Hola aquí estoy de vuelta con esta historia. Y si, lo sé ¿ahora te dignas a aparecer? Preguntaréis algunos, bueno no tengo excusa pero intentaré explicarlo. Debido al "éxito" que tuve con mi otro fic de Vocaloid "Devil May Cry" y posteriormente a mi fic de Inazuma Eleven "El Alma del Raimon" he tenido a esta historia en el olvido, lo siento muchísimo. Pero aprovechando esto, he revisado este fic y al verlo decidí cambiarlo un poco y añadirle cosas que antes no había y me gustaría que lo volvierais a leer para ver que os parece el cambio que explican algunas cosas que antes no se explicaron.

Y si aun tenéis ganas de que siga el fic mandarme un review para confirmármelo o dejarlo, intentare compaginarlo con el Alma del Raimon, incluso os dejó darme escenas que os gustaría que ocurriesen en la historia a modo de disculpa (Eso si, no hare escenas raras entre Seth y Atemu o entre Seth y Yugi, lo siento pero esas parejas me dan grima)

CÁP 1-DOLOROSO DESTINO REAL.

-Faraón, ya está todo preparado, solo hace falta que vos deis la señal-anunció Akhenaden con la cabeza levemente inclinada hacia delante en señal de respeto

El actual faraón Akhenamkhanen, que en ese momento estaba mirando por la ventana, apartó su mirada de su extensa y gloriosa ciudad para dirigirla hacia su sacerdote, y a la vez hermano, el cual llevaba la cara medio oculta tras la capucha de su túnica de sacerdote para que nadie se fijara que una de sus cuencas oculares era ocupada por el Ojo Milenario

-Akhenaden, estamos solos, no hace falta que te dirijas a mí como "faraón" deja las formalidades a un lado-dijo con una leve sonrisa el actual faraón mientras miraba a su hermano

El sacerdote asintió con la cabeza mientras descubría su cara apartando su capucha de ella. Su faraón y hermano era prácticamente el único al que le podía mostrar su cara en la intimidad.

-Hermano mío-empezó el sacerdote-¿Estás seguro de querer hacerlo? Es tu propia gente, tu pueblo.

-Han muerto muchos en los últimos tiempos debido a la guerra, Akhenaden, debo ir a reclutar mas, aunque no sea mi deseo hacerlo-suspiró disgustado Akhenamkhanen

-¿Qué ha sido de los que reclutasteis en esa aldea de ladrones?

-Varios han muerto enfermos y otros se han suicidado…llevándose a varios con ellos

-Insisto, Akhenamkhanen, son tu propia gente ¿de veras quieres hacerlo?-insistió el sacerdote intentando que su hermano se lo pensase mejor, sabía cuánto amaba Akhenamkhanen a su pueblo y que daría su vida por ellos, no le entraba en la cabeza que tuviera que vivir semejante dilema.

-No hay otra opción…-suspiró-Solo puedo compensarles dándoles ciertos privilegios, ofrecerles comida y ropa, un lujar donde cubrirse del frío de la noche…

-¿Padre?-murmuró la vocecita de un niño que acababa de entrar silenciosamente en la alcoba-Hola, tío-saludó al ver al otro hombre que acompañaba a su padre

-Hijo ¿Qué haces aquí?-preguntó el faraón mirando como su hijo de ocho años se frotaba uno de sus ojos escarlatas dando a entender que acababa de levantarse, se rascó también su llamativo cabello en punta con tres colores distintos y arregló sus mechones rubios que formaban rayos.

-Amón ya ha salido del horizonte-dijo el niño para luego acercarse a su padre-¿Qué es lo que ocurre, padre? Pareces preocupado

-No pasa nada, Atemu-sonrió el faraón sonriéndole al niño que no tardó en devolverle la sonrisa-¿Sabes? Hoy te dejaré libre de tus estudios ¿No quieres aprovechar e irte a jugar con Mahad y Mana?

Por un segundo Akhenamkhanen pudo jurar haber visto una luz resplandeciente en los ojos de su hijo para luego volverse deslumbrante con la gran sonrisa que el niño le dedicaba.

-¿En serio, padre?-preguntó Atemu sin poder creerlo, era raro que se le permitiera tener un día libre, su padre siempre había sido muy estricto con respecto a sus estudios, dijo que algún día debía ocupar el trono como faraón cuando él fuera a reunirse con Ra en el mundo de los espíritus y a causa de eso nunca tenía tiempo libre. Sus dos únicos amigos, Mahad, el futuro sacerdote y la pequeña Mana, la aprendiz de sacerdotisa, los conocía porque se habían criado los tres juntos en el palacío.

Mahad, el más mayor de ellos fue colocado al lado del príncipe cuando nació para ser su "cuidador" cuando sus padres no podían hacerse cargo de él por sus obligaciones, el vinculo entre el príncipe y el futuro sacerdote se hizo más estrecho cuando Atemu perdió a su madre a la corta edad de cinco años y vio en Mahad una figura en la que apoyarse y desahogarse cuando el protocolo real le permitía hacerlo fuera de las paredes que conformaban su habitación, era lo más parecido que tenía a un hermano mayor. La pequeña Mana la conoció al mismo tiempo que a Mahad, pues al parecer Mana había sido adoptada por los padres de Mahad cuando ella perdió a su familia en una tormenta de arena, Mana no poseía la misma madurez y buen juicio de Mahad pero era una dicha constante, era una nena alegre que encantaba a todo aquel que la viera y Atemu la veía como a una hermanita pequeña a la que mimar y cuidar.

-Por supuesto, cuando seas faraón entonces apenas tendrás tiempo para ti mismo, hay que aprovechar ahora que todavía eres príncipe para que puedas disfrutar de tus amigos, tal vez en el futuro no puedas hacerlo y no quiero que te arrepientas de no haber hecho cosas que debería hacer cualquier niño.

Al sacerdote se le hizo extrañó que su hermano le hablara de esa forma al pequeño príncipe, ninguno de ellos dos pudieron disfrutar de su infancia debido a que sus padres los prepararon rigurosamente para sus responsabilidades futuras. Akhenaden era más mayor que su hermano Akhenamkhanen y antes era el heredero para convertirse en faraón pero ese título expiró para él, el día en que recibió el Ojo Milenario a manos de un coronel enemigo para espiar los movimientos de su padre que en ese entonces era el faraón, después de haber sobrevivido al calvario y haber vuelto a su reino, el pueblo y los súbditos pidieron que le fuera quitado el derecho a la sucesión del trono, según ellos los Dioses no le aceptaban como gobernante de Egipto ni lo reconocían como el hijo de Ra, pero el faraón amaba a su hijo mayor, no le era indiferente el dolor que le supuso cuando le pusieron el Ojo Milenario y la humillación que debía sentir al escuchar que su propia gente lo rechazaba como futuro monarca, su hijo siempre había sido un gran orgullo y un gran ejemplo para todos y no quería dejarle sin nada así que a modo de compensación le hizo ocupar el puesto de sacerdote, los que formaban la élite del faraón. Sin embargo Akhenaden no guardaba ningún rencor a su hermano ni a su sobrino, actual príncipe, pues gracias al Ojo Milenario tenía acceso a visiones que no tenían otros, era capaz de visualizar el acercamiento de ejércitos enemigos incluso antes de que estos se llegaran a formar, lo que lo convertía en un peso pesado para la estrategia militar así mismo también era capaz de predecir la estabilidad futura de la economía de Egipto y así mismo predecir la llegada anual de las plagas que amenazaban con destruir sus cosechas, dando oportunidad a su hermano de tomar precauciones contra ellas.

