Mi regalo para ti, CieloCriss :) la primera parte de tres. Literalmente, corrí a escribirlo para ti. Podría escribirte el mishiro más triste hoy, pero yo decidí hacerte un taitherine (?)


Doble Agente.

I


Doble agente. Se ajustó la corbata y deslizó la mano hasta que esta tocó su chaqueta perfectamente planchada. Todo listo, las puertas se abrieron y salió del elevador con la frente en alto. Algunas chicas lo saludaron en su camino a la oficina y otras simplemente lo miraron de arriba abajo con una sonrisa lasciva.

—Buenos días, Embajador —dijo su asistente mientras miraba enfadada al mar de hormonas que se formó de pronto—. He cancelado todas sus citas, como pidió. Solo ha quedado la abogada pendiente, ya lo espera en su oficina.

—Gracias, Jun. No sé qué haría sin ti —dijo sin pensar. Había olvidado por completo el compromiso que tenía con el hermano de su asistente: nada de comentarios que pudiesen despertar en Jun sus antiguos hábitos. Daisuke había sido insistente, ya que no quería que su hermana perdiera un nuevo trabajo. Sin embargo, el traje y sus actuales circunstancias lo hacían tremendamente feliz. Tenía un trabajo que amaba y las chicas simplemente se derretían. Era joven, tonto; importante, tonto y era doble agente. Y tonto.

Trabajaba para el Congreso de Humanos y también para Genai. Y era un tonto al pensar que nadie además que él sabía eso.

—Seguramente no haría nada —resolvió Jun, guiñó un ojo y se retiró a su oficina con un movimiento de caderas sugerente.

—Bien —suspiró, reprendiéndose a sí mismo.

Volvió a alisarse la corbata y repasó su chaqueta, tratando de volver a su seguridad inicial.

Abrió la puerta de su oficina rápidamente para no dudar, y si lo hacía un poco, que Catherine no lo notara. La oficina estaba en penumbra, las persianas corridas; Jun siempre dejaba que la luminosidad entrara apenas ella llegaba a la oficina, por lo que aquello le parecía extraño. Catherine debió haber desecho el trabajo. Otra extrañeza era su café. Su querida asistente lo dejaba sobre el escritorio casi hirviendo para que él pudiese degustarlo cuando ya estaba tibio, sobre un portavasos para no dañar la madera de su escritorio. Sin embargo, el portavasos estaba allí sin rastros del café.

Aclaró la garganta y Catherine hizo girar la silla de cuero para mostrarse al fin. Dejó la taza vacía con labial rojo en el borde y lo miró con una ceja alzada.

—Llegas tarde.

Taichi revisó la hora que indicaba el reloj que estaba sobre la cabeza rubia de la chica. Ocho y seis, con tan solo seis minutos de retraso era recriminado. Sonrió, dejó el maletín a un lado de la puerta y se aflojó un tanto la corbata que tanto cuidado tenido camino al trabajo.

—Me sorprende que tomes el café tan rápido. ¿Quieres que te pida otro?

La mujer se sintió un tanto ofendida y decidió voltear nuevamente la silla para desaparecer de la vista del Embajador. Nunca la había visto sonrojada y esa no sería la excepción. Taichi sonrió, se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de la silla que debió elegir Catherine para esperarlo, cuidando en extremo que no se arrugase. Luego, se arremangó la camisa mientras oía que la rubia hojeaba algo, quizás un libro. El castaño entornó los ojos, dudoso.

—¿Qué querías hablar? Supongo que ya oíste lo que el juez dictaminó de mí. Si aún no lo sabes: no tengo nada que decirte a ti ni a tu jefe.

—Claro que tienes algo que decir —respondió ella, volviendo a ser visible. Sus piernas estaban cruzadas bajo el escritorio, su falda roja enmarcaba su figura desde sus caderas hasta sus rodillas. Tenía una blusa de satín negra y su cabello rubio caía como cascada hasta su espalda baja. Siempre había sido un deleite mirarla mientras defendía su punto, claro, en el escritorio contrario, el que quería destrozarlo—. Puedes decírmelo a mí, olvida al resto.

Taichi no aguantó su risa.

—¿Y tú crees que iría a decirte algo a ti? Sé que correrás a decírselo a tu jefe, si no está escuchando en este mismo momento. ¿Dónde guardas los micrófonos?

Ella se miró a sí misma con disimulo y coquetería.

—No puedo llevar micrófonos, si no lo has notado.

