Reyes

Disclaimer: Harry Potter y su universo pertenecen a J. K. Rowling. Esta obra fue escrita sin fines de lucro.

Sumario: Nadie más que ellos sabe cómo ocurrió. Un día, eran Harry Potter y Draco Malfoy, enemigos jurados de Hogwarts, los epítomes de la Casa de los leones y las serpientes, el vivo ejemplo de que los rencores del pasado afectan al presente. Y de pronto, el Señor Tenebroso estaba muerto, el director del Colegio de Magia y Hechicería también, y Potter y Malfoy se sentaban en tronos gemelos en el Gran Comedor.

Claves: Drarry slash dark!

Advertencias de gore. Básicamente, Harry y Draco fueron torturados hasta la locura, y con eso, lo digo todo. Tal vez, algún día, le agregue una segunda parte.

I

El Gran Comedor está sumido en un silencio sepulcral cuando entra. Las paredes de piedra son más oscuras que nunca, los cristales de las ventanas están escondidos detrás de gruesas cortinas.

Sólo hay dos mesas largas, de madera, para los estudiantes, y una alfombra plateada y negra, con toques de oro en los bordes, que va desde la entrada al fondo de la sala. Allí, se alza una plataforma con escalones, y encima, están apostados dos tronos gemelos.

El Rey León, Harry Potter, camina ante las cautelosas miradas del cuerpo estudiantil. Lleva una túnica ancha, de un color escarlata tan intenso que podría hacerse pasar por negro si no tiene las luces correctas cerca; posee un cuello peludo y suave, y él nunca ha dicho que es de piel y pelo de uno de los unicornios del Bosque Prohibido, pero tampoco necesita hacerlo. Nada más verlo, todos lo saben.

Él lleva una corona gruesa, tan grande que le rodea desde la frente hasta la nuca, y es de un dorado resplandeciente. Nadie comenta sobre las hileras de magia oscura que se mueven entre sus picos, sombras juguetonas que esperan la llamada de su Señor León, pero sí hablan de lo lindos que son los grabados que hacen alusión a Gryffindor en los costados. Cuando él los escucha, da su aprobación, y los estudiantes y profesores pueden respirar y disfrutar de un día más de vida.
El Rey León ya no saluda mientras avanza; aquello quedó olvidado después del primer año del Ascenso. Alcanza la tarima, y es en ese momento, en ese único momento, donde agacha la cabeza y se dobla. Y es la mejor muestra de sumisión que ellos verán alguna vez, porque el León prefiere rugir que agazaparse ante los enemigos.

Y sobre el trono, con un codo apoyado en el posabrazos, la barbilla sobre la palma, y las piernas cruzadas hacia un lado, para quedar encima del otro borde del asiento, el Rey Serpiente sonríe, porque le complace cuando su igual lo trata de ese modo. Y si el Rey Serpiente sonríe, los estudiantes y profesores respiran con tranquilidad, porque significa menos problema por las siguientes horas.

Él es más difícil de complacer que el Rey León, pero nada es peor que cuando están juntos.
Han pasado diez años desde el Ascenso; están acostumbrados.

II

Ya no hay un expreso de Hogwarts; en los primeros meses tras el Ascenso, el Rey Serpiente salió a 'jugar'. Usó magia oscura para formar un basilisco, conjurado por la energía del Bosque Prohibido, cuyos árboles se doblaron y secaron, y quedaron como brazos huesudos de tonos marrones-grisáceos, retorcidos para apuntar el punto exacto en que el césped se chamuscó y la tierra se resquebrajó, porque Draco Malfoy se paró allí.

El basilisco de energía oscura se tragó los últimos vagones del tren. Los Slytherin contemporáneos al Rey Serpiente y los Mortífagos desertores estaban dentro.

Los huesos crujiendo apenas se escucharon por encima de los gritos de auxilio y las piezas metálicas, al destrozarse cada vez que el basilisco masticaba. El Rey Serpiente se rio, y se rio, y se rio, y se rio.

El ruido atrajo al Rey León y a los profesores, que estaban de vuelta unos días antes del inicio del nuevo curso escolar.
Llegaron justo cuando Malfoy saltaba sobre escalones de magia pura, dando volteretas en el aire y giros de un vals improvisado, que iba en aumento de velocidad mientras se burlaba.

