Este fic participa en el reto del mes de noviembre de "amores prohibidos" para el foro "hazme el amor" como siempre los personajes no son míos si no de mi autor favorita Rumiko Takahashi

Nota de la autora: este es mi primer fic que publico en ff constado por tres capítulos , es una adaptación de una novela que leí de Sara Crove, llamado deseo prohibido y como es una adaptación y no copia ya que le hice muuuuchos cambios para adaptarlos a los personajes y mas que le agregue mas cosas para no serla parecida pero conservando la misma esencia. Y bueno los siguientes fic si serán míos claro

Espero que los disfruten

EL VALLE SECRETOS

CapítuloI

Al llegar al hotel Kagome vio un coche aparcado a la entrada; dos hombres con gafas oscuras estaban hablando con el viejo Myoga en los escalones, por sus trajes y el coche debían de ser hombres de negocios, pensó Kagome mientras se aproximaba a la entrada. Entonces, los tres hombres la miraron.

—Señorita Higurashi? —uno de los hombres se aproximó mientras el otro abría la puerta del copiloto del coche. Estaba sonriendo y su inglés era perfecto—. Mi jefe, el señor Fujimoto, desea invitarla a cenar esta noche.

Kagome se quedó boquiabierta de asombro, después de que Sesshoumaru desaparecía sin dar señales de vida, después de pedirle matrimonio y de no contestarle nunca el telefono, aparecen esos hombres en su lugar, como se atrevía.

—Por favor —dijo fríamente— dígale el Sesshoumaru que gracias, y que no volveré a aceptar una invitación suya en el futuro —se detuvo, ignorando deliberada mente a un frenético Myoga que le estaba haciendo señales—. Estoy segura de que lo comprenderá.

—Se equivoca, señorita Higurashi—dijo el hombre sin perder la sonrisa—. Es el señor InunoTaisho Fujimoto, el padre de Sesshoumaru, es quien desea invitarla. Está deseando conocerla así que... si fuera tan amable de acompañarnos, por favor.

—Pero he estado todo el día fuera —protestó ella, consciente de que la estaban moviendo, cortés pero inflexiblemente, hacia el coche. Señaló las arrugas de su traje azul—. Tengo que cambiarme —"y encerrarme en mi habitación a gritar en mi almohada" añadió para sí. -

—Su aspecto es perfecto —replicó él hombre con un tono implacable—. Esto es una ocasión informal.

— ¿Vas a quedarte ahí y dejar que secuestren a tus huéspedes? —le espetó Kagome a Myoga.

—El señor InunoTaisho quiere verla, señorita Kagome -dijo él extendiendo las manos en un gesto de impotencia—. Además, tiene un magnifico chef —añadió.

—Genial -dijo furiosa, mientras la metían en el asiento—. Eso lo cambia todo. Si no vuelvo, puedes alquilar mi habitación —le gritó cuando el coche se puso en marcha.

Permaneció inmóvil, sentada junto al conductor, pero agarrando la bolsa con tanta fuerza que la correa se le hundía en la carne.

La carretera que tomaron pasaba junto a Villa Shirostuki y continuaba por la costa. Kagome apenas había desistido de calcular la distancia cuando el coche se detuvo frente a unas impresionantes puertas de hierro. El conductor hizo sonar el claxon, y un guardia de seguridad apareció y procedió a abrir las puertas.

Cuando la verja volvió a cerrarse al paso del coche, Kagome sintió un nudo en la garganta. No pudo evitar acordarse de la inquietante advertencia de Ayame sobre el poder de la familia Fujimoto.

Atravesaron un extenso jardín, cubierto de césped y cipreses, y llegaron a una gran mansión. Las paredes estaban engalanadas con florecientes parras y otras plantas trepadoras y esculturas antiguas de seguro de tiempos de la era Edo.

Había varios vehículos aparcados a la entrada, entre ellos el todoterreno de Sesshoumaru. Kagome se puso tensa al verlo.

