Amour Sucré no me pertenece, los personajes son obra de ChiNoMico. Esta historia esta basada en mi personaje del juego. Al momento de realizarla he sido beteada.

Prologo.

Ting Dong. Las sonatas del reloj que anuncia las 00:00 inundan la habitación en el peor momento posible.

Ting Dong.

Dos cuerpos inertes ubicados en el centro de la sala, junto al frágil cuerpo de una pequeña llorando. Ella está tapando su rostro con ambas manos, por un intento de despertar de esa pesadilla que aún no comprendía era real.

Ting Dong.

Ella despega las manos lentamente de su rostro aun inundado por lágrimas incesantes, para ver al agresor que había cometido tal barbarie: un rostro que ella apreciaba tanto; el rostro de su hermano mayor, que ahora solo refleja una locura sin fin y su sonrisa retorcida que mostraba que no lamentaba había hecho.

No puede separar su mirada de él, algo le decía que no lo hiciese, que lo vigilara si quería salir con bien.

Ting Dong.

¿Cuánto tiempo pasó durante ese choque de miradas? para él un par de segundos, para ella tal vez siglos.

El silencio reina de nuevo. El reloj ha cesado, y con esto la calma de la chica. El hasta ese entonces inmóvil cuerpo de su hermano se encontraba dando el primer paso hacia ella, tan lento como si quisiera disfrutar la escena lo más que este pudiese, así como ella se arrastró un paso atrás, como si fuesen dos imanes contrarrestándose.

Él soltó una carcajada sorda que se escuchó solo un pequeño instante, pero el suficiente para ponerle los pelos de punta a la indefensa niña.

—¿A dónde vas? —agregó, antes de dar su segundo paso.

Ella solo podía temblar. Tenía tanto miedo que ni siquiera un alarido podía salir de su boca, y sólo se limitó a retroceder.

La, hasta ahora sonriente cara de su hermano, había sufrido un cambio radical a una enorme mueca de disgusto.

—¡Contesta cuando te hable! —gritó histérico. Le molestaba ser ignorado, NO quería ser ignorado.

El grito hizo reaccionarle, haciéndola espabilar en un instante y en un solo movimiento se puso de pie y corrió al lado opuesto, recorriendo el largo pasillo de aquella casa.

—¡Idiota! ¿Crees que huir te servirá de algo?, mejor ven si no quieres hacerme perder la paciencia —grito él desde la habitación principal—. ¡QUE VENGAS!

Ella se estremeció. Mordió fuertemente su labio inferior mientras las lágrimas seguían su camino a través de su rostro atemorizado, sin darse cuenta se encontraba frente a la puerta de la cocina.

—Maldita mocosa —dijo en voz baja, marchando hacia la misma dirección que esta.

Ella aún se encontraba aun plantada frente a la puerta, viéndola como si no supiera si entrar o no, estaba a punto de girarse cuando una voz a su espalda le congeló el cuerpo.

—¿Te dirigías a alguna parte? ¿…Acaso tienes miedo? —susurró cerca de la mejilla de ella, provocando que sus temblores aumentaran—. Aidan…

—¡Ah! —gritó. Sus pies avanzaron rápidamente hacia la cocina, y al entrar giró en todas direcciones. No sabía qué hacer, dónde esconderse.

Interrumpiendo sus pensamientos, escuchó el chirrido de la puerta abrirse, lentamente.

—Vamos Aidan, ¿Por qué no sales de una buena vez? —agregó el hermano al entrar y no verla presente. Se adentró un poco más en la cocina, escaneando a su alrededor con la mirada de iris rojizo. Giró su cabeza hacia la mesa, que se encontraba en el centro, era pequeña y redonda con un delantal a curadores que llegaba hasta la mitad de las patas de esta, y justo debajo de este lo que estaba buscando, los pies de su hermanita, que se encontraban doblados para que esta cupiera bajo la mesa.

—Pudiste haberlo hecho mejor, ¿acaso me crees idiota?

Aidan cubría su boca con gran fuerza para que un quejido no brotas. Podía ver los pies de su hermano aproximándose cada vez más, llegando al punto en el que ella no podía permanecer en calma. Los escalofríos y temblores incrementaron, provocando que sus lágrimas de desbordaran una vez más.