—¡Los maté! —Canturreaba, la voz se le distorsionaba por la risa cuando echaba la cabeza hacia atrás. No usaba corona por entonces, pero no importaba; todos sabían que era un Rey, y qué podían y no podían hacer cerca de él—. ¡Yo los maté! ¡Yo los maté! ¡Maté a los mortífagos! ¡Maté a los Slytherin! ¿Me viste, Harry, me viste? Soy el único Slytherin de último año ahora, ¿me viste?

—Te vi —Aseguró el Rey León, alineándose con él desde el suelo. Y cuando levanta un pie, pisa firme en uno de los escalones y comienza a elevarse en el aire para alcanzarlo.

Malfoy se lo facilita y salta hacia él. Está en una caída libre de más de diez metros y se carcajea, la magia oscura despliega hileras de sombras y gas negro a su alrededor, y lo envuelven como una cápsula. Su risa aún se oye, hasta que termina depositado en los brazos de su igual, de pie, tambaleándose; no se cae por el agarre firme de este en su cadera.

—¿Me viste, me viste, me viste? —Insiste, llevando ambas manos a los hombros del Rey León, y simula gruñirle y morderle la barbilla, y los dos intercambian una breve mirada, antes de que el otro le dé un asentimiento—. Soy el Slytherin mayor ahora, voy a cuidar a los demás Slytherin, y voy a tener las mejores notas. Harry, haz que tenga las mejores notas. Dame las mejores notas, las quiero, tienen que ser mías. Las quiero —Ronronea la última palabra, y se pega por completo al cuerpo ajeno. Los profesores apartan la mirada y no quieren averiguar a qué se debe el sonido húmedo que escuchan.

—Las tendrás —Es la respuesta del Rey León.

Y cuando Draco Malfoy sonríe, es una sonrisa fea, que le ocupa de un lado de la cara al otro, toda dientes, como la de una bestia a punto de gruñir. Nadie pregunta por la sangre que tiene en la comisura del labio.

Tampoco se mueven cuando el basilisco de energía se alarga y se desliza alrededor de ellos, y busca dónde colgar la parte trasera de lo que fue el expreso de Hogwarts, ahora vacía y aplastada. La coloca en el techo de la Torre de Ravenclaw, y esta se derrumba, y el Rey Serpiente se ríe, colgado del cuello de su igual, y canta "las aves se fueron a volar, y ya no tienen casa" un sinfín de veces.

III

Nadie más que ellos sabe cómo ocurrió, es lo que dice Hermione cada año a los nuevos ingresos de Hogwarts, porque eran enemigos jurados. Alguien debe contarles y ningún otro profesor tiene el coraje suficiente, así que ella toma la tarea y deja que su vida penda de un hilo, de la esperanza de que haya un corazón que aun lata en el pecho de Harry, de que recuerde los primeros siete años que pasó en el mundo mágico y cómo ella estuvo a su lado.

Y ella les dice.

Fue durante la Segunda Guerra, les cuenta. Albus Dumbledore cayó de la Torre de Astronomía, después de recibir un Avada. Los magos de la luz veían a su líder derrotado, sus ideales puestos en los hombros de un adolescente, que se dejaba guiar por una profecía.

El Señor Tenebroso tenía horrocruxes, fragmentos de alma dispersos por el mundo, atados a objetos, para que pudiese abandonar su cuerpo y volver siempre, siempre, siempre-

El trío de oro los buscaba. Era un trabajo arduo, largo y molesto en mil formas diferentes, pero les quedaba poco por delante cuando pisaron el Colegio de Magia y Hechicería de nuevo.

La copa, la diadema, la serpiente y el propio Lord. Al menos, si el número parecía mucho, tenían una idea de qué buscar al fin.

Hermione decide que los niños de once años no deben saber detalles. Les dice que los Reyes buscaron las piezas faltantes y derrotaron al Lord, y en medio del caos, prescindieron de lo que creían innecesario y se hicieron con el poder del mundo mágico, desde la central en que se convirtió Hogwarts.

Sí, ella lo decía así, y sonaba interesante. Lo notaba por las miradas entusiastas de los niños, por la manera en que inclinaban la cabeza ante el Rey León, que tomó por costumbre aguardar a los nuevos ingresos en la entrada, a donde llegaban después de bajar de los carruajes voladores que robaron a Beauxbatons.

