es negro y comienza a llorar lágrimas en forma de lluvia cristalina. El puente desciende y el caballo pasa corriendo justo al lado de Link, que se queda clavado en los ojos de la princesa y esta lo aferra en sus pensamientos como si fuera la ultima esperanza de Hyrule. Una luz blanca… el repique de una campana suena tres veces."
Cuando despierta está sudando. Su corazón palpita casi tan rápido como el galope del caballo blanco de sus sueños. Su mirada está perdida en el aire. Busca algo pero no sabe lo que es. No. Si lo sabe.
"¿Dónde estás, Link? ¿Por qué no llegas aún? Te necesitamos todos. Date prisa porque el rey del desierto llegará pronto. Date prisa"
Comenzaba a sentirse desesperada. Su fe comienza a decaer y por un momento cree ver como Ganondorf destruye todo su pueblo. Todo arde en llamas y se convierte en un frío y desolado páramo en el que el sol no brilla jamás.
Se dispuso a vagar sin un rumbo fijo.
Las paredes comienzan a arder mientras Zelda recorre las habitaciones con los ojos. En su mente ya todo estaba perdido.
Corre por todo el castillo buscando un lugar pacifico, pero todo se quema. No sabe si lo que estaba viendo es por la desesperación que siente o es alguna visión del futuro como las que ha tenido antes. Todo se consume entre cenizas y el humo y el fuego le lastiman los ojos. No había lugar en el que no escuche los llantos y los gritos de la gente que se muere, y corre para huir de todo eso. Todo el castillo cae piedra por piedra.
Entre trompicones corre a un lugar pacífico en el que sus visiones no la torturen; corre y sigue corriendo y sus visiones siguen ahí, y justo en el momento en el que cae sobre la puerta de la biblioteca, sus visiones cesaron.
Ahí, entre libros antiguos y magias misteriosas, por fin puede descansar un poco. Es como si algún hechizo oculto protegiera a los que entraran en el recinto de las magias malignas y manipuladoras.
No hay nadie ahí. Nadie lee en aquel día de desesperación. Por más que lo intenta, no puede deshacerse de sus pensamientos. Un libro solitario en alguna mesa cercana llama su atención. Se sienta en una silla y comienza a ojearlo para tratar de ahuyentar sus pensamientos. Es una colección de mapas. Terma'Dah, Turma, Los dominios de Kurdak, Kertah. Solo lugares que no conoce. Sogma, Corte, Hyrule… Hyrule… Los caminos y los nombres se revuelven en su cabeza y le pesan en los ojos
Se recargó en la mesa para tratar de descansar. Pero en lugar de sueño es llanto lo que sufre, un llanto como reprimido que tiene varios días exigiendo salir y no se había percatado de él. Zelda ha estado demasiado abrumada por sus pensamientos como para darse cuenta de que sentía ganas de llorar.
Las lágrimas salen de sus ojos casi naturalmente. Su llanto es el de una niña llena de preocupaciones. Eso está mal. No tenía que ser así. Su llanto debería ser el de una niña caprichosa, que quiere jugar y su padre la reprende por desobedecer, pero no el de una niña preocupada por el destino.
Eso esta mal.
-No llore, mi señora- dice Impa mientras acaricia su espalda para tranquilizarla.- No llore, se lo pido. Por favor, no llore.
-No me pidas eso, Impa- responde la niña entre sollozos- No me digas que no llore porque necesito llorar. Ahora mas que nunca necesito llorar. Algo dentro de mí me dice que este es el último día para muchos. Tal vez ea el último día para ti o para mí.- hace una pausa para tomar aire y sigue sollozando – o para Link. No se que pueda pasar pero si mueren todos mis seres amados… debo llorar ahora que puedo. Tal vez luego no pueda hacerlo. Tal vez nunca vuelva a poner un pie en este lugar o en este castillo o en este reino. Serán muchos los que mueran hoy y debo llorar por ellos.
- No piense así, mi princesa- cuando Impa empieza a hablar, su voz se rompe como un cristal en miles de pedazos y sus lágrimas escapan de sus ojos contra su voluntad. -Ya verá que Ganondorf no vencerá a nuestro reino y que nadie que no deba morir morirá. Aférrese a la esperanza de que el luto nunca vera la luz en este castillo. No llore, mi señora.
Pero Zelda sigue llorando. Ambas siguen llorando hasta que ya no pueden seguir haciéndolo y el sueño las vence.
Por primera vez Zelda sueña algo diferente. Sueña que está jugando en su jardín y que Link llega caminando desde detrás de ella. Él corre para encontrarla y abrazarla y explotar juntos en una carcajada eterna. La brisa es fresca y en el cielo brilla eternamente la gloria de Hyrule. Pero sólo es un sueño, y lo confirma al escuchar el repique de una campana sonar cuatro veces.
Se siente triste por haber despertado, pero guarda un poco de felicidad en su corazón creyendo que aquel sueño es una visión de algún futuro cercano.
-Despierta, Impa. Se nos acaba el tiempo. Despierta.
