Hotarubi no mori e no me pertenece. Eso sí, me dejó suspirando mal durante cuarenta y cuatro minutos.
Quítαte lα máscαrα.
«Los dioses son misericordiosos.»
La niña caminaba a su lado feliz, alternando pasitos cortos con su parloteo de cotorra. Feliz, y completamente ajena a los pensamientos del fantasma.
Gin alcanzaba a oír las voces de los espíritus por encima de los susurros que el viento le arrancaba al pasto.
Hotaru pareció darse cuenta del silencio que rodeaba a su amigo, porque paró sus pasos en seco y clavó su mirada azul en el rostro cubierto del joven.
—¿Qué pasa, Gin?
—Nada. —La respuesta, sin embargo, no pareció agradar a Hotaru. Frunció los labios en una graciosa muequita que pretendía parecer severa, y se cruzó de brazos.
—Gin… —y los zapatitos de verano comenzaron a cloquear.
El fantasma la miró, se llevó una mano tras la nuca y sonrió, aunque Hotaru no pudiera verlo.
—Pensaba… —Se detuvo. ¿En qué realmente estaba pensando? —. Pensaba en lo feliz que te veo el día de hoy —y en lo feliz que se ponía él mismo al volver a verla.
Aunque no del todo satisfecha por la respuesta de su amigo, Hotaru la aceptó, sonrió, e inmediatamente retomaron su caminata hacia el río.
El verano pasó irremediablemente rápido, y Gin, sin entender por qué, sentía a la tristeza hacer nido en su pecho. El último día de vacaciones, cuando ambos se hallaban recostados en el campo de flores estivales, oyó la voz de Hotaru susurrándole al oído:
—Quítate la máscara.
La negativa estuvo a punto de acudir a los labios de Gin, pero esta murió en su garganta. ¿Había alguna razón para ocultar su rostro?
Se la quitó lentamente. A Hotaru no podía negarle nada.
—No es el rostro de un yōkai —apuntó Hotaru, como lo hiciera varios veranos atrás—. Tampoco es el rostro de un fantasma. —Y rio.
Hotaru se fue con los primeros vientos que anunciaban el otoño, dejando a Gin pensando… ¿Que aquel no era el rostro de un fantasma ni un demonio? ¡Ay, niña, niña!
Y Gin pensó mientras las flores morían en la pradera, los árboles se teñían de oro en los bosques, y siguió pensando cuando los blancos copos de nieve formaron montoncitos en los claros.
—Es Hotaru —descubrió finalmente el viejo lobo yōkai—. Con ella no la necesitas. —Le señaló la máscara con una de sus colas.
«Los dioses son misericordiosos.»
El muchacho se llevó las manos a la cara. El bosque le había permitido sobrevivir durante muchos años, siglos tal vez, a costa de un solo precio: jamás conocería el calor de los humanos.
Era un precio muy alto.
Durante mucho tiempo vagó por el bosque en solitario, danzando en medio de la pálida frontera que se dibujaba entre los humanos y los yōkai, sin poder cruzar hacia ningún lado. Siempre intentando ser algo más que solo un ente errabundo.
La máscara lo hacía parecer un poquito más yōkai. Empero el reflejo que el agua calma del río le devolvía era suficiente para deshacer la ilusión.
Gin siguió siendo un fantasma. Hasta que llegó Hotaru a iluminar el bosque con su risa cantarina y su inagotable energía.
Hotaru lo hacía sentir menos fantasma.
Aquel año Gin la esperó con más ansiedad que nunca. Hotaru regresó con las prímulas del verano, infinitamente feliz de volver a ver a su amigo de los bosques encantados.
Algunas tardes, Hotaru se aproximaba a Gin y le hablaba bajito:
—Quítate la máscara.
«¡Los dioses sí que eran misericordiosos!»
Gin había pagado un precio demasiado caro por sobrevivir. ¿Pero quién podía osar a afirmar que estaba condenado a desconocer la calidez que emanaban los seres humanos?
El bosque entero se regocijaba ante la inexpugnable verdad. Los espíritus estaban felices con Gin.
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¿Se merece un review?
Bitácorα de Jαz: Esa película, ese manga y mi corazón. Gin y la calidez de la humanidad reflejada en mil maneras C:
¡Jajohecha pevê!
Editαdo el 06 de julio de 2016, miércoles.
