PROLOGO
¿Cuánto tardarían en colgar el cartel de «No molestar»?
Había un rumor en Tokio que afirmaba que el hotel de Sakura Kinomoto estaba pensado para que los clientes vivieran las pasiones más desenfrenadas. Sus habitaciones eran románticas y en ellas había desde sábanas de seda a juguetes y vídeos eróticos. Lo cual no encajaba con el reputado imperio hotelero de los Kinomoto.
Shaoran Li, abogado de la familia Kinomoto, se alojaba en el hotel con el fin de vigilar todo lo que allí ocurriera. Su misión era controlar a la sexy Sakura… pero no tardó en hacer uso de los servicios del hotel… junto a ella.
Capítulo 1
—Bienvenidos al hotel Star Sky.
Sakura Kinomoto contempló a la muchedumbre de fotógrafos y periodistas que se habían congregado frente a ella para asistir a la presentación de su nuevo y flamante hotel. Los destellos de los flashes se sucedían mientras permanecía de pie en la pla taforma que habían instalado en uno de los extre mos del vestíbulo, pero ni siquiera parpadeó. Había crecido bajo la mirada de los paparazzi, y por pri mera vez en su vida tenía ocasión de aprovechar los para algo útil. Para su pequeño. Para su hotel.
—Eh, Sakura —dijo uno de los reporteros del Tokyo Post—. ¿Qué pasa con el sexo?
Ella rió. Fue una risa claramente fotogénica, pen sada para las cámaras.
—Controla tus impulsos, Huang —dijo, inclinán dose lo suficiente para que admiraran su escote—. Por lo menos, hasta que subamos a las habitacio nes...
El gesto obtuvo la respuesta que pretendía. Esta vez necesitaba a la prensa amarilla; necesitaba que extendieran el rumor de que el Star Sky iba a ser el lu gar más apasionante de la ciudad, de que aquél era el lugar de moda en Tokyo.
Tras muchos años de estar sometida al escruti nio público, había aprendido que el sexo vendía. Vendía mucho. Y ella era la portavoz ideal.
—¿Tu padre lo aprueba, Sakura?
Ella no dejó de sonreír.
—No se puede decir que mi padre sea exacta mente el tipo de persona en el que estaba pen sando al abrir este hotel.
Los periodistas reaccionaron con más risas.
—¿Y en qué clase de personas estabas pen sando?
Ella miró al reportero del Canal 5 y parpadeó.
—En cualquiera que comprenda que Tokyo es para los amantes. Las personas que vengan al Star Sky querrán explorar su sexualidad. En compañía de algún ser querido, por supuesto, pero también habrá espacio para los aventureros solitarios.
—¿Vais a poner un vibrador en cada habitación?
—Mejor un vibrador que un pollo. ¿No te pa rece,Yuna?
Los periodistas volvieron a reír. Las cosas esta ban saliendo extraordinariamente bien.
—Si todavía no tenéis un folleto, podéis recoger uno de camino a los ascensores —los informó—. Ahora nos dirigiremos al piso veinte, a las salas de masajes. Pero os prometo que no empezaré sin vo sotros.
Los empleados del hotel, todos vestidos con es moquin negro y pajarita, llevaron a los periodistas hacia los cuatro ascensores.
Sakurar se estremeció por el sentimiento de anti cipación, mientras los fotógrafos se alejaban. Lle vaba mucho tiempo soñando con aquel momento, y por fin lo había conseguido. El hotel no podía ser más elegante. La superficie lacada del mostrador de recepción, idéntica a la de la pared del fondo, donde se veía un neón estilo art decó con el nom bre del hotel, era perfecta. Todos los muebles, en cargados a artesanos, habrían encajado a la perfec ción en un gran salón de la década de 1920. Y los cuadros, pintados por artistas como Erte y Bernard Villemot, eran el plato fuerte.
Nadie que entrara en aquel establecimiento lo confundiría con uno de los hoteles Kinomoto. No se parecía nada al Emperator, el hotel insignia y sede de la corporación de su padre, cuyo exceso de opulen cia daba náuseas. No, aquél era un hotel para gente joven y elegante. Para los ricos. Para la gente apa sionada.
