ARGUMENTO

Cuando una inesperada herencia eleva a su familia a la categoría de la aristocracia, Bella Swan descubre que atender a sus hermanas menores y a su rebelde hermano era fácil, comparado a conducirse por las complejidades de la Alta Sociedad. Y que había algo más provocativo: la atracción que siente por el alto, oscuro y peligrosamente atractivo Edward Cullen.

Mucho más adinerado de lo que la mayoría de los hombres sueñan ser, Edward está cansado de las mezquinas restricciones de la sociedad y anhela regresar a sus "poco civilizadas" raíces gitanas. Cuando la deliciosa Bella lo llama pidiéndole ayuda, piensa ofrecerle solamente su amistad… pero sus intenciones no coinciden con el deseo que los deslumbra. ¿Podrá un hombre que rechaza con desprecio la tradición, caer en la tentación de ese consagrado arreglo que es el matrimonio?

Capítulo 1

Londres 1848. Otoño.

Encontrar a una persona en una ciudad de casi dos millones era una tarea formidable. Ayudaba que el comportamiento de esa persona fuera previsible y que normalmente se le pudiera encontrar en una taberna o en una tienda de ginebra. Aun así, no sería fácil.

"¿Emmett, dónde estás?" pensaba la señorita Bella Swan desesperada, mientras las ruedas del carruaje traqueteaban por la calle empedrada. El pobre, salvaje y problemático Emmett. Algunas personas, frente a circunstancias intolerables, simplemente... se rompían. Algo parecido había ocurrido en el caso de su anteriormente elegante y responsable hermano. En este momento él estaba probablemente más allá de toda esperanza de reparación.

—Le encontraremos —dijo Bella, con una seguridad que no sentía. Miró al gitano que se sentaba frente a ella. Como siempre, Jacob no mostraba ninguna expresión.

Se podría perdonar a uno por asumir que Jacob era un hombre de emociones limitadas. Era tan precavido que, de hecho, aún después de vivir con la familia Swan durante quince años, todavía no le había dicho a nadie su apellido de familia. Le conocían sólo como Jacob desde que lo habían encontrado, maltratado e inconsciente, junto a un riachuelo que atravesaba su propiedad.

Cuando Jacob se despertó para descubrirse rodeado por los curiosos Swan, había reaccionado violentamente. Habían sido necesarios sus esfuerzos combinados para mantenerle en la cama, todos ellos exclamando que empeoraría sus heridas, que debía quedarse quieto. El padre de Bella había deducido que el niño era el sobreviviente de una cacería de gitanos; una práctica brutal según la cual los hacendados locales recorrían a caballo sus propiedades con armas y garrotes para limpiarlas de campamentos gitanos.

—El muchacho probablemente fue abandonado para que muriera —había comentado gravemente el señor Swan. Como caballero instruido y progresista, desaprobaba cualquier forma de violencia—. Me temo que será difícil contactar con su tribu. Probablemente estarán bastante lejos a estas alturas.

— ¿Podemos quedárnoslo, papá? —La hermana menor de Bella, Alice, lloraba ansiosamente, sin duda visualizando al niño salvaje (que le enseñaba los dientes como un lobo atrapado) como una divertida nueva mascota.

El señor Swan le había sonreído.

—Puede quedarse tanto tiempo como decida. Pero dudo que se quede aquí más de una semana o así. Los gitanos romaníes –los Rom, como se llamaban a sí mismos– son gente nómada. Les desagrada permanecer bajo techo demasiado tiempo. Les hace sentirse encerrados.

De todas formas, Jacob se había quedado. Había comenzado como un muchacho pequeño y más bien delgado. Pero con los cuidados apropiados y comidas regulares, había crecido de una forma casi alarmante, hasta convertirse en un hombre de proporciones robustas y poderosas. Era difícil decir exactamente qué era Jacob: No era en realidad un miembro de la familia, ni un criado. Aunque desempeñaba diversas tareas para los Swan, como conductor y hombre para todo; también comía en la mesa familiar cada vez que lo deseaba; y ocupaba un dormitorio en la parte principal de la casa de campo.

