El viento resopló de nuevo por la ventana, haciendo ondear los ostentosos cortinajes de la casa de acuario. Su guardián se despertó, y aún medio adormecido, se sentó a la orilla de la cama, mirando a un punto fijo. Era la cuarta noche seguida que le ocurría, le costaba mucho conciliar el sueño y cuando por fin lo lograba algo le distraía. En general el frío no le hubiese perturbado en lo más mínimo, pero ahora parecía que incluso llegase a molestarlo. Se levantó y vistió su dorada armadura, sin ninguna razón, solo le pareció lo que debía hacer.
Caminando por los largos pasillos de la onceava casa oía sus pasos, lentos, fríos...y el eco de éstos sonaba como si una delicada copa de cristal fuese suavemente golpeada con las yemas de los dedos. El caballero suspiró, en su vida se había sentido tan extraño, la grandiosa casa de acuario se sentía fría, vacía… o era él quien se sentía así.
Fuera por el frío o la vastedad de la inmensa fortaleza de acuario, su malestar era infundado, llevaba años habitando aquel lugar, -¿Por qué ahora se siente tan…solitario?- susurró para sí mismo.
-¿Acaso no sentiste mi cosmos? Con todo y tu armadura a estas horas ya deberías estar más atento, Camus.- Dijo burlesco el caballero de escorpión.-
-¿Qué haces aquí, Milo?-Preguntó Camus, molesto por su propia actitud, obviamente el caballero tenía razón.-
-Hace días que estás actuando extraño y quise investigar, parece que no hubieses descansado hace mucho.- Afirmó el de cabellos púrpuras, caminando hacia Camus.-
-Eso no es de tu incumbencia Milo, ahora te pido que me dejes a solas, no quiero más intromisiones.- Dijo tan frío como era de esperar del caballero dorado.-
-¿Acaso interrumpo algo?...-resopló.- Camus, yo mejor que nadie te conoce, al menos permíteme ayudarte.- El tono del caballero del escorpión sonaba sincero.-
-¿Ayudarme? ¿Con qué? Solo estás saltando a conclusiones, Milo. Además no te creas tan importante…déjame solo.- Siguió su camino a su habitación de nuevo.-
-Eres tan terco como siempre, encima me acusan a mí de ser de carácter difícil… ¿me estás oyendo?-Le hablaba a Camus mientras lo seguía.-
-Si vas a venir a aparecerte a la casa de acuario a quejarte de mi carácter mejor ni te hubieses molestado.- Se volteó ya perdiendo la paciencia.- Así que lárgate, no hay ningún problema si es eso lo que querías saber.
Milo lo miró con recelo y se dirigió a la salida sin decir nada. Camus lo vio alejarse…tal vez estaba exagerando, y en realidad si se sentía extraño. Volvió a su cama y se durmió al poco tiempo, pero en unos minutos despertó de golpe, agitado, sudaba frío y jadeaba, llorando angustiado. Intentó tranquilizarse un poco, a pesar de lograr calmar su respiración, sus lagrimas no dejaban de brotar. Se sentía vacío por dentro, se sentía completamente solo y desesperado, pensaba que eso era parte de él, y ahora sentía que un dolor reprimido salía a la luz.
Golpearon la puerta de su habitación entonces, un poderoso cosmos se sentía…-Milo ¿acaso no había dejado la casa de acuario?- Pensó el frío caballero.-
Milo abrió la puerta y se quedó parado en el dintel de ésta, le dirigió la mirada a Camus, sin decir palabra alguna, solo mirándolo, como pidiendo permiso para entrar.
Camus lo miró completamente devastado, su mirada fría e imponente ahora era frágil y desesperada. Cubrió su rostro con sus manos y las lágrimas brotaban cada vez más, y sus sollozos eran inconsolables. Milo se acercó y se sentó frente a él en la cama, se quedó mirándolo, aún callado. Pasaron unos minutos en los que lo miraba mientras lloraba, hasta que Camus le dirigió la mirada.
-¿Cuánto más creías que podías reprimir esto?-Preguntó Milo, casi en un susurro.-
Camus no dijo nada, solo lo miró con culpabilidad, nadie jamás había visto al implacable caballero de acuario en este estado, tan frágil como ahora.
-En un principio pensé que de todos los caballeros eras el más desalmado, tu frialdad me parecía inhumana, hasta que…-Milo se detuvo, ambos se miraron, parecía que Camus le había dado todo el permiso para hablar.-…hasta que me dejaste entrar en tu frío corazón.
El silencio se apoderó de la habitación. Camus ya no lloraba, pero su dolorosa expresión seguía ahí.
-El que hallas decidido oprimir lo que sientes tarde o temprano detonaría.- Continuó Milo.- ¿Hasta cuando piensas vivir así, Camus? Sabes perfectamente lo fácil que es acabar con todo esto.- El caballero comenzaba a sonar desesperado, su mirada se suavizaba, se veía…¿triste?.-
Camus lo miró y suspiró.- Esto…no debería ser así…-
-¡E incluso después de esto insistes! No es nada en contra de las reglas… ¿Por qué te haces sufrir así? ¡¿Por qué nos haces sufrir de esta manera?!.- Dijo exasperado Milo, había guardado todo esto durante mucho tiempo a pedido de Camus.-
Apenas había terminado de hablar Milo y Camus se le acercó y lo rodeó con sus brazos, hundiendo su rostro en el pecho de Milo. Éste, que apenas alcanzaba a reaccionar, le devolvió el abrazo a Camus sin pensarlo. Habían pasado años desde la última vez que se tenían así el uno al otro, apretándose con fuerza, ninguno quería dejarse ir, ninguno quiso nunca dejarse ir, pero el implacable carácter del guardián de la casa de acuario no lo permitió.