Cuando el coche se detuvo, la ayudaron a salir y la escoltaron al interior.

Un criado vestido con un traje gris se apresuró a abrir unas puertas dobles, y Kagome se encontró en una enorme sala, decorada exquisitamente tan poderoso como el clan Fujimoto en el centro varios elegantes cojines en torno a una gran chimenea en el centro.

Y allí estaba Sesshoumaru, alto, impecablemente ataviado con un traje negro, las manos en las caderas, mirando por la ventana. Al verlo, el corazón empezó a latirle frenéticamente. Entonces él se dio la vuelta lentamente y la miró, con una expresión fría como el hielo.

—Bienvenida —su voz sonaba muy lejana, como si estuviera saludando a un desconocido.

Kagome alzó el mentón y le preguntó con voz ronca:

— ¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué me has traído aquí?

—No fue mi deseo —dijo él—, sino el de mi padre —parecía dudar al hablar—. No tardará en venir. Está descansando de su vuelo desde Tokio.

— ¿Es esto todo lo que tienes que decir? —le preguntó ella duramente—. ¿No crees que merezca una explicación? Dijiste... creía que... yo te importaba.

—Y me importas más de lo que imaginas—repuso él—. Nada podría cambiar eso.

— ¿Y si te pidiera que nos fuéramos los dos de esta casa.. —su voz apenas era un susurro.

—Diría que no -dijo él inclinando la cabeza; parecía derrotado.

Kagome estuvo a punto de gritar de dolor, pero fue capaz de contenerse.

— ¿Alguna vez..., me has amado o deseado siquiera?

—Eso ya no importa —respondió él con una mueca de desagrado—. Todo ha cambiado. Tienes que entenderlo.

—No entiendo nada -dijo ella—.Sesshoumaru, por favor, ¿qué ocurre? ¿Te han dicho que me abandones? ¿Es eso?

—No tenía elección.

—Todo el mundo tiene elección —cruzó la sala hacia él—. Y la mía fuiste tú —le tomó las manos, deseando que con ellas le tocara los labios y los pechos, pero él las retiró con brusquedad y retrocedió un paso. Parecía respirar con dificultad.

—No puedo tocarte, Kagome. Ni puedo permitir que me toques. Se ha acabado.

Entonces, las puertas se abrieron, y Kagome se dio la vuelta.

Un hombre los observaba desde el umbral. Llevaba unos pantalones oscuros y un chaqueta carmesí, con una bufanda de seda al cuello. Era alto, con el pelo igual al de su hijo, y un rostro fuerte y marcado que en su día tuvo que ser atractivo. Sus pobladas cejas se juntaban en un gesto ceñudo.

Incluso a varios metros de distancia, Kagome puso sentir el aura de poder que emanaba de su cuerpo. Su presencia irradiaba una intensa y oscura magnificencia.

En cuarenta años, sesshoumaru tendría ese mismo aspecto, pensó ella.

—Así que por fin la hija de Izayoi ha venido a mí —su voz era profunda, un poco ronca, como si intentase reprimir alguna emoción—. Myoga tenía razón. Eres su viva imagen. Te habría reconocido en cualquier parte.

—Me temo que no puedo devolver el cumplido -dijo ella fríamente. Pero sabía que no era cierto, porque en el fondo sabía que aquel era el hombre de la fotografía de su madre.

No quería estar allí, pensó de repente. Quería taparse los oídos... y echar a correr.

—Permíteme que me presente —dijo el hombre—. Mi nombre es InunoTaisho Fujimoto... y tengo el honor de ser tu padre.

— ¡No! —la voz se le quebró a Kagome. Se volvió horrorizada hacia Sesshoumaru, quien estaba inmóvil como una estatua—. Dime que no es cierto.

Pero la angustia de sus ojos se lo confirmó. Una expresión que la acompañaría hasta el fin de sus días. Una expresión de reconocimiento y renuncia a cualquier esperanza.