Ahora que Emmett se había perdido y estaba posiblemente en peligro, no hubo que pedir a Jacob que ayudara a encontrarlo.

No era muy correcto que Bella viajara sola en compañía de un hombre como Jacob. Pero a los veintiséis años, ella se consideraba más allá de cualquier necesidad de acompañante.

—Empezaremos por eliminar los lugares a los que Emmett no iría —dijo ella—. Las iglesias, los museos, los lugares culturales y los vecindarios refinados están naturalmente fuera de consideración.

—Eso todavía nos deja la mayor parte de la ciudad —gruñó Jacob.

A Jacob no le gustaba Londres. En su opinión, el funcionamiento de la llamada sociedad civilizada era infinitamente más bárbaro que cualquier cosa que pudiera ser encontrada en la naturaleza. Si le dieran a elegir entre pasar una hora con una piara de jabalíes o en una sala de estar con compañía elegante, él habría escogido a los verracos sin titubear.

—Probablemente debiéramos comenzar con las tabernas —continuó Bella.

Jacob le dirigió una mirada sombría.

— ¿Sabes cuántas tabernas hay en Londres?

—No, pero estoy segura de que lo sabré cuando acabe la noche.

—No vamos a comenzar con las tabernas. Iremos adonde es probable que Emmett encuentre más problemas.

— ¿Y eso sería?

— Jenner's.

Jenner's era un club de juego de mala reputación donde los caballeros iban a comportarse de formas poco caballerosas. Originalmente fundado por un ex boxeador llamado Ivo Jenner, el club cambió de manos a su muerte, y ahora lo poseía su yerno, Lord St. Vincent. La maltrecha reputación de St. Vincent sólo había realzado el atractivo del club. Asociarse a Jenner's costaba una fortuna. Naturalmente, Emmett había insistido en asociarse inmediatamente tras heredar su título tres meses antes.

—Si tienes intención de beber hasta matarte —le había dicho Bella a Emmett serenamente—, desearía que lo hicieras en un lugar más asequible.

—Pero ahora soy vizconde —había contestado Emmett despreocupadamente—. Tengo que hacerlo con estilo, o ¿qué dirá la gente?

— ¿Que eres un derrochador y un tonto, y que un título tan antiguo ha recaído en un mono?

Eso había producido una amplia sonrisa de respuesta en su bien parecido hermano.

—Estoy seguro de que la comparación es muy injusta para el mono.

Cada vez más fría a causa de la creciente preocupación, Bella presionó sus dedos enguantados sobre la superficie dolorida de su frente. Ésta no era la primera vez que Emmett había desaparecido, pero definitivamente era la más larga.

—Nunca he estado dentro de un club de juego. Será una nueva experiencia.

—No la dejarán entrar. Usted es una dama. Y aunque ellos lo permitieran, yo no.

Bajando la mano, Bella lo miró con sorpresa. Era raro que Jacob le prohibiese alguna cosa. De hecho, ésta podía ser la primera vez. Lo encontró irritante. En vista de que la vida de su hermano podía estar en juego, ella no iba a detenerse en nimiedades como las sutilezas sociales. Además, sentía curiosidad por ver cómo era el interior del exclusivo refugio masculino. Ya que estaba condenada a quedarse para vestir santos, bien podía disfrutar de las pequeñas libertades que eso conllevaba.

—Tampoco te dejarán entrar a ti —señaló—, eres un Rom.

—Ocurre que el gerente del club también es un Rom.

Eso era inusual. Extraordinario, incluso. Los gitanos tenían fama de ladrones y embaucadores. Que un Rom fuera el encargado de la contabilidad y los créditos, sin mencionar el arbitrar las controversias en las mesas de juego, no era poco motivo de asombro.

—Debe de ser un individuo de lo más que notable para haber asumido tal posición —dijo Bella —. Muy bien, te permitiré acompañarme al interior de Jenner's. Es posible que tu presencia lo induzca a ser más abierto.