Hermione no les contaba, nunca les contaba, que la mitad del castillo fue reconstruido porque Draco Malfoy creó un fuego eterno, que quemó a la mayoría de los combatientes de ambos bandos. Y se reía mientras olfateaba el aroma de la carne quemada.

Hermione no les contaba, nunca les contaba, que hubo una explosión de oscuridad desde la famosa Cámara de los Secretos, que destrozó suelo y paredes por igual, y los escombros terminaron por asesinar a los heridos de la batalla en el Gran Comedor.

Hermione no les contaba, nunca les contaba, que Malfoy y Potter buscaron la ayuda de tres fantasmas en el castillo: la Dama Gris, Myrtle la Llorona, y el Barón Sanguinario, para que reuniesen los horrocruxes por ellos y los llevasen a la Sala de Menesteres, para romperlos, a cambio de obtener cuerpos vivos para ocupar, una y otra vez, cada que muriesen o la carne se pudriese.

Hermione no les contaba, no, nunca lo hacía, que Harry Potter montó un thestral hacia la batalla y usó la espada de Gryffindor para atravesar al Señor Tenebroso y su serpiente, Nagini, y cuando los restos de la magia antigua que este utilizó para el ritual de los horrocruxes, se elevaba, Harry se los comió. Trozos de carne resbalosa y escamas, la sangre negra, la energía, que tomaba la consistencia del petróleo, y aun así, él los mascó, pero guardó los ojos rojos de Voldemort para Malfoy, por las veces que fue torturado como mortífago, y los colmillos de Nagini, que se implementó después en su propia boca con magia.

Y por nada del mundo, Hermione les contaba, nunca les contaba, que el primer Horrocrux de Harry Potter fue un pedazo de espejo roto y la muerte de Ronald Weasley, ni que el de Draco Malfoy, como bien sabía, era el propio Harry, con el fragmento de alma que se rompió después de que mató a Lucius en los rosales de Hogwarts, reclamándole por la vida que lo había obligado a soportar.

Y aunque Hermione supiese cuáles eran los otros horrocruxes de los Reyes, ella nunca lo diría. Mucho menos a los estudiantes de primer año, que aún no tenían idea de a qué se enfrentaban.

IV

El Rey Serpiente está de humor para juegos y quiere llamar la atención de su igual.

Cuando él entra al Gran Comedor, hay reverencias y cumplidos susurrados que lo siguen mientras avanza. Lo complacen, y lo saben, por eso no dejan de hacerlo, aunque sea repetitivo.

Él luce una túnica blanca, que cuando es el momento apropiado del día, resplandece en un tono plateado y muestra la constelación que le da su nombre de mago mortal en la parte inferior. Tiene mangas largas, pero estas poseen aberturas, y cuando gira en un baile de música que nadie más oye o gesticula, se revelan trozos de piel pálida y con cicatrices apenas distinguibles, de las torturas a las que fue expuesto años atrás.

Él lleva el cabello largo, le roza la espalda baja cuando lo deja suelto, y a pesar de ser lacio y suave, suele formarle ondas en las puntas. Si está de buenas, se lo deja trenzar por niñas Slytherin de segundo a tercer año. Por lo general, lo prefiere en una coleta, y si nadie le dice que se parece a Lucius cuando está así, mejor.

Él tiene una banda oscura como la obsidiana, una de plata y una de oro, que son delgadas y van en ese orden de arriba hacia abajo; le rodean la cabeza, se pierden en los mechones rubio platinado, y en la frente, trazan una "V" que casi le alcanza el entrecejo. Es sencillo, explica a quien esté dispuesto a oír o no sea lo bastante loco como para negarse cuando le habla, porque no puede llevar mucho encima, y tiene collares de diferentes largos, brazaletes de serpiente en torno a los brazos y tobilleras que tintinean cuando se mueve, así que todos le dan la razón, y él sonríe y se aleja bailando por los pasillos, usualmente, en compañía del cuerpo que Myrtle esté ocupando.

Él da clases de pociones a los de cuarto y quinto año, y no favorece a los suyos. Los estudiantes dicen que es excelente cuando no lo molestan. Los que lo hacen, no han vivido para contar qué les hace; sin embargo, los prolongados periodos de tiempo que los elfos domésticos desaparecen y el cómo vuelven cubiertos de sangre y con baldes de entrañas, dicen suficiente para que nadie averigüe más.