Y fue lo último que Kagome vio, antes de que una espiral de sombras se abriera frente a ella. Intentó llamar a Andreas, pero la oscuridad la rodeó, consumiéndola, y se desmayó.

Una semana antes...

Izayoi Higurashi había sido una mujer hermosa como misteriosa, dejando una hija de 20 años, sola con una tía que la odiaba, que la hecho de casa, apenas dejándola algunas pertenencias,hasta que descubrió por un sobre que dejo su madre escondido en un cuadro, unos documentos de que era dueña de una villa en isla Shikoku Japón, a pesar de que su madre era japonesa no sabía tanto Japonés y solo supo quién se lo dono un tal Inu escrito en inglés en la parte de atrás de una foto de un hombre bastante apuesto ¿quién era ese hombre?

Kagome emprendió un viaje a la isla. Al llegar Llego a al pequeño hotel en que había reservado una habitación, la recibió cordialmente una joven de cabello rojizo.

-bienvenida al hotel Lirio del mar, señorita Kagome Higurashi, soy Ayame la gerente, espero que goce nuestra estancia— le dice mientras le ofrece una limonada— cortesía.

—Gracias— recibiendo la limonada— aquí hace calor- vengo de un lugar frío, Surrey Inglaterra.

—¡Inglaterra!,que maravilloso, Shukoku podrá ser un lugar no muy habitado por los turistas pero es un lugar lleno de tranquilidad y hermosura, y con mucha historia, y el buceo es espectacular.

—bueno solo vine a conocer a la isla en donde mi madre, seguramente nació, antes de irse en Inglaterra, por eso vine, no sé si la conocería era Izayoi Humura y vivía en este pueblo hace 20 años y creo que lo más seguro vivió o trabajo en una especie de casa llamada Shirotsuki ¿la conoce?

Vio que la mujer la vio que frunció el ceño pensativo.

—Humura creo que he escuchado ese apellido, pero no sabré decirte,esta isla es muy grade y no somos el único pueblo, solo he vivido aquí 5 años desde que me case con mi esposo, quizás mi suegro Myoga sepa algo, a vivido aquí toda la vida, pero la villa si la conozco, queda al suroeste de la isla, es propiedad del clan Fujimoto.

—¿Fujimoto?—pregunta Kagome.

— el clan Fujimoto son dueños de un imperio navieros, y hotelero, es prácticamente casi dueño de esta isla ya que sus ancestro proceden de terratenientes de la era Edo, son una familia muy poderosa, esa villa la que dices fue construida hace años, supervisado por el mismo líder del clan, pero nadie la habita, hay curiosos que se atreven ir allí por la leyendas.

—¿cuáles leyenda?— pregunta con cierto interés.

—la villa en realidad fue reconstruida y restaurada, para que fuera un lugar habitable, antes era un fuerte de un terrateniente samuráis y todavía se conserva ciertas partes del fuerte, hasta un patio de práctica, siempre hay quien quiere dárselas de guerreros y van a practicar ahí.

—"entonces mi madre no vivía ahí, y nadie la conoce, bueno fuero más de 20 años antes de que yo naciera"- bueno si su suegrosabe algo dígamelo por favor- en realidad no quería dar detalles de su motivo a esa casa, ya que ni savia el por qué su madre tiene relación en ella

—Por supuesto que se lo dire.

—gracias, si no le molesta — sentía calor—¿Cuál es el mejor sitio para nadar?

—Está la playa del pueblo. Al salir del hotel tuerce a la izquierda y sigue recto. No está mal, pero puede haber mucha gente. Hay buenas playas al otro lado de la isla, pero sólo se puede acceder en bote, y Kouga organiza de vez en cuando viajes para los huéspedes que están lo suficientemente interesados. Aparte de eso... —hizo una mueca y miró alrededor- No todos los propietarios están aquí al mismo tiempo, por lo que solemos aprovechamos de su ausencia y bañamos en sus playas. Pero no se lo digas a Kouga—añadió alegremente—bajó la voz a un tono confidencial. De hecho, en la villa Shirostuki tiene su playa privada, voy allí a veces, aunque a Kouga no le hace mucha gracia. Le tiene mucho respeto a la propiedad privada como a todos en el pueblo.