—Gracias.

La voz de Jacob fue tan seca que podía haber encendido una cerilla con ella.

Bella guardó un estratégico silencio mientras él conducía la berlina cubierta entre la aglomeración de atracciones, tiendas, y teatros de la ciudad. El carruaje traqueteaste rebotaba con desenvoltura a lo largo de las anchas calles, pasando frente a hermosos bloques adornados con columnas y pulcros setos, y edificios de estilo georgiano. A medida que las calles se volvían más lujosas, las paredes de ladrillo dejaban paso al estuco, el cual pronto dejó paso a la piedra.

El paisaje del West End no le era familiar a Bella. A pesar de la proximidad de su pueblo, los Swan no se aventuraban a menudo a ir a la ciudad, y desde luego no a esta zona. Incluso ahora con su reciente herencia, era poco lo que podían permitirse aquí.

Mirando a Jacob, Bella se preguntaba por qué él parecía saber exactamente dónde iban, cuando no estaba más familiarizado con la ciudad que ella. Pero Jacob tenía instinto para encontrar su camino donde fuera.

Giraron en King Street, que resplandecía a causa de la luz que despedían las lámparas de gas. Era ruidosa y estaba atestada, congestionada por vehículos y grupos de peatones encaminándose hacia los entretenimientos nocturnos. El cielo era de un rojo opaco, como la luz que conseguía colarse a través de la niebla causada por el humo del carbón. Las siluetas de los tejados de los edificios elegantes rompían el horizonte, una hilera de formas oscuras proyectándose como los dientes de las brujas.

Jacob guió al caballo hacia un estrecho callejón de establos, detrás de un gran edificio con la fachada de piedra. Jenner's. El estómago de Bella se contrajo. Probablemente era mucho pedir encontrar a su hermano aquí, en el primer lugar donde miraban.

— ¿Jacob? —Su voz era tensa.

— ¿Sí?

—Probablemente deberías saber que si mi hermano no ha logrado matarse todavía, pienso disparar contra él cuando le encontremos.

—Te daré la pistola.

Bella sonrió y enderezó su bonete.

—Entremos. Y recuerda: hablaré yo.

Un olor inaceptable inundaba el callejón, un olor a ciudad, a animales, basura y polvo de carbón. En ausencia de una buena lluvia, la porquería se acumulaba rápidamente en las calles y los regachos. Descendiendo hasta el sucio suelo, Bella se apartó de un salto del camino de las ratas rechinantes que corrían a lo largo de la pared del edificio.

Mientras Jacob le entregaba las riendas a un mozo de cuadra de los establos,

Bella miró hacia el final del callejón.

Un par de jóvenes de la calle se inclinaba cerca de un fuego diminuto, asando algo en unos pinchos. Bella no quiso hacer conjeturas sobre la naturaleza de lo que estaban asando. Su atención se dirigió a un grupo, tres hombres y una mujer, iluminado por una incierta llama. Parecía que dos de los hombres se daban de puñetazos. Sin embargo, estaban tan embriagados que su pelea era como una actuación de osos bailarines.

El vestido de la mujer era de una tela de colores chillones, el corpiño escotado revelaba las colinas regordetas de sus senos. Parecía divertida por el espectáculo de dos hombres peleando por ella, mientras un tercero trataba de acabar con la gresca.

— ¡Ya os dije antes, mis elegantes machotes —exclamó la mujer con acento cockney—, que os aceptaría a los dos, no hay ninguna necesidad de una pelea de gallos!

—Quédate atrás —exclamó Jacob.

Haciéndose la sorda, Bella se acercó más para ver mejor. No era la imagen de la riña lo que resultaba tan interesante, incluso su pequeño, y pacífico pueblo, Primrose Place, tenía su ración de peleas a puñetazos. Todos los hombres, cualquiera que fuera su situación, sucumbían ocasionalmente a sus bajos instintos. Lo que atraía la atención de Bella era el tercer hombre, el presunto pacificador, que se lanzó entre los estúpidos borrachos y trató de razonar con ellos.