Bajó del podio, preparada para la siguiente parte de la presentación. Mailing Wong, gerente del hotel, se acercó a ella y aplaudió, muy animada.
—Les ha encantado. Esto es fabuloso... He oído al reportero de Vanity Fresh diciendo que iba a re servar habitación para todo un fin de semana.
—¿Y por qué no les iba a gustar? —preguntó Sakura, tomándola del brazo, mientras se dirigían a los ascensores—. Dentro de una semana no habrá una sola persona mayor de edad que no haya oído ha blar del Star Sky.
—¿Cuándo vas a ver a Lao?
—Dentro de diez días.
—¿Por qué no le llevas una cestita con algunos ejemplos de nuestros servicios?
—Una idea excelente. Pero todas tus ideas lo son.
Meiling rió. Era muy joven para ser gerente, pero muy buena en su trabajo. Sakura se la había robado al hotel Hard Rock de Kyoto; le había salido caro, pero su sueldo merecía la pena. Meiling sabía mimar a los famosos, que a fin de cuentas eran el principal objetivo del Star Sky. Por supuesto, muchos de ellos recibirían una buena suma, al menos al principio, pero su presencia serviría para que los clientes normales pagaran lo que fuera con tal de estar a su lado.
Subieron a uno de los ascensores y Sakura apro vechó la ocasión para ahuecarse el pelo. Le gus taba el nuevo corte. Durante años lo había llevado largo, alisado y generalmente teñido de rubio. Ahora lo llevaba Castaño su color natural, pero más corto, como en su niñes.
—Dividamos a los invitados —dijo, mirando a Meiling—. Llévate a la mitad a las salas privadas y yo llevaré al resto a los baños de barro.
Meiling se alisó la falda negra. No llevaba uni forme como el resto de los empleados, pero había optado por los mismos colores. Su blusa estaba lo suficientemente entreabierta como para dejar ver una leve parte de su sostén de encaje.
—Muy bien.
El ascensor se detuvo y de inmediato se encon traron ante otra sesión de fotografías.
Tardaron varios minutos en dividir a los invita dos. Sakura sabía que más tarde tendría que acom pañar también al grupo de Meiling, puesto que a fin de cuentas ella era la estrella de la atracción. La reina de las fiestas salvajes, la amante de estrellas del rock. Todo el país estaba loco por ella. Y que daba tan bien en las fotografías y en televisión, que a nadie le importaba que fuera algo más que una simple imagen.
Pero ya no la molestaba; al menos, en lo relativo a la prensa. Ciertamente le habría gustado que su padre y otras personas cercanas supieran ver más allá de la apariencia. Sin embargo, estaba tan con tenta con la inauguración del Star Sky, y tan conven cida de su éxito, que en ese momento le daba igual. Lo había conseguido, y sin ayuda de nadie.
—¿No vas a darte un baño de barro, Sakura? — preguntó un periodista.
Ella rió. Y ni siquiera puso gesto de hastío.
—Esta noche no, Kai. Pero llámame dentro de un par de semanas y veremos lo que se puede ha cer.
—Te tomo la palabra...
—Yo esperaba que en un baño de barro me to maras otra cosa... —se burló.
El ácido comentario encantó a los periodistas. Sakura se preguntó si no se cansaban nunca de esas tonterías y supuso que sí; pero no aquella noche.
Aquella noche era Sakura en estado puro, la coqueta, el escándalo en tacones altos. El viernes, su cara estaría en todas las portadas de las revistas del corazón japoneses, y tal vez también en Eu ropa. Además, se aseguraría aparecer en revistas más serias como Vanity Freshr, CQ y Style.
Cuando los dos grupos se reunieron de nuevo en el vestíbulo de la zona de masajes, Jason Newman, corresponsal de Rolling Stone, preguntó:
—¿Dónde está Kyo?
—No lo sé. Pero aquí, no.