—Pero si no está habitada, Quizá pudiera darme la dirección.

—Mmm... —Ayame asintió mientras se disponía a marcharse- Puedes ir caminando, yhay un sendero corto cruzando el bosque, debes tener cuidado, es un poco traicionero.

Después de instalarse Kagome se fue en busca de la villa, podía ver parte de ella desde el hotel y por eso no era difícil saber su ubicación, tenía que ir con cuidado, como le advirtió Ayame, el sendero era rocoso y peligroso.

Miro el sobre que tenía en su mano que decía "abrirse cuando yo muera" por qué su madre guardo con recelo esa propiedad, comenzaba a sospechar que habría tenido un romance con ese hombre y las cosas no salieron bien.

—¿Cuántos secretos has guardado madre?— se pregunta mientras guardaba la carta.

No quedaba de otra que quedarse y arriesgarse en esa isla, Si no fuera porque su despiadada tía Akane, las cosas hubieran terminado distinto, pero no fue así, apenas murió Izayoi, la hecho a la calle con sus pocas cosa, ya que era dueña legal de la casa, kagome con tan solo su pocas pertenecías se quedó en una temporada con su amiga Sango mientras buscaba que hacer, solo tenía un empleo como profesora de arte de una escuela primaria, no le alcanzaba para sobrevivir ella sola, encontró una carta en la chaqueta que siempre usaba su madre, que estaba cuidada como un tesoro cuyo contenido dio cambio a su vida, Kagome decide embarcarse a resolver el misterio.

Kagome sigue por el sendero hasta llegar a la villa vio medio enterrado en la hierba, el letrero de madera con forma de flecha indicaba un estrecho y polvoriento sendero. Apenas podían leerse las palabras villa Shirostuki, se acercó a la entrada y estaba cerrada, era lógico, se fue hacia los muro para buscar un lugar en donde subir, vio un árbol, que tenía una rama que atravesaba el muro, escalo por un muro y al atravesarlo tenía que ver con sus propios ojos el interior de esa casa, era impresionante, era grande, un poco descuidada pero sin duda un lugar hermoso.

como las puertas estaban cerradas, un ruido la advirtió que había alguien en medio del patio, sigilosamente se fue a ver de quien se trataba y quedo paralizada ante lo que vio, era un hombre, vuelto de espalda a ella, llevaba la solo la parte de debajo de su hakama blanca un tanto desgastada amarrada por un cinturón amarillo de franjas purpuras, dejando al descubierto su torso, era un cuerpo claro fibroso y musculoso, con una cabello largo y plateado que se sujetaba de una coleta baja, practicaba con gran agilidad la katana como si fuera un samurái, haciendo movimientos precisos casi como una danza, la capa de sudor le daba un brillo a su hermoso cuerpo hizo que kagome comenzara a tener sentimientos que creyó que no tenía. Se dio cuenta que estaba observándolo demasiado y se reprendió a si misa, ella no era una mirona.

Comenzó alejarse poco a poco, tal vez pudiera escabullirse hacia la protección del árbol cerezo, antes de correr el riesgo de ser descubierta. Después de todo, había visto todo lo que necesitaba ver.

Apenas había retomado a escalar al muro, se dio cuenta de que no estaba se explicaba como pero lo sentía, apenas un metro estaba el hombre, observándola fijamente.

Kagome ahogó un grito al verlo. Su primer impulso fue darse la vuelta y echar a correr en la dirección por la que había venido, pero el sentido común se lo impidió.