Iba tan bien vestido como los caballeros que tenía a cada lado... pero resultaba obvio que este hombre no era un caballero. Tenía el cabello cobrizo y su piel era palida y exótica. Y se movía con la gracia veloz de un gato, evitando fácilmente los golpes y las estocadas de sus adversarios.

—Señores —decía en un tono razonable, sonaba relajado incluso cuando bloqueó un puñetazo con su antebrazo—. Me temo que ambos deben detener esto ahora, o me veré obligado a… —se interrumpió y se inclinó a un lado al tiempo que el hombre que tenía daba un salto.

La prostituta gorjeó ante la imagen.

—Te tienen dando saltos esta noche, Cullen —exclamó.

Esquivando otro golpe, Cullen trató de convencerlos de nuevo.

—Señores, seguramente saben que —se agachó bajo el arco veloz de un puño—, la violencia —bloqueó un gancho de derecha— nunca soluciona nada.

— ¡Sodomita! —dijo uno de los hombres, y embistió hacia adelante como una cabra enloquecida.

Cullen saltó a un lado y le hizo arremeter directamente contra la pared. El asaltante sufrió un colapso con un gemido y cayó sin aliento al suelo.

La reacción de su adversario fue singularmente desagradecida. En lugar de darle las gracias al hombre por detener la pelea, gruñó:

— ¡Maldito sea por interferir, Cullen! ¡Lo hubiera machacado! —Cargó hacia adelante batiendo los puños como aspas de molino.

Cullen eludió un gancho de izquierda y le lanzó hábilmente al suelo. Saltó por encima de la figura tumbada, limpiándose la frente con la manga.

— ¿Ha tenido bastante? —preguntó amablemente—. ¿Sí? Bien. Por favor permítame ayudarle a levantarse, milord. —Mientras Cullen tiraba del hombre hacia arriba, miró hacia el umbral de una de las puertas del club, dónde aguardaba un empleado—. Sam, escolte a Lord Newton hasta su carruaje. Yo llevaré a Lord Yorkie.

—No es necesario —dijo el aristócrata, que acababa de ponerse en pie, y parecía sin resuello—. Puedo caminar hasta mi propio puñetero carruaje. —Tirando de sus ropas para recolocarlas sobre su voluminosa figura, lanzó al hombre una mirada ansiosa—. Cullen, obtendré su palabra en algo.

— ¿Sí, milord?

—Si se supiera una palabra de esto, si Lady Yorkie descubriera que me he peleado por los favores de una mujerzuela, mi vida no valdría un cuarto de penique. Cullen contestó con reconfortante calma.

—Ella nunca lo sabrá, milord.

—Ella lo sabe todo —dijo Yorkie —. Está aliada con el diablo. Si le preguntan alguna vez por este pequeño altercado...

—Se debió a una partida de whist particularmente encarnizada —fue la insípida respuesta.

—Sí. Sí. Buen hombre. — Yorkie palmeó al hombre más joven en el hombro—. Y para sellar su silencio… —se llevó una mano musculosa a su chaleco y extrajo una pequeña bolsa.

—No, milord.

Cullen dio un paso atrás con una sacudida firme de su cabeza, su brillante cabello cobrizo voló con el movimiento y lo retiró a su lugar.

—Mi silencio no tiene precio.

—Tómelo —insistió el aristócrata.

—No puedo, milord.

—Es suyo. —Lanzó la bolsa de monedas al suelo, aterrizando a los pies de Cullen con un ruido metálico—. Ahí está. Si elige dejarlo en la calle o no es enteramente su elección.

Mientas el caballero se iba, Cullen clavó los ojos en la bolsa como si fuera un roedor muerto.

—No la quiero —masculló para nadie en particular.

—Yo la cogeré —dijo la prostituta, adelantándose. Recogió la bolsa y la sopesó. Una sonrisa de burla cruzó su rostro—. Caray, nunca he visto a un gitano que tuviera escrúpulos.