-Muchas gracias, padre-dijo el pequeño Atemu para luego correr hacia la puerta que daba la salida-¡Hasta luego, tío!-se despidió apresuradamente el muchacho.

Una vez solos, el sacerdote volvió a mirar a su hermano que seguía con su mirada clavada en la puerta por donde había salido Atemu.

-Me estoy haciendo viejo, hermano mío-comentó el faraón sin dejar de mirar la puerta-No sé cuánto me quedará para que Ra me llame para ir a su lado. Mi hijo todavía es muy joven pero si yo llegará a irme antes de que Atemu termine su formación, te ruego que seas tú quien le guíe para ser un buen faraón.

-Pides cosas difíciles-comentó después de toser un poco-No eres el único que está envejeciendo, Akhenamkhanen, yo soy el mayor y es posible que reciba la llamada de Ra antes que tu.

-Si tú se marcharas antes que yo, dejaría a Atemu a manos de Mahad, puede ser joven pero es prudente y sensato, sabrá ser un buen guardián para mi hijo, pero si por alguna razón soy yo el que se marcha antes te pido que seas tú el que cuide de él…no permitas que Atemu cometa los mismos errores que su padre.

-…Tus deseos son ordenes para mi, mi faraón-inclinó la cabeza-Entonces…¿doy la orden?

-…Da la orden…-respondió apretando la mandíbula lleno de frustración.

En una pequeña aldea de campesinos, la gente trabajaba en sus cultivos recolectando las verduras y los frutos que estaban en su punto y arrancando las malas hierbas que se comían sus alimentos, los perros ahuyentaban a los cazadores del desierto, los hombres preparaban nuevos terrenos para un nuevo cultivo mientras que las mujeres se dedicaban a recolectar la cosecha que estaba en su punto. La mujeres recibían ayuda de sus hijos pero los que eran todavía pequeños parecía aburrirles trabajar en el campo y preferían irse a jugar sin que sus madres se dieran cuenta por lo que las mujeres tenían que trabajar en el campo a la vez que ir detrás de sus hijos para obligarles a hacer el trabajo.

Una de las mujeres acababa de salir de su casa después de dejar dentro una cantidad considerable de cereales. La mujer no era muy mayor, apenas tendría unos veinte años pero no era su juventud lo que podía llamar la atención, ella destacaba entre todas las mujeres que estaban trabajando ahí, era una mujer que llamaría la atención de cualquier egipcio ya que sus rasgos parecían contrastar completamente con los de todos los demás, empezando por su piel, que en vez de bronceada como cualquier egipcio era blanca como la misma leche, luego su cabello, en vez de negro o rubio platino, era castaño claro y corto y por ultimo sus ojos rasgados de una forma muy peculiar y de un color amatista. Si, esa mujer no cumplía con ningún requisito físico para ser considerada egipcia, y los que se acercaban a hablar con ella podían notar su extraño acento extranjero. Nadie sabía de qué lugar provenía aquel acento, tampoco nadie se había preocupado en preguntarle a la mujer de donde era, por muy extraña que fuera seguía siendo una mujer que estaba trabajando para el faraón y como tal cumplía con sus deberes como cualquier otra persona. No había más que decir al respecto.

La joven mujer se acomodó su enorme canasto a la espalda y se dirigió a su puesto para seguir recolectando algunas verduras que iban a vender al bazar, pero nada más volver a comenzar se dio cuenta de que había algo que le faltaba, se irguió y miró a todos lados en pos de encontrar lo que andaba buscando. Se fijó que unas hierbas altas que tenía detrás de ella se movían energéticamente y podía escuchar unas risas, la mujer sonrió divertida, fingió no darse cuenta del movimiento de las hierbas y continuó con su trabajo dándoles la espalda.

-Tres…-murmuró la mujer al escuchar mayor movimiento en las hierbas-…dos…uno…

-¡TE TENGO!-gritó una vocecilla infantil que salía de esas hierbas. La mujer se hizo a un lado y su atacante cayó directamente en un montón de malas hierbas que habían sido arrancadas. El atacante de la mujer era un niño pequeño. Su hijo de apenas tres años de edad que, al igual que su madre, poseía facciones y rasgos extraños para cualquier egipcio, era incluso más extraño que su madre con ese cabello en punta de tres colores, negro, morado y rubio y con unos ojos grandes y expresivos de color amatista, y con una palidez en la piel incluso mas notoria que la de su madre. Aunque no se acercaba ni por asomo al bronceado de un egipcio, la joven mujer se pasaba las horas trabajando bajo el sol y su piel sí que tenía una tonalidad mas tostada, aunque siguiera siendo muy blanca a ojos de los egipcios pero su hijo, que hacía muy poco tiempo que había comenzado a trabajar en el campo y había estado hasta entonces metido en casa haciendo compañía a su abuelo y protegido del sol poseía una piel más blanquecina. El niño, aburrido por las cansadas y repetitivas tareas del campo, se había escapado de la vista de su madre en pos de darle un pequeño susto para divertirse, parpadeó al ver como había acabado su inocente plan pero poco le importó al ver donde había acabado, aplaudió entre risas para luego enterrarse entre las hierbas dejando salir solo su cabecita.

La mujer suspiró con una sonrisa y se dirigió hacia su revoltoso hijo, que continuaba jugando entre las hierbas, y lo sacó cogiéndole de su ropa.

-Yugi…no te pongas a jugar ahí ¿y si te pica un escorpión que haremos?-preguntó la mujer para asustar un poco al pequeño pero el niño solo sonrió.

-Si me pica un escorpión le pediremos a Kami-sama que me cure-dijo inocentemente en niño sonriendo como si fuera la solución a todos los problemas del mundo.

La mujer cubrió la boca de su hijo miras miraba nerviosamente hacia los lados temiendo que alguna de las otras mujeres le hubiera oído pero todas estaban demasiado concentradas en sus tareas como para prestar atención a lo que decía el niño. La mujer, de nombre Midori, se agachó al lado de su hijo para hablarle en voz baja sin que les escuchara las demás mujeres que al parecer estaban tan concentradas en su trabajo y en sus propios hijos que no prestaban atención a esos dos.

-Yugi ¿Qué te tengo dicho? No menciones a Kami-sama fuera de casa-le regañó la mujer.

-Pero ¿Por qué? Kami-sama es un dios, igual que Ra, todo el mundo habla de Ra, adora a Ra y el faraón es hijo de Ra ¿Por qué no podemos hablar nosotros de Kami-sama si también es un dios?

