No sabes desde hace cuánto tiempo te sientes así. Un día empezó ese sentimiento y desde entonces ha ido creciendo hasta este punto. Está descontrolado. Estás descontrolado.
Ya no te basta con jugar y pasártelo bien con tu equipo, eso acabó junto con tu amistad con Kuroko. Después de eso comenzó a serte agradable el ganar a los equipos a los que te enfrentabas. Pero enseguida te cansaste. Inútiles y débiles, se rendían en cuanto veían que era tu equipo contra el que jugaban. ¿Aún se atreven a pisar la cancha para dar este patético espectáculo?
La ira crecía en cada partido, ahogando la impotencia que sentías. ¿No encuentro a nadie que me enfrente? Entonces es porque no existe. El único que puede derrotarme soy yo. Con cada partido que jugabas una parte de ti moría. Tu pasión, aquello que te hacía sentir vivo, se convirtió en tu cárcel, en una droga que te desgastaba y te hundía cada vez más en la oscuridad pero que, sin embargo, no podías dejar. Los entrenamientos se volvieron monótonos y aburridos. Los partidos solo te permitían destrozar a aquellos que se atrevían a practicar baloncesto sin sentir pasión por él. Cada día igual, la misma rutina, la misma oscuridad engulléndote. "No existen los monstruos, no debes tener miedo" decía tu madre. Mamá, ¿Por qué no me advertiste que podía ser yo el monstruo en este historia?
Harto, agotado, furioso, aburrido... El único alivio era destrozarles, dejarles tan hundidos que no pudiesen volver a ser los que eran. Tu interior se retorcía de placer con cada expresión desolada que veías. El rencor siendo mitigado. ¿Ellos disfrutaban el baloncesto? Permitidme haceros cambiar de opinión. ¿Estáis lo suficientemente hundidos? ¿Ya os sentís como yo? ¿Sentís las garras de la desolación y la desesperanza atraparos, ahogaros? ¿Sí? Entonces he hecho bien mi papel. Cada vez más sucio por dentro, cada vez más arrogante por fuera. Cada sentimiento bueno muriendo en tu interior. Cada alegría siendo asesinada por tu oscuridad. La oscuridad extendiéndose, haciéndose más grande, más espesa. Ahogándolo todo. La alegría, la amistad... El dolor. Todo ha desaparecido bajo ella. Nada queda. Un corazón corrupto y un interior contaminado.
Entraste en una nueva escuela. Tu retorcida personalidad solo buscaba hacer daño.
- ¿Quieres entrar en el club de baloncesto? - Sí, ¿Por qué no? Ya nada queda que pueda ensuciarte más de lo que ya estas. La chica que revolotea a tu alrededor no se ha dado cuenta aún que su "Dai-chan" a muerto. Nada queda de ese. Ahora eres Aomine Daiki, as de Touou. No más "Dai-chan". Aléjate. No dejes que te toque. Te puedo romper. Te voy a contaminar. Fuera. Vete. No dejes que te ensucie. Nadie puede sacarme de aquí. La oscuridad me aferra con fuerza con sus tentáculos y no me permitirá escapar. No dejes que también te atrape a ti. Nuevos partidos, nuevas caras derrotadas, nueva satisfacción retorcida para tu oscuro interior. Sonrisas amargas. Miradas cada vez más vacías. Tu oscuridad corrompiendo todo a tu alrededor. Nadie te ayuda, nadie puede ayudarte.
Kuroko lo intenta. Kuroko fracasa. Kuroko no se deja caer, Kuroko no se rinde. Ni su compañero pelirrojo. La esperanza que nace cuando ves jugar al pelirrojo muere cuando le destrozas. Quieres verle caer. No puede sentir esa pasión por el baloncesto cuando tú no puedes sentirla más. Quieres verle sufrir, que su mayor pasión se vuelva su enemigo. Sí, lo has conseguido. Sí, esa expresión es la que buscabas. La amarga derrota es como miel para tus labios. El único que puede derrotarme soy yo. Te vas con la sonrisa plasmada en el rostro. Lo lograste, has conseguido tu cometido. Te felicitas. El rencor y la ira se retuercen, felices. Esta noche la oscuridad te dará un descanso.