—No los tengo —dijo Cullen agriamente—. Pero no lo necesito.

Suspirando, se frotó la nuca con una mano.

Ella se rió de él y deslizó una mirada abiertamente apreciativa sobre su delgada figura

—Odio coger algo por nada. ¿Qué tal una pequeña cabalgada en el callejón antes de que me vuelva a Bradshaw's?

—Aprecio la oferta —dijo él educadamente—, pero no.

En un casi divertido encogimiento de hombros, ella alzó un hombro.

—Menos trabajo para mí, entonces. Buenas noches.

Cullen respondió con una breve inclinación de cabeza, parecía contemplar una mancha del suelo con demasiada concentración. Estaba muy quieto, parecía escuchar algún sonido casi imperceptible. Subiendo una mano hasta su nuca de nuevo, la frotó como para apaciguar una punzada. Lentamente se giró y miró directamente hacia Bella.

Una pequeña sacudida la traspasó cuando se cruzaron sus miradas. Aunque estaban a varias yardas de distancia, ella sintió la fuerza completa de su advertencia. Su expresión no estaba atenuada por calor o bondad. De hecho, parecía despiadado, como si mucho tiempo atrás hubiera descubierto que el mundo era un lugar desagradable y hubiera decidido aceptarlo en sus propios términos.

Mientras su mirada se deslizaba sobre ella, Bella supo exactamente lo que veía: una mujer vestida con ropa cómoda y zapatos prácticos. Ella tenía la piel clara y el cabello oscuro, de altura mediana, con las sonrosadas mejillas comunes a todos los Swan. Su figura era delgada como un junco, pálida y frágil.

Sin vanidad, Bella sabía que aunque no era una gran belleza, era lo suficientemente atractiva como para haber atrapado un marido. Pero había arriesgado su corazón una vez, con consecuencias desastrosas. Tenía pocas ganas de intentarlo de nuevo. Y Dios sabía que estaba bastante ocupada tratando de manejar al resto de los Swan.

Cullen apartó la vista de ella. Sin una palabra o una inclinación de cabeza en señal de aceptación, caminó hacia la entrada trasera del club. Su caminar era pausado, como si se estuviese concediendo tiempo para pensar en algo. Había una facilidad distintiva en sus movimientos. Sus zancadas eran tan regulares como si fluyera sobre el agua.

Bella alcanzó el umbral al mismo tiempo que él.

—Señor, señor Cullen, supongo que usted es el gerente del club.

Cullen se detuvo y se enfrentó a ella. Estaban de pie lo suficientemente cerca como para que Bella detectara el olor masculino del esfuerzo excesivo y la piel caliente. Su chaleco desabrochado, hecho de lujoso brocado gris, colgaba abierto a los lados para revelar una camisa blanca de fino lino debajo. Mientras Cullen volvía a abotonarse el chaleco, Bella distinguió varios anillos de oro en sus dedos. Una ola de nerviosismo la recorrió, dejando un calor poco familiar a su paso. Notaba su corsé muy apretado, el escote de cuello alto la constreñía.

Precipitadamente, se resignó a clavar los ojos directamente en él. Era aún joven, todavía no tendría los treinta, con el semblante de un ángel exótico. Esta cara definitivamente se había creado para el pecado... la boca amenazadora, la mandíbula angulosa, los ojos de un dorado sombreados por largas pestañas. Su pelo necesitaba un recorte, los rizos cobrizos se curvaban ligeramente sobre la nuca. La garganta de Bella se cerró con un rápido jadeo, cuando vio el brillo de un diamante en su oreja.

Él le concedió una meticulosa reverencia.

—A sus órdenes, señorita...

—Swan —precisó ella. Empezó a señalar a su compañero, que se había quedado a su izquierda—. Y éste es mi compañero, Jacob.

Cullen lo miró con alarma.

—Señor, hemos venido a hacerle una pregunta o dos referente a…

—No me gustan las preguntas.

—Ando buscando a mi hermano, Lord Dwyer —continuó ella tenazmente—, y necesito desesperadamente cualquier información que pueda usted tener respecto a su paradero.