Midori miró a su hijo algo nerviosa ¿Cómo explicarle a un niño de tres años que estaba prohibido mencionar a sus dioses fuera del ámbito familiar limitado por su casa porque si no sería un atentado contra los dioses egipcios y por ello serían condenados como mínimo con el destierro? No podía decirle que estaba mal mencionar a Kami-sama, dado que esa era la educación que estaba recibiendo por parte suya y la de su abuelo, la tradición de su familia y la de sus antepasados. Aunque su hijo hubiera nacido en Egipto, no quería que se perdiera de vista sus raíces, tal vez en un futuro pudieran volver a su Japón natal, en cuanto terminase la guerra allí.

-Verás, Yugi, en Egipto quienes mandan son Ra y su hijo, el faraón, aquí Kami-sama puede escucharnos y a veces ayudarnos pero no tiene mucha fuerza estando aquí.

-No lo entiendo ¿Kami-sama no está en todas partes? ¿Por qué Ra y el faraón tienen más poder que Kami-sama?-preguntó el niño con toda su lógica infantil.

-Pues…porque esta es la tierra donde nació Ra y aquí tiene mucho más poder, es su casa ¿tu no te sientes mas fuerte estando cerca de casa?

-Entonces…¡Kami-sama es mas mayor que Ra! ¡Kami-sama tiene más poder que Ra!-exclamó el niño completamente convencido haciendo que a su madre casi le diera un sincope por semejante grito.

-¡Yugi! ¡No grites!

Midori estaba muy nerviosa, sabía que tendría que estar educando a su hijo según la religión egipcia pero su suegro no quiso que fuera así, el niño tenía sus raíces en Japón y como tal Kami-sama era su dios y no Ra. Midori no estuvo muy de acuerdo con esta decisión, ya era bastante complicado destacar entre todas las demás personas, sus rasgos asiáticos y su piel clara como la leche destacaba entre las facciones y la piel tostada de los egipcios, no fue fácil conseguir que el faraón les permitiera quedarse en el reino, su condición de extranjeros les hacia objeto de muchos rumores sobre ejércitos enemigos. Los egipcios nunca habían visto a un japonés de cerca ni siquiera sabían que existiera un país llamado Japón, ni con una lengua y una escritura tan diferentes de las suyas, ya ni hablamos de costumbres y tradiciones. Midori estaba convencida que el faraón les dejó quedarse porque su esposa se había apiadado del pequeño Yugi que por aquel entonces solo contaba con un mes de vida, el bebé ni siquiera tenía la visión totalmente desarrollada. Midori quería educar a su hijo como cualquier otro niño egipcio, porque sabía que siempre sería diferente del resto y si se ponía a hablar de Kami-sama tan deliberadamente los demás podrían denunciarle al faraón por ofensa a los dioses y recibiría un buen castigo, pero su suegro insistía en que educara a Yugi según sus costumbres, que lo mejor era hacer que el niño fingiera seguir las costumbres egipcias solo para evitar problemas. Pero desde luego el nene no ayudaba gritando a los cuatro vientos que Kami-sama era más poderoso que Ra pero claro ¿Cómo le explicas todo eso a un niño de tres años?

-Yugi, tu solo hazme caso, y no menciones a Kami-sama fuera de casa ¿es que quieres que los demás se enfaden?

-¿Por qué iban a enfadarse? Yo no me enfado cuando hablan de Ra.

-Contéstame, Yugi ¿quieres que se enfaden contigo?

El niño sintió como la mirada de su madre se volvía ansiosa pero él interpretó la expresión como una mueca de enfado y bajó la cabecita en señal de disculpa antes de contestar:

-…No…-respondió al fin. Midori, contenta con esa respuesta, le dio a su hijo dos pequeñas jarras.

-Bien, ahora ve al río y coge un poco de agua, pronto será la hora de prepararle el té a tu abuelo y creo que hoy esta de mal humor.

-¿El abuelito está enfadado? ¿Por qué?-preguntó tratando de coger las jarras como podía pues eran bastante grandes para su tamaño.

-Es que el abuelo ya está mayor y le duele la espalda, así que hay que cuidarle mucho para que se ponga bueno

-¡Vale! ¡Yugi ayudará!-se ofreció el pequeño entusiasmado para de repente salir corriendo hacia una dirección perdiéndose entre las hierbas altas.

-¡Yugi!-gritó Midori-¡Que no es por ahí! ¡Vas en dirección contraria!

A los pocos segundos Yugi volvió a aparecer de entre las hierbas y corrió con la misma energía del inició hacia la dirección correcta entre risas.

-¡Y recuerda lo que te he dicho!-le dijo antes de que volviera a perderse, después de escuchar un lejano y prolongado "Si" Midori suspiró cansada-Este niño me va a dar más trabajo que estos campos…-rió la mujer para luego continuar con su trabajo pero nuevamente fue interrumpida por un extraño ruido. Miró hacia las colinas y vio aparecer a muchos hombres a caballo y todos ellos llevaban consigo en el escudo el símbolo del faraón. Entonces sintió que algo no iba bien…nada bien…

Mientras en el río y ajeno a todo lo demás, Yugi se encontraba llenando las jarras de agua con cuidado de que ni un grano de arena se metiera dentro tal y como su madre le había ordenado…no entendía en que podría ayudar el té a la espalda de su abuelo pero le entusiasmaba poder ser útil en algo, quizá su abuelo se ponga bueno y le deje jugar con él a ese juego de pesa con piezas blancas y negras redondas. Se limpió el sudor de su frente y cuidadosamente miró hacia el cielo protegiendo su vista del Sol con su mano.

-Madre siempre dice que nunca mire directamente a Ra, que si lo hago él me castigará quitándome la vista-se dijo a sí mismo el niño, nunca miraría a Ra si eso era lo que le decían pero sentía mucho calor. Ya de normal hacía mucho calor pero hoy Ra estaba especialmente caluroso, el niño se preguntó si no le importaría a su madre que se retrasara un poco para poder refrescarse en el río. El agua estaba fresca y sentía su piel arder con el contacto de la luz solar.

-bueno, solo me mojaré un poco y luego volveré-se dijo el nene dejando las jarras llenas de agua a un lado, con cuidado para que no se cayeran, y luego se despojó de su humilde calzado metiéndose poco a poco en el agua-Madre también dice que hay que tener mucho cuidado con el río. Así basta-dijo viendo como el agua le llegaba hasta poco más arriba de las rodillas. Al sentir el frescor del agua le recorrió un escalofrío desde sus piernas hasta su cabeza, no pudo resistirlo y empezó a correr y a saltar por el agua mientras cogía un poco de ésta en sus manos y se la echaba por sus brazos y pecho.

El pequeño estaba tan entusiasmado y se divertía tanto que no se dio cuenta de que se estaba alejando de las jarras. Continuó gritando y riendo chapoteando en el agua y tratando de dar caza a algún pececito, tan absorto estaba que no pudo fijarse por donde iba y de pronto chocó contra algo o más bien alguien.

El impacto fue tan repentino que Yugi perdió el equilibrio y cayó sentado en el agua empapándose completamente, el agua también había entrado en sus ojos cegándole un poco, se los frotó y movió su cabeza como un perro para quitarse el agua de pelo. Abrió sus ojos y alzó la mirada hacia donde había tropezado.