De pronto él se detuvo, justo frente a la mesa.

—Sin respiración —agregó de manera casi inaudible, para después tomar uno de los extremos de la mesa y arrojarla fuertemente hacia una estantería.

—Aquí estas —miró fijamente a Aidan, quien ahora se encontraba expuesta. Ella estaba sentada en el suelo, con sus manos apoyadas tras de ella para evitar caer de espaldas por el susto que se había llevado.

Por más que tratase, Aidan no podía dejar de temblar. Tenía tanto miedo, le miraba estupefacta e inmóvil.

Él se acercó. Se inclinó y la levantó, sujetándola fuertemente de su ropa, hasta que sus rostros estuviesen a la misma altura. Aidan trataba de quitar sus manos pero era inútil. Se miraron a los ojos.

—Po… —Aidan se detuvo un par de segundos— ¿Por qué?

Él permaneció igual por un par de segundos, y de pronto su expresión cambió radicalmente.

—¿Por qué? —Susurró, redirigiendo su mirada a otro lado—… ¿Por qué? —Aidan lo miro, incrédula—… Porque, porque… —repitió varias veces, junto a otras cosas. Lo dijo en voz tan baja que ella lograba escuchar bien.

—¿He-hermano? —preguntó Aidan, provocando que este la mirara repentinamente, mientras movía la boca con gran rapidez sin que se escuchase sonido alguno —. Al… — antes de que pudiera terminar de pronunciar cualquier cosa, la arrojó contra el lavabo.

—¡Vez idiota!, ¡¿Lo que me obligas a hacer?! —Sujetó su cabeza con fuerza sacudiéndola de un lado a otro, para volver a la tranquilidad en menos de un segundo, mantenía su cabeza agachada—. Ahora...— callo un par de segundos, Aidan lo miraba aterrada, mientras su pulso comenzaba a elevarse rápidamente—. Tendré que matarte —elevó la cabeza. Se encontraba llorando. Se abalanzó sobre ella para así sujetarle fuertemente el cuello.

—Her-ma-no —apenas podían emerger palabras de su boca, poco a poco sentía el aire salir de su cuerpo sin dejar entrar nuevo.

A ese ritmo era cuestión de tiempo para que dejara de existir. Comenzó golpear y lanzar manotazos al azar, sin funcionar ya que ninguno llegaba a su hermano. En un momento, golpeó fuertemente el estante tras de ella, y varias cosas cayeron sobre ellos: algunos platos y utensilios; uno en especial le llamo la atención en esos incesantes momentos.

En un intento de liberarse, tomó el cuchillo que se encontraba muy cercano y lo encajó en uno de los brazos de su hermano, provocando que la soltara, seguido de un gran quejido.

Aprovechando que la soltó y se encontraba ocupado tratando de detener la hemorragia, Aidan aprovechó para recuperar el aliento. Ella sujetaba su garganta mientras tosía.

—¡Demonios! —maldijo él, seguido de muchas otras groserías.

Aidan no lo pensó dos veces, y volvió a tomar el cuchillo. Con fuerza lo atacó, dejándolo así inmóvil. Se abrazó así misma mientras seguía llorando, sus manos y brazos manchados de ese color tan hipnotizaste, del color del cabello de toda su familia, y que ahora también se encontraba en su ropa. Calló unos segundos y miró la escena fijamente con la mirada perdida.

Y comenzó a temblar, bruscamente seguido de lágrimas. Pero no sabía por qué no sentía nada. De pronto, se desmayó.

Paso casi un día para que sus ojos comenzaran a abrirse. Al comienzo, su vista se mostró borrosa y no recordaba porque estaba en ese lugar.

—¿Mamá? ¿Papá? —dijo mientras se sentaba al filo de la cama. Comenzó a tallarse los ojos—. ¿Dónde estoy? —miró en todas direcciones pero no logró ver a nadie. Trato de ponerse de pie y terminó dando en el suelo.

Sin poderlo evitar, lanzó un fuerte grito. No tardó mucho en que llegase la primera persona para ver qué pasaba: era una enfermera que ayudo a subirla de nuevo.

