Prefacio


Disclaimer: Los personajes son propiedad de J.K ROWLING. Yo me adjudico la trama.



Estaba atardeciendo. El sol lentamente se despedía de aquel día. Aquel día permanecía en la mente de aquella chica. Sentía todavía en su interior la brisa del viento entrar por las ventanas abiertas de su, antigua casa. El ladrido de sus pocas mascotas, reconocía los mismos espasmos que le provocan aquellos momentos en aquella ocasión, cuando todo era vivido en el tiempo presente, cuando ambas personas gritaban, cuando se terminaba de quebrar lo que creía, una familia.

Las cartas ya estaban echadas sobre la mesa, encima de las paredes, en todas partes; se respiraba su aroma a desilusión, agonía y desesperanza. Sus manos apenas sostenían el celular que cargaba en aquel momento, por acto de inercia.

¡Por eso te exijo la separación! –Gritaba una mujer de la cual había sacado varios aspectos físicos, su melena castaña, su estatura promedio y unos cuantos centímetros más.

¿Y tú crees que yo me iré de esta casa? –Le debatía el miembro restante, del cual la chica había sido descendiente de unos inocentes ojos castaños, que se decoraban con pestañas ahora, cubiertas de gotitas por el llanto–. ¡Ni muerto me vas a sacar! –Le contestaba colérico.

¡Por eso que me voy, y me llevaré todas las malditas cosas que he comprado! –Cada vez, el rostro de la mujer se deformaba con el pasar de las palabras, con el pasar de la discusión–. Y me llevaré a Luna. –Concluía, marchándose al segundo piso de la casa.

Sobre mi cadáver te llevarás a mi hija, ¡Puta! –Le gritó, corriendo a donde la madre de la joven que presenciaba todo aplicaba los pasos aún en las escaleras.

¡Por la mierda, llamaré a los carabineros! –Gritó desaforadamente la joven.

¡Llámalos!, ¿Qué esperas? ¡Llámalos! –El hombre sujetaba a su "esposa" tratando de de sacarle la argolla de matrimonio, mientras que ella, intentaba ponerse al medio de ambos.

¡Voy a salir a gritar al pasaje si no terminan con esto! –La chica trataba de hacer entrar a ambos en razón.

¡Grita! Y que todos se enteren que tu mamá durmió en un departamento con un hombre diez años menor que ella –Le empujaba a su hija a salir a al calle para que cumpliera con lo que decía–. A esta puta le importa una mierda la familia, por eso se quiere ir, y no piensa ni en tu hermano ni en ti, ¿Te das cuenta? Solo se quiere llevar a Luna–

¡Y tú acabas de decir que te da lo mismo que yo me valla, pero también solamente piensas en Luna ¿Verdad? –Le debatía la mujer, zafándose del agarre del padre de la joven.

¿Y que más quieres que haga? Cedric ni siquiera lleva el apellido tuyo, porque toda la vida lo han cuidado mis padres, nunca le hemos apoyado económicamente, él se va de vacaciones como si fuera hermano mío, tiene más beneficios que yo… ni hijo nuestro se considera, ni por ley, ni porque cariño nos tiene. ¿Y Hermione? Yo hablé con ella hace unas semanas atrás y le pregunté que, si se quería ir conmigo de la casa, y me dijo que no. ¡Dile eso a tu papá!–

La aludida miró a ambos seres que, sudaban colerizados, comenzó a respirar un poco más fuerte, no quería que su voz sonara entrecortada por el llanto que aún aguantaban sus pestañas.

Yo te dije que si… se separaban… ¡Me iría a una pensión! –Respondió bajando con cada palabra, los decibeles de su voz–. Y que ambos tenían que pagarme los estudios de la universidad, no uno, los dos, por partes iguales–

Eso le corresponde a tu papá Hermione, tu que lo sabes todo, sabes que los abogados dirán eso, todos los papeles de tus estudios están a nombre de tu papá. Él se tiene que hacer cargo–

La mujer se lavaba las manos delante de su hija y se disponía nuevamente a subir hacia la segunda plata de su hogar.

El padre se dirigió al baño.

Y aquella chica, de enmarañados cabellos se quedó al centro del living, contemplando un florero roto, con el agua y las flores esparcidas por la cerámica.

Tardó al comprender que las palabras ya estaban dichas, que ya no debía de permanecer más en aquel lugar, que debería de llorar para calmar aquella angustia que se alojaba en su corazón desde pequeña.

Avanzó lentamente al fondo de su casa, hasta su habitación. Divisó las repisas llenas de libros, cuadernos, hojas. Las paredes con fotografías, poemas, sus cajas con cachivaches y sus decenas y decenas de cositas que toda joven, hasta los 17 años conserva por costumbres o por recuerdos.