Se encontró con una intensa y curiosa mirada escarlata. Con quien había chocado era con un niño mayor que él, con un peinado idéntico al suyo, salvo por mechones rubios que formaban rayos, una mirada seria, ojos de color rojo como la sangre. Yugi por un momento pensó que aquel niño era japonés como él pero en seguida retiró sus conclusiones al observarlo con más detenimiento, sus facciones y su piel morena dejaban ver claramente que era un niño egipcio. Pero lo que mas le llamaba la atención era la ropa que llevaba aquel niño, no iba vestido como los demás niños que conocía, su ropa parecía estar hecha de buena calidad y especialmente para él.

Atemu se había alejado de sus amigos para poder ir a remojarse un poco, hoy hacia bastante más calor de lo normal y sentía ganas de echarse un poco de agua. El príncipe estaba muy contento, por una vez podía disfrutar de sus amigos sin tener que preocuparse de sus obligaciones reales. De pronto escuchó unas risas que se iban acercando a él a toda velocidad, por un momento pensó que era su amiga Mana pero aquella voz era mucho más infantil, pero cuando se dio la vuelta para averiguar de quien se trataba aquella persona chocó contra sus piernas y cayó sentado en el suelo empapándose completamente. Atemu se quedó con los ojos abiertos mientras veía una pequeña copia de si mismo ante él dejándole totalmente sorprendido, cuando el impulsivo niño abrió sus grandes ojos amatistas y le miró Atemu sintió una oleada intensa dentro de sí, sintiéndose incluso intimidado. Aquella mirada carecía por completo de malicia, le miraba de arriba abajo con curiosidad aparentemente también sorprendido por el parecido entre ellos, pero Atemu tampoco se le pasó desapercibido los curiosos rasgos faciales de aquel muchachito, carentes de cualquier rasgo propio de los egipcios. Aquel niño tenía la piel muy pálida, tanto que Atemu llegó a preguntarse si estaba enfermo pero el brillo de esos ojos amatistas y la forma que se había reído antes le daba a entender que estaba muy sano.

-¿Estás bien?- atinó a preguntarle al crío que aun se sobaba la cabeza debido al golpe.

-Sí, no te preocupes- atinó a contestar.

Y sin saber por qué se quedó observando cómo cual tonto al pequeño.

-Disculpa…- atinó a decirle al niño y éste le observó con atención-. ¿Eres de por aquí?

-Sí, vivo en una aldea- respondió inocentemente.

-¿Y tu madre?- volvió a preguntarle.

-En la aldea- contestó como si nada señalando en un punto de las olas de arena dándole a entender al de ojos rojos que su casa estaba en esa dirección. En eso, el joven príncipe se percató de las jarras que yacían en la orilla.

-¿Viniste a buscar agua?- preguntó sonriendo de medio lado.

-Sí, pero también tenía ganas de remojarme un poco- se explicaba el pequeño.-Hace mucho calor.

-Entonces deja de hacer el vago y haz lo que viniste hacer- le regañó un poco haciéndose el duro aunque no le salía bien del todo-, no vayas a preocupar a tu madre- finalizó de decirle dejándole un amistoso coscorrón en la cabeza de Yugi haciendo que este último soltara un quejido molesto.

-¡Oye eso duele!- reclamó un poco enojado al tiempo que tomaba la mano del mayor y se la alejaba de su cabecita-. ¿Eh?- y entonces miró con más detenimiento al muchacho que tenía adelante-. No había visto nunca esta ropa- declaró curioso al tiempo que estiraba una de sus manitas para tocar aquellas prendas-. ¡Vaya, es muy suave!- opinó sonriendo ante el agradable tacto.

-Eh, sí… es que está hecha con algodón de las plantaciones del norte- decía algo nervioso pero sin determinarse a parar aquel inocente atrevimiento. El príncipe sabía de sobra que no podía rebajarse a ser tocado por alguien como un plebeyo, después de todo sería el futuro sol de Egipto, por lo mismo no debía mezclarse con un simple aldeano.

Sin embargo, y de alguna forma que no se pudo explicar, la situación pudo con él y no pudo hacer nada mejor que quedarse en silencio. Cabe decir que jamás nadie había osado a tocarlo, con suerte sus amigos le tocaban un par de veces el hombro con el dedo índice para reclamar su atención cuando que no les estaba escuchando, pero de ahí nada más allá, porque nada era parecido a esas caricias que ya empezaba a dar el pequeño recorriendo ingenuamente su pecho porque claro, él sólo pensaba que estaba tocando una ropa tan suave que simplemente le divertía hacerlo e ignoraba por completo todas las sensaciones que estaba despertando en Atemu al hacer, ya que aquellas caricias las empezaba a sentir encantadoramente deliciosas y relajantes.

-¡Ya es suficiente!- alzó la voz al tiempo que alejaba al crío de su real persona tomándole en brazos, después de todo aun era pequeño y no era difícil tomarle de aquella forma.

-Lo siento, pero es que son muy suaves y bonitas- sonreía el pequeño-. Cuando sea mayor quiero conseguir prendas como esa para que mi mamá se vea muy guapa. Sin poder evitarlo, Atemu le miró sorprendido. No sólo era la respuesta sino también la forma en que lo expresaba, como si de verdad fuera a conseguirlas, sin saber lo escaso y difícil que era conseguir que las plantaciones de algodón crecieran sin problemas en los pocos oasis que había al norte. Estaba claro que aun era un ser dotado de toda la pureza del espíritu, a tal punto que incluso podía dejarlo aun más azorado con tan solo unas pocas palabras. Se quedó un tanto azorado viéndole reír aun ahí siendo retenido entre sus manos como si no le importara que no lo volviera a bajar nunca más.

Fue entonces cuando…

-¡Atemu!-gritó una voz femenina acercándose a los dos niños.

-No deberías alejarte sin decir nada, te estábamos buscando-le regañó un muchacho que parecía tener una edad de once años, a su lado estaba la niña de ocho años que había llamado a su amigo. La niña, Mana, se quedó mirando al pequeño niño que continuaba sentado mientras miles de gotitas caían por las puntas de su llamativo cabello, tan parecido al de su amigo.

-Atemu ¿Quién es ese niño?-preguntó Mana señalando al pequeño que al verse señalado se encogió de hombros intimidado

-No lo sé, acaba de chocar conmigo-contestó el príncipe de Egipto al mismo tiempo que volvía a dejar al niño en el agua para luego mirarlo un tanto absorto. Sintió curiosidad por la nívea piel del niño y con el dedo índice acarició las sonrosadas mejillas del pequeño que se mantuvo quieto ante el contacto, bastante acostumbrado a que los demás se sorprendieran con su aspecto. Además de las mejillas, Atemu se permitió acariciar la barbilla y la garganta del niño con el dedo antes de hacerlo con toda la mano, pensaba que su tacto sería áspero como el de algún mineral, pero era bastante suave y cálido al tacto. El pequeño, al parecer contento con aquella muestra, levantó la cabeza para que la caricia pudiera recorrer mejor su garganta.