Taichi pasó saliva espesa mientras veía que la rubia se levantaba del escritorio y caminaba hacia él lentamente. En las manos llevaba un archivador de color café claro y pasaba las hojas una a una por milésima vez, de haber encontrado algo ya se habría ido pero usaba ese método para asustarlo de algún modo. El castaño sabía que no había nada en toda esa oficina pero las dudas sin fundamento lo estaban atacando, las tácticas de Catherine realmente funcionaban. «Todo lo tiene Koushiro, y todo lo deja encriptado en una base de datos de Genai, nadie es capaz de entrar.» Pensó y se destensó.

—Trabajas para el bando equivocado, cariño —le dijo cuando ella estuvo enfrente de él, lo miró con esos enormes ojos azules que tanto le gustaban y casi quiso contarle la verdad, con tal de mantenerlos sobre sí. Acarició con el pulgar su mentón y le sonrió—. Estaré aquí cuando cambies de opinión.

Y sin más, se fue a sentar al escritorio. Se relajó sobre la silla y soltó todo el aire en sus pulmones, allí aún había perfume francés que le hacía demasiado caro como para alguna vez salir con la chica y gastar un dineral en regalos, por más que le gustara ese aroma. Catherine se quedó de una pieza cuando el hombre usó el intercomunicador para pedirle a su asistente una taza de café.

—¿Quieres uno? —Ella no respondió.

Jun entró con el pedido sin perder la oportunidad de mirarla de pies a cabeza como si se preguntara cuánto le faltaba a esa dichosa cita para llegar a su término. Esa asistente se atribuía demasiadas libertades y opiniones. No contenta con ello, Jun se quedó parada a un lado de su jefe mientras miraba a la rubia.

—Querida, me podrías traer mi jaquette. —Catherine no podía dejar que terminara así su cita y Jun no entendió lo que ella quiso decir. Taichi le susurró que la francesa quería su chaqueta para poder abandonar el edificio y la asistente se fue con una sonrisa de oreja a oreja.

Lo que no sabía la mujer del cabello de piña era que la francesa quería cerrar la puerta y la asegurarla con llave para dejarla afuera.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Taichi, algo sorprendido, algo alarmado y una pizca de felicidad con tintes de excitación.

—No me iré hasta que me digas cómo puedo comunicarme con Genai.

—No puedes hacerlo, fin de la historia. No pudiste demostrar ante el juez que yo tenía comunicación alguna con él y, citándolo a él, no parece ser más que una divinidad para el Mundo Digital.

—Has hablado con él, eres su doble agente. No puedes mentirme.

—Tú eres la doble agente aquí. Trabajas para el Congreso y para tus mafiosos.

—¿Y quién le asegura al mundo que Genai no es un mafioso?

—Es simple: ¡él no es humano! Así que por favor, ¿puedes retirarte?

—¡Sí que tienes algo! —dijo ella, el trabajo de su vida estaba desfilando ante ella para suicidarse en un barranco. La francesa pertenecía a una organización pseudo secreta que involucraba a la Unión Europea y los Estados Unidos que la habían engatusado diciendo que querían que todas las negociaciones Humano-Genai fuesen públicas para asegurarse de que no planearan un ataque en contra de sus naciones. Catherine creía que si no se transparentaba, había algo que estaban ocultando. Nunca nadie había visto al Genai original, solo las copias jóvenes—. ¿Dónde lo ocultas?

La rubia tomó una carpeta de un escritorio a un lado de la puerta, lo hojeó y lanzó, para seguir así con el siguiente.

—No oculto nada pero adelante, si no crees en mis palabras… —dijo con cierto sarcasmo, mirando cómo las carpetas eran lanzadas una a una al suelo e imaginaba cómo Jun lo regañaría luego. A veces su asistente le daba por representar un papel de madre.

Y como si hubiese cierta sincronía en sus pensamientos sobre ella y las acciones de ella, Jun comenzó a girar la perilla sin éxito. Golpes sobre la puerta y los llamados de su asistente empezaron a ponerlo nervioso. Catherine siguió desmantelando el escritorio contiguo y él decidió que ya había sido suficiente. Despacharía a la rubia y se dedicaría toda la mañana en buscar alguna compensación para Jun.

—Detente, Catherine, fue suficiente por hoy.

—Encontraré lo que busco, no me pidas eso —dijo enfadada, era la abogada con más experiencia tratando de sacarle información al Embajador y por años todos pensaron que estuvo cerca, pero el juez dictaminó todo lo contrario y su trabajo estaba en peligro. Ese día había bebido vino tinto al desayuno y se sentía extrañamente alterada.

—¡Llamaré a seguridad! —Gritó Jun desde afuera y el sonido de sus tacones correr hacia el elevador hizo que Taichi desesperara. Definitivamente esto sonaba a escándalo mediático.