Sintió el agua correr por las cañerías, su habitación estaba al lado del baño. Sentía un ir y venir de pasos encima de ella, la habitación de sus padres se encontraba encima de la suya.

Inconscientemente, unas lágrimas espesas comenzaron a descender por sus castaños ojos, recorriendo sus mejillas enrojecidas por la contención de aquellas traviesas líneas aguadas que le jugaban una mala pasada. No se podía permitir llorar ahora.

Su padre salió del baño, y se dispuso a subir al segundo piso, ahí sintió a su madre descender. Se podría decir que intercambiaron papeles, él ahora permanecía arriba dando pasos de un lado a otro, mientras que ella se bañaba.

La casa estaba en silencio, y eso se debía a la ausencia de Luna, quien en ese preciso momento –Gracias a quien sea– se encontraba jugando en otra casa y no presenció tal discusión. Su hermano Cedric estaba al tanto de lo mal que la estaban pasando ella y su hermana en casa, y si bien hace unos cuatro años atrás no se soportaban, desde que él se fue a vivir a casa de su abuela materna las cosas habían mejorado un poco. Ahora solían contarse ciertos problemas y se tenían algo de aprecio.

La muchacha con lágrimas secas en su rostro fue sorprendida con la despedida de su padre; era el término de un domingo cuando se despidió de ella.

¿A dónde vas? –Preguntó, escondiendo el último recorrido de agua por su cara.

Al trabajo. Me voy hoy… porque tengo que llevar muchas cosas. Vuelvo en tres días más –dijo apoyado en el umbral de mi habitación.

La voz de aquella chica no salió, tan solo una mano que se movía en señal de adiós, fue lo que le propinó a su progenitor.

Se escuchó en toda la casa el prominente cerrar de la puerta principal. El silencio se apoderó nuevamente del sitio.

Debieron de pasar unos quince minutos cuando apareció su madre, haciendo el mismo acto de presencia que su padre hacía unos momentos atrás.

Voy… a buscar a tu hermana –Trató de conectar sus azules ojos con los castaños de su hija, pero ella ni se inmutó–. No sé a que hora vuelva –Fue su despedida.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Esperando el mismo sonido de la puerta que propinó su padre.

La casa adoptó el silencio que le se hacía familiar, salió de su habitación decidida a la cocina, agarró los cuchillos más filosos que encontró y se escabulló en el baño.

Hacía años que no volvía a ejercer el daño así misma. Se sintió algo culpable y tonta, puesto que siempre le decían que era la más inteligente, y lo demostró en toda su enseñanza escolar completa. ¿Cómo una persona que es a los ojos de todos incluidos sus padres y hermanos, tan tonta para cometer aquellos atentados contra su vida, que recién florece en casi, 18 años?

Solo el dolor que le provocaba el sentir el cuchillo entre sus venas de las muñecas le hacía soltar un sollozo. Porque siempre eran lágrimas, lágrimas acompañadas de suspiros casi ahogados, lágrimas calladas con una almohada, lágrimas que terminaban antes de caer desde sus ojos.

Y siempre le provocaba el mismo pavor, ver sangre de su cuerpo escurrirse por el lavamanos. Tan roja, fluida y espesa.

El exceso de rojo le hacía parar de su misión. Cortó rápidamente papel higiénico para poder estancar la huida de aquel líquido de su cuerpo que parecía infinito. Fue necesario dos rollos de cincuenta metros de papel higiénico cada uno para acabar con lo que había empezado hace un instante. Limpió el lavamanos, quemó el papel utilizado para que no hubiera rastros y se metió nuevamente a su habitación. Buscó un par de polainas para ponérselas como muñequera. El ardor de las cortadas comenzaba a ser bastante doloroso y le hacían recorrer en su cuerpo miles de agujas.

La noche se avecinaba cada vez con más ímpetu, y unas ligeras gotas del cielo comenzaron a caer.

Sin pensarlo más, corrió al segundo piso de su hogar, buscó un bolso de tamaño mediano, bajó nuevamente. En cosa de instantes, tenía lleno el implemento de viaje con ropa para algunos días, su notebook, el cargador de su celular, un cuaderno con notas de su persona y dinero para unos tres días.

No dejó nota alguna, tan solo, salió de la casa, la que fue su casa por casi, 18 años.

Su familia vivía en un pueblecito, ubicado a una hora y media en transporte de la ciudad más grande, la cual contenía universidades, antros, parques… todo lo que no había en aquel sitio.

Un bus que iba a la gran ciudad paró al notar que una enmarañada y mojada cabellera le hacía señal para que le dejara entrar.