Impa abre los ojos.
- No duermo, mi señora. Sólo sigo pensando en nuestro futuro.
-No habrá futuro si no actuamos- Zelda ve a la Sheikah con ojos descansados y renovados del dolor, y con una sonrisa que nadie puede sentir, sigue diciendo
–.Tenemos que pensar en algo. El tiempo se nos escapa de las manos y la esperanza se nos escapa del corazón. Tal vez Link no lo logre a tiempo.
-Se me ocurre algo, señora- dijo Impa-. Hagamos que Link nos vea en otro lugar. Digámosle a los soldados que lo esperen en el pueblo. Si alguno lo ve, que le diga que se dirija al Templo del Tiempo. Después de todo es ahí donde se encuentra la entrada al Reino Sagrado. Si él se adelanta a llegar ganaremos un poco de tiempo.
-Pero tardaremos demasiado en ir y volver al pueblo solo para eso. ¿Cómo podemos lograrlo y volver al castillo antes del ocaso?
-Si Gaepora Kaepora está cerca podemos pedirle que vaya. Así, nosotras dos podremos hacer lo que nos reste aquí.
Zelda piensa un momento. La idea de Impa es útil. Por fin el viento corre a su favor.
-Que así sea entones, Impa- decide Zelda -.Tú buscaras Kaepora y yo iré a hacer una plegaria a las diosas. Espero que el destino de Hyrule tenga esperanzas. Ojalá mi padre nos hubiera creído.
-No nos preocupemos por eso ahora. Lo único que podemos hacer es lo que esta en muestras manos.
Sonríe de nuevo. Sonríe como hace tiempo no lo hace. Parece lo que siempre ha sido: una niña de diez años.
-Impa, encuéntrame en mi habitación cuando hayas hablado con Kaepora Gaepora. Yo iré al altar y rezare. También quiero hablar con mi padre.
-Así lo haré mi señora.
Ambas caminan fuera de la biblioteca. Cada una va en una dirección diferente puesto que el altar y la atalaya estaban en direcciones opuestas.
Zelda se inca frente al altar de las diosas. Es hermoso. En él puede contemplarse a las maravillosas diosas emergiendo de su creación. Din sale del fuego rojo con el que ha creado la tierra. Nayru emerge de la tinta azul con la que se han escrito las leyes de todos los reinos, tanto animales como Hylias. Farore emerge de un gran árbol verde que representa todas las formas de vida existentes en el mundo. Una hermosa lluvia de plata y oro cae a todo su alrededor dándole vida a todos los seres pensantes y empapándolos con su eterno conocimiento. Las diosas extienden sus manos hacia el sol, y en lo más alto del altar brilla la reliquia sagrada. Los tres triángulos de la Trifuerza. Cada triángulo representa una virtud. El superior representa el poder para gobernar a los Hylia. EL inferior izquierdo representa el valor de cada hombre para defender a su pueblo, a su familia y a su rey. El inferior derecho representa la sabiduría con la que los Hylia deben encontrar el camino a su destino. Juntos y en equilibrio forman la Trifuerza, y detrás de la trifuerza un águila dorada brilla para defender y guardar la reliquia. El águila representa a la familia real de Hyrule que salvaguarda la entrada al reino sagrado. El juego de rojos, verdes y dorados dejan pasmado a cualquiera y Zelda comprende porque cada vez que se acerca al majestuoso altar. Se da cuenta de porque el escultor y el pintor tardaron más de veinte años en terminar su obra.
El sol comienza a bajar de los cielos. Da paso a un atardecer rojo que mancha de sabiduría a los ojos de los artistas. Todos pueden contemplar la maravillosa historia de sus vidas allá arriba, y entonces pueden ir a sus casas y contársela a sus pequeños hijos y nietos, así se perpetua la historia de Hyrule. Así los hombres pueden vivir eternamente en el reino maravilloso del cielo de la tarde. La luz solar entra por el gran vitral de colores en la altura de la entrada del castillo y se mezcla con el espectáculo que la pequeña Zelda presencia. Todo aquello le provoca sentimientos que ni siquiera ella puede explicar. Es como so las diosas le hablaran a través de los colores y le inspiraran la poesía que todos los días les dedicaba.
El silencio gobierna todo el tiempo que ella está rezando, pero de la nada sale se escucha el compás de unos pasos tranquilos que se le mete en la conciencia por los oídos. Caminan por toda la habitación hasta detenerse detrás de ella. Una mano cálida cubierta por un guante blanco se posa en su hombro y lo acaricia cariñosamente mientras que una boca que parece no querer hablarle le dice:
-¿Por qué rezas, hija mía?
Ella le contesta de la misma forma a la voz profunda que parece hablar desde la boca de las diosas.
-Rezo por el futuro, padre. Porque nuestro reino no caiga en las manos de algún enemigo despiadado.
-Y no será así, mi pequeña niña. Si el reino llegara a sucumbir por causa de la guerra, yo lo defenderé hasta mí ultimo respiro.
