El día en que su padre murió ella estaba junto a su nana podando rosas en el jardín trasero de la casa. Tenía el pelo lleno de hojitas secas y la cara manchada con lodo, pero sonreía al ver que las flores se veían preciosas sin las molestas malezas que se afanaba en cortar y desraizar la vieja Elroy. Hacía años que nadie cuidaba de aquel lugar que tenía algo de ciudad perdida con sus estatuas desnudas cubiertas de enredaderas y musgo, multitud de flores silvestres y malezas creciendo libres y fuera de norma por entre las coyunturas de los adoquines que unían un lindo cenador estilo francés con la galería de la mansión. Por los alrededores de la galería se podían observar rosas, lilas, narcisos y violetas plantados. Cercanos a la tapia que cerraba el patio, altos y majestuosos cedros que custodiaban los lindes tapiados de la casona. A cada esquina del terreno, una alegría guineana roja como la sangre, crecía indómita en las sombras, pero las que más le gustaban a Sarah, eran unas nomeolvides que su padre le había regalado en su cumpleaños número once.

El señor Marlowe viajaba mucho por razones de trabajo y rara vez estaba presente en casa para fechas importantes. La vieja Elroy a menudo reñía con él por su vida trabajólica recordándole como quien le habla a un tonto que la niña Sarah necesitaba de la presencia de su padre para ser feliz y no volverse una rebelde incomprendida. Por supuesto el hombre no le hacía caso por que muy en el fondo sabía que la muchacha comprendía las rigurosidades de su trabajo. A pesar de todo, gozaba de una buena comunicación con su hija. Desde siempre había tratado de ser un apoyo para Sarah, día a día velaba porque no le faltara nada material y que recibiera siempre lo mejor que su estatus pudiera ofrecerle a una jovencita. En efecto, ella sentía que llevaba una vida plena a pesar de las ausencias prolongadas de su padre. Nunca había conocido a su madre, pero no la echaba de menos gracias a la incondicional Elroy Lorgan.

Nana, he terminado con estas rosas.- dijo la muchacha.

Chiquilla, estás toda sucia.- contestó la mujer enojada – ve adentro a que te laves-

Sarah se levantó del suelo y se dirigió a una mesita de madera, muy rústica y dejó allí las tenazas podadoras, los guantes embarrados y se sirvió un vaso de jugo de naranja. Estaba un poco agotada por la posición acuclillada que mantuvo durante varias horas esa mañana y sentía las piernas un poco agarrotadas. El caluroso agosto le encendía las mejillas en un tono parecido al de sus nomeolvides. Seguramente su padre se las había regalado por aquella razón, había pensado en una ocasión la vieja Elroy, cuando la miró un momento parada junto a la mesita con el vaso en la mano, secándose el sudor de la frente con la otra. Tenía el pelo negro y largo como el invierno amarrado en una fuerte trenza, que su nana pasaba horas durante las mañanas cepillando para dejarlo brillante y dócil como un alga marina. Escapaban algunos mechones rebeldes del laborioso peinado, brindándole a la muchacha un aire infantil y despreocupado. Sus ojos verdeazules eran todo un misterio, pues ni su padre ni su madre tenían parientes que los hubieran tenido de tal color. Las malas lenguas comentaban muchas cosas acerca del real origen de Sarah, pero nadie se atrevía a preguntar en voz alta alguna cosa debido al mal carácter del señor Marlowe y el que no se tuvieran noticias de la sra. Marlowe era aun más misterioso aún. Su piel era tan blanca que se podía adivinar la secreta textura de las venas de sus sienes, su cuello y sus manos. Desde su nacimiento tenía aspecto de enfermiza. La vieja Elroy en tiempos de verano la tendía desnuda al sol para que se le robusteciera la piel y las defensas, pero el señor Marlowe se enfureció al enterarse y le prohibió utilizar sus trucos de gitana sobre la niña, ya que todos tenían derecho a ser respetados y aceptados como son.

Si mi hija parece un armadillo, así tendrán que quererla- le gritó a la mujer, quien consternada le pedía disculpas una y otra vez al hombre y a la pequeña.

La vieja Elroy era una squib. Había sido contratada por el abuelo de Sarah, cuando el señor Marlowe aun era un niño, para que se ocupara de los quehaceres del hogar y el cuidado de los hijos. Había llegado a la casa de los Marlowe tras enviudar de un matrimonio muy corto, pero a pesar de eso, habría tenido unos 30 años cuando comenzó su nueva vida en la casona. Desde entonces había estado al cuidado del temperamental Frederick y su hermana melliza Phoebe. Ahora estaba feliz cuidando a la criatura estrafalaria que se afanaba en quitar ramitas y hojas de su falda mientras entraba en la casona.