—No se lo diría aunque lo supiera.

Su acento era una mezcla sutil de extranjero y cockney, e incluso un toque de clase alta. Era la voz de un hombre que alternaba con un surtido inusual de personas.

—Le aseguro, señor, que no me pondría a mí misma o a cualquier otro en problemas, si no fuera absolutamente necesario. Pero es el tercer día desde que mi hermano desapareció…

—No es mi problema.

Cullen se volvió hacia la puerta.

—Tiende a mezclarse con malas compañías…

—Es una desgracia.

—Puede estar muerto a estas alturas.

—No puedo ayudarla. Le deseo suerte en su búsqueda.

Cullen abrió la puerta y comenzó a entrar en el club.

Se detuvo cuando Jacob habló en romaní.

Desde que Jacob estaba con los Swan, sólo había habido unas pocas ocasiones en que Bella le hubiera oído hablar el idioma secreto de los Rom. Era un sonido pagano, repleto de consonantes y vocales interminables, pero había una música primitiva en la forma en que se ensamblaban las palabras.

Clavando los ojos en Jacob, Cullen apoyó el hombro contra el marco de la puerta.

—El antiguo idioma —dijo—. Hace años que no lo oía. ¿Quién es el patriarca de tu clan?

—No tengo clan.

Transcurrió una larga pausa, mientras Jacob permanecía inescrutable frente a la mirada de Cullen.

Los ojos color dorado se estrecharon.

—Entre. Veré lo que puedo averiguar.

Fueron introducidos en el club sin cumplidos, Cullen indicó a un empleado que les mostrara una sala privada escaleras arriba. Bella oyó el zumbido de voces, y música procedentes de alguna parte, y el ruido de pasos de un lado a otro. Esta era una concurrida colmena masculina prohibida para alguien como ella.

El empleado, un joven con acento de la parte este de Londres y modales cuidadosos, los hizo pasar a un cuarto bien amueblado y les pidió que esperasen allí hasta que Cullen regresara. Jacob fue hasta una ventana que daba a King Street.

Bella estaba sorprendida por el sosegado lujo que la rodeaba: la alfombra anudada a mano estaba hecha de sombras azules y cremas, los paneles eran de madera y el mobiliario tapizado en terciopelo.

—De muy buen gusto —comentó ella, quitándose el sombrero y colocándolo en una mesita de caoba con las patas en forma de garra—. Por alguna razón había esperado algo un poco... bueno, chabacano.

—Jenner's es algo más que el típico establecimiento. Se hace pasar por un club de caballeros, cuándo su verdadero propósito es ofrecer la mayor variedad de apuestas de Londres.

Bella fue hasta una estantería de libros e inspeccionó los volúmenes mientras preguntaba ociosamente:

— ¿Por qué crees, que el señor Cullen se resistió a coger el dinero de Lord Yorkie?

Jacob le dirigió una mirada sardónica sobre el hombro.

—Ya sabes lo que sienten los Rom sobre las posesiones materiales.

—Sí, sé que a tu gente no le gustan los estorbos. Pero por lo que he visto, los Rom rara vez rechazan aceptar unas monedas a cambio de un servicio.

—Es algo más que no querer tener estorbos. Para un chal estar en esta posición…

— ¿Qué es un chal?

—Un hijo de Rom. Para un chal vestir ropas finas, quedarse bajo techo mucho tiempo, conseguir recompensa financiera... es bochornoso. Les da vergüenza. Es contrario a su naturaleza.

Estaba tan serio y seguro de sí mismo, que Bella no pudo resistirse a burlarse un poco.

— ¿Y cuál es tu excusa, Jacob? Te has quedado bajo el techo de los Swan durante un tiempo terriblemente largo.

—Eso es diferente. En primer lugar, no gano nada viviendo con vosotros.

Bella se rió.

—Por otro... —La voz de Jacob se suavizó—. Le debo mi vida a tu familia.

Bella sintió una oleada de afecto cuando clavó sus ojos en su perfil inquebrantable.