La princesa abre los ojos por completo y se levanta para ver a su padre. Su rostro es tan radiante como siempre ha sido. Sus ojos celestiales la ven con benevolencia infinita y los hilos rubios de cabello vuelan con el viento. Todo su afilado rostro le sonríe mientras la contempla. Con ternura infantil, se aferra a su padre con los brazos y lo ve desde sus pequeños ojos azules. Desde lo más profundo de su ser desea poder decirle que crea en sus sueños, que no los tome sólo como los sueños de una niña sino por lo que son. Que los tome como la profecía que dicta la llegada de un enemigo que puede destruir Hyrule, como el aviso de las diosas para prevenir una guerra fatal. Pero reprime las palabras que su corazón guarda justo como lo que eran: un deseo.
-¿Me quieres padre?- dijo la niña llena de ternura.
-Claro que te quiero, hija mía. Sabes que no necesitas preguntarlo.
Ene se momento, Zelda siente ganas de rogarle a su padre una vez más para que crea en sus sueños, pero sabe que será inútil su esfuerzo. Siente ganas de derramar ese par de lágrimas que comienza a formarse en sus ojos pero decide guardarlas para otra ocasión. Sabe que lo que haga no le ayudaría a convencer a su padre de rechazar a Ganondorf y enviarlo de vuelta al desierto así que guarda todos sus sentimientos en el cofre de su corazón.
-Yo también te quiero.
Cuando dice esas palabras su vocecilla está a punto de partirse en dos, pero se aferra con todas sus fuerzas a su padre y cierra los ojos para evitar que se le escapen.
El calor de su padre siempre la ha reconfortado. La hace olvidar cosas. Olvidarse de todo lo malo y al escucharlo hablar siente que nada ha sido real. Todo está en su mente. Así lo decide para disfrutar ese instante con su ser más amado.
Una brisa fresca los envuelve en el recinto y las diosas parecen cantar en su cielo cuando el viento acaricia las cortinas que cubren las ventanas de todo el castillo, Parecen estar desnudas y ocultar su cuerpo menguando la luz del sol en todos lados.
El ocaso es tan fresco como los recuerdos de Link en la mente de Zelda. El olor a tierra mojada le recuerda que no pudo ir a su jardín y cortar flores. No hizo tantas cosas ese día. Pero no importa ya a esas alturas. Todo se perderá en unas cuantas horas y las cosas que había pensado hacer serán sólo un tonto juego de niñas. El olor a tierra mojada… está lloviendo en algún lugar cerca… Llueve… Llueve.
Zelda siente un escalofrío que le recorre la espalda al recordar la lluvia. En su sueño está lloviendo… suelta a su padre y da unos cuantos pasos hacia atrás sin dejar de verlo. Le dice lo último que necesita decirle a esas alturas.
-Te amo, padre.
Se va corriendo en busca de Impa.
-¡Zelda!- le grito el rey desde sus espaldas- ¿Qué está pasando?
-Ha empezado.
-¿Ha empezado qué?
Zelda no responde. Sólo sigue corriendo y se le pierde de los ojos a su padre.
-¡Zelda!
El corre para tratar de alcanzarla pero es inútil su esfuerzo. Ya se perdió.
Escucha un último grito que ya no puede evitar que una le idea cruce por la mente.
"Ha comenzado la destrucción de Hyrule"
Piensa en contestar la pregunta de su padre, pero no tiene caso. Él no va a creer de todas formas.
Sigue corriendo y dando vuelta a izquierda y derecha según es necesario. Sube las escaleras que conducen la segundo nivel y finalmente llega a su cuarto tratando de recuperar el aliento. Abre la puerta y se dirige a la ventana. Lamentablemente ha tenido razón.
-¡Impa!
Al instante después del grito Impa aparece como traída por el viento que entra por la ventana.
-Ha comenzado ya.
Apunta con el dedo hacía donde se veía que Ganondorf viene galopando en un caballo negro seguido por una gran mancha de mercenarios y mujeres Gerudo por el sendero que conduce al castillo.
-¿Por qué vienen todos esos hombres con él?- se pregunta a sí misma Impa en voz alta.
-No vienen a la…
-Lo se, señora- interrumpió Impa- Es obvio que han venido con otras intensiones.
Un coro de gritos de furia llega hasta la habitación de Zelda.
-Tenemos que irnos de aquí pronto- dice Impa- la ola de destrucción que traen esos hombres llegará aquí en cualquier momento.
-¿Pero cómo?- pregunta Zelda- La única forma de salir del castillo es por donde vienen todos ellos.
-Cuando su padre ganó en la guerra de los espíritus, mandó hacer una ruta de escape que pasa por debajo del castillo. Desde ahí podemos llegar hasta un túnel subterráneo que sale justo al sendero que lleva al pueblo.
-¿Y tú conoces ese camino, Impa?- pregunta Zelda llena de curiosidad.
-Lo he usado antes… hace mucho. No lo recuerdo bien, pero nos será de gran ayuda.
-¿Estás segura de que podemos escapar por ahí?