-¡Es una monada!-soltó de repente Mana arrodillándose al lado del pequeño y abrazándole fuertemente como si fuera una muñeca separándolo de un sorprendido Atemu que no se esperaba esa intromisión tan repentina. Los otros dos niños miraron compasivos al pobre nene que se revolvía entre los brazos de Mana reclamando el aire que había desaparecido de sus pulmones.-¡Que mono! ¡Es como volver a ver a Atemu de pequeño! ¡Mahad ¿me lo puedo quedar?

-Que no es un animalito extraviado, Mana-dijo Mahad con una gotita resbalándole en la nuca

-Puede que se haya perdido. Su madre debe de estar buscándole-dijo Atemu mirando como el niño perdía su color de cara para volverse morado y ver como el alma se le escapaba por la boca-¡Mana, suéltale! ¡Que lo matas!

Mana lo soltó de inmediato, Yugi respiró muy profundamente sintiendo que acababa de ver el mundo de los espíritus.

-Es un niño muy raro-comentó Mahad-Nunca he visto uno así.

-¿Cuántos años tienes, pequeño?-preguntó Mana entusiasmada ignorando el comentario de su amigo mas mayor.

-Do…-empezó diciendo Yugi mientras levantaba dos dedos de su mano pero de pronto se quedó quieto y estuvo pensándolo mejor, levantó un tercer dedo y con una gran sonrisa contesto-¡Tres!

-¡Ayyyyyy!-gritó Mana con los ojos de estrella para luego volver a abrazarlo-¡Si es un bebé!

-¡Yugi no es un bebé!-protestó el pequeño niño revolviéndose de entre los brazos de la niña egipcia-¡Yugi es mayor!-dijo con dignidad infantil el pequeño mientras Mana lo soltaba de nuevo.

-¿Tu nombre es Yugi?-preguntó Mahad extrañado. Nunca había oído un nombre así, y además con ese acento que empleaba para pronunciarlo. El niño tenía un habla como cualquier niño egipcio de su edad, dominaba el idioma, lo hablaba con fluidez y sin errores pero empleaba un acento extraño para pronunciar su propio nombre, Mahad ni siquiera estaba seguro si ese nombre, o palabra extraña que entendía como un nombre pudiera traducirse en los jeroglíficos que estaba acostumbrado a estudiar.

-¡Sí!-sonrió el niño orgulloso de su nombre, su abuelo fue un gran militar cuando era joven conocido por su habilidad estratégica en batalla pero cuando llegó a la vejez y no pudo seguir desempeñando su cargo se retiró del ejercito poco antes de que su país entrara en guerra. Para no perder su buena capacidad estratégica, el anciano dedicó su tiempo libre a juegos de mesa que obligaban a la mente a desarrollar métodos y rutas para poder ganar las partidas manteniendo su mente tan lúcida como antaño. De hecho desarrollo un gusto por los juegos tan grande que cuando su nuera le propuso ponerle nombre a su primer nieto, el hijo de su desaparecido hijo, no tenía ninguna duda de que el nombre del niño tenía que ser Yugi, "juego" traducido en su lengua. El niño era listo, muy listo y le dijo que le puso ese nombre porque estaba convencido que algún día sería llamado el "rey de los juegos", Yugi no comprendía que significaba eso pero parecía ser importante.

-No es un nombre egipcio ¿será extranjero?-dijo Mahad repasando mentalmente algunos países cercanos que pudieran contener ese nombre en su cultura, pero no había manera. No solo por el acento y la pronunciación, las silabas, las letras y el sonido que lo envolvían no era para nada parecido a otras lenguas que conociera, ni el árabe ni nada.

Atemu se quedó mirando aquella joven criatura que miraba de forma simpática a Mana, no podía creer que existiera algo tan puro y tan inocente pero a la vez parecía tan frágil ¿acaso Ra había creado a ese delicado niño por algún motivo? Se parecía muchísimo a él pero al mismo tiempo eran muy distintos, tal como Mahad, Atemu no fue indiferente a la extraña manera en que el niño pronunciaba su nombre. El joven príncipe sentía la enorme necesidad de cuidar de ese niño, protegerlo de todo aquel que quisiera hacerle daño, parecía tan frágil que en el momento en que se tropezase y cayese al suelo se rompería como un jarrón de arcilla. Atemu agitó su cabeza de un lado a otro sorprendido por sus propios pensamientos ¿cuidar de ese niño? ¿Por qué? Si acababa de conocerlo, más bien ni siquiera eso, solo sabía que se llamaba Yugi y que era prácticamente un bebé. Cuando el pequeño volvió a mirarle y le dedicó una tímida sonrisa Atemu sintió que todas sus barreras eran destruidas por completo ¿Qué era lo que le estaba haciendo ese muchachito?

-Príncipe, aunque sea un niño extraño, está claro que es un campesino. Dudo que vuestro padre, el faraón, os permita estar cerca de alguien como él.-comentó Mahad rompiendo el encanto del momento.

De pronto el pequeño niño abrió sus grandes ojos como platos al escuchar al niño mayor decir aquello ¿Príncipe? ¿Aquel chico tan parecido a él era el hijo del faraón? Yugi se apartó de Mana como si ésta quemara y se alejó de los tres chicos retrocediendo temeroso mirando única y exclusivamente a Atemu.

Atemu en seguida notó el cambio brusco del pequeño al escuchar a Mahad. La mirada simpática y tierna del pequeño había cambiado drásticamente a una llena de pánico y angustia. Atemu sintió que algo se le rompía por dentro al ver que esa mirada era dirigida a él y exclusivamente a él ¿El niño le tenía miedo? No era extraño ver esa reacción de un niño pequeño, tanto el faraón como su descendencia eran considerados hijos del gran dios Ra, y como tal eran temidos y respetados por los mortales pero para el joven príncipe el titulo estaba asustando al pequeño y eso no le gustaba nada, no le gustaba ver los ojos de niño teñirse con el miedo. Atemu trató de acercarse a él pero el pequeño malinterpretó sus intenciones y salió corriendo.

-¡Espera!-le gritó Atemu para luego ver como el niño tropezaba y caía de plancha en el agua, preocupado, corrió a su lado-¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?

Yugi lo miró muy asustado, achicado como un gatito amenazado, y con un acto reflejó rechazó la ayuda del príncipe y volvió a salir corriendo, esta vez hacia tierra.

-¡Espera! ¡No te vayas!-le gritó Atemu tratando de ir detrás de él pero tropezó con una de las rocas que había sumergidas en el agua y cayó. El pequeño, mientras tanto cogió a toda velocidad las jarras de agua y se marchó corriendo de allí subiendo una cuesta de arena como buenamente pudo. Atemu solo pudo quedarse mirando como el pequeño niño desaparecía por la colina dejándole con un vacío en el pecho.

-¡Atemu! ¿Estás bien?-preguntó Mana, el chico no contestó solo se quedó mirando el lugar por donde había desaparecido el pequeño tricolor-Vaya…se ha marchado ¡Mahad, eres un bocazas!