Incluso ahora creía que era incorrecto, pero decidió obviar sus propios pensamientos, siempre tuvo miedo de volver a esto, pero tuvo más miedo de querer confesarle a Milo que se arrepentía de haberle negado su amor y que fuese demasiado tarde. El noble caballero de escorpión siempre había estado a su lado, lo quisiera o no, Milo no lo dejaba de proteger, aunque su infinito orgullo le llegaba a hacer desear nunca haberlo amado, le era imposible dejar a Camus a la deriva, él lo conoció en su forma más natural y frágil, sabia incluso mejor que el frío caballero que este no podría aguantar la angustia, y por eso estaría ahí, a su lado, hasta que este se diera cuenta de lo que sentía, o hasta que ya no pudiese oprimir todo lo que sentía.
-Siempre pensé que después de tanto tiempo ya no me corresponderías.- confesó Camus, aún reposando su cabeza en el pecho de Milo -hace mucho que sabía que no podía más con esto, pero sentía que te había traicionado y que tu orgullo no me permitiría de nuevo estar contigo.-
-No estás equivocado del todo, Camus.- Milo respondió ya más calmado, mientras peinaba con sus dedos la larga cabellera turquesa del caballero.- A veces deseaba que volvieras a mí solo para rechazarte, la rabia y el dolor que sentía me tenían cegado…- Lanzó un suspiro, y continuó.- Luego comprendí cómo te sentías, y a pesar de todo no lograba olvidarte, me cansé de intentar olvidarte, así que solo asumí mis sentimientos e hice lo que sentía que debía hacer, no podía dejarte solo, lo siento mucho, si crees que fui entrometido…-Antes de que pudiera continuar Camus lo interrumpió.
-No te disculpes, Milo, a pesar de todo quisiste cuidarme, inclusive después de que por sobre lo que sentía yo te hubiese rechazado… qué ridículo, realmente soy un estúpido…- Dijo virtiendo toda sinceridad en cada palabra.- Pero ahora… ahora te pido perdón.- Levantó la vista para mirar a los ojos a Milo.- Perdóname por haberte hecho tanto daño, por habernos hecho daño a los dos… si no me puedes perdonar, lo comprenderé, pero deseo que sepas que estoy arrepentido desde el fondo de mi corazón.- Concluyó Camus, aún abrazado a su compañero.-
-No hay nada que perdonar, Camus… sé quién eres, sé perfectamente por qué lo hiciste y no dudo de tus decisiones, tardé en comprenderlas pero no fue imposible.- Milo acarició el rostro de Camus, haciendo que éste le sonriera dulcemente.- No hace falta seguir sufriendo entonces, ¿no es así?.- Preguntó, aún tenía miedo de que todo esto solo fuera pasajero.-
-Eres muy noble, Milo…- Tomó el rostro de Milo entre sus manos.- y por supuesto que ya no hace falta, nunca hubo razón…-Suspiró y dudó un momento antes de hablar, se mordió el labio, sus mejillas se tornaban escarlata mientras el de cabellos púrpuras lo observaba con atención.- No he dejado de amarte ni por un segundo, Milo.- Confesó por fin Camus, acercándose al caballero de escorpión lentamente, hasta que por fin hundió sus labios en los del otro en un suave, pero doloroso beso.
Era doloroso, porque había pasado tanto tiempo desde que se amaron por primera vez, desde todos los momentos vividos en su juventud, que les angustiaba sentirse de nuevo. Se separaron para mirarse, Milo sonreía incrédulo, había esperado tanto por este momento, casi ya había perdido la esperanza de que volviese a ocurrir, que ahora le parecía surrealista. Camus le sonreía tan dulce como solía hacer, sus ojos brillaban como nunca antes, por fin volvía a sentirse vivo.
-Tampoco he dejado de amarte, Camus.- Dijo Milo sonriendo aún más ampliamente.- Sigues tan hermoso como siempre a mis ojos, pasar estos años viéndote de lejos merecen una recompensa, ¿no?- Preguntó con una pícara sonrisa.-
-¿Apenas estamos volviendo a esto y ya me estás pidiendo cosas? –Camus se rió suavemente, ¿quién se creía?- En serio, no te aproveches Milo. –Le sonrió.
-Valía la pena intentarlo. –Besó en la frente a Camus.- Deberías descansar. –Dijo soltando a su amado y levantándose de la cama.-
-Solo si me acompañas. –Dijo el frío caballero para la sorpresa de Milo.
-Como gustes. –Sin dudarlo Milo entró en la cama con Camus, rodeándolo con sus brazos.-
Ambos se sintieron hasta que el cansancio no se los permitió, no había forma en la que durmiesen más plácidamente que en los brazos del otro. Éste sería un nuevo comienzo para los dos.