Estaba asustada pero, al mismo tiempo, experimentaba otras sensaciones. El hombre que la observaba con fría arrogancia era todo lo atractivo que hubiese podido imaginar, pordria estar entre los treinta años o menos. No era de una belleza convencional, claro que no, era más bien sobrenatural Su nariz recta. Boca cincelada y sensual, y sus ojos eran realmente dorados y ser un japonés tenia rasgos muy raros, Pensó que no habría mujer en el mundo, no se cansaría de verlo una y otra vez.

—¿qué está haciendo aquí?— pregunta fríamente.

—No soy una ladrona si es lo que insinúa—se apresuró a decir ella.

—No lo e insinuado—confirmó él— no hay nada que pueda robar—la recorrió con la mirada, evaluando el vestido verde pálido, y su chaqueta azul celeste y zapatos desgastados, si se fijaba bien no era lo único, la chaqueta y el vestido se veían que llevaba siendo usado mucho— Así que dígame, ¿qué está haciendo aquí?

—Pensé que estaba vacía, estoy interesada en quedarme algún tiempo por aquí—improviso— y creí que podrían rentarla, ya que me han dicho que podría estar disponible.

—no lo creo —hizo una pausa y la miró con ironía—. Y nadie puede haberle dicho que fuera posible rentarla—su voz era profunda y directa.

— ¿No cree que el dueño puede haberla puesto en venta y no habérselo dicho a usted?—lo pregunto en caso de que el fuera el dueño.

—No, Eso es imposible, ni siquiera está en venta y ni creo que el dueño quiera venderlo mientras esté vivo.

—Bueno, es una villafabulosa -dijo Kagome alzando el mentón—. Tal vez el dueño quiera alquilarla.

— ¿No tiene donde alojarse'? —preguntó él arqueando las cejas.

—Sí, por supuesto que sí. Pero esta es una isla tan encantadora que quizá vuelva... y me quede más tiempo.

_ ¿Cuándo ha llegado? ¿Ayer? –pregunta sarcástico- se notas que conoces poco del clan Fujimoto

—No hace falta mucho tiempo para encontrar algo... bonito —respondió ella—, y para decidir que se quiere todavía más, además mi madre vivió antes en esta isla y me gustaría conocerla un poco más.

Sus oscuros ojos volvieron a escrutarla, con una mezcla de burla y algo más inquietante, evitaba mirarlo, la mirada de ese hombre era penetrante como si la desnudara.

—Bueno, al fin estamos de acuerdo en algo —repuso él, y se rio de ver cómo ella se ruborizaba.

Kagome deseó con todas sus fuerzas estar desayunando a la sombra de las sombrillas, sin otra perspectiva por delante que un tranquilo día en la playa del pueblo.

-Ahora, permítame decirle cómo veo yo la situación -dijo él- Creo que se hospeda usted en el HotelLirio del mar, que la mujer de Kouga le ha contado lo estupenda que es esta cala para bañarse, y que ella misma viene de vez en cuando creyendo que nadie lo sabe. Y usted, al llegar aquí, no ha podido reprimir su curiosidad y ha entrado alguna manera de entrar.

Kagome se odió a sí misma por ruborizarse de nuevo, y lo odió a él por provocar su rubor.

-Tiene razón, hasta cierto punto -le dijo ella- Pero me intrigó que la casa estaba deshabitada, ya que podría estar interesada en... adquirirla.

—Ya se lo he dicho —replicó él—: no está en venta.

—¿Se encuentra el dueño ?

—No —dijo él—. Está en Tokio.

—Es una lástima —dijo, frunciendo ligeramente el ceño—. Pero supongo que habrá alguien en la isla que pueda decirme cómo ponerme en contacto con él.

—Sí, claro, puede preguntármelo a mí —su expresión era solemne, como si supiera exactamente lo que ella estaba haciendo.

—No me parece lo más apropiado contactar con él a través de empleado con aires de grandeza samurai —replicó ella duramente, alzando el mentón.