-Es peligroso quedarnos aquí, mi señora. Tenemos que irnos ya.
-¡Impa!… ¡Impa, mira allá!- grita Zelda señalando a laguna parte.
Una columna de humo se levanta en la lejanía. Se ve más o menos a la distancia del pueblo consume rápidamente la esperanza del corazón de Zelda.
-¡Por eso le digo que es peligroso estar aquí!
Y justo cuando Impa abre la puerta para escapar Zelda recuerda algo.
-Espera Impa. Sólo un momento más. Se nos esta olvidando algo.
-¿Qué cosa?- pregunta Impa, que comienza a sentirse ansiosa.
-La Ocarina del Tiempo.
-Ésta en el altar. Tendremos que bajar por ella. No importa ¡Vamos!
-No Impa. No está en el altar. Está aquí.
-¿Cómo dice?- en el rostro de Impa se dibujan más de mil preguntas- ¿cómo es que pudo robarla de ahí?
-La cambie por una falsa- responde Zelda mientras busca en el cofre que había guardado el instrumento-. Le pedí al maestro en música que me hiciera una igual. Esta es la real.
-Sin ella no podríamos abrir la puerta del Tiempo. Que bueno que pensó en ello, mi señora.
-¡Ahora ya podemos irnos!
La puerta salta una vez más al tiempo que Impa y Zelda corriendo, tomadas de la mano para no separarse, salen de la habitación.
Se mezclan gritos de mujeres desesperadas y soldados furiosos por todo el castillo. Zelda e Impa ven como corren- ya para esconderse, ya para tomar armas- todos los sirvientes y soldados del rey.
Zelda ve a través de las ventanas cómo se levanta un muro de fuego del otro lado de la muralla principal. Todo pasa como un conjunto de imágenes interrumpidas a través de ellas mientras corren buscando el pasadizo al túnel. Ve cómo a veces Impa duda al dar la vuelta entre los corredores y pasillos. Es como si olvidara algo oxidado entre sus recuerdos y de pronto en su mente todo se moviera tan rápido que sabe hacía donde debe ir. Conoce el castillo muy bien, y tiene el presentimiento de saber exactamente a donde la llevaba Impa, pero no habla porque la Sheikah puede equivocarse.
Los gritos van y vienen por todas partes. A veces irreconocibles, aveces bastante claros.
Impa la está llevando hasta donde está el retrato de su madre. Es lo único que conoce de ella. Esa gran imagen oculta al final de un pasillo. Una mujer sentada en el trono luciendo una larga cabellera dorada. En su cabeza, una corona adornada con joyas alrededor, y en el centro de esta el símbolo de la trifuerza resalta entre todas ellas. Los ojos celestes hacen juego con todos los colores del cuadro y la belleza de su rostro no se parece a ninguna otra belleza que ella hubiera visto. Es única.
Se detienen frente al cuadro tamaño natural. Zelda tiene que voltear un poco hacia arriba para poder apreciar el cuerpo delgado de su madre sentada. No comprende aún por qué su padre lo había puesto ahí. A pesar de que el negro está prohibido en el castillo, ese cuadro podría adornar perfectamente el salón del trono.
-¿Por qué me has triado aquí, Impa? Siempre vengo aquí para admirar a mi madre y este cuadro es todo lo que hay.
-No es así mi señora. Lo que nosotras buscamos está detrás de él.
En ese momento, un grito llega desde detrás del pasillo y llena la cabeza de Zelda de incertidumbre.
-¡Princesa Zelda!- grita un soldado- ¡Princesa Zelda! ¡La hemos estado buscando por todos lados!
El soldado se detiene frenéticamente frente a la princesa y se apoya en su lanza tratando de recupera el aliento.
-Princesa- dice entre jadeos ahogados-, su padre está buscándola. Venga conmigo, no es seguro estar aquí.
-La princesa está a salvo conmigo, soldado- responde Impa rápidamente antes de que la princesa pueda decir algo- Dile al rey que yo la protegeré.
-Mis ordenes son llevar a la princesa al patio trasero del castillo, señora. Me temo que puedo desobedecer al rey.
-Ya oíste soldado- dice Zelda detrás de Impa- Voy a quedarme con Impa. Ella es quien está a cargo de me seguridad ahora.
-Pero no podemos quedarnos aquí. Tengo que llevarla con el resto de los soldados de la escuadra de protección para buscar un lugar seguro.
-Yo llevare a la princesa a un lugar seguro- Impa ve casi desesperadamente al soldado
–No olvides quién soy. La líder de los Sheikah, general de la segunda legión de las fuerzas del rey, fundadora de la villa Kakariko y encargada de la seguridad de la familia real. La princesa no podría estar más a salvo que aquí conmigo.
-Voy a quedarme con Impa- dice Zelda con tono imponente- dígale eso a mi padre.
-Esta bien- en el rostro del soldado solo hay resignación y las palabras de su boca lo confirman-, pero sigo creyendo que deberían venir conmigo.
El hombre aquel sólo se da la vuelta y se va corriendo.
