I
Las luces de neón anuncian la vida en la gran ciudad. Sería difícil calcular el número de personas que caminan en este preciso instante por el cruce más concurrido de Tokio. Una señora mayor que regresa con un botín del conbini más barato del distrito. Un grupo de estudiantes de preparatoria que ríen sabiendo que el sonido frenético de la noche se tragará sus carcajadas. Un salary man con andares tan pesados como su maletín.
La calle despierta mientras otros duermen. Cerca de Hibiya-koen park, las farolas abren los ojos parpadeando unos segundos antes de su gran bostezo. Bajo una de ellas, un muchacho espera impaciente. La altura y complexión destacan por encima de su inquietud. Sus ojos verdes y almendrados reflejan ternura de corazón, sus grandes manos un deseo por ayudar a quienes más lo necesitan.
La luz cae sobre su cuerpo y difumina en sombras cada rasgo de su rostro y musculatura. No es un David de Miguel Ángel porque en mármol resultaría imposible esculpir unas proporciones tan perfectas. Mira el reloj y coloca bien sus gafas en un ademán por sostener las ganas de volver a casa. Sopesa para sus adentros si merece la pena cubrir su cupo de paciencia con una persona que quizá ni siquiera recuerde la cita acordada.
Vencido por el sueño de un día ajetreado, el joven comienza a caminar sin reparar en el ajetreo que le rodea. La estación de metro de Marunoichi queda cerca de su paradero y posiblemente aún la línea siga funcionando, tiene que hacer solo dos trasbordos hasta llegar a su residencia. Repentinamente, abre el móvil para consultar su Twitter; el alias de su perfil reza: MakotoTachinabaSwim. Lee a ciegas las actualizaciones más recientes de sus seguidores. A juzgar por la persona en la que se ha detenido, parece que se trata de aquella que no hizo su acto de presencia. Su último tweet "LOLL el nuevo corte de Haruma Miura es amazinfffg!" hace menos de quince minutosprovoca que el ceño de Makoto se frunza de forma irremediable. No hay nada que duela más que el olvido.
A la altura del Subway de Godochosha Gokan, levanta su vista y hace un recuento de todos los bares cuyos letreros muestran nombres tan poco apetecibles como el alcohol que ofrecen. Ninguno le resulta lo bastante revelador para hacer una locura que, a su edad, asociarían directamente con su incipiente crisis de los veinticinco. Parece un periodo extraño en su vida, por eso merece la valentía de enfrentarlo a solas. No hay otra forma de explicarlo que asumiendo esos años como un punto de inflexión donde, sin pedir permiso, te empujan hacia el abismo adulto, aunque sigas aferrado a otras cifras de antaño. Quizás el chico sienta en este momento que su inseguridad como próximo graduado y su reciente desencanto amoroso van a marcar el camino de su noche.
Coge de nuevo su móvil y esta vez lo utiliza para enviar un mensaje cargado de cierta tristeza y reproche camuflado:
Espero que estés bien y no hayas enfermado.
He estado esperando más de una hora, pero me he ido porque no aparecías.
Supongo que estarás en casa o con tus amigos.
Si quieres verme, ya sabes dónde encontrarme.
Seguro que esa tal Shinju a quien, supuestamente, dirige esas palabras se arrepentirá de su despiste. Sin embargo, el remordimiento ante la rudeza empleada se ha apoderado del rostro de Makoto. Da la impresión de que nunca ha mostrado su enfado con tanta facilidad. Intranquilo, guarda su arma electrónica en el bolsillo trasero del pantalón y emprende la marcha hacia la boca del metro.
La ciudad está más activa que otras veces. Eso le molesta. Las máquinas recreativas se escuchan desde los distintos puntos cardinales, y en los edificios de karaokes las ventanas proyectan la juerga como una película de cine mudo. Golpea una lata vacía de Dr. Pepper y se sorprende al oír como esta rebota contra el acerado haciendo un ruido que intenta competir con los gritos de los jóvenes que salen de un pub. Antes de colarse en el edificio echa una última ojeada al cielo: hoy las estrellas han decidido quedarse dormidas.