Pero él detesta a los de sexto año y se nota cuando sube, descalzo, a la plataforma larga de duelos preparada para su entretenimiento.

Los estudiantes lloriquean cuando saben lo que los espera; muchos, cuentan los rumores, fingen ser más jóvenes para permanecer en el lado bueno de la balanza de Draco Malfoy. Otros pocos se creen más listos y se saltan el año, para luego inscribirse en las listas de los de séptimo. Esos aparecen con la cabeza clavada en los picos de la torre de Gryffindor, la única que sigue en pie, y los cuerpos despedazados por sectumsempras, agitándose por el viento.

El Rey Serpiente se endereza y junta los pies en una posición digna de un bailarín de ballet. No hace la reverencia, nunca la hace, pero su oponente, que esa vez le ha tocado ser un muchacho tembloroso que solía jugar Quidditch, sí. Él está complacido.

Levanta la varita de Saúco, porque los Reyes la mantienen siempre, porque la comparten. Porque la varita los toma como uno solo, y por ello, es que son iguales y son Reyes.

Los profesores cierran los ojos porque conocen sus métodos. Los estudiantes tiemblan, algunos vomitan. Los más nuevos gritan, y a veces, sólo a veces, Malfoy se ríe de sus alaridos y no les lanza un crucio hasta que se les rompe la garganta y no pueden continuar generando sonido alguno.

En esa ocasión, está de un humor inmejorable.

Rompe al estudiante desafortunado del día en dos con un giro de muñeca y un tajo diagonal, sin una palabra. La parte inferior del cuerpo cae a la plataforma, una masa blanquecina y rosácea se extiende por los lados, entre la sangre y fluidos peores, y piezas de ropa y carne. La parte superior levita hasta el techo y deja manchas de sangre en el suelo; se apartan, pero nadie dice nada.

El Rey Serpiente le arranca la cabeza, pone una enorme vela con forma de calabaza en su lugar, y lo deja colgar en el fondo del Gran Comedor. Y se ríe, y ríe, y ríe, y ríe.

Es un día mejor de lo usual, y se nota. Él atraviesa la plataforma, en un movimiento que es mitad trote y mitad baile, salta sobre los intestinos dispersos con la gracia del ballet, pisotea los miembros inferiores del cuerpo inerte con la firmeza del flamenco, y gira, y gira, y gira, y vuelve a reír cuando está delante de los tronos gemelos.

Él no se inclina, él nunca se inclina. Pero tampoco parece que necesite hacerlo, porque se lanza sobre su igual, para sentarse en su regazo, con las piernas flexionadas a cada lado del Rey León, las rodillas apoyadas en el asiento y el trasero levantado, y pronto ambos tienen las manos demasiado ocupadas para tomar la varita y deshacerse de la sangre que le gotea de los pies, creando un riachuelo bajo el trono.

Casi todos saben que es el momento de apartar la mirada entonces. Los más indiscretos pagarán las consecuencias.

V

A veces, los Reyes también se pelean. No hay más aviso para el cuerpo estudiantil y los profesores, que el retumbar de zancadas decididas y los gritos, que se escuchan por todo el castillo, como si estuviesen usando un sonorus.

—¡Yo no fui! —Ruge el Rey León, tal y como lo haría el animal que le da el nombre.

—¡Fuiste tú! —Grita el Rey Serpiente, el final de la palabra es un siseo; corre el rumor que su igual le ha compartido el don de hablar con las serpientes, a través de un método que la mayoría prefiere mantener en el ignorancia— ¡sé que fuiste tú! ¡Es tu culpa!

El Rey León recorre los pasillos con firmeza, el suelo se sacude ante cada paso que da. En las zonas reconstruidas del castillo, sucede la peor parte: las grietas sobre las que se colocó la nueva estructura, se abren y ceden, y los escombros se levantan y levitan alrededor del moreno. Y si alguien se atreve a fastidiarlo, un trozo enorme de piedra le rompe la cabeza en un mar de sesos y viscosidad, y lo deja pegado a una de las paredes.

