La tarde comenzaba a desvanecerse, los últimos rayos de sol, casi sin fuerza se perdían entre las nubes, y un joven pelirrojo de piel clara y pelo largo recogido en una coleta volvía a su casa después de un duro día de entrenamiento en el club de baloncesto. Por el camino el chico escuchaba su música favorita , el último disco de Tokio Hotel, cosa que nunca admitiría delante de nadie, pues supondría una pérdida de orgullo inmediata, ya que por un lado estaba el hecho de que el cantante tenía una tendencia…no muy masculina, por llamarlo así, y por otro, en que en cuanto a calidad musical tampoco es que fuesen algo realmente novedoso o simplemente complicado. Él lo sabía pero aún así no podía dejar de amar la melodiosa voz del cantante, rasgada y fina, y esa manera que tenía para conectar con una parte muy intrínseca de su ser. Así que en resumidas cuentas solía decir que su grupo favorito era Dream Theater, un grupo que hasta él mismo reconocía que tenía un inmenso talento, pero que para él resultaban notablemente aburridos, pero en realidad lo que el chico amaba era otro grupo. Tampoco es que este hecho le perturbase mucho, pues era algo a lo que estaba acostumbrado de sobra, a mentir. Mentía constantemente, tanto, que ya no sabía ni porque lo hacía. En más de una ocasión había llegado a pensar que era un mentiroso patológico, pero ¿Qué podía hacer? Siempre había sido así desde que tenía uso de razón. Desde pequeño pensaba una cosa y decía otra, mentía a sus padres hacía donde iba, que hacía o con quien estaba. Y con el paso del tiempo había seguido así hasta tal punto de tener dos vidas: una fachada que lo definía como un chico rudo, egocéntrico, de gran carácter y que no se preocupaba lo más mínimo por quien estuviera a su alrededor, y la otra persona, el verdadero Rin, totalmente opuesto. Este opuesto era una parte de su ser que odiaba tanto, era tan débil, preocupándose por el más mínimo cambio que sucedía a su alrededor, comiéndose la cabeza por cada pequeño comentario que hacían de él, ya fuera bueno o malo, y encima le cabreaba el hecho de que todo lo que le gustaba era distinto a lo que los demás niños querían, este hecho le hacía sentirse profundamente aislado del resto. Pero lo peor de todo era como ese Rin dependía tanto de las personas, como de manera inconsciente confiaba en ellas y como uno tras otro, sin excepción alguna, todos le abandonaban…
El verdadero Rin, según sus propios pensamientos, era una persona introvertida, asustadiza, y frágil. Es por ello que se encargaba de mantenerlo bajo llave, sin dejarle tomar el control jamás.
El ritmo del chico fue pausándose al encontrarse con un semáforo en rojo. Los coches pasaron fugazmente ante él como relámpagos y una sensación de humedad fría inundó su cuerpo, iba a llover. Si no se daba prisa estaba seguro que se empaparía, es lo que tenía esta época del año, el frío invierno se hacía cada vez más presente y esto molestaba al pelirrojo quien odiaba el frío con todo su ser. Miró al cielo y suspiro melancólico. Al agachar su cabeza sus ojos impactaron al otro lado de la calle, y por azares del destino se posaron justo en los ojos azules y profundos de otro chico que reconoció al instante. ¡Joder! Giró la cabeza molesto buscando el verde en el semáforo, que no tardó en concederle su deseo y pudo continuar su camino.
Avanzó con su chulería natural, mirando al frente y arrastrando sus pies como si nada fuese con él, totalmente despreocupado por lo que sucedía a su alrededor, dejando claro de esa manera una altanería totalmente típica de Rin Matsuoka. La realidad era bien distinta, su mente se sentía ofuscada y su corazón no paraba de bombear sangre por todo su cuerpo a tal velocidad que creía que moriría, estaba completamente nervioso, pero eso no era para nada nuevo, estaba acostumbrado a aparentar, así que no le suponía ningún problema, más que nada porque le era un talento innato.
En el instante en que ambos chicos se encontraron en mitad de aquella carretera unas suaves gotas mojaron casi imperceptiblemente sus cuerpos. El único en darse cuenta de tal acontecimiento fue el moreno que atravesaba la calle con paso firme quien no apartaba la mirada de la otra persona que cruzaba a la vez que él. Sus ojos habían reparado en el desaliñado chico de ojos esmeralda mucho antes de que esa situación se produjese, más concretamente desde que había girado la esquina y lo había visto caminando solitario con sus cascos al otro lado de la acera. Como de costumbre Haruka era un gran observador, casi nada se le pasa por alto, y menos cuando se trataba de aquel chico. Verlo pasar por su lado agitó su aletargada personalidad y le trajo una suave brisa llena de recuerdos preciados para él. Siempre que lo veía no podía apartar su mirada, buscaba en sus ojos un atisbo de alegría, un algo, pero nunca obtenía un resultado diferente, tan solo ira…
¿Por qué esos ojos que una vez le miraron de la forma más tierna y sincera, ahora solo le brindaban amargura y desprecio…?