—¿Sabe por qué estoy aquí? —preguntó Aidan.

La enfermera le dirigió una mirada llena de lástima.

—¿No lo sabes, cariño? —En ese instante, un señor se posó en el marco de la puerta—. ¡Ah! él te dirá todo. Los dejo para que platiquen.

—¿Dónde están mis padres? —preguntó Aidan apenas se quedaron a solas, mirando fijamente al desconocido.

—Ellos no vendrán —respondió él, tomando haciendo en el sofá de huéspedes que se encontraba a su lado—. Ellos mu…

Aidan no terminó de escuchar lo que dijo. Todo se quedó en silencio de pronto, y un gran ruido retumbó en su cabeza.

—¡AH! —gritó mientras sujetaba con fuerza su cabeza. Los recuerdos de la noche anterior poco a poco invadieron su mente, provocándole un gran dolor a su paso.

—¡Enfermera! —gritó el señor.

La muchacha llegó en un instante, he intento calmarla pero fue imposible, sin importar quien se le acercara ella lo golpeaba.

Al final, optaron por sedarla parcialmente con la ayuda de varios enfermeros.

—¿Ya te encuentras mejor? —preguntó el hombre. Aidan no inmutó. No es que no quisiera, simplemente no podía hablar; solo una lagrima se resbalo de uno de sus ojos para terminar en su almohada—. Siento esto pero… debo decirte algo…

El señor, que resultó ser un policía, le contó toda la historia. Aidan simplemente lloraba a mares.

Al fin del día, ella ya podía ser dada de alta, pero no había nadie con quien ir. No había nadie que la recogiese; su única pariente era una hermana de su padre, pero ésta era menor de edad y se encontraba en un internado. No había nadie más, así que terminó en un orfanato.

En ese tiempo recibió terapias en las cuales fue avanzando poco a poco, claro que nunca toco temas de su familia ni de ese día. Ella siguió asistiendo a la misma escuela y su vida continuaba relativamente normal, recibía visitas recurrentes en el orfanato, pero aun así no tocaba el tema de su familia y su recuperación estaba aún muy lejana.

En un intento de los doctores por ayudarla, decidieron darle una terapia especial, que consistía generalmente en imágenes. Pero en este caso no sería cualquier imagen, si no serían "sus" imágenes, que se obtuvieron de los álbumes de fotos de la familia Moss. Las primeras fotos eran de ella cuando era más pequeña: de estas no obtuvo reacción alguna. Las siguientes, de sus padres, Aidan soltó algunas risas llenas de melancolía pero no paso a menores. Decidieron mostrarle a las últimas imágenes donde apareciese su hermano, ya que era la prueba para saber si su recuperación era ya un hecho o si habían desperdiciado tanto tiempo de terapia.

Uno de los doctores colocó la imagen frente a ella. La transformación de su rostro fue instantánea: su cara comenzó a tornarse pálida y sus ojos poco a poco se llenaron de temor y lágrimas. Comenzó a temblar un poco, hasta que por fin lanzo un fuerte grito mientras apretaba con fuerza la foto que sujetaba. Era como si de nuevo todos y cada uno de los recuerdos de ese día estuviera volviendo de nuevo.

Otro galeno trató de acercarse, pero al intentar tocarla ella lo golpeó. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—¡No! — gritó Aidan mientras corría hasta la puerta, pero esta estaba cerrada.

—Solo queremos ayudarte… —le dijo uno de los doctores que la habían atendido desde que llego a ese lugar.

Ella le miró con odio.

—¡Déjame sola! —Dijo mientras se cubría con las manos—. ¡Hermano idiota!

Al decir eso todos los doctores se paralizaron, acaso ella había dicho ¿Hermano?

Aidan seguía en su pose defensiva. No importara quien se acercase, ella lo evadía, lo golpeaba, o lo que sea, pero simplemente parecía imposible detenerla. Tras llamar a algunos enfermeros, fueron capaz de frenarla gracias a un poderoso sedante que la tumbó durante lo que quedaba del día.

Lamentablemente, lo que ella había dicho en ese momento había puesto a pensar a todos los presentes, y después de una larga plática al respecto decidieron cuál era su diagnóstico.