Zelda ve de nuevo a su madre inmortalizada en pintura. Sigue sin comprender por qué Impa la ha llevado hasta ese lugar.
-Le pido perdón, señora mía, por lo que voy a hacer- dice Impa volteando a ver el retrato –, pero lo hago para salvar la vida de su hija.
Entonces, como si un rayo partiera el velo de recuerdos de la mente de Impa al ver a la reina, ahí, frente a ella, cómo si nunca se hubiera muerto, desenvaina la espada corta que cuelga horizontalmente en la parte baja de su espalda. Su rostro dibuja una expresión de furia y su espada parte el aire.
-¡Este es el camino de nuestra salvación!
Zelda escucha cómo el grito de Impa rebota en las paredes del pasillo y se aleja, dejando sólo el suspenso volando por el aire y llenando al mismo tiempo que los latidos de su corazón.
Un grito masculino se escucha detrás del retrato. Impa, llena de incertidumbre e incredulidad, se queda ahí, con la espada en alto y la sorpresa en los ojos viendo como el retrato de Korde era roto en mil pedazos por una espada que le pertenecía al hombre del grito. La imagen permanece en los recuerdos de Zelda. El hombre extraño lleno de furia lanza otro grito y se lanza frente a Impa, que sólo tiene tiempo de bloquear el ataque. La sorpresa no le da tiempo de calcular la fuerza del enemigo. Sólo basta un golpe para sacarlo de equilibrio.
Zelda grita por el susto y corre hacia donde Impa había a caído. En ese instante cree que todo está perdido y que los esfuerzos de Link por conseguir las piedras espirituales fueron en vano. Toda su esperanza se reduce al tamaño de lo que sus pequeñas manos pueden sostener. Al ver como el hombre levanta su espada, una mueca de susto se le escapa se da vuelta con los ojos cerrados para no ver como acababa con sus vidas. Siente como Impa desesperada se levanta y se abalanza sobre ella para protegerla del enemigo. Un grito de furia revienta en sus oídos haciéndole que se rompan las últimas esperanzas mientras una espada intenta robarle el último aliento de vida… Silencio. Continúa con los ojos cerrados. Escucha cómo unos huesos que no son los suyos se rompen y la sangre comienza a fluir. No quiere abrir los ojos. Un cuerpo muerto cae detrás de ella y una voz le habla.
-¿Se encuentra bien, señora?
Es la voz de Impa… Abre los ojos para ver por si misma lo que ha pasado. Las manos de Impa están en el suelo un poco más adelante de su cabeza. Todo lo que puede ver es el pasillo extendiéndose de regreso a sus espaldas y los pies de un soldado.
Impa se pone de pie. Zelda puede ver por fin lo que ha pasado.
-¿Se encuentran bien las dos?- Pregunta el soldado. Es el mismo soldado que hace apenas unos instantes le ha pedido que las deje solas.
-Estamos bien- responde Impa incrédula todavía – Per ¿por qué regresaste?
-Volví por que era mi deber. No podía dejar que la princesa se fuera sin protección.
Mientras el soldado habla, Zelda voltea hacia donde está el hombre que las había atacado. Está ahí tirado. Su cuerpo se convulsiona. Ya está muerto. La sangre fluye fuera de su cabeza por el gran agujero que una lanza le ha abierto. Todavía está clavada en su cabeza.
-Te dije que la princesa estaba a salvo…
-Lo sé, señora, y por eso le pido disculpas.
Impa, agradecida, se acerca al soldado y pone su mano izquierda sobre su hombro.
-¿Cuál es su nombre, soldado?
-Thurken, señora
-Pues muchas gracias, Thurken. La princesa y yo te debemos la vida. Le has hecho un gran servicio a Hyrule.
Zelda ve la cara de furia y horror mezclada del hombre cuando escucha unos pasos acelerados que vienen desde el mismo lugar donde él había venido.
-Dime, Impa- dice Zelda con la mirada perdida en la oscuridad proveniente del pasadizo- ¿este es el camino del que me habías hablado?
-Si, mi señora- Responde Impa- Pero parece que alguien nos ha traicionad. Los hombres y mujeres de Ganondorf estarán aquí en cualquier momento.
-Entonces tenemos que salir de aquí- dice Thurken- Ya no será seguro ningún lugar del castillo.
Desenvaina su espada y comienza a correr por donde había venido.
-¡Síganme!- Grita -Yo las llevare a un lugar seguro.
Impa y Zelda corren tras él.
El fuego ya ha invadido también el lado interno de la muralla. Zelda puede verlo cuando paso frente al altar. Ve cómo hombres y mujeres del Gerudo entran al castillo y los soldados de su padre vienen a confrontarlos. Tal vez el altar será destruido ese día pero ya no importa. Todo será destruido de cualquier forma. Sus visiones así lo dicen.
-Thurken, vamos a la armería- dice Impa con cierto tono autoritario- Necesito una mejor espada y una armadura para pelear.
-Con gusto, señora. Yo veré que nadie se interponga en nuestro camino.