— Me ocupo de muchas más cosas. Aunque si desea hablar con él en persona, creo que volverá a la isla dentro de una semana.

— ¿Y se alojará aquí?

—No —dijo él tras una breve pausa—. Nunca se aloja aquí. Tiene una villa muy cerca.

—Qué pena -dijo ella con sinceridad—. Es una casa maravillosa, pero si permanece vacía..., sin que nadie la cuide, acabará en ruinas.

—Se equivoca, Esta casa nunca ha carecido de cuidados. Se construyó con amor, y el amor es la razón de su existencia- no parecía creer en lo que decía era muy serio.

Amor esas palabras por experiencia le parecía ajena, solo tuvo un novio y fue tan vacía su experiencia que no tuvo ganas de experimentarlo otra ves.

A la actualidad…

Se obligó a abrir los ojos y miró alrededor, aturdida. Estaba tumbada en una cama, en un dormitorio iluminado por una lámpara, y a su lado había un hombre al que nunca había visto, con un rostro delgado y amable y una barba pulcramente recortada.

—Así que vuelve a estar con nosotros, señorita Kagome—le dijo—. Eso es bueno —su mano le rodeó la muñeca, tomándole el pulso.

— ¿Quién es usted? —preguntó ella con un hilo de voz.

—Mi nombre es totosai. Soy el médico personal del clan Fujimoto.

Poco a poco, Kagome fue componiendo los recuerdos: una voz diciendo cosas imposibles, los ojos de un hombre diciéndole adiós para siempre...

— ¿Qué... qué ha pasado?

—Se desmayó. Pero, afortunadamente, el joven Sesshoumaru... su hermano la sujetó antes de que cayera al suelo y se lastimara.

Durante unos momentos, Kagome miró al médico, asimilando lo que había dicho. Se dio cuenta de que aquello no era una pesadilla... y que su vida estaba destrozada.

—Me gustaría irme de aquí—logró decir con voz ahogada por favor.

—Es mejor que se quede —dijo él—. Ha sufrido un shock, y su padre quiere que permanezca esta noche bajo mi cuidado. Han avisado a su hotel.

—Y mi opinión no cuenta —replicó ella con repentina agresividad—. Mi vida entera se ha derrumbado. No sé ni quién soy y no puedo hacer nada. ¿Me está diciendo eso?

—Siento que lo haya descubierto de esa manera. Ojalá hubiera sido de otro modo.

—De ningún otro modo hubiera sido más aceptable —declaró.

—Descanse ahora, señorita Kagome —dijo él con un suspiro—. ¿Le apetece tomar algo? ¿Té?

—No. Quiero hablar con Sesshoumaru. ¿Puede pedirle que venga, por favor?

—Quizá fuera mejor que antes hablara con el señor InunoTaisho —sugirió el médico.

—No —Kagome golpeó el edredón con los puños—. Con Sesshoumaru. O juro que me iré de esta casa y nunca volveré, y al diablo con su señor InunoTaisho.

Él médico volvió a suspirar, pero se dirigió hacia la puerta. Kagome se recostó sobre la almohada. Aún sentía náuseas y le dolía la cabeza, pero podía pensar con claridad. Observó que la habitación era grande y que los muebles eran muy antiguos y bonitos. Las contraventanas estaban echadas, y en la mesita de noche, bajo la única lámpara encendida, había un libro abierto y un par de gemelos. En una esquina vio una maleta de piel, con su contenido esparcido por el suelo.

Kagome empezó a temblar, asustada, y entonces la puerta se abrió y Sesshoumaru entró lentamente en la habitación. Permaneció cerca del umbral, con el rostro en sombras.

Kagome se enderezó y lo miró con ojos muy abiertos.

—Esta es tu habitación, ¿verdad? —le dijo con voz ronca—. Tu cama. Tú... me has traído aquí... Oh, Dios mío. Sesshoumaru... ¿cómo has podido hacer algo tan cruel?