La rubia se estiró para llegar hasta los compartimentos de más arriba pero Taichi tomó su muñeca e hizo que lo mirara con un pequeño tirón.

—Catherine, estás perdiendo la cabeza. Sal antes de que seguridad te saque a la fuerza. Perdiste el caso, no pierdas más por esta tontería.

—Han venido a mi casa, destrozaron todo. No me queda nada.

—Ya te he dicho: ven a mi bando —dijo con una sonrisa, volvió a acariciar con el pulgar el mentón de la chica francesa y ella pareció ronronear como una gatita.

—Ya sé demasiado. C'est impossible.

—Nada es imposible, cariño.

La francesa se mordió su labio inferior y sus ojos dejaron de mirarlo como si lo invitara a besar su boca húmeda. Sabía que ella lo deseaba desde el primer juicio y varias veces le había preguntado a Koushiro si era demasiado raro invitar a cenar a la abogada que defendía a sus enemigos. Nunca había conseguido una respuesta favorable y se había contentado con solo verla defender lo indefendible. Ir a juicio se le hacía tontamente agradable. Y ahora que todo había terminado, parecía justo dar rienda suelta a lo que ambos deseaban desde el principio. Era tiempo de olvidar las tontas excusas para no besarla: es del bando contrario, tiene mucha clase, a su madre no le caería bien.

Pero cuando sus labios se rosaron, Catherine cambió de idea y lo abofeteó.

—¿Qué te crees? No besaré a la persona que arruinó mi carrera.

Y volvió a abofetearlo y empezó a empujarlo.

—Estaba buscando micrófonos en tu boca —se excusó como si quisiera hacerla reír pero volvió a recibir un golpe.

Al menos seguridad estaba cada vez más cerca.

Ella le propinó un rodillazo en el estómago y él tuvo suficiente. Aguantándose el dolor del golpe, se la echó al hombro para estamparla sobre la puerta. Catherine lo miró sorprendida al no esperarse esa reacción y Taichi aprovechó de mirarla con los ojos entornados. Su pecho se movía agitado y sus mejillas por fin se sonrojaron un poco por el forcejeo. Ella agitó la lengua entorno a una muela como si tuviese algo en medio de los dientes y luego escupió algo blanco.

—Lo siento —se disculpó pensando que la mujer había perdido una pieza dental a causa de su bruto intento para detener sus golpes.

—Písalo. Es un micrófono —susurró ella y él acató casi de inmediato. Sonriendo porque por fin la chica de los tribunales estaba yéndose junto a él al bando de los buenos. Ella no sonrió y subió su pierna para abrazar con ella la cintura del político—. En mi pierna.

Taichi pasó saliva y deslizó una de sus manos por debajo de la falda. Su piel allá dentro era demasiado suave como para ser real y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír ante el tacto de la francesa. Su felicidad terminó cuando en el muslo dio con una tira de cuero sintético que sujetaba el transmisor que se ocultaba en su entrepierna. Arrancó la amarra y el objeto cayó al suelo para que el tacón de Catherine terminara por destruirlo.

—¿Nada más?

—No lo recuerdo. Debes registrarme. —Taichi supuso que era una mentira, debían ser los únicos dos que llevaba encima la francesa pero aún así hizo lo que la mujer le pedía.

Llevó la falda hacia arriba y juntó la cadera de él con la de ella, para luego seguir con el tortuoso trabajo de desabotonar la blusa de satín que finalmente quedó a medio abrir. El corpiño era de un predecible color rojo al igual que sus pantaletas, pero no por eso no dejaba de gustarle ese color en ella. La besó y ella respondió como si hubiese estado todo el tiempo deseando ese momento.

Jun salió del elevador con tres guardias de seguridad y antes de golpear la puerta para demostrarles a las fuerzas armadas que la puerta de su querido jefe no podía abrirse y que estaba ahí dentro con una loca que posiblemente lo mataría, se abrió. Catherine salió de la oficina y Taichi la seguía como si no hubiesen estado nunca gritándose allí dentro.

—Siempre es un gusto verla, señorita Deneuve.

—Igualmente, señor Yagami.

—Señorita Motomiya, ¿sería tan gentil de traerle el abrigo? Oh, buenos días, oficiales.

—Claro que sí, Embajador —resolvió la asistente y miró a los guardias de seguridad para hacerles un gesto para que se retiraran.

Cuando estuvo a distancia prudente, Taichi se le acercó a Catherine y le susurró al oído.

—¿Así que vendrás a mi bando?

—Claro que no, Yagami, desapareceré por un tiempo. No me busques.


¡Feliz cumpleaños, Cielo! Aunque haya sido ayer D: Te quiero :3