Trece años

1

El destino en una roca

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"If you could see what I see I know that you would hate me"- Theater of tragedy.

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La lluvia parecía arreciar a cada minuto que pasaba y llovía sin cesar desde hacía varios días, el ambiente de incertidumbre que reinaba en el Santuario era algo desesperante pero todos los caballeros dorados que estaban ahí reunidos tenían que mantener la paciencia y no perder la cabeza ya que porque fueron convocados para permanecer en las doce casas hasta nuevo aviso y no hacer nada más.

—Espero que el viejo maestro tenga una buena razón para pedirnos no mover ni un dedo —pensaba Milo a los pies de la octava casa mirando al oscuro cielo como si quisiera encontrar alguna respuesta a sus inquietudes—, de habernos dejado ayudar a los caballeros de bronce en Atlantis ya habría dejado de llover…

Debía confiar en el viejo maestro ciegamente y lo haría claro está, sin embargo le costaba un poco lidiar con su propia preocupación ya que confiaba en los cinco chicos pero creía que aquello era simplemente demasiado para ellos y sería conveniente ayudarlos, esto le daba vueltas en la cabeza una y otra vez aunque siempre llegaba a la misma conclusión: ordenes son ordenes, si le dijeron que debía esperar a instrucciones eso haría sin cuestionar.

—Te ves preocupado —la voz de Shaka se oía en la cercanía, su colega venía subiendo las escaleras pese a la lluvia—, es raro verte perder la calma, ¿qué te preocupa?

—Shaka —no se esperaba verlo ahí suponía que el santo de virgo también estaría preocupado por la situación que tenían entre manos—, creo que lo sabes —respondió con toda calma— se libra una batalla en las profundidades del mar y nosotros estamos aquí sin hacer nada.

—Son ordenes Milo, por mucho que queramos no podemos movernos de aquí.

—Lo sé… —regresó la mirada a la profundidad del cielo— Supe que estuviste atrapado en otra dimensión después de la batalla en la sexta casa, ¿es eso cierto? —preguntó el escorpión con consternación en la voz.

—Es correcto —respondió Shaka puntualmente— fue por un par de horas, casi igual a estar muerto.

— ¿Estar muerto?

—Sí, vi pasar mi vida delante de mis ojos antes de tratar de entender donde estábamos el Fénix y yo, es una experiencia que no le deseo a nadie —dijo esto último con toda calma antes de que ambos se quedaran callados por unos momentos.

—No me imagino que se siente ver pasar tu vida delante de tus ojos, debe ser pertubante ver todo lo que has vivido en cuestión de segundos.

— ¿No? Yo creía que lo sabías —Shaka lo miro con gravedad pese a llevar los ojos cerrados.

— ¿Por qué habría de conocer algo así? —Milo no entendía a que se refería su colega puesto que nunca había vivido una situación que lo llevara a los bordes de la muerte o al menos ninguna que pudiera recordar— Nunca he estado al borde de la muerte —estaba seguro de lo que decía porque era imposible olvidar algo así.

— ¿No tuviste un accidente hace ya muchos años? Creo que estuviste recluido en la octava casa varias semanas y cuando saliste llevabas vendajes en la cabeza aunque no lo recuerdo con claridad porque yo era un niño igual de pequeño que tu.

—Es cierto… —respondió Milo de repente pensativo— Tuve un accidente complicado siendo niño aunque no recuerdo haber estado al borde de la muerte y tardé mucho en recuperarme, cuando me viste yo ya llevaba un par de meses aquí en el Santuario pero mi maestro me tuvo encerrado hasta que me recuperara lo suficiente.

— ¿No recuerdas que te ocurrió en aquel entonces? —Shaka se veía curioso por saber ese dato pero Milo sonrió con algo de ironía y negó con la cabeza.

—No, paso hace tanto tiempo, trece años para ser exactos— se quedaron callados por un momento mirando la lluvia.