No tenía d dónde ir. Los pocos amigos se quedaban en el pueblo, faltaban dos meses para el ingreso a la universidad. Sus padres eran hijos únicos, por lo que no tenía primos o tíos. ¿Y a donde su hermano y abuela? Ni hablar…

Durmió todo el trayecto. Despertó cuando el joven que cortaba los tickets del viaje pidió el suyo, y se dio cuenta que en la gran ciudad llovía intensamente. Olvidó completamente el paraguas, pensó que era una ligera llovizna, y tampoco gastaría dinero en comprar uno aunque fuese desechable. No estaba en las condiciones de poder hacer ese tipo de gastos.

Las personas se aglomeraban debajo de los paraderos de autobuses, corrían a coger taxis que los llevaran a sus hogares. Comenzó a nacer un frío en el ambiente que no era común en esta época del año.

Dándose cuenta que no solucionaría nada quedándose dentro del terminal de buses, comenzó a caminar entre las resbaladizas baldosas de la ciudad. Miraba hacia todos lados. Como si nunca hubiera estado en aquel lugar.

Su estómago fue el primero en reclamarle algo de atención, al no recibir alimento alguno de hacía unas ocho horas atrás. El comercio ya estaba cerrando sus puertas y todavía no encontraba sitio a donde ir. Con el correr de los minutos, iban quedando escasos peatones en la zona donde se encontraba.

Fue entonces que toda su ira comenzó a hacerle efecto, sumándole la fatiga, el viaje, la escapada de su casa, la duda de saber que pasaría mañana, o tan solo, que sucedería con su vida en unos minutos más tarde le acongojaba. No aguantando más el equilibrio, cayó al mojado suelo. Se ensució los pantalones oscuros, llenándolos de barro. Su bolso salió unos cuantos centímetros más lejos de su cuerpo. Apenas tenía fuera para poder pararse e ir en su búsqueda. Gateaba lentamente por el camino, por lo que el automóvil que pasaba en ese instante cerca de ella al no verla, le lanzó toda el agua que estaba aglomerada en la orilla de la vereda, mojándola mucho más de lo mojada que se encontraba por no usar un paraguas.

Se aferró a su bolso como si se le fuera la vida en ello, y confundiendo sus lágrimas con las del cielo, comenzó a sollozar lastimeramente.

Sintió como sus fuerzas se desvanecían. Pensó que era por la pérdida de sangre que tuvo al cortarse las venas, y con una sonrisa comenzó a sucumbir en un trance que la llevó a negro.

Una pareja iba saliendo del último supermercado que ya cerraba sus puertas a los compradores. Iban con sus manos cargadas de bolsas, y al parecer, buscaban su automóvil estacionado cerca del lugar. La chica que era más baja de estatura que el joven mantenía con una de sus manos el paragua para que ambos no se mojaran.

Fue ahí cuando la muchacha percató que había algo tirado en el piso.

¿Ves lo mismo que yo, hermano? –Le preguntó dudosa.

De seguro es un vago –Respondió el joven–. Apurémonos, de lo contrario llegaremos igualmente mojados al auto–

La chica se quedó viendo un momento más el bulto, y percató que era una joven.

¡No es un vago! Es una chica, y parece desmayada, vamos a ayudarla –Exclamó, corriendo hacia el lugar donde estaba Hermione inconsciente.

Su hermano hizo lo mismo. A ninguno de los dos les importó el mojarse con la lluvia o embarrarse. Cuando llegaron a donde estaba la chica quedaron sorprendidos.

El estado de ella no se veía muy bueno, estaba pálida, mojada desde la punta de sus pies hasta el más pequeño de sus cabellos. A eso sumarle sus heridas en la muñeca, que producto de la intensa lluvia teñían el suelo de un color rojo claro.

Está sangrando, no sé de que sitio –Dijo asustada la chica–. Llevémosla a nuestra casa –Ella notó el desconcierto en el joven–, si la llevamos a un hospital tendremos que quedarnos a hacer papeleos, nuestra casa está cerca, puede quedarse en mi habitación. Mañana se irá, llamaré a Harry para que acuda a la casa–

La chica cargó con las bolsas del supermercado y el bolso de la la joven inconsciente. Mientras que su hermano, cargaba entre sus brazos a la nombrada.

Ella sintió como alguien le cargaba con mucho cuidado. Tenía ganas de gritar, de saber qué es lo que pasaba, pero su cuerpo no se lo permitía. Apenas pudo abrir sus párpados ligera e incómodamente, mas su visión le propinó una mojada cabellera rojiza.

Perdió el conocimiento nuevamente.


Nota de la autora: debo decir que esto no habría salido si no es por los problemas que tengo ahora a mi alrededor, y bueno, la única manera de solucionarlos en mi caso, es escribiendo. No sé cuantos capítulos tenga esta historia, ni tampoco si les llama la atención, pero si veo que hay interesados, La seguiré (:

Un rew suyo, hará que nazca una sonrisa en mis labios. ¡Nos leemos!