-No creía que fuera a reaccionar así…-se excusó el muchacho mayor, la verdad es que si esperaba que el pequeño se asustara pero no que saliera corriendo de esa forma ni mucho menos que Atemu fuera detrás de él.

-¡¿Cómo que no? ¡Es un niño muy pequeño! ¡¿Esperabas una reacción diferente?-gruñó Mana alzando el puño.

-Tengo que ir a por él…-murmuró el príncipe pero sus amigos no le oyeron-Podría hacerse daño ¿y si alguien le pisa?-se dijo a sí mismo el futuro faraón.

Aunque en realidad debería haberse esperado una reacción así por parte del niño, tanto el faraón como el príncipe eran considerados hijos de Ra, eran venerados, respetados y temidos como los dioses que se consideraban y eso Atemu lo sabía de sobra pero el ver como ese niño le dirigía aquella mirada tan llena de miedo, sintió una angustia dentro de si, el niño parecía mirar a un demonio en vez de a un dios protector.

-Atemu, deberíamos irnos-dijo Mahad ayudando a su amigo a levantarse ya que el príncipe no parecía querer levantarse del suelo.

-Sí, tu padre se enfadara…-le dijo Mana saliendo del río.

-Pero es que…-murmuró el príncipe mirando la colina por donde había desaparecido el pequeño, no quería dejarlo solo, estaba seguro que aun podía alcanzarlo y al menos tenerlo vigilado.

-No te preocupes por el niño, seguro que estará de camino a su casa-le aseguró Mana cogiéndole del brazo y arrastrándole con él-Un niño tan pequeño nunca está muy lejos de sus padres, no te preocupes tanto.

Pero Atemu tenía una preocupación que no se le quitaba de la cabeza ¿Y si no volvía a verle? Había sido bendecido con ver a una criatura llena de pureza que tenía su misma cara…¿podría verle otra vez?

Yugi corría como alma que lleva el diablo, de vez en cuando se detenía para poder coger aire pero luego volvía a echar a correr tan rápido como le permitía sus pequeñas piernas ¿Ese era el hijo de Ra? Oh, el dios iba a enfadarse con él, estaba terminantemente prohibido mirar a los descendientes de Ra directamente a los ojos y se condenaba el alma si eran tocados por mortales. Solo quería refrescarse un poco ¿Ra se habrá enfadado? Ay su madre iba a enfadarse mucho, la había obedecido no mirando directamente a Ra pero si había mirado directamente al hijo de éste, peor aun le había tocado y le había hablado.

-¡Ra me castigará!-chilló el pequeño tricolor atemorizado por la furia del dios egipcio.-¡Kami-sama, apiádate de mí!-rogó el pequeño pensando que si suplicaba ayuda al Dios que de sus antepasados sería protegido de la ira del Dios que él conocía.

De pronto un fuerte olor a quemado invadió sus fosas nasales. Se detuvo a oler más detenidamente ese olor ¿acaso habían encendido las chimeneas? No, todavía no era hora de preparar la comida, su madre le había dicho que aun quedaba trabajo por hacer en el campo antes de comer ¿acaso estaban quemando las malas hierbas? Yugi pudo ver como una cortina de extenso humo aparecía por el lado en donde se encontraba su aldea, preocupado, el tricolor corrió hacia donde se encontraba su casa para ver una espantosa escena.

Todas las casas estaban en llamas, los campos estaban arrasados, la gente corría de un lado a otro huyendo de soldados que estaban montados a caballos, todos los niños llorando llamando a sus madres, los hombres que trataban de proteger a sus familias terminaban yaciendo sin vida en el suelo, los soldados atrapaban a todos los que huían en redes y luego los encerraban en carrozas con barrotes.

-Pero…¿Qué pasa?-preguntó Yugi en estado de shock mientras dejaba caer las dos jarras que sostenía derramando el agua de su interior que no tardó en ser absorbida por la seca arena del desierto. De pronto vio una figura conocida huyendo de un jinete-¿Madre? ¡Madre!-gritó el tricolor corriendo hacia donde estaba ella pero se detuvo en seco cuando un caballo pasó a toda velocidad por delante de él.

Asustado, Yugi corrió a esconderse detrás de unos escombros, miró por todas partes buscando a su madre pero la había perdido de vista. Solo pudo quedarse oculto y mirando impotente como los mas valientes de su aldea caían muertos ante las espadas de los jinetes y como los demás, angustiados y gritando eran capturados y luego encerrados. Yugi observó todo el espectáculo llorando y aterrorizado.

-¿Por qué hacen esto?-lloró Yugi-¿Sois enviados de Ra? Os ha mandado a castigarme ¿verdad?

Las lágrimas del pequeño corrieron por sus mejillas como dos ríos sin apartar la mirada. Sin poder aguantarlo, gritó de forma estridente y corrió por la aldea buscando a su madre y a su abuelo sin saber por dónde iba o con quien se toparía.

-¡Madre! ¡Abuelo!-llamó el niño para luego terminar en el suelo al ser empujado por alguien. El niño alzó la mirada para encontrarse con la fría mirada de uno de los jinetes.

-Vaya, mocoso ¿A dónde crees que ibas?

Sin que Yugi pudiera decir nada al respecto terminó de repente atrapado entre las cuerdas de una fuerte red. Gritó y lloriqueó mientras se revolvía tratando inútilmente de liberarse pero de pronto sintió como el suelo le raspaba la espalda y los brazos, al ser arrastrado. Cuando el jinete le liberó metiéndole dentro de la celda del carruaje para transportar presos, Yugi vio a todos sus vecinos heridos y agotados, algunos chillando hacia fuera mirando impotentes como asesinaban o capturaban a sus familiares y amigos. Parecía que algunos campesinos trataban de resistirse al ataque pero sus únicas armas eran sus herramientas de trabajo y alguna que otra arma rudimentaria para espantar chacales. Pero por el momento, Yugi no le importaba lo que estuviera pasando fuera, miraba a un lado y a otro buscando a su madre y a su abuelo esperando encontrarlos ahí.

-¿Habéis visto a mi madre? ¿Y a mi abuelito?-preguntó inmediatamente Yugi dirigiéndose a una mujer que era su vecina de al lado, a veces se encargaba de cuidarle cuando su madre estaba demasiado ocupada

-Pequeño Yugi…-murmuró la mujer mirando compasivamente al niño ¿Cómo iba a explicárselo?-No sabemos dónde está tu abuelo…pero respecto a tu madre…-dijo mirando al fondo de la carroza. Yugi sonrió levemente al ver a su madre sentada en un rincón, encogida, y acurrucada mientras respiraba compasadamente.

-¡Madre!-exclamó el tricolor corriendo hacia ella, apartándose de los cuerpos y piernas que estaban en su camino.-Madre, te he encontrado ¿estás bien? ¿Dónde está el abuelito?-preguntó el nene poniéndose de puntillas para mirar la cara de su madre apoyando sus pequeñas manos en las piernas de ésta. Al no recibir ninguna respuesta, Yugi parpadeó extrañado, de pronto sintió algo frío tocar su mano, la miró y vio que estaba llena de un líquido rojizo que salía del vientre de su madre y recorría sus piernas. Yugi no sabía que era ese líquido ni la importancia que tenía para el cuerpo humano pero no le dio importancia, ahora lo que quería era hablar con su madre-¿Madre? ¿Estás dormida?