Os volvéis a encontrar. Tus ojos dan promesas de dolor. Ojos celestes te miran con determinación, otros ojos, rojos cual brasas, arden. Te quema su mirada, su determinación y, sobre todo, te hace arder en furia ver que está entero. Ni una fisura. No titubea, no aparta la mirada. Os miráis y él te sostiene la mirada. Sus ojos carmesís te prometen una derrota. Te prometen un final a esa oscuridad. Pero tú no vas a creerle. El único que puede vencerte eres tú. Ya se lo enseñaste una vez, ahora toca recordárselo.
El partido comienza, les dejas retozar en esa falsa felicidad. Jugad, tu oscuridad se ríe. Sabe lo que viene, le encanta, está impaciente por destrozar esas ansias de victoria, esas miradas determinadas, esas sonrisas cuando las jugadas salen como quieren. La oscuridad se arremolina alrededor de la esperanza que nació al ver su mirada, cada vez más fuerte, ahogándola cada vez más. Con cada golpe hacia el Seirin tu esperanza va muriendo. Cada canasta es como el tic tac de un reloj que marca su muerte. Tu muerte. Kuroko persevera. El pelirrojo, Kagami, también.
Kuroko se hunde. Has entrado en la zona. Ves en la mirada de tu ex compañero como su ilusión desaparece, la sustituye la seguridad de saber que frente a ti no puede hacer nada. Tu corrupto interior es feliz, le has hundido. Tu pequeña y débil esperanza llora, se desgarra la garganta gritando de desesperación. No de nuevo. No puedes seguir así. Y esa pequeña parte de ti lo sabe. Sigue gritando. Pide ayuda. La oscuridad intenta hacerla callar. Matarla. "Sigue con el partido", "Destruye al pelirrojo" te ordenan las tinieblas de tu interior. La esperanza se mantiene firme, es pequeña pero no va a rendirse, no quiere rendirse. Grita, llora, su rota voz se eleva sobre los gruñidos amenazantes de las sombras que la apresan, quiere que la escuchen. Aomine también lo quiere.
Sigue corriendo hacia la canasta. Sigue en la zona. La pequeña esperanza se abraza a sí misma en un rincón, los monstruos la acechan, la quieren dañar. Lo sabe. Pero no quiere rendirse, aún no. Los monstruos se abalanzan sobre ella. Se hace una pequeña bola, intentando protegerse, chilla una última vez con el rostro anegado de lágrimas, cierra los ojos con fuerza. Ve los afilados dientes del rencor y el odio acercándose. De repente, todo se detiene. Tus manos están vacías. ¿El balón? En manos de un pelirrojo. Un pelirrojo que, al igual que tú, ha entrado en la zona. Todo pasa a cámara rápida. Hace un segundo estabas a punto de ganar y ahora estás viendo como el pelirrojo, ese pelirrojo que ha entrado en la zona, está levantado el puño con expresión solemne. El Seirin grita, celebra la victoria. Tu esperanza les corea. Salta, baila y, por fin, se permite crecer. Crece y crece, ya no es pequeña. Es fuerte. Te han derrotado, han derrotado a la oscuridad, tu oscuridad. A tu esperanza le han dado una nueva vida. Crece cada vez más, brillante, bella, sonriente. Va a detener al odio y al rencor. Por fin puede deshacerse de la oscuridad que te corrompía. Ya no más aguantar. Ya no más odio. Solo tranquilidad. No más rencor, no más desolación. No más soledad.
