La reina malvada se encontraba en su castillo, más precisamente en su despacho, leyendo interminables pergaminos para la próxima reunión de reinos. Si algo disfrutaba de su castillo era el silencio imperturbable que fluía por todas las habitaciones. Silencio que se vio roto por dos secos golpes en su puerta.

-Adelante – Ladró, molesta por la interrupción, realmente tenía mucho para leer.

La puerta la abrió Graham, el jefe de la guardia real. Tras él, ocho soldados alineados, tres de ellos manteniendo el agarre en un cuerpo que aún no divisaba, siendo tapada por los demás soldados. Extrañada, su ceja izquierda se elevó hasta límites insospechados.

-¿Qué demonios está pasando acá? – Se levantó y caminó los pasos que la separaban de su guardia con una lentitud digna de la Reina.

-Su majestad – Hizo una reverencia – Hemos hallado a una intrusa en el castillo – Su voz se apagaba lentamente al decirlo, sabiendo la ira que iba a despertar en la reina.

-¿Cómo dice? – Bramó, acerándose aún más a él y escuchando unos quejidos que parecían ahogados por una mano.

-Atrapamos a una intrusa cerca de su habitación, majestad – Esta vez su voz sonó fuerte y clara, incluso se irguió aún más si eso era posible.

-¡Manga de inadaptados! ¿Cómo pudo alguien llegar a las cercanías de mi cuarto? ¡Este castillo está rodeado de cientos de guardias! – Ahora sí los ojos de la reina llameaban de ira.

-Lo siento, su majestad, no sé cómo pudo haber sucedido.

-¿Y bien? ¿Qué esperan? – Hizo un gesto con su mano con la clara intención de que desaparecieran de su visión y poder seguir con su ajetreado día, sin embargo nadie se movio.

-Su majestad… - Volvió a hablar Graham, tragando fuerte ante lo que estaba por decir – No sabemos que hacer con ella – Dijo y finalmente dio un paso al costado, permitiendo que los ojos de la Reina Malvada visualizaran a la persona que había salteado todas las barreras de seguridad del castillo. Y asombrada, descubrió que no era más que una niña.

Regina no podía ubicar en su mente la última vez que algo le había sorprendido hasta el punto de dejarla sin palabras. ¿Una niña? Tres guardias seguían sosteniendo su cuerpo con evidente fuerza y dado el despliegue de soldados que tenía en frente, no había sido fácil de capturar. Se obligó a enmascarar su sorpresa y hablar.

-Suéltenla, inútiles – Exclamó, odiando la forma en que seguro le estarían haciendo daño a los pequeños brazos.

-Pero su majestad – Interrumpió Graham, callándose al instante al ver sobre él los fríos ojos de la Reina.

-Escúchenme bien porque no pienso volver a repetirlo – Sus palaras sonaban peligrosamente filosas, como si con ellas pudiera cortar la garganta de cualquiera de ellos. O mejor dicho, de todos ellos – Ya no soy la Reina Malvada ni ustedes los soldados de ella. Nuestro pueblo al fin nos respeta y no pienso que mi imagen se vuelva a manchar por sus estupideces – Bramó, paseando sus ojos por los de cada soldado – La próxima vez que estén por lastimar a una simple niña por su inutilidad, les cortaré la cabeza.

El silencio sólo fue interrumpido por el ruido que los soldados hicieron al tragar con fuerza. Satisfecha con sí misma, volvió sus ojos hacia el jefe de la guardia real.

-Ahora márchense antes de que los haga desaparecer yo misma. Y dejen a la niña aquí – Observó los rostros sorprendidos, sin embargo ella era la Reina y no tenía por qué explicar sus acciones a nadie, menos a unos inútiles soldados que habían sido vencidos por una criatura.

Apenas cinco segundos después, la guardia real había desaparecido y sólo quedaban ellas dos. La niña aún tenía su vista clavada en el suelo, sin embargo al verse sola con ella, se dejó caer grácilmente al suelo, apoyando una de sus rodillas en él, como un príncipe a punto de pedirle casamiento a su princesa.