Midori por fin parecía haber escuchado la voz de su hijo pues estaba abriendo los ojos con gran esfuerzo, le costó bastante poder visualizarle pues el rostro del tricolor solo estaba iluminado por la luz de las llamas que incendiaban sus casas. Sus ojos cansados y débiles dejaron aparecer una chispa de felicidad al ver el rostro de su pequeño hijo, a salvo y con apenas unos pocos rasguños causados por el arrastre al que había sido sometido con la red.

-Yugi…oh, mi Yugi…mi niño, mi niño-murmuró Midori abriendo sus brazos y rodeando a Yugi con ellos en un débil abrazo con cuidado de no mancharlo con su sangre, no quería asustarlo más de lo que ya estaba-Mi pequeño, menos mal que estas bien.

-¿Te he despertado?-preguntó inocentemente el niño, quizá su madre necesitaba dormir, se veía cansada y exhausta, más que cuando terminaba su trabajo en el campo. El inocente niño atribuyó su cansancio al miedo y al maltrato que había sufrido con el castigo de Ra.

-Solo descansaba los ojos…-murmuró Midori sin separarse de su hijo-Ra ha escuchado mis suplicas…me ha dejado volver a verte y te ha traído a salvo.

Yugi se aferró a su madre al escucharla decir angustiado y lloroso.

-Madre, Ra no ha escuchado ninguna suplica, todo esto es por mi culpa-lloró el pequeño frotando su cara en el pecho de su madre.

-No, mi niño ¿Por qué ibas a tener la culpa? Tú no has hecho nada

-Si lo hice, Ra está furioso conmigo por eso ha destruido nuestra aldea-gimoteó-Estaba en el río…snif…pero tenía calor…snif…y me fui a mojar…me choqué con un chico…no sabía quién era, de verdad-decía apresuradamente entre lágrimas-Aquel chico…snif…era el hijo de Ra…

-¿Te has encontrado con el príncipe?-preguntó Midori agotada mientras la herida de su vientre seguía emanando sangre-Mi niño, Ra no se enfadaría por eso.

-¡Claro que sí!-insistió el niño-¡Choqué contra él! ¡Lo toqué! ¡Le miré a los ojos y le hablé! ¡No me di cuenta! ¡Y Él está muy enfadado conmigo!

-Ra siempre es tolerante con las acciones de los niños, Yugi, a Él le gusta la inocencia porque es lo más cercano a la pureza, lo más cerca del mundo de los dioses.

-Entonces ¿Por qué ha pasado esto?-preguntó el niño mirándola a los ojos.

Midori se quedó mirando a su hijito, que no podía parar de llorar, se seguía escuchando gritos agónicos y varias casas se habían derrumbado por las llamas, el olor a humo y sangre invadía la atmosfera. "Mi niño no se merece algo así" se dijo la mujer sabiendo que le estaba quedando poco tiempo al lado de su hijo, la herida de espada en su vientre era demasiado profunda para que se lo tratara ella misma. "Mi niño, tu abuelo no está y tu madre se va a marchar muy pronto"-pensó Midori-"He hablado con nuestra amiga Anzu, ella se ha ofrecido a ocuparse de ti, es joven pero sabrá cuidarte bien"-Midori tosió fuertemente-"Pero no me iré mientras mi hijo se siga culpando, él no tiene nada que ver con los designios de nuestro faraón"

-Yugi-llamó débilmente la mujer, el niño, al no poder escucharla bien se acercó un poco más al rostro de ella-Ahora voy a dormirme, cuando lo haga iré a ver a Ra y le pediré disculpas. Él es un dios bondadoso y adora a los niños, no te guardara ningún rencor.

-¿De verdad?-sonrió el niño débilmente pero con las lágrimas aun cayendo mientras el alivio lo embargaba.

-Pero ahora tienes que ser un niño fuerte…si me duermo y voy a donde está Ra ya no volveré a despertarme.

-¿Cómo?-musitó incrédulo el pequeño-¿Me vas a dejar solo?-preguntó el tricolor con evidente terror reflejado en sus ojos.

-No te preocupes, Yugi, te quedarás con Anzu, ella te cuidará de ahora en adelante. Ella siempre te ha gustado.

-¡Pero yo no quiero estar con Anzu, quiero estar contigo! ¡Anzu no es "madre", tu si!

-Pero yo he de irme, Yugi…tal vez ahora no lo comprendas pero con el tiempo lo harás…hasta entonces ¿me prometes ser un niño bueno y hacer caso a lo que te diga Anzu?

-…Lo…prometo…-juró el pequeño llorando, no le gustaba nada esa idea pero si su madre se lo pedía lo haría-¿Puedo…dormirme contigo…?

Midori sabía perfectamente que debía decirle que no, no debía dejar que su hijo se despertara con la frialdad de su inerte cuerpo pero…tampoco podía negárselo, el niño quería pasar los últimos momentos con ella ¿Qué iba a hacer? ¿Llamar a Anzu para que se lo llevara? Sería lo correcto pero el niño iba a verla muerta de todas formas cuando la carroza llegara a su destino y la fueran a vaciar. Si ella debía morir…lo haría pero sintiendo el calor de su hijo entre sus brazos.

La mujer acomodó al niño entre sus brazos y lo acunó como pudo. El pequeño poco a poco fue vencido por el sueño mientras su madre se encargaba de protegerlo de los horribles gritos que todavía se producían en el exterior a través de una agradable nana cuyo sonido fue incrustándose a fuego en el cerebro del pequeño mientras se sumía en la inconsciencia de los sueños. Cuando Yugi se quedó profundamente dormido Midori le dio un beso en su cabeza en señal de despedida y le susurró "Que la gracia de Buda sea siempre contigo"

-Anzu…-llamó Midori a la muchacha de once años que se encontraba en la otra punta de la carroza. Anzu se levantó de inmediato y se dirigió hacia la mujer arrodillándose frente a ella.-Acaba de quedarse dormido, ten cuidado de no despertarle-le dijo dejando a Yugi en los brazos de la muchacha-Cuídalo, por favor, Anzu, es mi tesoro más preciado, mi razón de todo, cuando me vaya, tú serás su madre. Cuídalo y amalo, ahora tu eres todo lo que él tiene.

-Le cuidaré como lo haría usted, Midori-le aseguró la muchacha con evidentes lagrimas en sus ojos consciente del trágico desenlace que iba tener esa mujer a la que tanto admiraba-Se lo prometo

Anzu inclinó la cabeza en señal de respeto e hizo una señal de despedida antes de volver a su sitio anterior con el pequeño en brazos mientras Midori dejaba de luchar y se reunía con Ra en el mundo de los espíritus…o tal vez con Buda.

Al día siguiente Akhenaden se encontraba en el patio del gran palacio esperando a los jinetes que había mandado la noche anterior en busca de nuevos esclavos. Miraba la entrada del palacio imperturbable viendo como los esclavos entraban pero bien podía fijarse que detrás de él se encontraba una persona que le espiaba.

