Renuncia: todo del sádico George R. R. Martin.
n.a: este fic participa en el reto "Viñetas" del foro "Alas Negras, Palabras Negras".
n.a2: me costó una vida y más, pero al fin logré escribir algo medio decente. Total, sé que pocos son los que aprecian a estos tres así que de que alguien lea esto y lo disfrute lo creo poco probable, siempre he sido de llevar la contraria y mi kink son los pj problemáticos lol ¿advertencias? eh *shrugs*, son los Lannister.
prompt: #02 Corona
…
«El amor es un veneno. Un veneno dulce, sí, pero un veneno que mata».
…
Robert no es Rhaegar.
Claro, ya lo sabe. Basta con mirarlo al beber hasta hartarse y con esa sonrisita bobalicona para darse cuenta.
(Robert no es Rhaegar). Pero, entonces, ¿por qué a sus ojos se parecen?
No, no es que se parezcan. Se dice. Pocas son sus similitudes. Pero se sienten tan iguales... tanto, que a veces a Cersei le asusta.
Debe recordarse a sí misma —día a día, recuérdalo bien— que no es él. Que pese a su cariño (¿en verdad fue eso? ¿No la llamaban niña encaprichada, acaso?) por Rhaegar las cosas no terminarían del mismo modo. Porque independientemente de que ambos adorasen a la misma mujer, a pesar de que esa mujer fue, en cierto modo, su ruina, ellos son distintos. Tienen que serlo.
Y ella, ella no es una cualquiera. Sino una Lannister.
Lo de Rhaegar no pudo ser, pero con Robert no debe resultar igual. Con Robert las cosas pueden funcionar, tal vez, pese a sus constantes roces con Jaime, aquellos que existen desde que él vino al mundo sujetándola del pie. Incluso con la profecía ellos poseen oportunidades.
Robert puede ser un desconsiderado, un bruto, pero es suyo (mío, mío y de nadie más). Eso no puede ser cambiado.
Y es verdad. Una verdad absoluta.
Aun así, Cersei no logra contenerse de mirarlo con recelo cuando habla con otras damas. El pecho se le comprime y debe repetirse hasta el cansancio que Rhaegar ha muerto y Robert sigue con vida.
Se hace a la idea de que es de ella. De que siendo esposa del Rey nadie osará arrebatárselo.
Oh, equivocada, siempre está equivocada.
Hace falta hallarse tendida en su lecho, desnuda, con Robert encima de ella tan ebrio y asqueroso como sólo Robert es capaz de estar después de un festín para darse cuenta —de lo siempre obvio—. Con él, susurrando ese nombre.
«Lyanna, Lyanna».
¿Qué hay de Cersei?
Y se traga las lágrimas, inclemente, y piensa en Rhaegar, aquel que debió casarse con ella. Aquel que también la abandonó. Aquel que se parece a Robert más de lo que les hubiese gustado (a ambos, a todos) porque la tonta e ingenua de Cersei lo proclama suyo, cuando no lo fue jamás, ni siquiera un instante.
Entonces mira a la gente, a sus súbditos —los de Robert, porque todo debe girar en torno a él y ella es un punto a la izquierda— reafirmando su miedo, su angustia. Y entonces lo sabe. Lo sabe perfectamente.
Portar una corona no te hace la Reina.
(Y Robert nunca fue Rhaegar).
