Disclaimer: Banana Fish no me pertenece, sino a Akimi Yoshida.

I

Cain, Ash y Sing estaban parados frente a la multitud de adolescentes de diversas etnias. La fogata frente a ellos dibujaba sombras inquietantes sobre sus rostros, y más de uno salió de allí asegurando que habían visto al demonio reflejado en los orbes jade de Lynx. Los chinos, por su parte, se mantenían en tensa calma, atentos frente a la amenaza que representaba aquel ángel de la muerte; no podían permitirse perder otro jefe en un lapso tan reducido de tiempo, la situación en Chinatown era precaria, si Sing moría a manos de Ash, entonces se desataría el caos.

—Silencio. —La voz de Ash no se elevó, pero la firmeza con la que imbuía su tono bastaba para callar los murmullos furtivos entre vecinos. Los chinos rezongaron un poco, pero una sola mirada de advertencia por parte de su jefe fue suficiente—. Sing y yo llegamos a un acuerdo.

—No vamos a enfrentarnos —sentenció el más pequeño, guardando las manos en los bolsillos, a la par que su expresión grave desencajaba en sus facciones todavía infantiles.

Se pudo escuchar un suspiro colectivo, como si hubieran estado conteniendo la respiración de forma involuntaria.

—¿Entonces…? —Cain los instó a continuar, poniendo en palabras las dubitaciones de todos.

—No pediré nada a cambio. Ambas partes fueron agraviadas de igual manera —habló con parsimonia, sintiendo cómo sus hombros se liberaban de un peso que no sabía llevaba encima—. No es momento de disputas sinsentido entre nosotros. Hemos abandonado nuestros territorios, así que debemos reestablecer el orden. —Ash barrió los rostros de todos con sus pupilas de depredador—. Muchas gracias a cada uno de ustedes —dijo finalmente, su tono siendo más dulce de lo que jamás le habían escuchado.

Sin más dilaciones, se marchó en silencio de la pequeña habitación en un edificio abandonado que hedía a la inmundicia que arrastraba el río Hudson. Todos empezaron a hablar entre ellos, fraccionándose a sus distintas pandillas a la par que se prometían ir por unas bebidas. A pesar de las disputas internas, habían trabado amistad y contaban con la certeza de la lealtad ajena.

Sing se despedía de Cain mientras este le mencionaba algo sobre un curso intensivo para ser tan escurridizo como una rata para sus muchachos. El joven chino sonreía orgulloso y un poquito altanero para olvidar el ajetreo del día anterior. No había hecho demasiado, y ni siquiera podía imaginar el sufrimiento de Shorter descrito por Eiji; sin embargo, confiaba que con haberse deshecho de la fórmula de Banana Fish había arrancado un gran mal del mundo.

Aún con la adrenalina fluyendo por sus venas, casi le aplica una llave a quien lo atajó por el brazo.

—¡Mierda, Sing! —gritó Chan, sus ojos inseguros y mirando tras la puerta por donde Lynx había desaparecido—. Lao… Él… Va a matarlo.

—¿De qué hablas?

—Recuerda que se salió de la pandilla. No está aquí y sigue creyendo que Ash quiere asesinarte.

El chico palideció, poniéndose alerta y activando los engranajes de su cerebro, a pesar de lo exhausto que se sentía. Sin esperar algún tipo de oposición cuando dio sus órdenes sobre encontrar a Ash o Lao, corrió tras los rastros del lince. Sin embargo, al ser recibido por los rayos solares de la ciudad que nunca duerme y no encontrar a Lynx por mucho que recorriera las calles, maldijo a viva voz, asustando a los transeúntes de paso.

Para colmo, había quedado en verse con Eiji antes de que partiera de vuelta a Japón.


Ash ladeó el rostro de forma perezosa, recostándose del espaldar del banco de madera de Central Park. Podía escuchar los pasos meticulosos de Blanca acercándose por el sendero. Ambos cruzaron miradas y sonrieron con deferencia. El hombre se hizo de un espacio a su lado, admirando el juego de luces del sol entre el follaje de los árboles; hacía que los ojos de Ash brillaran más de lo usual.

—¿Cómo sabías que vendría aquí? —Blanca cruzó las piernas.

—Solías leer aquí todo el tiempo. Un buen cazador debe conocer la rutina de su presa, ¿no?

—Más o menos; no recuerdo habértelo enseñado con esas palabras exactamente. ¿Cómo sigues de tus heridas?

—Bien. Aunque pudiste haber hecho un mejor trabajo.

—Fui contratado como chofer, no como médico. Agradece que hiciera algo. —Curvó los labios un poco, dejando que la sorna se reflejara en sus pupilas cual obsidianas.

—Tu pago. —Ash rodó los ojos y colocó los billetes en efectivo sobre su mano—. ¿Deseas factura? —dijo con tono remilgado.

