Cap. 1
1973
Washington DC
-¡Peter! ¿Te acuerdas de que tienes que recoger a Wanda del campamento en una semana? –preguntó Katrina, acabando de poner los platos en la encimera. Un rápido borrón plateado dio unas cuantas vueltas a su alrededor antes de pararse en seco, haciendo que la joven madre sonriese una vez más (a pesar de que había tenido que hacer malabares con los últimos cinco platos para evitar que cayesen al suelo).
No podía evitarlo. Desde aquel lejano día de Diciembre de 1962, no podía evitar sonreír cada vez que veía a los gemelos. Suponía que era así como se sentía una madre orgullosa, aunque no fuese su madre en el sentido biológico de la palabra. Sin embargo, era la única madre que habían conocido los chicos.
-Mamá, mamá. Por favor. En serio, ¿crees que me voy a olvidar de algo tan importante? –protestó Peter haciendo un gesto muy graciosa. Katrina alzó una ceja.
-Verano de 1968. Se suponía que debías vigilar la barbacoa. Aún no sé cómo acabó el tejado ardiendo.
-Sí… -su hijo hizo una cómica mueca avergonzada, rascándose la nuca- Es probable que no quieras saberlo.
-Créeme, no quiero.
Peter y Wanda Maximoff (o Peter y Wanda Lehnsherr, como interiormente les llamaba) habían cumplido ya dieciséis años y eran muy distintos en casi todo. Peter era un torbellino de energía, siempre hablando y comentando, siempre con la frase oportuna para aligerar una situación tensa o simplemente para hacer reír a los demás. En el instituto prefería los deportes, por razones obvias, y era un genio de las matemáticas. Tenía montones de amigos, o lo que él llamaba "personas que me conocen y dicen ser mis amigos, pero que si averiguasen que no me tiño el pelo me darían una patada en el culo". También era un pequeño cleptómano en ciernes, algo en lo que Katrina prefería no pensar (a pesar de que siempre recordaría el accidente con la mesa de ping pong).
Wanda, en cambio, era mucho más calmada que su hermano mayor (por tres minutos, como siempre se encargaba de recordarle Peter). Siempre repasaba las cosas de una forma tan dedicada y metódica que parecía que le fuera la vida en ello, era cuidadosa, amable, aunque no por ello confiada. Al contrario, era tan escéptica que al principio siempre pensaba mal de todo y de todos. Le apasionaba la Historia, especialmente todo lo relacionado con la Alemania nazi (una enorme coincidencia, ya que ninguno de los dos sabía nada de Erik), la Literatura, la Filosofía y arrasaba sin despeinarse en Física. También era invencible jugando a las cartas, a las damas, al ajedrez y a cualquier otro juego que requiriera un mínimo de azar. Era una chica más bien solitaria, pero los escasos amigos que tenía eran buenos amigos.
La principal diferencia entre ambos hermanos era que Peter era un mutante, desde los once años. Wanda no había dado señales del Gen X.
En otra situación, Katrina la hubiera llevado a la Mansión para investigar su ADN, para saber si era mutante o no. Sin embargo, se había jurado proteger a ambos niños hasta su último aliento. No dejaría que cogieran a los hijos de Erik y si para mantenerlos ocultos de cara a todo el mundo tenía que pasar once años sin ver a Hank, a Charles, a Orya y a Scarlett… Bien, ese era un precio que estaba dispuesta a pagar.
Con el único con el que mantuvo el contacto fue con Sean, más que nada porque consiguió salvarlo del Proyecto Wideawake en 1965. Habían escapado por los pelos y Sean estaba malherido, así que Katrina le llevó a rastras a su propia casa, intentando no hacer ruido y no despertar a los niños. Aún así, lo primero que vio Sean al despertar en el sofá fueron las cabecitas de dos niños de unos ocho años, uno con la nariz de Erik y otra con sus ojos.