—Era la habitación que estaba más cerca, y tú te habías desmayado -dijo él, con voz cansina—. No... no vi más allá de eso. Perdóname.

— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella cerrando los ojos.

—Nada. Yo soy el hijo de mi padre. Tú eres la hija de mi padre —lo dijo con absoluta frialdad, como si lo hubiera expresado tantas veces que ya no sintiera nada.

— ¿Cuándo lo... supiste?

—Un amigo de mi padre lo llamó a Tokio. Alguien que lo sabía todo desde el principio, ya que tu madre estuvo hospedada en su hotel cuando todo empezó.

— ¿Myoga?

—Sí. Myoga. En cuanto te vio supo quién eras. Y cuando nos vio juntos, se temió lo peor... —se encogió de hombros—. Supongo que tenemos que estarle agradecidos.

— ¿Cómo? —susurró ella—. Me... me temo que aún no he alcanzado ese estado.

—No —había una nota de ferocidad en su voz—. Ni yo.

Se sentó en el sillón, a una distancia prudente, y tiró la chaqueta al suelo.

—Sesshoumaru... tu chaqueta -dijo ella automáticamente—. La vas a estropear... —se interrumpió horrorizada al verlo estremecerse.

—Hablas como si fueras mi esposa, Kagome. ¿Quién es la cruel ahora?

—Oh, Dios mío —enterró la cara en las manos—. Tengo que salir de aquí —susurró con voz temblorosa—. Tengo que volver a Inglaterra.

—No —dijo él—. Soy yo quien se marcha. Vuelvo a Tokio esta noche. Tú debes quedarte una temporada. Mi padre quiere conocer a su hija, y lleva esperando mucho tiempo. Sean cuales sean tus sentimientos, no puedes privarlo de eso.

— ¿Tú sabías lo de mi madre..., y lo de su relación?

—Creía saberlo todo acerca de las mujeres de mi padre —dijo con el rostro impertérrito—. Mi madre solía decir: "Me estoy muriendo y tu padre tiene a una nueva fulana". No sé cuántas veces me lo repitió de niño. Pero todas eran chicas que mi padre mantenía en París, Roma y Nueva York, hasta que conoció a tu madre... y se enamoró —hizo una pausa—. Después de ella, creo que no hubo nadie más —se miró los puños, apretados en su regazo-. Mi madre vociferaba que estaba reconstruyendo una casa en Shikoku para alguna zorra

—Mi madre era feliz con su marido... mi padre. El hombre cuyo apellido figura en mi certificado de nacimiento, el que me crió y educó. ¿Por qué habría hecho eso con la hija de otro hombre?

—Quizá porque era un buen hombre, y porque se preocupaba por tu madre. Tuvo que ser una mujer que inspiraba amor.

—Sí -dijo ella con un nudo en la garganta—. Sí, lo era. Éramos... una familia feliz, o al menos eso pensaba yo.

—Al contrario que mi familia —repuso él.

—Pero si tu padre estaba enamorado de mi madre... ¿por qué no se divorció?

—Lo intentó, pero aunque mi madre no lo quería, sí quería su dinero y su posición. Le encantaba ser una mecenas del arte y trabajar para organizaciones caritativas. Utilizó su enfermedad como un arma. Sabía que, si se divorciaba, perdería su estatus social, así que se volvió histérica y amenazó con suicidarse. Incluso llegó a intentarlo, sin éxito. Y mi padre no podía correr ese riesgo —hizo una pausa—. Era una situación horrible, y también afectó a tu madre. Estaba dividida entre el amor que sentía por mi padre y los problemas que su relación estaba causando. Y al final no pudo arriesgarse. Lo dejó, volvió a Inglaterra, y le hizo prometer a mi padre que nunca jamás iría en su busca.

— ¿A pesar de estar embarazada de él? —Preguntó Kagome, incrédula—. ¿El la dejó marchar?