Blanca soltó una risa nasal y se guardó el dinero en el sobretodo. Sus dedos acariciaron por instantes el suave papel del sobre que portaba en el bolsillo. En serio, debía dejar de hacer mandados de a gratis.

—Eiji se marcha a Japón mañana.

Escudriñó el lenguaje corporal de Ash. Estaba sorprendido, aliviado y… asustado. Era casi risible pensar siquiera que el meticuloso Ash pudiera temerle a algo, pero Blanca sabía de todos sus fantasmas y podía imaginárselos, dándole caza entremezclados con su oscura y solitaria sombra.

—No lo veré más. Ya lo decidí. No es bueno.

—¿Para ti?

—Para él. —Ash enfrentó su mirada analítica, sin preocuparse por exponer sus debilidades a las pupilas de su mentor, después de todo, este era capaz de leerlo hasta con los párpados cerrados—. Todo el tiempo que estuve con él pude experimentar lo que es realmente vivir. Su calidez pintaba el panorama gélido en el cual estaba inmerso. Eiji es mi salvación; pero no tiene suficiente poder para sacarme de aquí, y temo arrastrarlo conmigo al pozo metafórico en el que me estoy pudriendo. Alguien como él, tan inocente de la crueldad y perversión del mundo, aún puede regresar a vivir normalmente.

Blanca lo observó varios segundos, su mente asaltada por millones de ideas que no quisieron abandonar sus labios. Quería decirle que él también podía regresar a la normalidad, darse una oportunidad, pegarse cual parásito a quien consideraba su salvavidas; pero él mismo estaba consciente de que, con tal historial, jamás podría olvidar todo lo que le había ocurrido desde tan corta edad.

—Tengo una vacante en el Caribe; por si te apetece. —Probó las aguas con el comentario, tan solo para recibir un bufido.

—Eso es tan poco tú, Sergei. Hasta me haces reír. Sabes que no hay redención entre la arena y el mar; ni siquiera cuando te aventuras tú solo para matar aquello que te persigue.

—Ni tampoco en las nieves del Kilimanjaro —repuso de inmediato, captando la referencia de Hemingway con gusto—. Pero puedes olvidarlo, Ash. Las bellezas caribeñas no son para ti.

El joven sonrió, el gesto extenuando todos sus músculos, como si ya estuviera al límite de la vida. Casi sentía que con ello espiraba su último hálito. Vio cómo Blanca sumergía la mano en un gesto premeditado en los bolsillos internos del sobretodo; se alarmó por unos segundos, pero el hombre a su lado no irradiaba ninguna aura de peligro. Sacó una carta escrita con letra desgarbada, pero nítida, doblada con cuidado esmerado.

—Dile a tu amigo que me debe una sesión de fotos. —Le dio el sobre y le obsequió una sonrisa sincera.

Ash recibió la carta, inspeccionándola con la mirada, sin imaginarse la expresión de su rostro por la sorpresa que le sobrecogía. Cuando alzó la mirada, cerrando la mandíbula al percatarse que había separado los labios como un verdadero idiota, no quedaban rastros de Sergei.

Con un pedazo de Eiji entre las manos, dirigió sus pasos a la Biblioteca Pública de Nueva York.


Si tuviera tiempo, Sing se pararía en medio del paso peatonal y gritaría a todos los cielos su maldita suerte. Sin embargo, tiempo era lo que menos tenía. Eiji le había dicho que Blanca lo había visitado, y fue a él al que encomendó una carta que Sing sabía sería capaz de salvar a Ash completamente de su desastrosa vida y sus tendencias pesimistas. Ni siquiera osó mencionarle el posible homicidio de su amigo; no cuando Eiji parecía muerto en vida.

"Cuando Ash quiere estar solo, suele ir a la biblioteca. Puedes encontrarle allí."

Las palabras de Eiji eran su mejor pista, pero, demonios, estaba al otro lado de la ciudad, y el bus no se apuraba. El pie repiqueteaba contra el suelo y su índice marcaba un tempo mucho más apresurado que el jazz en vivo que sonaba en la calle. Gruñó, haciendo saltar a una chica a su lado. Sin más, sin prestar atención a las advertencias del chofer, saltó del bus con agilidad.

Preparó las piernas para la maratón que se echaría para probar suerte y llegar a la biblioteca antes de que Lao encontrara a Ash. No llevaría ni dos minutos en una carrera que causaría envidia a más de uno, cuando captó una figura familiar.

En serio, apostaba a que no tendría que doblar tanto el cuello para ver a una maldita jirafa, como lo hacía cuando tenía a Blanca en frente. El hombre colocó una mano sobre su cabeza, sin asquearse por su cabello sudoroso.

—Ash… ¿Lo has visto? La carta…

—Ya se la entregué. No hará más de quince minutos.

—¿Dónde está?

—Supongo que irá a la biblioteca. Es su sitio preferido de meditación. ¿Por qué?

—Ash está en peligro. Podrían matarlo. —Sing recobró la convicción y trotó en el mismo sitio—. Gracias. Iré a despedirte al aeropuerto.