El Rey Serpiente necesita menos provocación. Él grita, pisotea el suelo, y agita las manos; la magia sin varita hace que el aire que lo rodea se vuelva pesado y de un aroma insoportable, una fuerza invisible le enrosca las puntas del cabello e infla el borde de la túnica por debajo de él. Los tintineos de metal de sus tobilleras anuncian su llegada al Gran Comedor, antes de que vuelva a gritarle a su igual, y las paredes tiemblen, y los cristales de las ventanas se rompan y caigan en cientos de pedazos. Entonces es únicamente responsabilidad de los profesores proteger a los niños del vidrio.

Lo peor es cuando se encuentran en los corredores. Un león y una serpiente enojados, se abalanzan el uno sobre el otro.
Potter golpea, ondas de energía hunden segmentos de las paredes y tumban columnas. Malfoy responde con un pisotón y una grieta que divide el piso en dos. El techo se tambalea sobre ellos.

Potter se agazapa como una bestia y le grita, e intenta mantenerlo alejado. Malfoy no es tan paciente ni sutil, se lanza sobre él y ambos ruedan por el suelo. Con cada impacto que tiene uno de sus cuerpos contra las rocas, con cada giro que deja al otro encima, con cada insulto, maldición y acusación, el castillo se agrieta más, más, más.

El Rey Serpiente no se ríe cuando abre la mandíbula y le clava los colmillos de reptil, que antes pertenecieron a Nagini, en el cuello, pero Potter es su igual y es inmune al veneno de Malfoy, y el Rey León sólo atina a darle un empujón que lo envía hacia el techo y lo deja levitar de espaldas a la superficie cóncava, retorciéndose y siseando. Él se libera pronto, y cae, y la onda expansiva de magia oscura hace un ruido estridente cuando vuelvan a chocar.

Hay gruñidos animales, gimoteos, zarpazos de garras que no poseen pero la magia les otorga, y rastros de sangre que quedan en el piso, y gotas que salpican a la nada y quedan flotando en torno al campo de pelea no elegido. Pero luego de un par de horas, el castillo deja de temblar y las grietas se pegan, y los estudiantes y profesores están a salvo, porque los Reyes están jadeando, sudorosos y agotados, y se recuestan en el césped, uno al lado del otro. Y nadie lo dice, pero todos saben que la disputa ha acabado, cuando las nubes grises se disipan y pueden volver a sus actividades.

VI

Las noches en Hogwarts son las más complicadas. Los primeros años han encontrado una forma de realizar una "prueba de valor" y ningún profesor ha llegado a detenerlos.

Dicen que desde que la quimera se convirtió en el nuevo escudo de Hogwarts, hay una que ronda por las mazmorras, alimentándose de los restos de la magia de los Reyes y los sueños de los residentes. Tiene una enorme cabeza de león, de un tamaño que no es apropiado ni siquiera para el más grande de los ejemplares de la especie, el cuerpo de una cabra de montaña, y la cola de un dragón de escamas verdes; nadie se pone de acuerdo entre si tiene una o dos cabezas extra, y algunos le agregan que la púa al final de la cola posee el mismo veneno que los colmillos del Rey Serpiente. Uno de los más aterrados niños, que estuvo en shock en la enfermería durante dos días completos, mencionó algo sobre un carnero, así que se asume que también debe tener un par de cuernos enroscados.

Los nuevos estudiantes se dirigen a las mazmorras en equipos de tres, sin varitas y con una canasta de sobras de carne. A veces, se escuchan alaridos y pasos acelerados en la superficie de piedras húmedas. Otras veces, hay destellos de hechizos, y entonces los demás saben que el grupo ha hecho trampa.

Un promedio de cuatro estudiantes nunca vuelve. La prueba de valor se realiza la primera semana, nadie avisa a los profesores.

Una noche, los niños se van a dormir temprano, y a la mañana siguiente, puede que haya una cama vacía, y lágrimas secas en los rostros.

Al Rey León le molesta que lo hagan, pero después de una década, se limitó a darles regaños subidos de tono en el medio del Gran Comedor, acusando a los profesores de no cumplir su labor. Al Rey Serpiente no; él se queda sentado en el trono, mientras ve a su igual reprenderlos, y cuando este se harta y se retira para dar inicio a la jornada, Malfoy manda a los elfos domésticos a darles raciones de postre extra a los niños, y cancela las clases de los de primer y segundo año.

