Hola a todos!
Aquí os traigo la primera historia dela serie "Las cuatro casas"; una serie que englobará historias de distintas parejas de Haikyuu! en el maravilloso mundo de Hogwarts (varios años después de la trama principal).
Cómo no podía ser menos, inauguro esta serie con un Daisuga del género fluff diabético (?) que comencé a escribir gracias a mis senpais (a las que admiro mogollón). Pero no quiero ponerme sentimental, que la última vez escribí más agradecimientos que historia xDAsí que, sin más palabrería, os dejo con el primer capítulo. ¡Espero que os guste!
No era ningún secreto que los domingos fueran sagrados para cualquier alumno de la escuela, y más cuando se iban acercando al desolador invierno.
Las frías ráfagas de viento se colaban traviesas por los huecos de las piedras del castillo, silbando, como si entonaran la dulce cancioncilla de unos niños en mitad de una excursión. Eran esas mismas pequeñas corrientes de aire las que erizaban la piel de cualquiera que osara pasear a esas horas por sus dominios. Siempre que estuviera vivo, por supuesto.
Nadie en su sano juicio abandonaría el calor y la comodidad que regalaban las camas del castillo hasta que fuera estrictamente necesario. En otras palabras, hasta la hora del desayuno, cuando los Jefes de Casa o los prefectos les sacaran de la seguridad de sus sábanas.
Sin embargo, siempre había algún valiente (loco, como lo llamarían las otras Casas, o estúpido, como harían en Slytherin) que retaba a aquellas mañanas insufribles por cumplir con sus objetivos. Y así lo demostraban las fuertes pisadas que resonaban contra los duros suelos de piedra que recubrían el castillo. La respiración, ligeramente acelerada e inconstante de un chico entrando en la adolescencia, escapaba de su boca en forma de vaho, recordándole que no era sensato salir afuera. Nada aconsejable. Pero Daichi no se conformaría con una advertencia semejante.
No. A sus doce tiernos años, había decidido que pasaría las pruebas del equipo de Quidditch y conseguiría el puesto de guardián que tanto deseaba, demostrando que había nacido para ello. De modo que, asiendo con fuerza la escoba y alzando la bufanda granate y dorada que llevaba enrollada al cuello por encima de su boca, salió hacia los terrenos del castillo en dirección al campo de Quidditch.
Las gotas del rocío de la mañana mojaban el bajo de sus pantalones, los cuales le quedaban algo largos, y de la negra túnica de abrigo que había decidido llevar durante el trayecto para no coger una pulmonía, así como de las pequeñas ramitas que formaban la cola de la escoba ligeramente desgastada por los años que tenía ya a cuestas. Daichi podía escuchar, como un fuerte eco, latir con fuerza a su corazón con cada paso que daba, sintiéndose cada vez más cerca de su objetivo y de la realización de sus sueños.
―Solo un poquito más ―se dijo, hinchándose de orgullo y seguridad, entrando finalmente en el campo y observando las gradas de madera desnudas. Por un momento, se las imaginó vestidas con grandes telares, con los colores de cada Casa, brillando contra el cielo casi siempre encapotado y grisáceo que el norte de la isla les otorgaba; el público enloquecido, rugiendo orgullosos mientras animaban a su Casa, estallando en gritos de euforia con cada punto que marcaban contra los tres aros dorados que permanecían a cada lado del campo a distintas alturas.
Daichi se desabrochó el abrigo y lo dejó perfectamente doblado junto a la bufanda a los pies de uno de los lados, en la pequeña superficie llena de fina arena blanca, y, con una quaffle hechizada que le había proporcionado, tras mucho rogarle, la profesora Owlnest, su profesora de vuelo y árbitro de los partidos; se subió a la escoba, una Barredora 11 que había pertenecido a su padre, y alzó el vuelo. Se colocó cerca de los grandes aros dorados que debía proteger, justo delante de ellos, y, cerrando los ojos, inspiró profundamente y besó la suave superficie de la pelota. Así comenzó su duro entrenamiento, el cual iba a repetir tantas veces como fuera necesario.