Zelda ve cómo Thurken se abre paso con la espada mientras corre sujeta del brazo de Impa. Algunas veces siente que va a salir corriendo de miedo. Otras que soltará el llanto y se rendirá y dejará que alguna Gerudo venga a matarla. Esa es la salida fácil. Peleará con toda su voluntad ante el miedo. Tiene que ver a Link en el Templo del Tiempo.
Los vitrales se rompen. La historia de su pueblo muere con los vidrios rotos. Las leyendas de sus ancestros no son más que humo y cenizas. Hace sólo unas cuantas horas lo había visto pasar. Su padre no creyó sus palabras.
La espada de Thurken danza mientas parte el viento y a los enemigos. La sangre vuela por todas partes y Zelda se desvanece mientras ve cómo los brazos o las piernas o las cabezas de los guerreros salen volando en todas direcciones.
Impa se olvida de Zelda de vez en cuando y la suelta para defenderse aunque sea con los puños de los guerreros que vienen a reclamar su vida. Zelda no la reconoce al ver su rostro deformado por la batalla. En sus ojos rojos brilla el fuego de la locura y de su boca salen sólo gritos que hacen vibrar su corazón y lo llenan de furia. Nunca creyó que la guerra fuera así. Nunca la había visto. Sólo escuchaba de las gloriosas batallas que su padre ganó en la guerra de los espíritus, pero si habían sido así de sangrientas y si había matado a tantos como caían entonces, su padre no era mejor que Ganondorf. Era igual que él. Un monstruo sediento de poder y hambriento de batalla.
El fuego sigue extendiéndose. Casi puede sentir sus manos acariciándole el rostro y su furia le llega al alma. Si todo seguía así, nunca podrían salir del castillo.
Llegan a la armería. Hombres entran y salen corriendo del lugar con varias armas. Las paredes están llenas en su mayoría de armas que Zelda jamas ha visto. Sus ojos no saben por donde empezar a preguntar acerca de la forma en que se usan. En realidad ni siquiera siente ganas de preguntar.
Impa ve todas las espadas. Toma la que mejor se le acomoda entre los dedos. De pronto, como si hubiera recordado algo, corre hacía algún lugar y toma un peto hecho especialmente para un mujer. Para ella tal vez. Zelda se da cuneta de que era para ella porque a Impa no le gusta usar símbolos en su vestimenta, ni siquiera usa los de su propia gente y el peto que usan los soldados tiene una serie de símbolos grabados que narran la historia de Hyrule. Sin duda alguna ese peto plateado ha sido ello para Impa.
Un grito de mujer congela el corazón de Zelda. Es ese chillido, como traído de los infiernos. Parece como si la mujer tuviera ganas de matar.
Un par de espadas chocan sobre su cabeza. Una es la de Thurken la otra es de una de esas espada curvas que usan las Gerudo. Se ven y sólo se quedan ahí parados sin hacer más. No reacciona hasta que siente como la sangre tibia le cae en el rostro. Entonces ve que la espada de Impa hace lo que tiene que hacer: atraviesa el pecho de la Gerudo y se vuelve roja con el espesor de la sangre.
Zelda siente miedo una vez más. No puede evitar que las lágrimas que antes se habían formado en su rostro se le escapen entonces y de su boca salga un intento por sollozar. Suelta el llanto. Sólo es una niña. Tal vez no llegarían a ver a Link.
-Mi señora, lamento que tenga que ver todo esto. Yo no quería que las cosas pasaran así. Esto es obra de algún traidor y le juro que pagará por haberle fallado al rey, pero ahora menos que nunca podemos detenernos a llorar. Si nos detenemos ahora tal vez nosotras seremos las próximas en caer y entonces el destino de Hyrule estará perdido. No se rinda, venza al miedo.
Aún llorando, Zelda se pone de pie y con el terror cubriéndole el rostro se dispone a salir con Impa. Ha comprendido perfectamente lo que Sheikah le dijo.
-Debemos…
Es todo lo que Thurken dice antes de caer. Una Gerudo le golpea la cabeza y cae desmayado al suelo. La Gerudo sonríe extrañamente y se dirige hacia Zelda con una mirada de muerte. Impa hace algo con las manos y la Gerudo comienza a retorcerse al caer al suelo. Al parecer Impa le lanzo algo a los ojos.
Toma de la mano a Zelda y salen corriendo del lugar. Zelda corre casi obligada por una extraña fuerza que le dice que siga adelante. No la comprende por qué pero sigue corriendo aunque ya no sienta fuerza para seguir haciéndolo.
Ve que Impa comienza a dudar unos instantes, y ella duda también sobre lo que tienen que hacer ahora.
-Que las diosas nos asistan- dice Impa llena de desesperación.
Impa está desesperada. Su espada comienza a matar por instinto, tal vez para vivir hasta el último instante o sólo porque ve cómo las mujeres Gerudo intentan matarla. Todas las ideas se le revuelven en la cabeza y las palabras se le escapan sin desearlo de la boca mientras corre buscando una respuesta. Ya no distingue entre sus pensamientos y sus palabras y sus pies se mueven sin que ella se los ordene. Comienza a perderse entre los pasillos.
