Disclaimer: Los personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi. Yo sólo los tomé prestados.


Una tarde de sábado regresaban Stear y Patty a su hogar en uno de los mejores barrios de Chicago. Se habían mudado ahí al regresar de su viaje de bodas, hacía ya casi veinticinco años, y ahí habían criado a sus tres hijos. Ambos estaban muy orgullosos de sus retoños: Arthur, el mayor, estudiaba en la universidad de Berkeley en California y era el vivo retrato de su padre si bien su ingenio lo había dedicado más a la química que a la mecánica; Martha, quien acababa de cumplir los veinte años había decidido estudiar arte ahí mismo en Chicago pues no deseaba estar lejos de sus padres, y Alexander, quien pronto terminaría el bachillerato todavía no decidía qué y dónde estudiar, aunque era evidente que se inclinaba más por el lado de los negocios como su tío Archie.

El matrimonio Cornwell volvía de una función temprana de cine y más tarde recibirían, como casi todos los fines de semana, la visita de Archie y Annie. Cuando los hijos de ambas parejas habían sido pequeños esas reuniones se convertían en verdaderas verbenas, pero ahora que ya habían crecido y algunos ya no vivían en las casas paternas y los otros preferían hacer otras cosas, solamente los matrimonios convivían. "Como en los viejos tiempos", decían ellos entre divertidos y melancólicos. Esa ocasión en particular se dedicarían a planear el festejo de cumpleaños de Stear, quizá salieran de viaje los cuatro, ya hacía algún tiempo desde la última vez que habían viajado solos.

De eso platicaban cuando entraron a la biblioteca, donde pasarían el rato mientras llegaban sus visitas, pero lo que ahí encontraron los llenó de sorpresa, Patty se quedó estupefacta, pero Stear montó en cólera.

–¡MARTHA PATRICIA CORNWELL! –bramó furioso–. ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO?

Ahí, en uno de los sillones de la biblioteca, estaba su única hija, la niña de sus ojos, en una posición bastante comprometedora con Ted Webber, su novio desde hacía un tiempo. A Patty le parecía que Ted era un chico encantador, pero Stear siempre lo llamaba papanatas por lo bajo y lo consideraba indigno de su princesa, como a todos los pretendientes anteriores de la chica.

La pareja, al verse sorprendida, perdió el color del rostro y de inmediato se separaron. Martha tenía la blusa desabrochada, un tirante del sostén colgaba por su hombro, su falda estaba alzada hasta la mitad de los muslos, no llevaba sus anteojos, estaba sentada en las piernas de su novio y ya había retirado las manos de donde las hubiera tenido. Ted por su parte también tenía la camisa desabrochada y si bien, el cierre de su pantalón estaba en su sitio, la hebilla del cinturón ya no y apenas alcanzó a retirar las manos de donde hacía un momento acariciaba a la chica.

–P-p-pa-pá –balbuceó Martha con lágrimas asomando en sus ojos–. C-cre-creí que regresarían mm-más tarde del cine.

Stear no respondió nada porque se abalanzó de inmediato sobre Ted. Patty lo sujetó impidiéndole avanzar mucho y Ted abrazaba a Martha protegiéndola y procurando calmar su llanto.

–Suéltame Patricia, esto no se puede quedar así, no puedo permitir que ese malnacido se aproveche de nuestra hija.

–Stear cálmate, por Dios –procuraba tranquilizarlo en vano Patty.

–Papi, por favor, no es lo que piensas –sollozaba Martha.

–Señor Cornwell, yo amo a su hi…

–¡Cállense los dos! –gritó Stear.

–¡ALISTAIR CORNWELL! –fue el turno de Patty de gritar, lo cual hizo que su esposo por fin dejara de forcejear–. Martha, Ted, salgan de aquí y arréglense esa ropa por favor. Yo hablaré con tu padre. ¡Vamos, rápido! –la joven pareja obedeció.

–Patty, mi vida, ¿cómo puedes permitir eso?, es nuestra pequeña –dijo Stear con la voz llena de dolor.

–Ay Stear, para empezar ya tiene veinte años, la edad que yo tenía cuando nos casamos –decía Patty mientras lo conducía al sillón que siempre ocupaba–. Además, permíteme recordarte que estaban en mejores condiciones que nosotros cuando mis padres nos sorprendieron.

Era una tarde de primavera en Miami, Florida cuando Stear y Patty llegaban a la mansión donde los O'Brien se habían establecido. Al ser sábado por la tarde la servidumbre ya se había retirado, así que estaban solos y los padres de Patty habían dicho que llegarían hasta después de cenar. Pronto se entregaron a una intensa sesión de besos y caricias en su sillón favorito de la biblioteca.