Sean se había quedado boquiabierto y miraba a Katrina y a los niños alternativamente, mientras estos preguntaban "Mamá, mamá, ¿es tu novio?". Finalmente Sean asumió erróneamente que Peter y Wanda eran hijos biológicos de Erik y Katrina (una pequeña conmoción cerebral ayudó a que no se diera cuenta de que eran demasiado mayores para serlo) y la joven no lo desmintió. A efectos prácticos eran sus hijos, porque nada sabía de la mujer que los había traído al mundo.
La había buscado antes de adoptar legalmente a los niños, pero no había dado con su paradero. A lo más que llegó fue a su nombre, Magda Eisenhardt (ni idea cómo los gemelos habían acabado con el apellido Maximoff, tal vez fue en su momento un alias de Erik) pero nadie había oído hablar de ella desde 1957, cuando dejó a los gemelos en el orfanato años antes de que Katrina les encontrase por pura casualidad en 1962. Años después había leído en un periódico la historia de una ciudad ucraniana en la que se declaró un incendio tan virulento que varias casas quedaron arrasadas. En el caos del fuego, se produjo una pequeña revuelta anti-mutante que se tradujo en objetos de metal volando por doquier y atravesando a todo el que se acercaba a uno de los lugareños, un hombre joven que acababa de mudarse con su prometida. Acabaron muertos todos aquellos que le atacaron a él y a la joven, pero ella huyó del hombre, aterrada, y evidentemente sin saber que estaba embarazada de sus hijos.
No hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de quién era el hombre.
Pero eso había ocurrido tiempo atrás, se dijo Katrina mientras le pasaba el almuerzo del instituto a Peter. Ahora trabajaba como profesora de alemán, tenían una buena vida, una bonita casa, llegaban a fin de mes un poco raspados, pero sin tener que apretarse el cinturón, y estaba criando a los hijos de la persona a la que más había querido durante una época de su vida. Porque ese era otro cambio.
Un par de años atrás había conocido a un hombre encantador llamado Matt Stone. Era alto, fuerte, de cabello castaño y ojos claros. Sonreía constantemente, les llevaba de vacaciones a los tres y era el hombre ideal que toda chica hubiera querido presentar a sus padres, a pesar de que a Wanda no le gustara en absoluto y a pesar de la vocecita molesta en su cabeza que le decía que, al menos físicamente, Matt era bastante parecido a Erik. Si Orya hubiera estado con ella, le hubiera dicho que se estaba engañando a sí misma y que Erik no iba a volver.
Definitivamente, después de asesinar a JFK, Katrina no creía que Erik fuera a salir de prisión en un futuro cercano.
Katrina no se engañaba, no del todo. Sabía que nunca llegaría a querer a Matt como había querido a Erik, y la relación que había tenido a lo largo de dos años con Matt no se podía comparar ni por asomo con la que había tenido con Erik durante apenas unos días. Pero la carne era débil, y ella sólo quería a alguien que la adorase, que le dijera cosas bonitas, alguien que la deseara sin pedir nada a cambio (porque esa era otra ventaja, a Matt no le había gracia el sexo antes del matrimonio, y Katrina no planeaba casarse con él).
Sí, nunca amaría a nadie como había amado a Erik, como aún le amaba. Pero tenía con ella a Peter, a Wanda, incluso a Matt "El Reemplazante". Puede que no tuviera todo lo que quería, pero sí lo que necesitaba para salir adelante.
Ese mismo día, por la noche, Katrina tarareaba tranquilamente una canción mientras preparaba la cena. En el salón, Peter jugaba con la pequeña Darcy.