Soltó la quaffle abruptamente, lanzándola lo más lejos que le fue posible con toda la fuerza que sus brazos, todavía endebles y sin formar, le permitieron, y se preparó para cuando viniera enfilada hacia él. Afinó todos sus sentidos y se dispuso a entrenar la vista, el oído y la coordinación de brazos y cuerpo. Perdió la cuenta de la cantidad de veces que se tiró varias veces a pararla. Se sentía como un portero de fútbol muggle, lanzándose al suelo para evitar que el esférico entrara en la portería. Al fin y al cabo, un guardián era algo parecido. Se tiraba de un lado a otro, gracias a la escoba que había recibido de parte de su padre, y paraba las quaffles con la mano o con su cuerpo… hasta dándole una fuerte patada, tratando de evitar que entrara por los aros pero, para su desgracia, fallando más de lo que acertaba y sintiendo cómo la frustración comenzaba a hacer mella en él. ¡Por Merlín! Tenía que mejorar rápido si quería entrar en el equipo.
Volvió a lanzar la quaffle y, cuando la gran pelota roja se dirigió hacia él, una voz suave y sosegada, algo aguda e infantil, le hizo perder la concentración de tal manera que el esférico desigual con hendiduras para la mano le golpeó fuertemente en la cara tirándole de la escoba al suelo.
Fue la caída más rápida del mundo, la más agónica, pero también la más extraña. Sentía el aire abandonar sus pulmones y no volver a entrar con cada bocanada que daba, la sensación de agobio y de vértigo jugueteando en la boca de su estómago, amenazándole con echar hasta la primera papilla. Cuando aterrizó contra el suelo, su cuerpo se quedó todavía sin más aire. ¿Era eso acaso posible? Le dolían las costillas, las sentía apretadas contra sus órganos, aunque no tuviera nada roto, y la cabeza le daba vueltas pese a que había caído sobre su ropa perfectamente doblada y los pequeños montículos de arena blanca.
―¡Auch! ―exclamó el dueño de la otra voz, y como si sintiera su dolor, cerró con fuerza uno de los ojos y arrugó la nariz, bajando de las gradas y corriendo hasta su lado. Se inclinó ligeramente sobre Daichi, con las manos apoyadas sobre sus propias rodillas, y le miró fijamente con sus grandes ojos dorados―. ¿Estás bien?
―No ―rezongó Daichi frotándose la nariz, justo dónde le había golpeado la pelota―. ¿Sabes? No deberías hablar a la gente por la espalda. Podrías asustarla ―le acusó infantilmente mirándole con algo de rencor.
―Lo siento ―se disculpó el otro chico, con un arrepentimiento real tiñéndole la voz―, pero me sorprendió que hubiera alguien más levantado a estas horas. Creí que era el único que madrugaba los domingos.
―Pues ya ves que no es tuyo el monopolio.
Continuaba dolorido, no solo por la quaffle, sino por el orgullo herido al haberse dejado sorprender de esa manera tan tonta, cuando había estado afinando el oído para no ser sorprendido por cualquier movimiento. Tendría que prestar más atención a su alrededor, no solo a la quaffle o a los movimientos de los jugadores.
A su lado, el chico misterioso soltó una pequeña risita antes de que Daichi se girase para mirar al culpable de su gran metedura de pata. No pudo sino abrir los ojos, sorprendido y atónito, al comprobar que se trataba de un alumno de Slytherin.
¡Un alumno de Slytherin dirigiéndole la palabra a un Gryffindor!
¿Qué hacía una serpiente allí, de entre todos los lugares del castillo? ¿No debería estar buscando la manera de fastidiar a algún otro alumno? ¿O de hacer trampas en algún trabajo o examen?
Su cara debía de haber sido un poema, cambiando y mutando por una gran gama de pensamientos para nada agradables, porque el chico lo miró ligeramente confundido.
―¿Pasa algo? ―preguntó preocupado―. No tienes buena cara ―Daichi observó cómo se arrodillaba a su lado y le ponía la mano en la nariz, acercándose para poder mirarle más de cerca. No parecía un alumno de Slytherin―. No parece que esté rota, pero a lo mejor prefieres ir a la enfermería. La señorita Wasphead seguro que sabe lo que hacer si hay algún problema.