Milo odiaba que le preguntaran por ese accidente y siempre se rehusó a hablar del tema con cualquier persona que quisiera saber ese dato de su vida, había evadido exitosamente el tener que dar explicaciones al respecto tal y como lo acababa de hacer con Shaka: tan solo se salía por la tangente y fingía no recordar lo ocurrido, ciertamente ya no lo tenía tan presente como hace algunos años pero no se había borrado por completo de su memoria.

¿Cómo olvidar algo así? De no haber sido por la oportuna intervención de su maestro en aquel entonces seguramente habría muerto en el bosque sin nadie que lo auxiliara. No era capaz de recordar el orden de los hechos exactos pero si algunos datos importantes de su entonces familia aunque había olvidado el rostro de cada uno de sus hermanos, de su amada y atormentada madre e incluso de su odiado progenitor.

—Voy a visitar a Aioria —comentó Shaka sacándolo de sus pensamientos—, te veré después Milo.

—De acuerdo —lo vio alejarse mientras su mente regresaba a aquellos días en los que solo era un niño inocente que no tenía idea de lo que le depararía el destino.

Había nacido en el seno de una familia acomodada que tenía una casa grande y bonita en una zona lujosa al sur de Esparta, vivía con sus padres y sus tres hermanos mayores cuyos nombres tampoco podía recordar aunque la relación con los dos más grandes era casi inexistente ya que los pocos años que los trató jamás logró llevarse con ninguno, especialmente con el mayor de los cuatro.

Siempre fue más cercano a su madre y al tercero de los hijos cuyo nombre podría ser Néstor o Héctor, tenía vagos recuerdos del haber pasado sus días siendo mimado por su madre quien no solo lo sobreprotegió de su padre y del mundo que estaba fuera de casa, porque no le estaba permitido salir sin la compañía de ella o de su hermano con quien tenía mejor relación únicamente, sino de todo lo que pudiera hacerle daño y solo a él porque a los mayores no les prestaba mucha atención más que lo necesario, estaba totalmente absorta en el pequeño Milo.

—No te preocupes hijo —le susurraba al oído—, no necesitas más que a mí para estar bien. No necesitas nada más ni a nadie más.

De no haber sido por el padre no le habrían permitido siquiera asistir al colegio junto con sus hermanos y habría tenido que quedarse en casa por siempre bajo la sombra de su absorbente madre; sin embargo su padre era un tema aparte ya que jamás había tenido alguna muestra de afecto por parte de él ni tampoco reprimendas más que un par de veces, el padre apenas notaba su existencia salvo algunas ocasiones en las que la actitud de la madre se pasaban de algún límite que, incluso él, consideraba excesivo.

— ¡Deja respirar a ese niño! —Decía su progenitor molesto a su mujer—, lo volverás más llorón de lo que ya es, todo el tiempo se esconde bajo tu falda.

— ¡Eso no te importa si tu jamás le haces caso! —los padres peleaban por ese tema casi a diario mientras los dos hermanos mayores observaban a Milo sin reprocharle nada, ni opinar al respecto, no parecía importarles en lo absoluto. A excepción de su hermano Héctor, los demás solo eran un grupo de extraños.

Hasta que paso algo que quebró su mundo infantil por completo.

Milo regresó al interior de la octava casa ya que no llegaría a ninguna conclusión útil, entró en la habitación privada del templo y se sentó en la cama por un momento pensando en su pasado, en su accidente y en su madre, a quien había olvidado por completo durante todos esos años. Su mirada se desvió a la puerta de la habitación, respiró hondo, se levantó y camino hasta ahí emparejándola, tan solo quedaba una pequeña abertura que permitía ver una mínima parte del interior.

Entonces su mente recreó aquel recuerdo reprimido: Así había encontrado la puerta de la habitación de sus padres una noche que no podía dormir y quería un poco de agua, el ruido del interior llamó su atención y al acercarse a la puerta emparejada vio la fatídica escena: su madre sobre la cama boca abajo siendo atacada por su padre y el mayor de sus hermanos, ella consigue mirarlo con suplica en los ojos mientras llora inconsolablemente incapaz de liberarse de sus agresores e incapaz de creer lo que pasa.