Regina se permitió sonreír brevemente por eso, antes de recomponer su rostro, aún tenía que averiguar qué quería esa criatura.

-¿Quién eres, niña? – Habló con más suavidad de la que usaba generalmente, pero sin perder su estilo.

-Soy la princesa Emma, Su Majestad – La voz sonó segura e infantil.

La Reina Malvada abrió sus ojos y casi jadeó en sorpresa, su curiosidad elevándose al instante.

-¿Eres la hija de la Reina Snow? – Preguntó sólo para confirmar.

-Así es, Su Majestad – Volvió a responder con seguridad la niña.

-Póngase de pie, señorita, esa no es una posición para princesas.

Regina observó curiosa como Emma hacía lo que le había pedido y finalmente conectaba sus ojos con los suyos. Una mirada que le llegó al alma, eran los ojos verdes más transparentes que había visto en su vida y eso que llevaba trescientos años de vida. Su corazón se saltó un latido cuando la niña le dedicó una impresionante sonrisa.

-Su Majestad, es usted aún más hermosa de lo que imaginaba – Seguía sonriendo tiernamente – Perdone mi atuendo, tuve que arrastrarme por el barro para poder surcar su jardín sin ser vista.

Regina le sonrió, admirando que ciertamente la princesa había manchado su vestido celeste al completo. Incluso las mejillas pecosas y los rizos adorablemente rubios tenían restos secos de tierra.

-La perdono, princesa. Sin embargo espero que no se vuelva a repetir – Habló firme - ¿Desea tomar el té conmigo? – Preguntó con suavidad, viendo como los ojos de la niña se iluminaban.

-Me encantaría.

Regina asintió y mandó a llamar a Dorothy, su sirviente de confianza.

- Dorothy, la princesa Emma y yo tomaremos el té en el patio interno – Ordenó y al ver a la mujer regordeta en marcha, ella le tendió la mano a Emma para caminar hacia el lugar.

Cuando sus manos conectaron, Regina sintió una corriente de magia poderosa subir por su brazo hasta hacer estallar su corazón en rápidos latidos. Tuvo que tomar un segundo para recuperarse y bajó su mirada para encontrar los ojos verdes más intensos que antes. Ambas lo habían sentido. Extrañada y con muchas preguntas en su cabeza, empezó a caminar.

En silencio, veía como la niña admiraba cada detalle del castillo, los cuadros, el tapizado oscuro, el brillo del oro, los muebles, las alfombras rojas. Sin embargo nada se comparó con la ilusión que brilló en sus orbes cuando se encontraron frente al jardín interno, un espacio acristalado por el cual entraban los suaves rayos de sol, lleno de plantas y libros, incluso con enredaderas de bellas flores blancas que caían por fuera del cristal. Era un lugar mágico y la princesa así lo tomó.

-¡Este lugar es hermoso! – Exclamó emocionada Emma.

-Lo es, querida – Sonrió Regina y tomó asiento frente a la mesa donde ya estaba todo preparado para su merienda. Sirvió el té en las tazas y espero paciente a que la princesa saciara su curiosidad para al fin sentarse, todavía con la emoción grabada en el rostro – Tengo muchas preguntas para usted, princesa pero antes que nada me gustaría saber si su madre está al corriente de su particular visita a mi castillo – Preguntó, alcanzando una ceja hacia la niña que no se inmutó ni asustó como esperaba Regina.

-No, Su Majestad, dejé una nota en mi recamara y salí tan temprano como pude – En su rostro se veía apenas un poco de culpa – Supongo que pronto me encontraran, mi madre sabe que yo estaba determinada a encontrarla – Explicó, generando más curiosidad en la mayor.

-¿Y eso por qué, Emma? ¿Por qué querías encontrarme?

-Deseo conocerla desde que abrí los ojos – Su voz sonaba tan infantil que llenaba de ternura el frío corazón de la Reina Malvada – Nosotras nos pertenecemos ¿Usted lo recuerda, verdad?