Tu amiga pelirrosa llora con una sonrisa en su cara. Ella también sabe que tu oscuridad acabó. Quieres decirle tantas cosas, quieres llorar con tanta fuerza. Por fin puedes respirar. Tu mundo se ha ampliado, ya no eres las sombras y tú, ahora es el mundo y tú. El pecho se siente liviano, todo queda atrás, como si de un mal sueño se tratase. Estás inmóvil, disfrutando de la sensación de libertad de la que eres dueño. Kagami es el único que puede derrotarte, y tú estás conforme con ello.
Tu ex compañero, agotado, se acerca a ti. Le ayuda su nueva luz y, a partir de ahora, también la tuya. No sabes qué decir. No quieres llorar, por mucho que lo necesites, por mucho que necesites liberar esos años de frustración. Quiere chocar el puño. Aquel símbolo de amistad que tú rompiste. No puedes creerlo. Esa puerta que pensaste cerrada está abierta, siempre lo estuvo. Sabéis que no volveréis a ser los mismos pero eso no importa, porque sois vosotros, Aomine y Tetsu, y eso es lo único que importa. Sin embargo, otra puerta, mucho más brillante y cálida se abre ante ti sin aviso. Esta sorpresa no la esperas. "Volvamos a jugar" te dice el pelirrojo. Tú aceptas, una y mil veces. Tu nuevo interior se siente más cálido. Tu querida esperanza vuelve a llorar, ella llora toda la felicidad que tú reprimes en este momento. Es feliz, como nunca antes, y acepta emocionada. Tú la coreas más disimuladamente, aceptas el ofrecimiento aún protegiéndote con la máscara de arrogancia que te ahogaba pero que, ahora, es solo un escudo que destruir.
Pero su destrucción no te corresponde a ti. Eso lo descubres una tarde de las muchas que comienzas a pasar con Kagami. Al principio jugabais y tú le derrotabas. Otras te derrotaba él. Pero siempre sonriendo. Nunca un gesto de desprecio hacia esa luz que te había arrancado de la aprensiva cárcel que te encerraba. Con el pasar de las semanas a los partidos one vs one les sumabais una visita al Magi Burger. Allí la conversación se desviaba hacia vuestra vida diaria, otros hobbies ocultos, o comentabais algún movimiento del contrario durante el partido. Tú disfrazabas con puyas tus halagos hacia los saltos de tu contrincante, mientras este, inconscientemente, alagaba tu estilo de juego. Con esas tardes tú eras feliz. Pero comenzó a ir a más. Ya no solo partidos o comidas en el Magi Burger. Ahora también visitas al centro comercial para mirar deportivas o ropa. Pero no quedó ahí.
La noche que te invitó a cenar Kagami a su casa inició una costumbre que ni aunque te torturasen aceptarías que necesitas: Quedarte a dormir los fines de semana. Él vive solo, y tu madre está feliz de recuperar al chico alegre que fuiste cuando eras más pequeño, así que acepta emocionada el que duermas con tanta frecuencia en su casa. La primera noche estuvo plagada de silencios incómodos. No sabías que hacer y, en tu torpeza y nerviosismo, tiraste un jarrón. Intentaste cogerlo al vuelo, lo cual lograste, pero a cambio obtuviste una ropa empapada y un Kagami con los labios fruncidos intentando aguantar la risa. Su cuerpo se dobló con violencia y de sus labios, aquellos que mirabas más de lo debido, salió una risotada ahogada. Sus risas llenaron el salón y tú no pudiste más que seguirle. Su alegría contagiosa fue una de las cosas que más te atrajo de él. Su brillante sonrisa haciendo acto de presencia en los momentos menos esperados alegraba tu día de una manera que, al principio, no querías reconocer.