Zelda ve cómo la sangre se derrama por todos lados sin comprenderlo en su totalidad. No entiende por qué los hombres estaban dispuestos a matarse entre sí. ¿Acaso la voluntad de un hombre puede más que el corazón de un guerrero, o sólo es que el guerrero cumple con su obligación? No puede comprender si es necedad o necesidad que la tierra sea mancillada por la sangre de sus propios hijos. Hay tantas cosas que no entiende. De nuevo el llanto. Su corazón le pide desesperadamente unos momentos para llorar en paz, pero no puede hacer eso, no es el momento para sentarse a llorar.
Entonces los pasos desorbitados de Impa comienzan a tener sentido. Están muy cerca de una salida que lleva a un camino largo en dirección del establo.
Hay menos hombres ahí. La mayoría pelea dentro y fuera del castillo para defender su reino y ambas pueden correr sin necesidad de detenerse a pelear.
-Lo lograremos, señora.
-No es eso lo que debemos preguntarnos, Impa- dice Zelda -. Lo que en verdad importa es que Link lo logre.
Impa voltea a ver el fuego. Ya casi llega al castillo. Los mercenarios ni siquiera han tenido que usar un ariete para derribar la puerta. Alguien traicionó al rey y le dejó el paso libre al enemigo.
Zelda ve el cielo. No sabe si las nubes eran de humo o de tormenta pero de algo está segura: ese olor a tierra mojada no significa nada bueno.
Los caballos se escapan ates de que ellas lleguen al establo. Parece que huyen de alguien, pero ninguna de las dos se preocupa por eso.
Impa se detiene frente a un caballo blanco que detiene frenéticamente su marcha. Sube a Zelda en su espalda y los tres corren para buscar el camino de la salvación.
Es entonces que Zelda lo comprende.
-Toma el paso principal, Impa. Sigue todo el sendero hasta llegar al pueblo. Llegaremos a tiempo- las palabras de Zelda suenan como si hubieran estado guardadas en sus sueños por mucho tiempo. - Encontraremos a Link en las afueras.
-Pero señora, no podemos hacer eso- Impa no comprende del todo por qué Zelda dice eso-. El fuego está por todas partes, no podemos tomar ese camino.
-Impa- La voz de Zelda estaba tan tranquila que parecía no pertenecerle. -Confía en mis palabras. Llegaremos antes de Link al pueblo, sólo tenemos que ponernos en marcha.
-Señora, el paso está completamente cerrado- Impa sigue estando incrédula -. Por más rápido que corra nuestro caballo el fuego nos matará.
-Cree en mí, Impa. Confía en mí. Yo he visto que encontraremos a Link esperando afuera del pueblo. Lo he visto de la misma forma que vi que esta catástrofe pasaría. Cree en mí como antes porque nadie más va a creerme.
Impa reflexiona por unos instantes lo que Zelda ha hecho. Tiene razón. Si ella no cree en sus palabras nadie más lo hará.
-¡Que las diosas nos asistan!
Siente como un escalofrío le recorrió la espalda. No es el miedo que se hace presente, es la incertidumbre de no saber si está haciendo lo correcto; no es por que no crea en Zelda, no está segura si cree en sí misma. Confía ciegamente en las palabras de su señora pero ese muro de fuego que se levanta cada vez más alto sobre el prado de Hyrule, reduciendo los suaves pastos y antiguos árboles a nada, le impide confiar en su propia confianza.
-¡Ahhhhh!
Un último grito de esperanza. Espolea al caballo y Din grita en las nubes. Cuando el caballo relincha e inicia su correr hacia un final incierto, la diosa del poder parte el cielo con su furia y sus lágrimas besan la tierra. Zelda se aferra con todas sus esperanzas al cuello del corcel y ve como el fuego se rinde ante la voluntad de la suprema.
Hyrule. Una tierra de ensueño para todos los reinos, donde la esperanza y prosperidad se respiran en el aire fresco de todos los días. Por la tarde, la paz vuela en el viento como las hojas secas de los árboles de otoño y cae sobre la tierra convirtiendo a Hyrule en una tierra dorada. Por la noche, el manto celestial de las diosas, cubre los sueños de los Hylia y los convierte en la virtud que durante siglos y en todas las leyendas ha protegido a la gente de Hyrule de todas las desgracias: la fe. Pero esa noche lo único que hay en el cielo son las nubes negras de incertidumbre y en la tierra arden los fuegos malditos de la guerra entre los hombres y los hombres. La esperanza la han guardado bajo la almohada de los sueños los sueños los han lanzado al fuego de la desesperación junto con la prosperidad. Lo único que brilla en Hyrule es el acero de la espada que impulsa de los deseos de Ganondorf y la poca fe que Zelda ha guardado para Link.
El caballo blanco que lleva en su espada la última esperanza de salvación corre con todos sus fuerzas y atraviesa el fuego de los prados de Hyrule ayudado únicamente por unas cuantas gotas de lluvia que tocan el suelo y se aplastan en él tratando de apaciguar el rojo de la furia.