El pequeño Milo no sabe qué hacer así que opta por aterrarse cuando la puerta se abre un par de milímetros haciendo que el niño se retire de ahí volviendo a la habitación que comparte con Héctor buscando la seguridad de su cama, su hermano duerme plácidamente ignorante de lo que acaba de ocurrir en la habitación de sus padres.

Tras recordar esto último abre la puerta de golpe tratando de sacar la grotesca escena de su cabeza. El haber visto aquel espectáculo le costó muy caro ya que el padre lo miraba con especial desprecio todas las mañanas durante el desayuno mientras que Milo le iba guardando más y más rencor tanto a él como a su hermano mayor; siempre le resultó extraño que el más grande de los hermanos no respetara a su propia madre y ahí estaba la respuesta. Los odiaba a ambos y compadecía a su madre por tener que soportarlo a diario.

Sin embargo las cosas no se quedaron ahí ya que tiempo después su vida dio un giro de 360 grados.

Milo jamás pensaba en eso pero a veces lo soñaba, como si un fantasma en el interior de su cabeza no le permitiera descansar; estaba harto que aquellas memorias aun vivieran en lo profundo de su inconsciente y lo persiguieran de vez en vez en sus noches de descanso.

—Creo que jamás podré perdonarlo del todo… —se acercó al espejo de cuerpo completo que estaba en el baño privado del recinto y lentamente paso la mano derecha entre sus cabellos acariciando su nuca buscando esa vieja cicatriz la cual se negaba a desaparecer de su piel.

En momentos como ese daba gracias de llevar los cabellos tan largos para que pudieran cubrir aquel desperfecto en su cuero cabelludo del cual estuvo avergonzado mucho tiempo, no recordaba el orden exacto de los hechos tan solo el haber llegado de la escuela acompañado de su hermano Héctor como cualquier otra tarde; su madre los observaba desde la ventana asegurándose que llegaran con bien y al cruzar la puerta se encontraron con su inquisitivo padre quien los miraba con severidad.

Sintió como su hermano lo tomaba de la mano para llevárselo lejos de la mirada del padre, estaba seguro que Héctor también detestaba al padre, no recordaba haberlo visto hablar con él nunca o si quiera interactuar un poco. Ahora que lo analizaba con calma no eran más que un grupo de personas viviendo en la misma casa divididas en dos grupos que parecían conspirar entre sí. Aquello debía ser un infierno sin duda.

Pero esa tarde en particular Milo sentía la mirada de su padre sobre él a cada minuto desde que cruzó la puerta de la casa, esa mirada le daba miedo y le aterraba imaginarse que le haría o diría su padre, tenía ganas de esconderse detrás de su mamá, señalarle la actitud extraña del padre y que ella se encargara de él. Pero no pudo porque su progenitor se le adelanto tomándolo fuertemente del brazo y cargándolo para llevarlo al auto.

En realidad no estaba muy seguro de cómo sucedieron las cosas después, solo se vio a si mismo tratando de huir del padre que lo sujetaba con fuerza, vio a su madre bajar las escaleras rápidamente suplicando que no se lo llevaran pero fue detenida por el mayor de sus hijos y Milo jamás la volvió a ver. Lo siguiente que vio fue el interior del auto y al padre sentándolo en el asiento del copiloto a la fuerza, no pudo evitar mirarlo a los ojos y encontrarse con aquella mirada llena de odio, mirada que se le quedaría grabada los próximos minutos y lo haría entrar en pánico olvidando que intentaba escapar del auto.

Lo siguiente que recordaba era haber viajado en el auto por horas, afuera no se veía más que la ciudad que se iba quedando atrás seguida de la larga carretera que lo llevaba lejos de todo lo que conocía, tenía miedo por lo que fuera a suceder después.

Mientras iban en el auto intentaba no mirar a su padre y se imaginaba que seguramente lo reprendería fuertemente para después volver a la casa.

—Quien diría que sería capaz de hacerme algo así —pensaba Milo con ironía volviendo a la habitación, se quito la armadura por un momento recostándose en la cama sin dejar de mirar el techo— no pensé que fuera capaz de llegar tan lejos, como puede haber personas como él…

Su padre lo llevo a un bosque a muchos kilómetros lejos de ahí, Milo se enteraría mucho tiempo después la ubicación exacta pero por lo pronto su padre condujo por varias horas hasta que pararon en algún punto de un frondoso bosque que era atravesado por la carretera. Su padre bajo del auto quitándose el saco y recogiéndose las mangas de la camisa mientras abría la puerta del copiloto y jalaba a su hijo al interior del bosque.