Deberíamos ir a tu habitación Patty, ahí estaríamos más cómodos –decía mientras desabotonaba la blusa de su novia.

Claro que no Stear –respondió ella con respiración entrecortada y también ayudando al chico a deshacerse de la camisa–. Aquí podemos vestirnos y pretender que leemos algo, pero ¿cómo justificar que estábamos en mi cuarto?

Está bien –dijo fingiendo enfado y se aplicó en desabrochar el brasier de su chica, esa nueva prenda le encantaba, era mucho más práctica que los corsés que había usado antes de su partida a la guerra. Una vez logrado su objetivo desvió una de sus manos a explorar bajo la ligera falda que llevaba Patty–. Me encanta el clima cálido de Florida, llevas mucho menos ropa.

Patty apenas y podía articular palabra, ya había logrado deshacerse de la camisa de Stear dejándolo solo en una ligera camiseta y empezó a desfajar la misma para poder acariciar mejor a su novio. Eso intentaba cuando él hizo algo que la sorprendió: con los labios se apoderó de uno de sus pechos, había logrado bajar un poco el sostén y se deleitaba con ello. Ella no podía más que cerrar los ojos y concentrarse en el placer que sentía cuando de repente escuchó el inconfundible sonido de la puerta. De inmediato abrió los ojos, solo para ver la cara de horror de sus padres y lanzar un grito que logró distraer a Stear…

–Pero eso es completamente diferente.

–Explícame cómo es diferente por favor, porque yo no lo veo –pidió Patty.

–Tú eres el amor de mi vida, y nos amábamos como a nadie. Aún es así… –la miró y le tomó la mano.

–¿Y cómo sabes que ellos no son el uno para el otro? A mí me basta ver sus miradas para darme cuenta de eso –le dijo con ternura.

–Además, se podría decir que la culpa fue de tus padres que tuviéramos que besarnos y acariciarnos a escondidas –dijo como si no la hubiera escuchado–. Tu padre fue quien dispuso que nos casáramos seis meses después de que pedí tu mano. ¡Eso era mucho tiempo!

–Te recuerdo que tú fuiste quien le dijo a Martha que no le permitirías casarse hasta haber terminado la universidad. Y le falta un año.

Stear permanecía en silencio. Se acordaba muy bien que gracias a la sorpresiva entrada de los padres de Patty, habían adelantado la boda dos meses, ya que los señores temían que estuviera embarazada, si no era mucho al menos sí era un logro. Ahora, ¿debería dejar casar a su pequeña? ¿Y si ese desgraciado no quería casarse con ella? Entonces sabría quién era Alistair Cornwell.

–¿Ya estás más tranquilo, mi amor? –preguntó Patty, viéndolo con sus dulces ojos–. Creo que deberías hablar con ellos.

–Está bien –fue la lacónica respuesta.

–Prométeme que no harás alguna tontería, sobre todo con Ted.

Stear no respondió y fijó la mirada en algún punto invisible de las paredes de la biblioteca.

–Tienes que prometerlo, o de ahora en adelante pasarás la noche en alguno de los sillones que hay por aquí –amenazó Patty.

–Está bien.

–Perfecto, ahora iré a buscarlos –le dio un beso rápido y se alejó.

Cuando vio entrar a Ted le sorprendió ver que el chico se sobaba el rostro y pronto le dejó ver que tenía un gran moretón en la mejilla derecha. Lo miró fijamente sin decir palabra, era evidente que el muchacho estaba nervioso. Por fin el chico respondió a la muda pregunta del padre de su novia.

–Se pregunta por esto –dijo señalando su mejilla–. Fue el señor Cornwell, el hermano de usted, señor –Stear enarcó una ceja curioso–. Él y su esposa entraban y me vieron… arreglándome la ropa –tragó en seco–, el señor vio a Martha llorando y… y se me fue encima… la señora Cornwell, su cuñada señor, lo detuvo, si no creo que me habría golpeado más… La señora Patty también llegó y me dio algo frío para el rostro…

Stear sonrió para sus adentros, si en alguien podía confiar para cuidar y defender a su familia si él mismo llegara a faltar, ese alguien era Archie. Sin duda él habría hecho lo mismo si algún inútil se atreviera a tocar a Lucy, su sobrina y ahijada. Más tarde agradecería a su hermano, sin que lo supieran Annie y Patty por supuesto, ellas seguro estarían molestas por esa conducta y Archie no se libraría, como mínimo, de irse a dormir sin los mimos de su esposa.

–¡Basta! –interrumpió al muchacho–. ¿Tienes algo qué decirme?