Aun nadie sabe cuál de los Reyes creó a la quimera.

VII

Beauxbatons cayó durante el primer año después del Ascenso. Hubo una rebelión el segundo año, por lo que tardaron en derribar Durmstrang.

El Rey Serpiente le pidió a su igual que enviase a Pansy Parkinson al Ministerio de Magia. Él lo hizo. Parkinson llevaba más de siete años como Ministra.

VIII

Una vez, durante el tercer año después del Ascenso, la Confederación Mágica Internacional intentó intervenir.

La historia es difusa, nadie se atreve a preguntarles a los Reyes.

Dicen que la embajadora fue una mujer.

Dicen que tenía el cabello rojo como el fuego, y una cara pecosa. Era alta y fuerte, y tenía reconocimientos por sus habilidades en el extranjero.

Dicen que el Rey León fue hasta el patio de Hogwarts para recibirla.

Dicen que el Rey Serpiente observó desde una de las ventanas.

Dicen que ella nunca volvió.

La principal sospechosa es Ginny Weasley, pero ella no ha pisado Gran Bretaña en una década, y ya no tiene contacto con su familia.

IX

Algunos días, tienen una decaída. Los estudiantes y profesores lo notan nada más poner un pie fuera de los cuartos.

El aire se hace espeso, húmedo, y Hogwarts amanece más silencioso de lo que llegó a ser después del Ascenso. No es hasta la hora del desayuno que se enteran de a quién pertenece el humor sombrío que opaca el sol, empaña las ventanas y le roba el color a los jardines y el Bosque Prohibido.

Es, entonces, cuando pueden pasar dos cosas.

Puede ser que el Rey León sea el causante. Cuando se da esta situación, los residentes lo saben porque al entrar al comedor, sólo uno de los tronos está ocupado. El Rey Serpiente los recibe en silencio y los examina desde su asiento, con las piernas estiradas cuan largo puede ser, y un rictus de desprecio en la boca, que pocas veces ven, porque requiere un nivel de consciencia que, dicen las malas lenguas, él ya no posee.

Malfoy no hace bromas y no se ríe cuando su igual está decaído. El castillo es sombrío y él se mueve con la misma cautela que uno de los fantasmas con los que no se alió, esos que todavía son espectros y no carne en descomposición.

Es la única vez en que el Rey Serpiente defiende a los residentes de Hogwarts con magia y colmillos. Con Potter decaído, los candelabros se tambalean, los armarios se rompen y caen, y una mantícora de magia oscura recorre los pasillos; cuando esta criatura se encuentra cara a cara con un estudiante o profesor, capaz de demostrar miedo delante de ella, arremete contra el pobre ser para aguijonearlo una y otra vez con la cola, rompiendo la carne, dejándolo como una masa llena de huecos y líquidos viscosos.

Pero, por lo general, Malfoy está ahí antes de que pase. La mayoría de las veces, la mantícora no lo ataca directamente. Otros días no tienen tanta suerte y el Rey Serpiente es arrastrado por el suelo por unas fauces bestiales, y tiene que construir barreras para los indefensos y lanza cortes de magia al aire, que dividen a la criatura en cientos de trozos aun móviles y listos para morderlo.

Él grita cuando es herido. El sonido, de algún modo, basta para que los restos de la mantícora se esfumen. Hay quien dice, aunque no todos están de acuerdo, que es porque el Rey León lo oye, a donde sea que vaya.

La otra opción es que sea el Rey Serpiente quien esté en un mal día. Los residentes lo pueden descubrir porque, además de hacer un frío espeluznante en los pisos inferiores del castillo, los tronos gemelos se pasan el día vacíos y las clases de Pociones se cancelan.

Nadie está seguro, pero varios dicen que los han visto y se hacen ideas sobre lo que ocurre en esas ocasiones en particular.
Hermione, por ejemplo, ha visto la biblioteca entera transfigurada en una versión de blancos, azules y plata de una mansión que le resulta familiar, y en uno de los sillones, Potter mantiene a Malfoy sobre el regazo, con este acurrucado en su pecho, mientras le lee en voz baja.

Neville Longbottom los ha encontrado en un rincón del invernadero número tres, sentados en el suelo, enredados en un abrazo del que es difícil distinguir al uno del otro, y con postres que levitan en un círculo interminable en torno a ambos, preparados para cuando detengan una charla sin sentido y quieran comer algo.