Darcy Peterson fue el pequeño pecado que cometió Linda Peterson, la hija de los vecinos, a los dieciséis años. De un día para otro sus padres echaron de casa y su novio la dejó tirada para largarse a California, y Katrina no pudo más que recordar cuando su propio padre la echó de casa apenas con quince años. Al final acabó alquilándole la habitación sobre el garaje, o más bien dejándosela gratis, ya que el sótano estaba ocupado por Peter y la buhardilla era propiedad de Wanda. En esos momentos Linda estaba acabando las clases de su curso de formación profesional para entrar a trabajar en la academia de idiomas de una amiga y por ello hacía seis años que Darcy era como una hermanita pequeña…
Hermanita pequeña que en esos momentos se las había ingeniado para disfrazar a Peter de princesa. Katrina contuvo la risa al ver a ambos con sus vestidos, coronas y varitas con purpurina. Se suponía que estaban viendo una película en el televisor, pero ninguno de los dos le prestó atención hasta que el joven protagonista de la historia se reencontró repentinamente con su padre perdido.
Al momento, la pequeña Darcy dejó de menear la varita por doquier (cesando así la lluvia de purpurina) y se quedó mirando a la pantalla con aire tristón.
-Peter –gimió.
-¿Sí?
-¿Por qué no tenemos papás?
Katrina se asomó a la puerta y se mordió el labio, entristecida. Sus hijos se habían criado sin padre y no podían echar de menos aquello que no habían tenido. Sin embargo, Darcy parecía echar en falta a alguien que nunca había estado a su lado ni siquiera cuando era una promesa en el vientre de su joven madre.
Peter vio a su madre en la puerta, sin embargo, se centró en Darcy y la puso sobre su regazo.
-No nos hace falta un padre –intentó animarla- Se puede vivir sin ellos… Mira Wanda, que lista y qué guapa ha salido. De mayor serás como ella –le prometió. Darcy frunció el ceño y le pegó en la cabeza con la varita.
-¡Y mira cómo has salido tú!
Aquello se tradujo en una batalla de cosquillas campal, que acabó con Peter escondiéndose detrás del sofá para esquivar a la pequeña princesa asesina. Katrina rió entre dientes antes de dar unas palmadas.
-¿Quién quiere cenar?
Minutos después, Peter y Darcy devoraban la cena en la cocina mientras Katrina miraba ansiosamente el teléfono. Quería llamar a Wanda al campamento, para preguntar cómo iba todo… Aunque el día anterior su hija le había dicho, o más bien ordenado, que dejara de llamarla dieciséis veces al día. Sí, Katrina se había convertido en una mamá gallina y no se avergonzaba de reconocerlo. Quería hablar con su hija y un puñado de adolescentes hormonales no se lo iba a impedir.
Alargó la mano hacia el teléfono justo cuando este empezó a sonar. Se le pusieron los pelos de punta y se abalanzó sobre él, ansiosa. Wanda no hubiera llamado si no hubiera ocurrido algo grave.
-¿Wanda?
-¿Katrina?
Sintió cómo la sangre huía de su rostro al escuchar aquella voz que no oía desde hacía once años. Su corazón se llenó de nostalgia y recordó tardes en la Mansión, una joven rubia que quería comerse el mundo y que no dejaría que nada ni nadie la detuviese.
-Peter, vuelvo en un minuto –dijo, antes de agarrar el teléfono con fuerza y trasladarse al salón dando gracias a que el cable del aparato era ridículamente largo. Se lo llevó de nuevo al oído justo a tiempo para oír la pregunta de Raven.
-¿Quién es Peter? –preguntó. Katrina casi podía oírla boquiabierta- ¿Es tu novio?
-Es mi hijo –gruñó la joven- Mi novio se llama Matt.
-¿Y qué ha pasado con Erik?
Katrina frunció el ceño, no muy segura de si Raven se estaba riendo de ella o no. ¿Es que acaso no veía las noticias, estuviera donde estuviera?
-Raven, ¿después de once años me llamas para preguntar por mi vida amorosa?
-No. Te llamo para que supieras que he encontrado al que ordenó a Emma secuestrar a tu hermana.
La joven se tambaleó y perdió definitivamente cualquier rastro de color que pudiera conservar. Se obligó a respirar lentamente para no entrar en pánico y para que no la oyeran los niños.
-¿Kat? ¿Lo has oído? Le he encontrado y voy a darle caza. Por nosotros y por ti.