Impa no voltea hacia atrás. Tiene miedo de ver como su casa cae en manos de su enemigo y la vida de sus soldados es tomada como la recompensa de una gran hazaña, pero sobre todas las cosas, siente vergüenza por huir de su pueblo y no morir al lado de sus compañeros de armas. Siente ganas de llorar pero los pensamientos se le revuelven y se entretejen entre sí y no le permiten distinguir entre el llanto del miedo y el de la locura. Siente como el fuego la abraza y la envuelve en su calor frió de misterios.
Zelda siente lo mismo que Impa: miedo y desesperación y el fuego la acompaña en los pensamientos.
Hay humo por todas partes que impide ver el destino de la salvación. Impa siente que se le corta la respiración mientras que a Zelda se le escapa un poco de su aliento de vida. No puede ver más aya de la distancia entre sus ojos y su voluntad ciega y el manto de oscuridad le impide escuchar como el fuego acababa con su tierra. El gran árbol de sus ancestros pierde su piel entre las llamas. Para ella no era más que otra columna de fuego levantándose tratando de alcanzar el cielo.
Una flecha incendiada parte el miedo en dos. Una segunda lo parte en mil pedazos e Impa sigue sin querer voltear hacia atrás. No quiere… pero tiene que voltear. Sus ojos ven sin querer hacerlo al monstruo maldito del desierto acompañado de una mujer. Ambos montan un par de caballos negros con armaduras que corren como si el fuego los golpeara con un látigo rojo y los obligara a llegar al mismo infierno.
Nabooru toma su espada en alto e intenta alcanzar a Impa. Se acerca hasta ella y deja que los metales choquen y aturdan el viento. Del otro lado, Ganondorf se acerca todo lo que puede e intenta arrebatarle a la pequeña princesa el pedazo de esperanza púrpura que sujeta fuertemente entre sus manos. La ocarina del Tiempo esta envuelta entre su ropa.
Impa golpea ambas espadas al mismo ritmo que su corazón intenta salir de su pecho. Su caballo quiere correr más rápido pero los caballos del Gerudo son capaces de alcanzar a las diosas en su cielo si es necesario.
Las espadas chispean e iluminan la noche como estrellas multicolores que se desprenden del eterno universo y queman el alma más que el fuego que las rodea. En el cielo estallan los rayos de la furia y el llanto de Nayru comienza a apagar el fuego que las Gerudo trajeron, haciendo que Zelda recuperara la vida que el humo le había robado; su esperanza de encontrar a Link en el puente vuelve a ser tan fresca como esas flores de su jardín. Después de todo no fue a su jardín esa mañana y tal vez no volvería nunca.
El fuego va muriendo lentamente. Un ulular rompió el ritmo de la lluvia y Kaepora Gaepora se hace presente para iluminar el rostro de Impa.
Ganondorf lanza una estocada mortal hacia el cielo y Kaepora Gaepora sólo toma la espada con sus garras como si fueran un pedazo de paja que alguien le ofrece.
El caballo de Ganondorf se detiene y relincha con fuerza al sentir las garras del enorme búho tratando desesperadamente de sacarle los ojos. Los arañazos provocan que caiga y Kaepora Gaepora le saca las entrañas. Su cuerpo se queda ahí, desangrándose en la tierra y sus ojos ven lo último de su vida. Mientras, Ganondorf ve como su mujer cae del caballo al haber perdido la confrontación con Impa.
El caballo blanco deja atrás a los caballos negros e Impa recupera el aliento de su esperanza. Cuando llegan al pueblo el corazón se les oprime el corazón en el pecho y en la garganta se les hace un nudo que estrangula su alma; hubieran llorado, pero los hombres muertos con lanzas clavadas en el pecho, las espadas tiradas en el suelo y todas las cosas quemándose como si fueran sólo una gran pila de paja que alimenta el fuego de la envidia, no fuera más que una imagen de muerte que pasa rápidamente frente sus ojos.
-¡Bajen el puente!- grita cuando entraron al sendero que los llevaba fuera del pueblo -¡Bajen el puente!
Zelda solo siente la lluvia y ve como baja la puerta de su reino. Cuando el puente cae, ve a Link parado al lado del camino y pasa junto a él deseando con todas sus fuerzas que la luz blanca interrumpiera la marcha del caballo y el sol le lastimara los ojos para despertar en su cama, pero eso no ocurre. Esta vez no está soñando. Link y el fuego son reales, y ambos se le clavan en el corazón una vez más. Lo único que puede hacer es perder el pedazo de seda púrpura en el viento y lanzarle la Ocarina del Tiempo a Link y perderse en la oscuridad de los campos de Hyrule, pues aunque no lo había visto, Ganondorf viene tras las dos en un caballo negro.
Voltea hacia atrás y sólo puede ver una cosa: Hyrule queda en la total oscuridad. A partir de ese día Hyrule ha dejado de ser Hyrule.