Pero con el paso de los meses y la relación cada vez más íntima que teníais te obligaron a aceptar la realidad. Te habías enamorado de un chico. Un chico pelirrojo, alto, amante del baloncesto y de las hamburguesas. Un chico que te había sacado de la oscuridad que te embargaba. No más miedo a la soledad. Con él ya no. Tus sentimientos crecieron de manera inconsciente, tú no te diste cuenta hasta que llegaste al punto de no retorno. Aquí ya no hay vuelta atrás. Te gusta y sabes que fue desde ese partido que tuvisteis en la copa de invierno. Lo has aceptado. Sus ojos como brasas te queman, lo sabes, lo aceptas, lo buscas. Quieres que te mire siempre. Y quieres que te mire como tú lo haces. Tetsu te llama estúpido cuando le cuentas tus zozobras. Tú te rompes la cabeza pensando en una manera de hacer que Kagami te acepte. Pero de lo que no eras consciente era que no te hacía falta. Y eso Tetsu lo sabía.
El pelirrojo llegó una tarde a la cancha con la respiración agitada y las mejillas arreboladas, y tú te sentiste morir. Tu autocontrol agonizaba. Tú intentabas permanecer sereno, pero cuando sus ojos llameantes te miraron y sus labios dibujaron la sonrisa más hermosa que alguna vez hubieses visto supiste que estabas totalmente perdido. Sus pasos acelerados se acercaron a ti, pero nunca bajaron la velocidad. Se lanzó a tus brazos. Estabas perplejo. Tus ojos azules se abrieron con sorpresa, pero tus brazos le abrazaron con fuerza, estrechándole contra tu cuerpo. Si era un sueño no querías despertar. El joven entre tus brazos levantó la cabeza y antes de poder decirle nada sentiste como sus manos se entrelazaban detrás de tu cuello para luego acercarte a sus entreabiertos labios. No lo dudaste. Le correspondiste y cuando él se separó fuiste tú el que se acercó. No hablasteis. ¿Para qué? Ya estabais diciéndoos todo lo que habíais callado. Pero tú, miedoso, le acunaste la cara con ambas manos y juntaste con delicadeza vuestras frentes.
Todos tus escudos resquebrajándose, tu arrogancia echada por tierra con ese gesto. No más mentiras, no más miedo, no más soledad, no más protecciones. Ibas a arriesgarte por él. Por ese chico que te sacó del pozo en el que se había convertido tu vida. Le miraste. Tus ojos reflejando todo lo que sientes por él. Tus tormentosos ojos azules mirándole como nunca te habías permitido mirarle. Y lo dijiste. Sin tapujos, sin rodeos. Te quiero. Dos palabras, tan cortas pero con tanto significado para ti. Para vosotros. Sus rojos ojos te miraron atónitos. No se lo podía creer. Una sonrisa sincera y brillante se extendió por toda tu cara. Eras tan asquerosamente feliz en ese momento que querías reír. Entonces sus ojos se cristalizaron y tu corazón se saltó un latido. ¿Por qué esas lágrimas? Sus brazos, que aún descansaban detrás de tu cuello, viajaron por tu pecho hacia tu espalda, donde se aferraron como si les fuese la vida en ello. Hundió la cara en tu pecho y comenzó a llorar. Tus cálidos brazos le envolvieron de nuevo, con mayor fuerza, mayor amor, mayor cuidado. Tu corazón estaba acelerado. Tu preocupación creciendo con cada lágrima derramada, pero una risa reverberó en tu pecho y sentiste que el alma volvía a tu cuerpo. El pelirrojo reía con alegría mientras continuaba llorando. Te llamó estúpido y se aferró más a ti. Te dijo que no se esperaba eso de tu parte. Y entonces, separando el rostro de su refugio, te enfrentó con una sonrisa y te lo dijo: Yo también te quiero, Ahomine. Ahí supiste que tu vida iba a estar dedicada a hacer feliz a ese chico que ahora te besaba con todo el cariño que guardaba para ti. Tu arrogancia, ese escudo que quedó tras aquel partido que te marcó tanto, murió esa tarde a manos del mismo chico que te salvó del miedo, de la soledad.
No más rencor, no más odio. Y lo más importante: No más monstruos, solo tú y él. Ahora le demostrarías toda tu gratitud al joven que estaba entre tus brazos. Se la demostrarías durante toda su vida. Porque te había salvado y, no contento con eso, te había enseñado algo mucho más hermoso: El amor.