—¿Por qué no?
—Tengo entendido que sigue de gira. ¿Qué pasa, Jason, es que no lees tu propia revista?
Él periodista la apuntó con un dedo a modo de recriminación, pero lo hizo con buen humor. Aun que Jason y ella se conocían desde hacía años, él no perdía ocasión de buscarle problemas.
—¿Todavía estáis juntos?
—Todavía estamos... algo.
—Vamos, Sakura, sácanos de dudas...
—Ahora estamos jugando en mi campo, querido. Y esta noche sólo pienso hablar del hotel.
—No es justo...
—Ya, bueno, la vida es injusta. Y ahora, ¿queréis sexo, o no?
Todos aplaudieron con entusiasmo y Sakura se anotó otro punto. En realidad estaba harta de Kyo y habría dado cualquier cosa por no tener que volver a ver su cara de chupatintas. C'est la vie. Y eso que Logan no era el peor de la jauría.
—Vamos al piso diecinueve, amigos —dijo, mientras los llevaba de nuevo a los ascensores—. Y preparad las cámaras.
—¿No vais a ofrecernos nada de beber?
Piper supo quién había hecho la pregunta sin necesidad de mirarlo.
—Supongo que debes de ser tú. Yusuke...
Yuske Urashima, del Daily Toky News, estaba más intere sado en los bares que en ninguna otra cosa.
—Acertaste, preciosa.
—Bajaremos al bar en cuanto terminemos nues tro pequeño recorrido.
—Entonces, acabemos de una vez... —bromeó Yusuke.
Quince minutos más tarde ya habían conse guido reunirlos a todos en el piso diecinueve. Para la demostración de la noche habían elegido uno de los áticos más grandes, la suite Haiku, diseñada por Zang Toi, todo un lujo asiático.
Sakura se acercó al ventanal, que ocupaba toda una pared del suelo al techo, y se dirigió a los invi tados.
—Además del equipo de televisión de pantalla plana y del equipo de sonido, tenemos cien cana les normales y diez de alta definición especial mente pensados para el hotel.
—¿Y qué programación dan esos canales,Sakura?
Ella sonrió de forma seductora.
—El mejor erotismo del mundo. Todo y para to dos los gustos posibles. Y por si eso fuera poco... tenemos una selección de vídeos personalizados para nuestros clientes.
—¿Cómo sabréis lo que les gusta?
Mediante cuestionarios. Muy específicos, por supuesto.
—¿Podemos ver algún ejemplo?
—De los videos, no. De los cuestionarios, por supuesto que si. En cuanto hagáis una reserva.
Sakura caminó entonces al dormitorio y añadió:
—Las alfombras son persas y están hechas a mamo, y todos los muebles y objetos de decoración son dignos de un museo. Así que procura no tirar nada, Yusuke.
Ella esperó a que terminaran de reír. En cuanto se tranquilizaron, siguió hablando.
—Las paredes están tapizadas con seda; y los ar marios, revestidos con madera de plátano.
—Ya, ya, pero volvamos al sexo...
—Está bien, de acuerdo... —dijo, mientras se in clinaba para abrir el cajón de la mesita de noche—. En lugar de los folletos que generalmente llenan los cajones de los hoteles, nosotros ofrecemos una edi ción bellamente ilustrada del Kamasutra y una se lección de aceites lubricantes.
Acto seguido, se dirigió al armario y lo abrió. Los periodistas se habían quedado tan callados que podría haber oído el vuelo de una mosca. Era justo lo que pretendía. En lo relativo al sexo, nadie era inmune.
—Éste es el tesoro de juguetes. De nuevo, con objetos para todos los gustos —dijo, mientras ex traía un látigo—. Y si alguno de vosotros tiene in tención de hacer una crítica negativa de mi hotel...
Sakura restalló el látigo contra una de sus propias piernas y el fuerte sonido reverberó en la sala.
Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular el do lor. No sabía que doliera tanto.
Pero al menos había llamado su atención.