―¡No! ―exclamó, alzando la voz más de lo que hubiera querido. Se había apartado del chico con tal aspaviento que había dado a entender que le daba asco que le tocase. Se arrepintió al instante e intentó modular su voz―. No... Estoy bien. En serio.
El chico pareció un poco decepcionado, o bien por su comportamiento o bien por su respuesta, y Daichi, siguiendo firmemente sus prejuicios, frunció ligeramente el ceño. ¿Acaso hubiera preferido que estuviera rota?
―No eres un buen mentiroso ―aclaró el otro mientras le miraba fijamente a los ojos. No parecía molesto por sus movimientos―. Pero si no quieres contármelo, está bien ―dijo esbozando una pequeña sonrisa―. No voy a obligarte.
El chico de Slytherin se levantó y se sacudió la túnica de abrigo de color verde esmeralda con una mano, mientras que con la otra sujetaba un grueso libro de cubiertas de cuero rojo gastadas. "Animales fantásticos y dónde encontrarlos", rezaba el título.
―¿Estabas leyendo? ―preguntó casi sin pensar. Estaba sorprendido. Muy sorprendido. No conocía a ningún Ravenclaw que hiciera algo semejante… mucho menos un Slytherin. ¿Acaso su sala común no era lo suficientemente acogedora? ―. ¿Con este frío? ¿Fuera?
Sus palabras se teñían cada vez más con la incredulidad y el desconcierto. No lograba salir del estupor en el que se había sumido ante aquella revelación. Aquello pareció hacerle gracia a su compañero.
―Apuesto a que no esperabas eso de una sucia serpiente ―señaló, sonriendo enigmáticamente.
―Yo... ―Daichi quiso que se le tragara la tierra por una vez en su vida. Había prejuzgado a alguien solo por estar en otra Casa. Sus padres no le habían educado así. Se sentirían muy decepcionados. O al menos así se sentía él para con él. Se merecía ese comentario... y hasta algún insulto más que el otro chico no pronunció―. Lo siento.
―No te preocupes ―le respondió sin perder la calma en ningún momento. Le acababa de dar una lección de clase y humildad―. Conozco los rumores que circulan acerca de nosotros y de nuestra Casa. Solo esperaba que, a las alturas en las que estamos, la gente hubiera dejado de relacionarnos con los mortífagos. Hace años que sucedió todo aquello.
Daichi dirigió su mirada hacia el suelo, completamente avergonzado. No podía ni mirarle a la cara. Se había comportado como un cerdo y no había demostrado ser mucho mejor que aquellos matones que se metían y aprovechaban de alumnos más jóvenes en el castillo. No pensaba subirla, no. Lo juraba por Merlín. Al menos, no pensaba hacerlo hasta que vio una mano extendida aparecer en su campo de visión. Terminó por levantarla, algo cohibido, fijándola en los ojos castaños del chico que le observaban cálidamente. Un pequeño lunar parecía juguetear sobre sus mejillas, justo bajo su ojo izquierdo, como una pequeña burla o como un punto sobre el que atraer su atención.
―Me llamo Sugawara Koushi y me dedico a madrugar los domingos para poder leer sobre criaturas mágicas ―El chico se presentó divertido al ver el caos en la mente y rostro del otro. Koushi soltó una risita―. No dejemos que una quaffle determine nuestra relación.
Parpadeó. Varias veces. Intentando comprender sus palabras. Finalmente, Daichi le devolvió la sonrisa tras soltar una sonora carcajada. Una risa sincera.
―Tienes razón ―asintió feliz―. Soy Sawamura Daichi y madrugo los domingos para practicar y poder presentarme a las pruebas de Quidditch de mi Casa.
―Oh... ―sus labios se curvaron levemente casi en el instante, formando una suave circunferencia burlona―. ¿Eso era lo que hacías?
―No te burles ―murmuró avergonzado, aunque, pese a lo que se pudiera pensar, ligeramente divertido. No sabía con exactitud qué tan bueno era en aquel deporte, sus padres le habían dicho que se le daba bastante bien (podría ser aquello que llamaban "amor de padres"), pero no quería que lo tomaran por un manta en su Casa. De verdad que quería conseguir esa plaza―. ¿Tan mal lo estaba haciendo?
