Después de haberme pasado 8 horas buscando inspiración /cofcof revisando el tag Frain en el tumblr de Miruru. Miruru, si lees esto: Soy tu fan :') (?/ hubo una imagen que, tras más o menos un mes de desinspiración, me hizo saltar de la cama en busca de papel y birome. No es nada muy largo, y al principio iba a ser de otra forma, pero estoy bastante conforme con cómo quedó. ¡Espero que les guste~! (puede que esté algo raro, cuando escribo a mano soy bastante apurada)


Hubo un tiempo en donde todos los habitantes del mundo estaban conectados por un hilo rojo. Las personas nacían atadas a un hilo rojo que los conectaba a alguien más. Muchas veces, la persona que estaba al otro extremo tardaba en aparecer en la vida de su 'otra mitad', porque este hilo era muy largo en muchos casos. Pero siempre había alguien al otro extremo del hilo.

Aunque, una vez, hubo una excepción. Un joven sin hilo.

Antonio Fernández Carriedo carecía de hilo rojo, carecía de una persona a la que estuviese destinada, ¡carecía de destino! Lo buscó. Buscó el hilo y a la persona con desesperación. Lloró, se molestó, se frustró, se resignó, respiró hondo y continuó su búsqueda. Alguna vez alguien lo encontró, cuando era más pequeño, intentando desatar hilos ajenos para engancharse en ellos. Acabó huyendo al ser encontrado por sus víctimas y, posteriormente, cacheteado por su madre, que de vez en cuando sentía lástima por su pequeño. ¡Si lo habrá visto atarse al dedo una lanita roja esperando que eso llenase el vacío de su alma!

Así como Antonio buscaba su hilo, también hubo alguien que buscaba a la persona con quien conectarse, pues la punta de su hilo no estaba atada a nadie.

Francis Bonnefoy buscó a la persona al otro extremo del hilo con la misma desesperación y el mismo anhelo con que Antonio buscaba su hilo. Se acercó a señoritas, señores, ancianos, ancianas y jóvenes sin importar que ya tuviesen su propio hilo. Quiso atar su hilo rojo en los hilos de alguien más, pero el nudo se desarmaba, pues no era compatible al hilo de los demás, y Francis se desanimaba.

Tanto Francis como Antonio estaban solos. Es una lástima que jamás se conocieran.

Los hilos rojos son colocados a bebés por pequeños duendes que nadie ve. Por descuido de uno de ellos, el hilo de Antonio, demasiado flojo al ser atado a su pequeña muñeca, se desató.

Y, tal vez, si Francis hubiese sabido que la punta de su hilo pertenecía a Antonio, ninguno de los dos hubiese muerto en soledad.