Como una confabulación de un Dios, pensó Milk. Y era verdad. Todo parecía sacado de una película romántica, de esas que la hacían llorar, reír y soñar, tal como una pequeña niña.

-Impensable... eso también se adecua -musitó, y su pareja le oyó, mirándola con la curiosidad plasmada en sus orbes.

-¿Qué dices, Milk?

-¿Sabes qué es lo que estás haciendo? -preguntó en cambio, y el otro al notarse ignorado frunció el ceño.

-Según me dijeron -expresó apenado, pues no le enorgullecía mucho no tener ese sentido común que todo mundo a su al rededor tenía- es una propuesta.

-¿Pero por qué tú la estás haciendo? -cuestiona ahora, y en sus ojos puede verse una confianza no presente en su corazón, pues realmente la inseguridad allí la carcome. No quiere pensar que Goku lo está haciendo por ser devoto a sus promesas, pero siendo él es tan probable.

-Por supuesto que es porque te quiero, Milk -lo dice con obviedad casi impropia, y es que en el tiempo en que lo conoce la joven jamás lo ha visto hablar de esa forma de algo que no fueran las peleas.

Entonces recuerda que es eso lo que le atrajo de él, más allá de su fortaleza (la de espíritu, la física): su infinita sinceridad, su transparencia y la forma en la que no parecía dudar de nada de lo que sintiera, y quizá eso fuese simpleza disfrazada de eufemismo. Y qué mas daba todo. Él la quería, y estaba proponiéndole unir sus vidas en una, formar un sólido hogar que pudiese dar a luz a una familia acogedora, como la que siempre había anhelado. Eso era el todo que le llenaba de la más grande felicidad, desde la punta de sus pies hasta el más largo cabello que escondía su delicada espalda.

-¡Goku! -exclamó a viva voz y a vivo corazón, lanzándose a sus brazos con fe plena (fe en que su vida se formaba allí, tomada de sus manos).

Y él solo río, con esa risita que sonaba como el píar de aves de ensueño, como aquellas campanas de ruinas celestiales, inconcebibles en la imaginación del hombre. A Milk se le encogió el corazón de amor, era mejor de lo que había imaginado, el enamorarse. Goku la tomó de la cintura y giró con ella por un instinto que le nació del alma, pero pronto la magia se difuminó junto con la caída al suelo de ambos.

-¡Lo siento, Milk, no vi esa roca! -se disculpó en vano, a ella simplemente le causó una risa sincera y cantarina, que se propagó al guerrero.

Era una escena, sin dudas, cliché, pero tan llena de ellos mismos que le fue imposible no sentirla única. Milk estaba ya completamente enamorada.