Sergei sintió cómo las piernas se le movían un par de centímetros con la urgencia de unirse a la búsqueda de su pupilo; pero no lo hizo, prefería delegar la tarea a alguien más apto.

Y sabía que Sing, con su perseverancia y buen juicio, era capaz de cambiar el destino.


Ya podía ver la estación del metro de la quinta avenida. Con el pecho ardiéndole como si el averno se recreara en él, con el aire apenas llegando a sus pulmones y los músculos de las piernas amenazando con ceder, usó sus últimas fuerzas para llegar a la biblioteca. Tenía los labios secos y su respiración era un desastre, aun así, intentó llamar el nombre de su medio hermano. Pudo ver la figura esbelta de Ash, ataviada con un sobretodo beige, correr por el lateral de la masiva construcción.

La nieve empezaba a caer sobre Nueva York fuera de temporada. La gente se detenía maravillada por el fenómeno meteorológico, a la par que se quejaban por los empujones carentes de tacto del chino. Pero estaba desesperado; quería evitar lo peor, porque en cuanto su hermano intentara asesinar a Ash, moriría. Quien tuviera la mala suerte de enviar al infierno a Lynx, tenía asegurado un destino igual o peor.

Saltó una cerca, tropezando y avanzando a trompicones. Ash le dirigió una breve mirada, pero la fuerza cinética no le dio tiempo de frenar al percatarse de la parca figura que se cernía sobre él.

Sing en serio pensó que gritó, pero no era su voz. Solo dejó escapar un jadeo, escuchando cómo el hueso se partía. Pensó que vomitaría, pero el sabor herrumbroso en sus labios no era tan desagradable como para producirle arcadas, solo se deslizaba por las comisuras de sus labios. Por lo menos estaba lo suficientemente consciente como para no hacer la estupidez de tragarse su propia sangre, que la hemorragia no se detendría devolviendo el plasma al compartimento corporal inadecuado —no entendía cómo mierda estaba recordando las clases de Yut-Lung en ese instante—.

Ash atrapó su cuerpo, quejándose porque tuvo la delicadeza de darle un golpe en su herida abdominal aún cerrándose. Lao gritó como un poseído, blandiendo de nuevo el puñal. Sing apenas era consciente, entre todo el dolor que le abrasaba las entrañas y le hacía rogar en silencio no estar vivo, del brazo de Ash moviéndose para sacar su arma.

—¡No!

Parecía el alarido de un animal moribundo, pero bastó para que ambos bajaran sus armas. No pudo escuchar las palabras de Lynx, pero fuera lo que haya dicho, Lao asintió y siguió sus órdenes por primera vez sin rechistar. Supuso que debía ser algo de sentido común como para que no haya discutido como siempre.

Ash lo apoyó en sus rodillas, haciendo presión con su abrigo sobre la herida. Sing quería creer que el frío de su cuerpo era por el maldito clima, pero los ojos jade anegados le hacían pensar lo contrario. Por un segundo de idiotez, debatiéndose entre la consciencia e inconsciencia, se alegró de saber que era tan importante para Ash como para llorarlo.

—¡No te quedes dormido! —ordenó con el mismo tono que usaba para comandar en las mil y una estrategias que rondaban en su mente—. Una ambulancia viene en camino. Dios, Sing, ahora sí la has metido en grande.

—Estamos a mano. —Pensó que sonreía, pero sus labios solo hicieron una mueca extraña y compungida—. No le mates, ¿sí?

—Sing, cállate.

—Lao… Él solo…

—Sing. ¡Sing! —Ash agitó su cuerpo cuando sus párpados se cerraron suavemente, como si realmente se fuera a quedar dormido.

Sentía cómo el pantalón se le humedecía por un líquido abrasador mientras el niño entre sus brazos se congelaba cual témpano de hielo. Intentaba apartar las lágrimas de su rostro, recuperar la carta de Eiji y seguir haciendo presión en la enorme herida de Sing. Lao no se acercaba, aún con el teléfono colgando en su mano. Ash se repetía mil veces que era solo un niño, y a Dios le gustaba jugar sucio si intercambiaba su vida rota por el brillante futuro del pequeño chino. Pedía a cualquier ser superior a él que no le arrebatara nada más porque le destrozaría teñirse las manos de sangre por otro amigo. Temblaba de la ira y la impotencia, mientras sus dedos tenían el buen juicio de buscarle el débil pulso en el cuello.

Seguía vivo. Podría resistir hasta el hospital. Estaría bien.

Se repetía cual mantra.

Sin embargo, las sirenas de la ambulancia no se escuchaban ni siquiera a lo lejos.


¡Muchas gracias por leer!

Creo que esto tendrá uno o dos capítulos más. Por fin me animé a escribir un final alternativo, así que decidí ir al problema de base que es Lao.

Me gusta cómo está quedando, y espero que a ustedes también ^^

Con eso, me despido. ¡Tengan una excelente semana!