—Qué aguafiestas —dijo ella en voz baja—. Intento burlarme de ti, y arruinas el momento con sinceridad. Sabes que no estás obligado a quedarte, querido amigo. Has pagado tu deuda con nosotros más de mil veces.

Jacob negó con la cabeza de inmediato.

—Sería como dejar un nido de polluelos de frailecillo con un zorro en las cercanías.

—No estamos tan indefensos en absoluto —protestó ella—. Soy perfectamente capaz de ocuparme de la familia... y también de Emmett. Cuando está sobrio.

— ¿Y cuándo es eso? —Su tono ligero hizo la pregunta aún más sarcástica.

Bella abrió la boca para discutir la cuestión, pero se vio forzada a cerrarla. Jacob tenía razón… Emmett había pasado los últimos seis meses en un estado de perpetua ebriedad. Se puso una mano sobre el diafragma, donde la preocupación se había acumulado como un saco de plomo. Pobrecito Emmett… la aterrorizaba la posibilidad de no poder hacer nada por él. Era imposible salvar a un hombre que no quería ser salvado.

Eso no le impediría intentarlo, no obstante.

Paseó por la habitación, demasiado agitada para sentarse y esperar serenamente. Emmett estaba allí afuera en alguna parte, necesitando ser rescatado. Y no había forma de saber cuánto tiempo les haría Cullen esperar allí el momento oportuno.

—Voy a echar un vistazo —dijo ella, encaminándose a la puerta—. No iré lejos.

Quédate aquí, Jacob, por si acaso viniera el señor Cullen.

Le oyó mascullar algo en voz baja. Ignorando su petición, él le pisaba los talones cuando salió al vestíbulo.

—Esto no está bien —dijo detrás de ella.

Bella no se detuvo. Las convenciones no tenían poder sobre ella ahora. "Ésta es mi única oportunidad de ver el interior de un club de juego, no voy a desaprovecharla". Siguiendo el sonido de las voces, se aventuró hacia una galería que rodeaba la segunda planta de un enorme y espléndido salón.

Montones de hombres elegantemente vestidos se reunían alrededor de tres grandes mesas de juego, observando el proceso, mientras los crupieres empleaban rastrillos para recoger los dados y el dinero. Había una gran cantidad de conversaciones y gritos, el aire crujía de excitación. Los empleados atravesaban el salón de juego, con algunas bandejas de comida y vino, otros llevando bandejas de fichas y naipes nuevos.

Permaneciendo semioculta tras una columna, Bella examinó al gentío de la galería superior. Su mirada se detuvo en el señor Cullen, quien vestía una corbata y un abrigo negros. Si bien estaba vestido de modo semejante a los socios del club, se distinguía de los demás como un zorro entre las palomas.

Cullen estaba medio sentado, medio apoyado contra el voluminoso escritorio de caoba del gerente en un rincón del salón, donde se dirigía el juego. Parecía darle indicaciones a un empleado. Usaba un mínimo de gestos, pero aun así, había un indicio de talento para el espectáculo en sus movimientos, una habilidad física que saltaba a la vista.

Y entonces… en cierta forma... la intensidad del interés de Bella pareció alcanzarle. Alzó la mano hacia su nuca, y luego la miró directamente. Tal como había hecho en el callejón. Bella sintió sus latidos por todo el cuerpo, en las extremidades, las manos y los pies e incluso en las rodillas. Una marea de rubor la inundó. Se sintió inmersa en la culpabilidad, el calor y la sorpresa, con el rostro encendido como el de un niño, antes de que finalmente pudiera apartar sus ojos lo suficiente como para esconderse detrás de la columna.

— ¿Qué pasa? —oyó preguntar a Jacob.

—Creo que el señor Cullen me ha visto. —Se le escapó una risa temblorosa—. Oh, querido. Espero que no le haya molestado. Volvamos a la sala.

Y arriesgándose a echar una mirada rápida ocultándose tras la columna, vio que

Cullen se había ido.