-Raven, por favor, no te hagas esto –suplicó Katrina, dejándose caer sobre el sofá y apartándose el flequillo de los ojos- Por favor, no sabes en lo que te estás metiendo. La venganza no conduce a nada, ¡te destrozará la vida!
Al otro lado del teléfono, Raven rió amargamente.
-Mis motivos no son tan altruistas como crees, Kat. Tú no eres la única que ha perdido a sus seres queridos por culpa de ese monstruo.
-¿A qué…
-Azazel y yo tuvimos un hijo –soltó Raven. Katrina dejó de hablar, sorprendida, y Raven aprovechó para continuar- Se llamaba Kurt, y desapareció la noche que mataron a Azazel. He visto el informe de la autopsia y las fechas coinciden. También he visto el informe de tu hermana, tu antiguo nombre aparece en él.
-Pues qué bien que sea mi antiguo nombre –comentó Katrina. Empezó a darse golpecitos en las uñas, repentinamente estresada y sintiendo la necesidad de contarle la verdad a Raven.
-¿Kat? ¿Sigues ahí?
-Peter y Wanda son mis hijos –dijo Katrina lentamente- Son gemelos. Y son los hijos de Erik.
Al otro lado del teléfono se hizo un silencio repentino.
-¿Raven?
-Me gustaría decir que no me lo esperaba, pero mentiría –admitió Raven- Caray, me he perdido muchos cumpleaños, ¿no? Vaya una tía estoy hecha. Creo que te debo una buena pasta en regalos.
-Ven a casa –propuso Katrina a la desesperada- Ven a casa, quédate con nosotros y conoce a los niños. No entres en el juego de la vendetta, por favor.
-Erik y tú fuisteis los primeros en dar la cara por nosotros, Kat –Raven suspiró suavemente- Ahora nos toca a los demás devolveros el favor.
-No, ¿qué vas a…? ¿Raven? ¡Raven!
Pero era inútil, la línea no iba a restablecerse por mucho que Katrina le gritara al teléfono. Suspirando, lo llevó de nuevo a la cocina y lo colgó del soporte.
-¿Quién era, mamá? –preguntó Peter, sorbiendo un hilo de espagueti. Katrina sonrió tristemente.
-Alguien a quien conocí, hace tiempo –dijo. Darcy miró atentamente el intercambio madre-hijo y meneó el tenedor, pringando la pared de azulejos de salsa de tomate.
-¡Tía KitKat, tía KitKat! –dijo alegremente- ¡Cuéntame de nuevo la historia!
-¿Cuál? –preguntó Katrina, sonriendo, a pesar de saber cuál era la favorita de la niña. Peter gimió.
-Oh, no, otra vez no…
-¡EL PRÍNCIPE DE HIERRO!
-Vale, vale –Katrina rió entre dientes, llevando algunos platos al fregadero- Bien…
"Érase una vez un príncipe, valiente y apuesto, que nació con el poder de controlar el hierro. Sin embargo, esto no le gustaba a la gente de la aldea. Le temían, y el temor se transformó en odio. Así, después de un ataque a su castillo, el príncipe quedó huérfano desde muy joven.
Viajó por todo el mundo, buscando a los culpables de la muerte de sus padres y encerrándoles en prisión. Por el camino, conoció a muchas personas especiales. Un mago que adivinaba lo que estabas pensando, una bruja que podía verlo todo, un alquimista muy inteligente, un hada con la habilidad de cambiar de rostro, dos impávidos guerreros, una mujer tigre inmortal…"
-¡Y la vaquera! –exclamó Darcy, ilusionada. Peter gimió de nuevo.
-Sí, sí, lo sabemos…
"También conoció a una hermosa vaquera. La vaquera se sentía muy sola, porque ella tampoco tenía familia. Estos la habían abandonado cuando descubrieron su poder: podía controlar la tierra en todas sus formas. Al principio, el príncipe y la vaquera no se llevaban nada bien. Sin embargo, tiempo después se dieron cuenta de que tenían más cosas en común de las que ellos mismos pensaron, y…"
-¡SE ENAMORARON!