Milo recordaba que sus dientes le temblaban del miedo, estaba seguro de que su padre fue la única persona a quien le tuvo un terror casi imposible de explicar y que perduró en su memoria durante los siguientes años.

— ¡Camina Milo! —lo llevo de la mano por un sendero casi invisible que se abría paso débilmente entre el pasto y los arboles, el padre lo jalaba del brazo para hacerlo ir más aprisa mientras que al pequeño le latía corazón con fuerza esperando lo peor.

Después de caminar varios minutos en silencio finalmente llegaron a lo más profundo del bosque a una parte en la que el sendero se perdía entre los altos árboles, varios años después Milo se preguntó que tan bien conocía su padre aquel camino ya que lo llevó hasta ahí sin problemas y, según recordaba, no había titubeado mientras caminaban, estaba seguro de a dónde iban y que tan lejos se hallaban del auto. Su destino fue una gran roca plana justo frente a ellos, en ese momento se detuvieron, el padre sacó una jeringa de uno de los bolsillos del saco y sin pensarlo dos veces inyecto a su pequeño hijo con el liquido que tenía dentro.

Milo solo sintió como se le iban las fuerzas y el mundo le daba vueltas, su padre lo había sedado sin sentir el menor remordimiento al respecto, hizo un esfuerzo sobrehumano para no dormirse y ver lo que su padre le haría; lo siguiente que pasó fue algo que jamás se habría imaginado. Su padre lo recostó sobre la roca plana, estaba seguro de que el niño no se levantaría, acto seguido se quito el saco y lo dejo a un lado, también se recogió las mangas de la camisa mientras Milo lo observaba con los ojos abiertos pero sin fuerzas para moverse o gritar, tampoco podía llorar porque estaba prácticamente inmóvil ante su verdugo.

—Esto es necesario chico, en el futuro me habrías causado muchos problemas —esas fueron sus últimas palabras antes de tomar una roca de buen tamaño y azotarla contra la cabeza del chico una y otra vez.

A pesar de estar bajo los efectos del sedante Milo sintió todos y cada uno de los golpes que su padre le dio en la cabeza y el sabor de su propia sangre le llegó hasta la boca. Parecía ser su fin ya que estaban demasiado lejos para que alguien lo ayudara y detuviera a aquel salvaje hombre que terminaría por matarlo sin piedad.

—Mamá ayúdame… —pensaba el pequeño inútilmente ya que su madre no sabía dónde estaban — Ya déjame… —intento hacer esfuerzos en vano para gritarlo con todas sus fuerzas pero su padre no se detenía, nada lo detendría.

Milo giró en su cama tocándose la cabeza con la mano izquierda, de no haber sido por la oportuna intervención de su maestro habría muerto inevitablemente aquel día en medio del bosque. El padre se detuvo cuando escuchó unos ruidos cercanos, parecía creer que se trataba de algún guardabosque por lo que tomo el saco, dejo caer la piedra y huyo de ahí a toda prisa. El pequeño Milo lo vio alejarse, no podía asimilar ninguna de las cosas que ocurrieron desde que salió de su casa algunas horas atrás, era incapaz de creer todo lo que estaba pasando.

—No te vayas… —trató de decir pero era incapaz de mover la boca así que solo lo pensó con todas sus fuerzas— ¡No me dejes aquí solo!

En ese momento alcanzó a escuchar débilmente unos pasos aproximándose a él, un hombre que se veía algo corpulento y que parecía estar tuerto de un ojo se acercó lo suficiente para poderlo ver a los ojos.

—Tranquilo, voy a llevarte a un sitio seguro.