Sarah había visto una serpiente en el cielo mientras tomaba jugo. Acostumbraba a tener ese tipo de visiones de un momento a otro sin saber que significaban o qué las provocaba. Al entrar en la casa su intuición la previno. La serpiente fue cazada por un águila que alzaba el vuelo presurosa en el firmamento. Caminó lentamente hacía fuera de la cocina tocando los muebles a su paso. Una flecha volaba amenazante hacia el ave. Se tocó el pecho sintiendo un poco de ahogo al momento que abría la puerta para entrar en el amplio comedor de la casa. La serpiente se retorcía con alegría entre las garras del águila. Pronto sería libre. Los cuadros de sus abuelos la miraban con preocupación cuando ella se tomaba el vientre a su paso. La abuela le preguntaba por su estado y así tantos otros parientes. Pero la flecha mató al animal que soltó a la serpiente y caían ambos al suelo. La chimenea de la sala acababa de escupir a dos hombres en medio de la alfombra de la sala. Sarah los miró angustiada como no dando crédito a sus ojos. Eran funcionarios del ministerio.

¿Usted es la señorita Sarah Marlowe?- preguntó un hombrecito amarillento y notoriamente incomodo en su túnica algo más grande que él.

Sí…- dijo temerosa mientras veía los ojos de su padre mirándola desde el cuadro de la chimenea. Lloraban.

No sé como decirle esto señorita- comenzó el hombrecito – mi nombre es Preston Burke, de la oficina de Aurors del ministerio, he venido a informarle sobre… sobre…-, pero no pudo continuar, al darse cuenta de que la muchacha ya lloraba en frente de él viendo como el águila, muerta, era tragada por la tierra.

Frederick Marlowe ha sido asesinado, lo sentimos mucho.- remató el otro mago apostado a la derecha de Burke.

Debe haber un error, estoy segura-

Estamos completamente seguros, señorita. Su padre ha fallecido.

Todas las mañanas cuando su padre iba al trabajo, Sarah temía. Lo veía como se abotonaba su camisa, vestía su largo abrigo café y se ponía su vieja gorra desteñida. Se peinaba el bigote y le daba cuerda al reloj de bolsillo. Finalmente guardaba la varita en una de las mangas de su abrigo y, despidiéndose de las mujeres de la casa, salía para perderse por semanas enteras, persiguiendo criminales mágicos. Siempre tuvo miedo del día en que, simplemente, su padre no volvería a su lado y, para calmar su ansiedad, iba al jardín del patio trasero a cortar malezas. Se volvía de cristal cada vez que sentía la prolongada ausencia de su padre. Añoraba sus lechuzas y podía pasar horas apostada en la ventana esperando alguna señal, pero él rara vez escribía.

Entonces, las demás mujeres que habitaban la casa, entre ellas la vieja Elroy entraron en la sala para ver a los recién llegados y vieron a Sarah mirando al vacío, conmocionada.

Frederick fue un gran apoyo para el departamento y sin duda uno de nuestros miembros más talentosos y comprometidos. Lamentamos mucho su pérdida, señoras, señorita. – Continuó Burke apesadumbrado- Estamos buscando a los responsables y en tanto demos con ellos no tengan dudas se aplicará un correctivo ejemplar…

Oh, por Dios- Se lamentó la vieja Elroy – Ustedes, ¡portadores de la desgracia, de mi niño!, ¡mi pobre niño!.- escondió la cara en su delantal.

Señor Burke, creo que su visita ya ha terminado- Señaló Sarah volviendo la cara hacia los dos magos - ¿Para cuando esperamos más visitas ministeriales?-

En un par de días más, para dar lectura al testamento – dijo el mago más alto – para entonces usted ya estará de vuelta en Hogwarts.

Hacía años, cuando tía Phoebe todavía vivía en casa de los Marlowe, Sarah había dicho que su padre moriría por error. Luego de eso se ganó un buen castigo en el gallinero por unos cuantos días en lo que a todos se les pasaba el enojo. Pero era la verdad. Fue la primera vez que tuvo una visión, o alucinación como le decía la vieja Elroy cuando la muchacha le comentaba las cosas que iba viendo en su mente, como si se sumergiera de pronto y sin aviso en las aguas desconocidas del futuro. Si algo sabía la pobre nana, era que los magos o brujas no podían leer el futuro a menos que tuvieran dotes de clarividencia, pero eran muy pocos los casos conocidos de personas que nacieran con ese don. Desde los tiempos de Casandra Trelawney que no se sabía de videntes ni adivinos. Por lo tanto, cuando la pequeña Sarah comenzó a predecir sueños, comentar sus visiones y revelar claros dones de clarividencia, comenzaron los resquemores familiares. Dotada de una gran intuición, la niña sentía algo raro en el ambiente de los adultos, pero nadie nunca quiso responderle cuando ella preguntaba el por qué ella tenía esas visiones.

Aunque seas especial, jamás olvides que yo soy tu padre- le había dicho su padre una tarde cuando las vecinas, en una merienda primaveral, habían insinuado que tal vez no era una Marlowe.

¿Se había cumplido su premonición? ¿Había muerto su padre porque ella lo había dicho? Ciertamente sentía miedo. Del brazo de su nana caminaban detrás del féretro de Frederick, mientras los vecinos de la calle, funcionarios del ministerio, aurors y el ministro en persona asistían al responso del fallecido auror.

¿Qué será de nosotras, nana?- decía la muchacha mientras su padre era enterrado en el cementerio general de Londres, junto a los demás muggles, como siempre había sido su deseo en vida.