Un estudiante de Hufflepuff los vio en la Torre de Astronomía una noche. Él contó, en susurros y con los ojos muy abiertos, que el Rey Serpiente sollozaba, aferrado a su igual y balbuceando algo acerca de torturas, una amenaza de muerte que se cernía sobre dos personas, una misión larga, un crimen y dolor, mucho, mucho, mucho dolor. Los rumores dicen que fue el dolor lo que los convirtió en lo que conocen después del Ascenso.

Una chica de Slytherin se llegó a topar con ellos en los rosales, aunque se apresuró a ocultarse tras los arbustos. Malfoy sostenía una de las manos de Potter y lo hacía girar despacio, y ambos, descalzos sobre una cobija en el césped, se unían en un vals pausado y sin ritmo, en el que una melodía inexistente sólo era interrumpida por algunos susurros que compartían.

El Rey Serpiente, cuando está decaído, no hace temblar el castillo, ni envía bestias feroces a acabar con cualquier ser vivo que encuentren. Él, cuentan los estudiantes cuando vuelven a casa, es como un dementor.

Cuando Malfoy entristece, es como si la felicidad de Hogwarts, del mundo, se hubiese evaporado. Es por eso que, a pesar de todo, los residentes prefieren verlo patalear desde uno de los tronos, o hacer girar las caderas en el regazo del Rey León, acción que suele arrancarles jadeos a ambos en los momentos más inapropiados.

X

Existen, también, los imbéciles que creen que pueden entrar a Hogwarts y acabar con uno de los Reyes. Cuentan por ahí, que si matas a uno, el otro lo sigue a la muerte, pero no son más que leyendas que los envuelven, e incluso si no lo fueran, es mejor no comprobarlo.

Por lo general, el osado mago o bruja tiene la idea de que el objetivo ideal es el Rey Serpiente. Durante los primeros años, la sociedad mágica tiene la absurda esperanza de que van a convencer a Potter de volver con ellos, al lado de la luz, le llaman, y el Rey León ladea la cabeza y sonríe, sin contestar, cuando se lo insinúan. No es una sonrisa agradable.

Dos veces intentaron atacar a Malfoy de camino a los invernaderos. Hay quien cuenta que uno de los atacantes terminó petrificado, y desde entonces, una historia acerca de que tiene ojos de basilisco da vueltas por Europa; puede que sea exagerado, como puede que no. El otro fue enviado en una caja, despedazado, a su casa. Nadie quiere saber cómo descubrieron dónde vivía.

Tres veces se le acercaron en el Bosque Prohibido, en una incursión solitaria que realiza cada cierto período de tiempo, en busca de criaturas mágicas e ingredientes de pociones. Sólo se supo del destino de uno de los imbéciles: fue pisoteado por una manada de centauros. Hay quien dice que los Reyes tienen un acuerdo con ellos.

No se sabe cuántas veces han intentado asesinarlo mientras duerme, sólo que se despierta de mal humor cuando lo hacen. Entonces el cielo se oscurece y las paredes quedan manchadas de sangre a su paso. Es mejor no preguntarse de quién o qué es.

En una ocasión, una antigua profesora, McGonagall, cuentan por ahí, intentó acorralarlo en el Gran Comedor, durante el primer año del Ascenso. Se batieron a duelo. El Rey Serpiente fue quemado por una maldición.

Dicen que la mantícora de Potter se comió a la mujer, antes de que pudiesen continuar. De una mordida.

Los residentes dicen que sólo en una oportunidad atentaron contra la vida del Rey León. Pero también dicen que fueron algunos miembros de un tal "Ejército de Dumbledore" y que el Rey Serpiente tiene guardados, en una caja bajo un hechizo de preservación, los intestinos de quienes lo hicieron; cuando está de buen humor, le da un trozo a la mantícora, como agradecimiento por haberle ayudado.

XI

La primera generación del Hogwarts nuevo, después del Ascenso, ya son adultos. El futuro de la sociedad mágica británica sigue a los Reyes.

Hay rumores de que planean extender su poder a otros países, y luego, a los demás continentes. Dicen que será difícil, pero los Reyes se ríen y contestan que tienen todo el tiempo del mundo. Y es mejor si nadie los contradice.

¡Gracias por leer!