No se llevó al niño él solo sino que solicitó ayuda del guardabosque diciendo que había encontrado al niño abandonado y con esa herida en la cabeza que no dejaba de sangrar, hicieron una llamada para trasladarlo al hospital mientras estuviera sedado y no pudiera moverse. Milo ya no escuchó la voz de aquel hombre ya que se estaba quedando inconsciente, después de eso todo se puso oscuro, realmente nunca supo bien cuanto tiempo estuvo dormido pero al despertar se encontraba en un cuarto de hospital con la cabeza inmovilizada y el hombre corpulento sentado a su lado.

—Estarás aquí hasta que estés en condiciones de que pueda moverte —le dijo con toda calma—, ya estás fuera de peligro aunque el cobarde que te hizo esto escapo sin ser castigado, pero no te preocupes a ti te espera algo mejor que eso.

—Quiero irme a mi casa —susurró débilmente, su voz era apenas audible—, quiero irme con mi mamá.

— ¿Dónde vives, dónde están tus padres? —pregunto el hombre sin dejar de mirarlo con pena.

—No… no sé —respondió con tristeza mientras algunas lágrimas salían de sus ojos— nunca me aprendí la dirección de mi casa —la voz le temblaba porque jamás podría ver a su madre de nuevo y la extrañaba mucho, solo se imaginaba lo preocupada que estará y ahora más que nunca la necesitaba.

—Comprendes que no puedo llevarte si no sé dónde vives, en vez de eso te llevaré a un lugar especial lejos de aquí.

—No… yo quiero a mi mamá —Milo se desvaneció sin poder decir nada más.

¿Cuántos días estuvo en ese hospital? Su maestro le aseguró fueron muchos ya que su condición era crítica sin embargo lo que Milo no terminó de entender con el paso de los años fue el cómo su maestro se lo llevó hasta el Santuario porque la siguiente vez que Milo abrió los ojos ya se encontraba en el octavo recinto mirando ese mismo techo que tenía frente a sus ojos y que lo vio despertar por los siguientes años.

Aunque las primeras semanas a su llegada el Patriarca en persona le indico que no debía levantarse hasta pasados varios días a fin de observar si su condición mejoraba, una vez pasado ese tiempo iría a las fuentes medicinales que estaban en un lugar oculto para terminar de curar sus heridas y ser presentado formalmente como aspirante a la armadura dorada. Como Milo era muy joven no entendió nada de lo que le indicaron hasta que paso el tiempo de su recuperación y por fin pudo salir para ver donde estaba.

—No debes tocarte los vendajes de la cabeza —indicó el hombre que sería su maestro— ¿entendido?

— ¿Cómo te llamas? —preguntó Milo sorprendido por la buena actitud de su cuidador.

—Me llamo Tirteo, de ahora en adelante seré yo quien te cuide —la voz de aquel hombre emanaba una paz que la voz de su padre no tenía, su voz le gusto porque era suave y eso consiguió que el niño dejara de estar a la ofensiva— ¿Dónde estamos?

—En la ciudad de Atenas, te mostraré —Tirteo lo llevó a la puerta del octavo templo y desde ahí le mostro el panorama que habrían de ver sus ojos durante los próximos años—. Este es el Santuario de la Diosa Atena, un lugar en donde se forman guerreros que habrán de velar por la paz en la tierra. Tú has sido elegido para ser parte de esas filas, no te encontré aquel día por casualidad, estaba en tu destino venir aquí.

— ¿Cuándo volveré a mi casa? —pregunto Milo con mucha tristeza en la voz y lágrimas en los ojos.

—No podrás volver, esta será tu casa de ahora en adelante —Tirteo lo observó fijamente por unos momentos y luego continuó— pero si logras ser un buen guerrero llegará el día en que puedas regresar.

— ¿De verdad? —respondió esperanzado.

—Efectivamente.

Pese a que, en su momento, fue un chantaje Tirteo se mantendría fiel a esa promesa sin embargo el camino para llegar a ser uno de los mejores en las filas de Atena sería mucho más complicado de lo que el pequeño Milo imagino.

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Continuará…

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*Notas: Un fic dedicado a Milo donde simplemente exploro un poco de su pasado, etapas como su niñez, adolescencia y entrenamiento será lo que lean aquí. Espero les guste.