UN CAFÉ PARA ENAMORARSE.

PRÓLOGO.

Iba a toda prisa, llegaba tarde y eso no podía suceder, pues si, hipotéticamente sucediera, se le anularía el examen y no deseaba eso. Tenía que llegar a tiempo cómo diese lugar y sus piernas, aceptaban la orden de correr lo más rápido que pudiesen. Se cansó, los musculos le informaban que así era, pero no se dejó vencer y en vez de bajar la velocidad, hizo lo contrario. Y por esa causa, por consiguiente terminó chocando con quién sabe.

Sus ojos azules se posaron en la otra persona y por momentos, el aire se escaseó en sus pulmones. La chica que tenía enfrente muy fácil podía hacerse pasar por una princesa, o hasta una reina, de lo hermosa que era. Carraspeó sonoramente al darse cuenta del rumbo de sus pensamientos y saliendo de su trance, miró con cierta admiración a la chica frente de ella.

—Lo siento, no iba viendo y... Perdón —se disculpó, a medias, de la morena y aún embobada, la ayudó a recoger unas cosas que se encontraban tiradas en el suelo por su culpa. La azabache asintió sin darle mucha importancia al asunto y se dedicó a tomar sus propiedades regadas, ya que no era una persona que hablase con confianza. Y la rubia se dio cuenta de ese aspecto. Cuando la morena estaba a punto de irse, se atrevió a hacer algo que jamás haría.

Tomó el brazo de la chica, impidiendo que comenzase a caminar y que la viese de forma sorprendida y curiosa. Suspiró en un intento de agarrar valor y este, por destino, se le otorgó.

—¿Quisieras salir conmigo en una cita? —Sin esperar respuesta, continuó hablando—. En la cafetería Happy Coffee, mañana a las tres de la tarde —con prisas al recordar a dónde se dirigía y que pasaría si llegaba tarde, salió rumbo a la dirección contraria, despidiéndose vagamente de la morena con un ademán y una sonrisa tímida. Corrió todo lo que sus piernas le permitieron y al llegar a la preparatoria, la realidad le cayó como un balde de agua fría. Por instantes se quedó parada ahí, viendo sin ver y analizando la escena ocurrida minutos atrás.

Las mejillas se le tiñeron de un intenso rojo carmín cuando acabó de procesar toda la información que su mente le brindó. Los nervios y la vergüenza afloraron en todo su cuerpo y por un breve momento, deseó que el mundo se terminase; aunque esos pensamientos fueron interrumpidos al escuchar el estruendoso sonido del timbre avisando el inicio de clases.

De nuevo movió su cuerpo con agilidad para llegar al salón y dar una explicación absurda de porqué llegaba tarde, bueno, si es que el profesor estaba ya prepararía un funeral, si no, era suerte divina.

Llegó y dejó escapar un suspiro de relajación al no ver aún al maestro. Se sentó en su lugar y sacó el material para apuntar notas de la clase, sin prestar atención a su alrededor. Se sumió en sus pensamientos en esos segundos donde el maestro no llegaba y repitió otra vez la escena con la otra chica.

Ya luego vería qué hacer con ese "problema".