–Sí señor, quiero que sepa que amo a Martha con todo mi corazón, si aún no he pedido su mano es porque ella me ha dicho que usted no le permitirá casarse hasta haberse graduado de la universidad –Ted hablaba muy rápidamente–. Pero si usted nos da permiso mañana mismo me casaré con ella, mi familia no es de abolengo como la suya pero somos trabajadores y no nos va nada mal, puedo darle a Martha y a nuestros hijos la vida que ella se merece y…

–¿Hijos? –la voz de Stear mostraba una fría cólera y se aferraba a los brazos del sillón para evitar saltar sobre el chico.

–Cuando los haya, señor –se apresuró a contestar Ted, dándose cuenta del garrafal error que había cometido.

–Eso quiere decir que no viene ninguno en camino.

–No señor, no sería posible, ella y yo nunca… –se puso de mil colores y clavó la mirada en el suelo. Stear respiró aliviado, estudiaba a Ted y le parecía sincero; además debía ser honesto consigo mismo, desde que había aparecido en sus vidas Martha estaba más alegre y en verdad parecía enamorada y feliz. Él mismo había soltado una retahíla parecida cuando el señor O'Brien amenazó con enviar a Patty a algún convento en Irlanda.

–Muy bien –soltó Stear por fin.

–¿E-e-eso quiere decir que nos dejará casarnos? –balbuceó Ted.

–Antes de tomar una decisión debo hablar con ella. Sal por aquella puerta –señaló una distinta por la que había entrado–. No cantes victoria jovencito –agregó al ver la sonrisa que se formaba en el rostro de Ted–, no he dicho que sí.

Se levantó y fue a la entrada principal de la biblioteca desde donde vio a su esposa abrazando a Martha, quien todavía lloraba y a Annie que regañaba a Archie seguro por haber golpeado a Ted. Su hermano disimuladamente se sobaba la mano agresora, definitivamente aunque por dentro todavía fuera aquel muchacho impetuoso que peleaba con ingleses en el San Pablo, su cuerpo de más de cuarenta le comenzaba a pasar la factura. Abrió ligeramente la puerta sin dejarse ver.

–Martha –llamó con la voz más fría que pudo, ya que su hija siempre había sido su debilidad.

La chica alzó la mirada y avanzó con paso tembloroso aún derramando algunas lágrimas. Él se apresuró a volver a su asiento y la observó. ¿En qué momento su pequeña con trenzas y anteojos se había convertido en esta hermosa joven? Solo se le ocurría una más hermosa y esa era Patty. Antes de poder siquiera articular palabra, su hija comenzó.

–Papi, por favor perdóname… De verdad amo a Ted… Él no me obligó a nada… Estoy muy apenada, papi –y se sentó a sus pies, abrazándolo de una pierna como cuando era niña. Él se inclinó y le acarició el cabello con toda la delicadeza y ternura que solo con ella era capaz.

–¿Estás segura que lo amas? ¿No es simplemente algo pasajero?

–No papi –negaba también con la cabeza–. No es pasajero, de verdad nos amamos. Mamá me ha contado lo que sentía cuando estaba junto a ti cuando eran novios y yo ¡siento lo mismo con él!

–¿Quieres casarte con él? –preguntó Stear.

–¡Sí papi!

–¿Quisieras que fuera ya?

–Sí, pero sé que tú no quieres que sea hasta que me gradúe –dijo Martha con voz triste.

–Podrían casarse en las próximas vacaciones, así Arthur podría venir…

–¿Lo dices en serio, papá? –la chica alzó la vista por primera vez para encontrarse con la mirada amorosa de su padre.

–Obviamente habría algunas condiciones, sus padres deben venir a hablar con tu mamá y conmigo, tú terminarás la universidad y deberás mostrarme tus avances y mantener tus calificaciones como hasta ahora.

–¡Sí, sí, sí! ¡Lo que tú digas papito! –se levantó, le echó los brazos al cuello y lo cubrió de besos.

–Creo que debes ir a buscar a Ted, dile que tu madre espera la llamada de la suya cuanto antes. Le pedí que saliera por la otra puerta.

–Gracias papi, gracias, ¡eres el mejor del mundo! –corrió hacia donde estaba su novio–. ¡Ted, Ted!

Más tarde cuando los dos matrimonios cenaban, recordaron sus propias experiencias. Si bien a Archie y Annie jamás nadie los pilló, resultó que habían explorado bastante más y Archie sí había conocido la habitación de Annie. Patty jamás había permitido a Stear entrar a la suya, "es que la de él era muy cómoda" dijo pícaramente. Al fin, Archie sirvió champaña y propuso un brindis.

–Por el futuro matrimonio de la princesa mayor de los Cornwell.

Todos alzaron sus copas, sonrientes con los recuerdos.

FIN.


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