—Ninguno de los dos sabía que estaba embarazada. Pero, aunque respetó su palabra de no seguirla, le escribía constantemente rogándole que volviera. Y siguió construyendo la casa para ella, como una promesa de futuro. Cuando ella le contestó, diciéndole que había tenido una hija suya, mi padre se emocionó. Le envió dinero y un billete de avión, pero le fueron devueltos sin ser usados, sin ninguna explicación, y no volvió a saber de ella.

— ¿Y permitió que las cosas quedaran así?

—La pérdida de tu madre fue un golpe que no se esperaba y. Cuando se recuperó, su primer impulso fue escribirle implorándole que reconsiderara su decisión. Pero todas sus cartas le fueron devueltas sin abrir. Tu madre se había mudado sin dejar rastro. Y cuando finalmente la encontró, descubrió que se había casado y que le había puesto a su hija Kagome, el nombre que él le había dicho que elegiría si alguna vez tenían una hija —se recostó en el sillón; parecía cansado y derrotado—. Y yo tuve que olvidarme de mis sentimientos y decirle, a un hombre enfermo, que tu madre había muerto.

— ¿Y qué dijo él? —preguntó ella.

—Dijo que no lo sorprendía, puesto que había estado llorando su marcha desde el día en que lo abandonó. Pero que ella había dejado algo para él... Tú.

—Mi madre nunca lo mencionó —dijo Kagome negando con la cabeza—. Sólo había..., un cuadro. La pintura de una casa que ella nunca vio. ¿Cómo pudo pintarla?

—Mi padre le envió bocetos y muchas fotografías. Y ella sabía dónde iba a construirla, Su imaginación hizo el resto —torció la boca en un gesto amargo.

—En vez de eso, han destruido los nuestros —murmuró Kagome.

—Sabías que mi padre le había dejado la casa. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Iba a hacerlo..., la mañana en la que supuestamente habíamos quedado. Tenía intención de romper los documentos y decirte que enterráramos el pasado —se rió brevemente—. ¿Nunca sospechaste quién era yo?

— ¿Cómo iba a sospechar si no sabía ni que existías? Nunca se mencionó la posibilidad de que hubiera una hija. Antes de quedar contigo me lo confeso todo. La llamada de Myoga lo había alarmado. Se dio cuenta de que tenía que acabar con nuestra relación, y que el único modo posible era la sinceridad. Cuando me lo contó, no lo creí, y pensé que todo era un ardid para casarme con quien él quisiera. Pero entonces me mostró las fotos y su última carta..., y tuve que aceptar la verdad.

— Oh, ¿por qué tuve que venir? —lo miró con remordimiento-. Sabías que te ocultaba algo, ¿verdad?

—Sí —confesó él—. Pero me convencí a mí mismo que era parte de ese juego amoroso que habíamos empezado a interpretar. Y que pronto no habría secretos entre nosotros...

—Tu padre era un hombre casado —lo interrumpió ella—. No tenía derecho a enamorarse.

—No creo que tuviera elección. Como tampoco la tuve yo cuando te vi por primera vez y sólo pude pensar que... "Es ella, por fin".

—Sesshoumaru... —inclinó la cabeza. Una solitaria lágrima le caía por la mejilla—. No sigas…

—No —aceptó él levantándose—. Será mejor que no volvamos a estar a solas —metió la ropa desperdigada en la maleta y, tras cerrarla, se dirigió hacia la puerta— Al menos somos afortunados de no haber hecho nada de lo que arrepentimos —añadió, mirándola.

—Nos besamos -dijo ella, desolada—. Oh, Dios no puede castigarnos por un solo beso.

El se detuvo en la puerta y la miró intensamente a los ojos.

-Creo que ya nos ha castigado... ahora, y para el resto de nuestras vidas —y dicho eso se marchó, cerrando la puerta sin hacer ruido.