-¡Darcy! ¡Deja hablar a mi madre!
"Su país entró en guerra, y aquellos que antes les temieron y odiaron les pidieron ayuda. Llegó un momento en el que el príncipe tuvo que elegir entre continuar su misión de perseguir a los malvados o quedarse para siempre con la vaquera. Fue duro, pues ninguno quería renunciar a su misión, pero tampoco querían renunciar el uno al otro. Al final, el príncipe eligió a la vaquera…"
-¿Y se casaron? –preguntó Darcy, mirándola con sus grandes ojazos verdes. Katrina asintió, luchando por contener las lágrimas.
-Sí. Se casaron, y vivieron felices y comieron perdices.
Mientras Darcy aplaudía infantilmente, Katrina se dio la vuelta y cerró el armario de las tazas mientras luchaba por contener las lágrimas. Sí, la vaquera y el príncipe habían tenido un final de cuento de hadas, pero aquello era la vida real. Y en la vida real, la vaquera tenía que conformarse con saber que el príncipe estaba malviviendo en alguna prisión del Estado, condenado a dos cadenas perpetuas de las que nunca saldría.
Aunque con un pequeño plus, pensó, mirando la foto de Wanda y Peter que había pegado en la nevera para poder mirarla en momentos como aquel, momentos en los que el mundo amenazaba con tragársela irremediablemente.
-Venga, señorita –dijo, cogiendo en brazos a Darcy y esquivando a propósito la mirada aguda de su hijo. Llevó a la pequeña a su habitación, la ayudó a desvestirse y la acostó en la cama antes de volver de nuevo a la cocina. El teléfono había empezado a sonar de nuevo mientras bajaba las escaleras, pero sólo llegó a tiempo para ver cómo Peter decía "Ahora no puede ponerse" y cómo colgaba de forma casi grosera. Ya se había quitado su disfraz de princesa, aunque aún le quedaba purpurina en el cabello plateado y la estaba mirando de forma sospechosa.
A veces Peter se parecía demasiado a su padre, demasiado para la salud mental de Katrina.
-Ya va siendo tarde, jovencito, ¿no deberías acabar los deberes…?
-¿No deberías tú contarnos qué pasa con ese cuento? –preguntó Peter, señalándola con el dedo. Por una vez no tenía una mueca burlona en el rostro. ¿Tal vez, inconscientemente, sabía que hablaba de su propio padre?
-¿Qué pasa con el cuento?
-Es tan evidente que casi ni es un cuento –bufó el adolescente- La vaquera que movía la tierra eras tú, y el resto otro puñado de mutantes a los que conociste. Lo que no entendía cuando era pequeño era porqué se te escapaba alguna lágrima cuando contabas el final, aunque ahora sí lo capto.
Katrina sonrió tristemente y meneó la cabeza, alzando la mano para acariciarle el rostro a su hijo.
-El amor es algo hermoso, Peter, pero a veces trae dolor –suspiró- Sólo tú puedes saber si merece la pena.
-¿Y merece la pena? –insistió Peter- ¿Merece la pena llorar por un tipo que mueve metales al que no ves al menos desde que nos conoces?
La joven asintió vigorosamente con la cabeza.
-Sí –dijo. Recordó todos los momentos vividos con Erik, todos los momentos vividos con sus hijos, y no lo dudó- Definitivamente, vale la pena llorar por un tipo que mueve metales al que no veo desde hace once años. Él me lo dio todo, Peter.
-No lo pillo –el adolescente se encogió de hombros, y Katrina sonrió.
-Eres demasiado joven, cariño. No le des más vueltas, vete a la cama.
Se vio rodeada por los brazos de Peter, quien con sólo dieciséis años tenía casi la misma altura que su padre, y durante unos segundos Katrina fue transportada once años atrás en el tiempo. Pero aquél no era Erik, sino su hijo, el hermano mellizo de su hija. Los niños a los que ella protegería hasta su último aliento.