Koushi negó con la cabeza enérgicamente, comprobando que sus palabras habían hecho mella en el chico. Se apresuró a explicarse.
―Eres muy bueno en la defensa ―le aseguró― pero, a veces, deberías intentar tranquilizarte ―le dijo señalándole los hombros con la mano del libro―. Estás muy tenso y eso hace que tus movimientos sean mecánicos y poco fluidos.
―Es que quiero que salga bien ―confesó, suspirando derrotado. Era muy importante para él. Su abuelo había sido jugador y su padre había llegado a ser profesional durante varias temporadas en las Avispas de Wimbourne. La presión era muy fuerte. Y no por seguir la tradición familiar, sino porque era un deporte que realmente le gustaba.
―Bueno... Yo podría ayudarte ―Le sugirió Koushi encogiéndose de hombros.
―¿Tú? ―preguntó atónito―. ¿Y por qué ibas a ayudarme? ―La cara del Slytherin se tornó confusa―. No me malinterpretes, por favor, pero... somos de Casas distintas. ¿No deberías velar por el bienestar y la victoria de Slytherin?
―¿Quién dice que no lo hago? ―cuestionó traviesamente. El brillo de sus ojos lo alertó levemente.
El repicar del gran reloj del castillo resonó por todos los terrenos avisando de la hora. Las ocho. No tardaría en llegar el momento en que el castillo comenzaría a llenarse con las voces y movimiento de los alumnos, profesores, personal y fantasmas.
―¿Qué me dices? ―preguntó Koushi, extendiendo nuevamente su mano, como si esperara que se la estrechara para cerrar su inocente pacto. Casi parecía ansioso.
―Bueno... Vale ―aceptó con convicción, entrelazando su mano con la de él. El rostro del chico se iluminó con su respuesta haciendo que sus rasgos, de por si infantiles y suaves, resaltaran en contraste con su cabello ceniza claro.
―¿El domingo a la misma hora?
Daichi asintió, ansioso por ver cómo podría ayudarle el chico. Sugawara comenzó a caminar hacia el castillo cuando, al ver que no le seguía, se giró completamente, mirándole ligeramente por encima del hombro.
―¿No vienes? ―le preguntó―. Es la hora del desayuno y sé que los Gryffindor comen como limas. A no ser que estés a dieta...
―¿Ah sí? ―pareció encontrar aquello increíble, la facilidad que tenía aquel chico para lanzarle puyas sin que resultaran insultos sino una invitación a una broma compartida―. Los de Slytherin tampoco se quedan atrás ―contestó, moviendo las manos y la boca, imitándoles, arrancando unas cuantas risas del otro. Daichi cogió su túnica, la bufanda y su escoba y no tardó en unirse a él―. ¿No te dirán nada tus compañeros?
―¿Sobre qué?
―Sobre llevarte con un "enemigo" ―dijo imitando la apertura y el cierre de comillas al aire.
Aquello pareció divertir aún más al chico que se tapó la boca con el libro.
―Siempre puedo decir que estoy estudiando tus puntos débiles para vencerte en el campo.
Daichi ladeó la cabeza.
―Pero si no estás en el equipo de Quidditch de Slytherin.
―Ah, ¿no? ―dejo caer el chico antes de apresurar el paso hacia las grandes puertas de madera―. Estás frente a uno de los nuevos cazadores del equipo. ¡Nos vemos el domingo Daichi! ―exclamó agitando la mano antes de desaparecer.
―Con que cazador, ¿eh? ―se dijo para sí mismo sonriendo, sin dejar de mirar las puertas por las que había desaparecido Koushi.
Aquel curso iba a ser muy, pero que muy interesante.
¿Qué os parecido? ¿Os ha gustado? ¿Sí? ¿No?
Avisar que esta es una historia de siete capítulos en total (los cuales están ya todos escritos :D)
Y nada más. Que espero que os gusten los próximos capítulos. Ciao~~