Regina se sorprendió por décima cuarta vez en el día desde que apareció esa niña frente a ella. Y aunque no quería lastimarla, tampoco pensaba mentirle.

-¿Recordar qué, princesa? ¿Y cómo es eso de que nos pertenecemos? – La Reina no sabía cómo ordenar todas las preguntas que llenaban su mente. Bebió un sorbo de té para intentar calmar su ansiedad.

-¿Conoce la historia de las almas gemelas destinadas? – Preguntó intentando no desilusionarse ante la respuesta de la Reina, ella sabía que era probable que no recordara nada.

-Por supuesto, querida – Habló con altivez, recuperándose brevemente - ¿Qué tiene que ver eso con nosotras?

-Gina, estamos destinadas – La confesión en ese tono tan infantil hizo que la reina largara una enorme carcajada, pensando que ya nada podría volver más surrealista aquel encuentro.

-¿Cuántos años tienes, Emma? – Preguntó mientras secaba las lágrimas que se le habían escapado de tanto reír. La niña seguía impasible frente a ella aunque había fruncido su ceño al ver la reacción de la morena.

-Tengo cinco años y no me parece correcta su risa, Majestad ¿Acaso no me cree? – Se enojó, sólo enterneciendo más a la mayor.

-Su Majestad – Llamaron a su costado y se giró para encontrarse con una nerviosa Dorothy. Asintió y el ama de llaves continuó – La Reina Snow y su tropa están en las afueras del castillo, vienen a buscar a la princesa Emma.

Regina observó el rostro alarmado de la niña y no pudo evitar sonreír, sin embargo su rostro se volvió serio rápidamente. Le había llevado años la paz que tenían ahora como para echarla por la borda por una criatura de cinco años con raras ideas en su mente.

-Permítanles que pasen, quiero ver la Reina Snow en mi despacho – Ordenó.

El ama de llaves salió presurosa y Regina se volvió hacia Emma, todavía le quedaban unos minutos a solas.

-Emma, eres una niña adorable y desconozco por qué tienes esas ideas en tu cabeza pero deberías olvidarlas ¿Sabes realmente quién soy yo? Soy la Reina Malvada, intenté matar a tus padres en infinitas ocasiones y cometí actos terribles ¿Por qué crees que nuestros destinos están unidos? – Ciertamente era algo que desconcertaba a la morena.

La princesa bufó molesta, como si tuviera que explicar una obviedad. Nadie en siglos había mirado de esa forma a Regina, lo cual la divirtió profundamente. Esperó pacientemente por la respuesta.

-Mi madre, la Reina Snow, me contó muchas historias sobre usted. Sé quién es y todo lo que hizo pero cuando digo que sé quién es me refiero a que puedo ver su alma, incluso a la distancia y sin conocerla. He tenido sueños que intuyo que eran fragmentos de su vida. Sé que no me creerá pero cuando nací la imagen que se me apareció fue la de usted aunque en ese momento no sabía que era la mismísima Reina Malvada, claro, eso lo descubrí mucho tiempo después – Explicaba con paciencia, moviendo sus pequeñas manos para dar más énfasis en el relato y sosteniéndole la mirada a la mujer frente a ella.

-¿Cómo puede ser que hables de esa forma con apenas cinco años? –Cuestionó en un susurro, completamente abatida y su mente confusa. No entendía si todo esto era una trampa de la otra Reina, sin embargo eso no tenía mucho sentido.

La niña dejó escapar una risa y habló de una forma mucho más acorde a su edad.

-Soy una princesa, así me educaron mis papás. Y claro, parte de tu alma está en mi interior – Aclaró horrorizando a Regina.

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Hola! Nueva historia :) Hay pocas situadas en el bosque encantado y mis ganas de que haya más me llevaron a empezar esta aventura. Es bastante diferente a "Vacaciones mágicas", podemos decir que hay para todos los gustos pero aclaro que es un SwanQueen, sólo deberán tener paciencia. Nos leemos ^^