Como una mujer
Masataka sabía que llegaría un día en el que tendría que casarse con una buena muchacha (que tal vez tendría un rostro al menos la mitad de bonito del que tiene su Amo) y entonces harían lo que sus compañeros tanto anhelaban y los alumnos más atrevidos ya habrían consumado. Le sudaban las manos de solo pensarlo pero se acostumbraba a la idea a medida que la raya que trazaba sobre su cabeza en la pared cada mes desde su llegada a la casa Saiki iba separándose más y más del suelo. Lo que nunca pensó que haría, sería servir como mujer a nadie, ni siquiera de haber tenido la mala suerte de nacer con ese sexo. Él quería valer por su esfuerzo y la pureza desinteresada de sus intenciones (aunque a veces le costaba muchísimo lograr una y otra cosa. Su fatiga era una condecoración o un aviso de lo cerca que estaba de recibirla), no por los favores que pudiera procurarle a un hombre sediento de sexo. Despreciaba a las mujeres que se dedicaban a aquello, las creía perdidas y ni siquiera se planteó jamás el desperdigar el dinero de sus padres adoptivos para yacer con una. Y ahora era exactamente como ellas. Al menos, cumplía su labor y tenía que remediarlo o buscar la muerte. Cuanto antes mejor.
