Te extraño, pero estaría mintiendo...
Se despertó sola esa mañana, minutos antes de que sonara el despertador. Por inercia absoluta se irguió y apoyó firmes sus pies en el suelo. Miró el lado vacío de su cama y esbozó una sonrisa escueta: no lo extrañaba.
Caminó al baño sólo para lavarse la cara y los dientes y disfrutó de tener todo el tiempo del mundo para hacerlo: ya no más gruñidos ni más quejas.
Tomó un rápido desayuno y vertió los restos en la basura, pudo ver cómo las fotos antiguas del amor devenido en odio se corrían y arruinaban, ¡una sensación tan placentera!
Con las llaves del coche en mano salió hacia la gran ciudad: el sol, la música y un poco de velocidad le venían fenomenal. Cuando el semáforo la detuvo, pudo divisar aquello que no podía ser otra cosa que un regalo divino. Se acercó hacia él con el auto y mirándolo con falsa compasión se saludaron.
Parece que tu carro no te ha llevado tan lejos como decías.
- Tan graciosa como siempre, ¿cómo estás?
- Bien. Quisiera poder decir que te extraño, pero estaría mintiendo.
- Y con el punto de la oración pisó lo más fuerte que pudo el acelerador y se alejó, alimentando su adrenalina al verlo desaparecer en el espejo retrovisor.
Estacionó en el bar de siempre y pidió un refresco el refresco de siempre, pero esta vez tenía un sabor especial: a victoria. Sin embargo, mientras deleitaba a sus papilas, escuchó su voz. ¿Cómo había hecho para llegar tan pronto y justo a ése lugar? La respuesta seguro no tendría demasiada lógica, pero con tal de molestarla él era capaz de desafiar las leyes de la física.
- A mí dame otro de esos - le indicó al cantinero, que le extendió una lata con el mayor de los desganos - ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Recuerdas lo bien que nos llevábamos? Tengo una idea, dame un momento...
Y tomando una moneda, se encaminó hacia la rocola del bar para poner esa canción empalagosa a la que él se atrevió a bautizar "nuestra". De todas maneras, él no la iba a hacer flaquear... Sin dudarlo ni un segundo agarró la lata y la agitó con fuerza para, luego, depositarla nuevamente en su lugar.
Fue cuestión de segundos para que él regresara y. con el acto inocente de abrir el refresco, su camiseta quedara cubierta de un líquido marrón y pegajoso. "2 a 0" pensó ella, quien con media vuelta sobre su asiento se retiró del bar.
Él la siguió en su camino y la tomó del brazo. ¿Cómo podía estar tan desesperado? Le recordó automáticamente a esos culebrones con galanes improvisados. Aunque en ellos los protagonistas siempre terminan juntos, eso con ella no pasaría.
El cielo estalló con un rayo y las primeras gotas empezaron a caer. Como la más comercial de las películas hollywoodenses él se aproximó para darle uno de esos patéticos besos mezclados con lluvia.
Me encantaría poder quedarme a terminar esta escena, pero en verdad no tengo tiempo - quitó un paraguas de su cartera y se lo entregó – Quedatelo, te va a hacer falta.
Mientras se alejaba, consideró "Debería avisarle que el paraguas está agujereado... Mejor no", ajustó su capucha y siguió caminando bajo la lluvia.