-Príncipe, es inútil que os escondáis, ya sabéis que siempre podré ver dónde estáis-dijo el sacerdote en voz alta para ver luego como su sobrino salía de una esquina sonriendo y acercándose a él.

-Hola, tío…-saludó Atemu-Es raro verte por aquí ¿Qué haces?-preguntó curioso.

-Esperamos nuevos esclavos…-contestó sin más el sacerdote.

-¿Puedo quedarme contigo?-preguntó el muchacho-Algún día esos esclavos deberán servirme a mí, me gustaría verlos de cerca.

El sacerdote miró a su sobrino pensando si eso sería correcto, el padre le había dejado a cargo de que el niño no cometiera el mismo error que él y había jurado que sería así pero ¿prohibirle ver a los nuevos esclavos sería faltar a su palabra? Lo dudaba sinceramente, Atemu no sabía nada del ataque que había hecho su padre, así que no copiaría esa falta si no conocía los detalles. No era ninguna sorpresa para el niño que haya nuevos esclavos en el reino, era una práctica de los más habitual.

Atemu se quedó al lado de su tío al ver como las puertas del palacio se abrían dejando entrar varias carrozas con personas encerradas dentro de ellas. Para el futuro faraón no era ninguna sorpresa ver a esclavos encerrados, ellos estaba ahí para servirles y mientras fueran alimentados y abrigados no podían quejarse de nada. Pero por alguna razón, Atemu estaba más impaciente que en otras ocasiones, como si esperara ver a alguien conocido entre aquellas personas.

-"¿Estará él aquí?"-se preguntó-"No creo, no es un niño del que se podría hacer un esclavo, Ra podría enfadarse si se esclavizara a alguien como él"

De pronto un agudo llanto infantil llegó a oídos de todos. Atemu sintió una punzada en el corazón al escuchar ese llanto tan estremecedor, sin perder tiempo corrió hacia donde se producía aquel sonido como si sus piernas tuvieran vida propia y pensasen por su cuenta, completamente indiferente a lo que pudieran pensar los demás.

-¡Príncipe!-le llamó el sacerdote pero eso no detuvo a Atemu que continuó corriendo hasta que se encontró con una escena que supo no poder borrar de su cabeza en toda su vida.

Justo delante de él se encontraba el mismo niño de pelo tricolor que había conocido el día anterior. El pequeño estaba sujeto fuertemente a un cuerpo que yacía sobre el suelo con los ojos abiertos de par en par mirando al vacío mientras otra niña, mayor que él, intentaba separarlo de ese cuerpo inerte con todo el cuidado y la prisa que podía, estaban atrayendo la atención de los guardias y se arriesgaban a ser azotados si los hacían enfurecer.

-¡Madre! ¡Madre!-lloró el niño sacudiendo el cuerpo con sus diminutas manos.

-Yugi, déjala, ella se ha ido-trató de convencerlo Anzu pero Yugi se negó a separarse de su madre

-¡No! ¡Ella tiene los ojos abiertos! ¡No se ha dormido! ¡No se ha ido con Ra!-gritó el pequeño

-¡Mocoso! ¡Muévete!-gruño uno de los guardián golpeando su látigo contra el suelo haciendo un ruido muy desagradable. Yugi dio un brinco ante el sonido pero eso no bastó para acobardarlo y apartarse de su madre en un acto de rebeldía. El guardia, enfurecido, golpeó con más fuerza el látigo contra el suelo peligrosamente cerca del menor pero sin llegar a tocarlo, pero no surtió efecto, el niño se quedó donde estaba y se aferró aun mas al frío cuerpo de su madre. El guardia no sabía qué hacer, estaba acostumbrado a intimidar niños pero no entraba dentro de sus preferencias azotarlos con el látigo y menos aun aferrado a su difunta madre, era una escena que solamente un lunático le resultaría indiferente.

-Tu madre ahora está con Ra no en el cadáver que estas abrazando-insistió Anzu-Tiene los ojos abiertos pero ella ya se ha marchado.

-¡No! ¡Eso no es verdad!-negó el pequeño angustiado-¡Madre! ¡Madre!-siguió llamando Yugi.

Atemu no pudo soportar ver a ese pequeño seguir derramando tantas amargas lágrimas, pero sobretodo, no soportaba verle llamar a una persona que no iba a volver a levantarse, le recordaba demasiado cuando su propia madre le dejó cuando recibió la llamada de Ra para irse al mundo de los espíritus, pero ese niño era demasiado pequeño para comprender el significado de esas palabras. Seguramente no sabía ni que era la muerte ni nada. Se acercó lentamente al pequeño mientras los guardías que estaban presentes se hacían a un lado para dejarle pasar.

Yugi levantó la mirada cuando una sombra le cubrió, reconoció la figura del muchacho de mirada escarlata con el que te topó en día anterior. Los ojos de Yugi se llenaron de miedo nuevamente. Era él. La razón por la que Ra le había castigado. La razón por la que su abuelo no estaba con él. Y la razón por la que su madre no se movía. Yugi abrazó a su madre mirando al príncipe con una mezcla de miedo pero queriendo trasmitir que si le hacía algo se las vería con él, aunque estuviera paralizado por el terror.

Para sorpresa de Yugi, el futuro faraón solo se arrodilló frente a él y delicadamente cerró los ojos de su madre haciendo que ahora dejara de parecer un cadáver y diera la apariencia de estar dormida. Un aspecto menos tétrico a los ojos de un niño que no entendía lo que pasaba.

-Ahora podrá dormir mejor…-comentó Atemu mirando a la difunta mujer para luego mirar al niño con una expresión que mezclaba la compasión con la ternura-Deja a tu madre…permítele descansar en paz…-le pidió Atemu mirándole a los ojos trasmitiéndole el dolor que también sentía él con todo esto…o más bien, con todo lo que el pequeño estaba sufriendo.

Yugi no pudo soportar la presión, escondió su mirada entre sus brazos mientras los pegaba al suelo y descargó ahí todo su llanto, su frustración y su dolor. Atemu solo pudo mirarle impotente, queriendo hacer algo por el pequeño pero no sabiendo cómo, solo pudo quedar como testigo del terrible dolor que padecía el niño y que tardaría mucho tiempo en ser curado.

Anzu se acercó discretamente y, con cuidado de no mirar al príncipe, cogió a Yugi en brazos para luego reunirse con los demás esclavos que empezaban a entrar dentro del palacio, el niño se aferró al cuello de la chica a continuar llorando, cada vez mas fuerte a medida que se alejaba del cuerpo de la mujer que había sido su madre.

Atemu solo pudo quedarse donde estaba mirando como el niño lloraba desconsoladamente provocándole un profundo dolor en el pecho. Ese niño no merecía derramar ni una de sus lágrimas. Deseaba acallar ese llanto y convertirlo en esas risas radiantes que había escuchado el día anterior pero ahora el niño estaba viviendo una pesadilla de la cual no había forma de despertar.

No…a veces la realidad es peor que las pesadillas.

Continuara