—Trastorno depresivo grave, no hay duda.

—¡Tiene 14 años! —uno de los doctores se opuso, pero no fue por mucho tiempo ya que todos los síntomas indicaban el resultado.

No había nada que hacer: en ese lugar no podía recibir los tratos suficientes, por lo que decidieron trasladarla a un centro especializado con un Psiquiatra. Como no tenía tutor legar, la decisión sería llevada a cabo mañana.

Al siguiente día, Aidan estaba más callada que lo que acostumbraba. Ese día no había ido a la escuela, estaban empacando las pocas cosas que tenía y la fuerte migraña no era señal de buenas noticias.

—¿Qué pasa? —preguntó al doctor que siempre frecuentaba.

Ya que su relación era la mejor, todos creyeron que entendería si él se lo explicaba.

—Siento decirte que te trasladaran a otro lugar más especializado para tus problemas —agregó de una sola vez.

—Bueno, no importa, mientras valla a la escuela —dijo, de manera despreocupada.

—Ese es el problema, además de que no podrás ir a una pública. Tu nuevo lugar será en otra ciudad.

Aidan se paralizó al oír aquello.

—Eso significa que ya no los veré más… ¡No, yo no quiero! —se puso de pie y corrió a la salida. Abrió la puerta bruscamente y se propuso a huir.

Pero no esperó toparse con una docena de Enfermeros listos para llevarla a la fuerza si es necesario. Y así lo hicieron, ella pataleaba, lanzaba puñetazos, gritaba y lloraba, pero nada funcionaba.

—¿Dónde estará Aidan? —Preguntó una jovencita, acompañada de un pelinegro de su edad—. Hoy no fue a clases, deberíamos llevarle los apuntes.

—Esa tonta, donde se habrá metido —suspiró el pelinegro.

—¡AYUDA! —un grito se escuchó a lo lejos.

Al llegar, los dos niños se toparon con algo que nunca se hubiesen esperado: Aidan siendo llevada a la fuerza a una camioneta.

—¡Ustedes! ¿Qué le hacen? —gritó el pelinegro mientras corría hacia la escena seguido de la pequeña rubia.

—Nos la llevaremos a otro centro.

—¡Chicos! —gritó Aidan. Ellos espabilaron y comenzaron a correr hacia ella con todas sus fuerzas.

Aidan, al verlos, se trató de zafar más desesperadamente.

Tras un largo intento y una patada en la cabeza ha logrado zafarse. Cayó al suelo y corrió hacia ellos, pero poco antes de llegar uno de los enfermeros logró volver a tomarla pero esta vez con más firmeza para que ya no pudiera liberarse.

—¡Aidan!— grito la rubia de manera histérica, con lagrimas brotando de sus ojos.

Aidan los había retrasado lo suficiente como para que ellos la alcanzaran, en cuanto llegaron se lanzaron sobre ellos, no fueron gran competencia pero al menos estaban evitando que se la llevaran

—¡Toma mi mano! —dice el niño. Con la distracción que estaban haciendo, él y ella quedaron relativamente cerca.

Aidan le sonrió fervientemente y estiró su mano hacia él. A pesar de que a ella la estaban cargando, gracias a la niña rubia, él se le había colgado en un pie. Sus manos se aproximaban centímetro a centímetro y cuando al fin la iba a tomar, lo levantaron del suelo sujetándolo igual, lo mismo le paso a la que le ayudaba.

—¡Maldición! —gritó él con fuerza mientras apretaba su puño. Agachó un poco la cabeza y miró su collar.

—¡Estaré bien! ¡No se angustien!, los veré pronto —al terminar esta frase, una lagrima resbalo por su mejilla provocando que la niña rubia explotara en llanto.

En ese instante, el niño se quitó el colar que había contemplado segundos antes y se lo arrojó a Aidan; que logró atraparlo justo a tiempo.

—¡Te estaremos esperando, cuando vuelvas!

—¡Gracias!, los quiero.

Eso fue lo último que escucharon antes de que la metieran al auto. Fue la última vez que Aidan vio a esos dos. Hasta el momento, sigue en psiquiátrico al que la mandaron.

Ya han pasado 2 años.