Tardó media hora más en enseñarles los secre tos de la suite: el resto de los juguetes, el enorme jacuzzi, los libros eróticos, la selección de vibrado res y disfraces... Y por fin, llegó el momento de ba jar al bar.
Una vez más, Meiling y Sakura esperaron a tomar el ascensor en último lugar. Pero esta vez no baja ron solas, así que no tuvo ocasión de hablar con ella. Cuando llegaron al vestíbulo, observaron que los periodistas ya habían localizado el bar y Meiling decidió aprovechar para mantenerse un rato al margen y descansar un poco. La velada aún no ha bía terminado y no volvería a estar sola hasta altas horas de la madrugada.
En el preciso momento en que quitaba uno de sus zapatos, diseñados por Manolo Blahnik, lo vio.
Los latidos de su corazón se aceleraron y su son risa titubeó, aunque sólo durante unos segundos. Debía haber imaginado que aparecería. Por una parte, trabajaba para su padre; por otra, quién me jor para hacer el trabajo sucio de Fujitaka Kinomoto que Shaoran Li.
Como en tantas otras ocasiones, se preguntó qué tendría aquel hombre para afectarla tanto. No recordaba cuándo habían mantenido una conver sación civilizada por última vez. Él no hacía es fuerzo alguno por ocultar su desprecio y ella no perdía ocasión de insultarlo. Al fin y al cabo se lo ponía muy fácil. Shaoran no se había molestado en intentar conocer a la verdadera Sakura. Y nunca lo haría.
—Hola, Sakura.
Ella la le dedicó la mejor de sus sonrisas y se ale gró de haberse puesto el jersey de Versace que ha cia que sus senos parecieran enormes.
—Hola, Shaoran —dijo, mientras avanzaba hacia él—. Espero que te quedes un rato. Me gustaría en señarte el hotel.
Él la admiró de los pies a la cabeza, sin disimulo.
—Magnífico.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendida.
Sakura no esperaba aquella respuesta.
—Voy a quedarme hasta finales de semana. Su pongo que traerán mi equipaje en cualquier mo mento... Por cierto, me ha extrañado observar que no tenéis botones.
—Es que todavía no hemos abierto.
Él asintió.
—Bueno, no importa. Dejaré el equipaje tras el mostrador de recepción mientras me enseñas el ho tel. Espero que tengas alguna habitación libre.
—Espera un momento. ¿Qué has querido decir con eso de que vas a quedarte aquí?
—Lo que he dicho.
—No recuerdo haberte invitado.
—No, pero sabía que me recibirías con los bra zos abiertos.
—Oh, vamos... tal vez con una espada desenvai nada.
Shaoran se acercó a ella con su metro ochenta y seis de enorme elegancia, y tan pagado de sí mismo que deseó abofetearlo. Le gustaba invadir su espacio, condenarla al aroma de su colonia Platinum Egoiste y al descarado desdén que siempre es taba tan presente como sus perfectos cortes de pelo.
—He venido a ayudarte, Sakura.
—¿A ayudarme? No seas absurdo.
—Es verdad. Voy a quedarme toda la semana para conocer el hotel a fondo y echarte una mano.
—Ya. Como si ahora te preocupara mi bienestar.
—Pues será mejor que lo creas.
—Y si te disgusta lo que ves, ¿qué piensas ha cer? ¿Ir llorando a ver a mi padre para decirle que no soy digna hija suya?
—Exacto.
—Si eso me importara, no habría abierto este hotel.
Él se encogió de hombros.
—Sinceramente, te sugiero que lo pienses bien.
Ella tomó aliento y contuvo su impulso inicial de alzar la voz. No podía perder la calma. El lugar estaba lleno de periodistas y querían que informa ran del hotel y de su trabajo, no de las evidentes di vergencias en el seno de la familia Kinomoto.
—¿Por qué? —preguntó con absoluta tranquili dad.
—Porque si no lo haces, mi queridísima here dera mimada, te van a cerrar el grifo. Completa mente. Y dejarás de tener acceso a todos esos mi llones de dólares de tu padre.
