CAPITULO 1
AQUEL pueblecito Forks, en Washington, no era mucho mayor que Phoenix, en Arizona, donde Edward Cullen y su hermano Emmett tenían un rancho muy grande. Pero habían decidido que no era muy inteligente pasarse toda la vida confinados en una sola zona. Necesitaba salir un poco, tal vez intentar hacer algo diferente. En su rancho se ocupaba de los toros de raza y de su cría con la tecnología más moderna. Edward y Emmett habían decidido probar algo nuevo allí, en Forks: un rancho que se dedicara exclusivamente a los toros jóvenes utilizando la última tecnología en crecimiento, peso y aumento de musculatura, entre otras cosas. Además, iban a probar nuevos programas de crecimiento que combinaban grasas orgánicas con proteínas y pienso para mejorar la producción de ganado.
Una de las principales revistas agrícolas del país había publicado un artículo sobre sus últimas innovaciones. Emmett había salido en la foto con sus hijas y su nueva esposa, Edward, que estaba en una feria de ganado, se había perdido la sesión de fotos. No le importaba. Nunca le había gustado la publicidad. Ni tampoco a Emmett, pero no podía dejar pasar la oportunidad de dar a conocer su ganado, que era genéticamente superior.
Edward era el que solía viajar para exhibir los toros, pero estaba empezando a cansarse de pasar la vida en la carretera. Ahora que Emmett se había casado con Rosalie, su antigua secretaria, y que las hijas de Emmett tuvo en su primer matrimonio, Bess y Jenny, estaban en el colegio, Edward se sentía más solo que nunca. La nueva boda de Emmett le había hecho ser consiente del paso del tiempo. Ya había pasado los treinta y, aunque salía con chicas, nunca había conocido a ninguna mujer que deseara conservar. También comenzaba a oxidarse en el rancho familiar.
Por eso se presento voluntario a ir a Forks a reconstruir el antiguo rancho de ganado que Emmett y el habían comprado y que deseaban convertir en una instalación puntera de la cría de ganado de raza.
La casa, que Edward solo había visto en fotos aéreas, era un desastre. El antiguo dueño no le había hecho mantenimiento durante años. Las vallas estaban rotas y el ganado se escapaba, el pozo se había secado, el corral se había venido abajo… El dueño decidió finalmente vender el rancho a precio de saldo, y los hermanos Cullen se lo habían comprado.
Ahora Edward tenía una visión de primera mano de la monumental tarea que le esperaba. Tendría que contratar mano de obra, construir una cuadra y un establo, gastarse varios miles de dólares en la reconstrucción de la casa, construir un pozo, levantar de nuevo las vallas, comprar un equipo… Aquello le llevaría varios meses. Y había que hacerlo antes de llevar al nuevo ganado. En el corral había dos caballos, era todo lo que quedaba de los McCarty del antiguo dueño. Corría prisa construir un establo; esa era, junto con la casa, su prioridad. Edward estaba durmiendo por el momento en el suelo con un saco de dormir. Se calentaba el agua de afeitarse con un camping gas y se bañaba en el arroyo. Afortunadamente, era primavera. Compraba la comida en el único café del pueblo, donde comía dos veces al día.
Era una dura vida para un hombre acostumbrado a hoteles de cinco estrellas y a comer en los mejores restaurantes. Pero el lo había decidido así.
Conducía hasta el pueblo en una camioneta de gama media. Ningún signo exterior mostraba su riqueza, y no tenia amigos por allí. Solo conocía a los vaqueros que iban a empezar a trabajar para el. La gente del pueblo ni siquiera sabía todavía como se llamaba.
El sitio por el que debía empezar, se dijo, era el almacén de piensos. Vendían suministros para ranchos, arreos incluidos. Tal vez el dueño supiera donde encontrar un constructor bueno.
Se detuvo frente a la puerta principal y entro. Era un lugar bastante polvoriento. Al parecer, solo había un empleado, una joven de cabello chocolate y ondulado y bonita figura que llevaba un jersey de ochos con pantalones vaqueros gastados y botas.
Estaba clasificando unas bridas, pero alzo la mirada cuando lo vio acercarse. Como los viejos vaqueros Edward llevaba botas con espuelas que tintineaban al caminar. También llevaba un viejo Colt del 45 en una cartuchera que le colgaba en las caderas bajo la camisa vaquera abierta que llevaba con vaqueros y una camiseta negra. Aquella parte de Washington era una zona peligrosa y no pensaba salir sin un medio de protección contra potenciales depredadores.
La joven se quedo mirándolo fijamente de un modo extraño. Edward no era consiente de que tenia el aspecto de una estrella de cine. El cabello castaño que asomaba bajo el ala del sombrero de vaquero brillaba con el sol, y tenia un rostro muy atractivo. Poseía el cuerpo de un jinete: alto elegante y musculado, pero sin excesos.
-¿Qué demonios estas haciendo?- pregunto una voz furiosa desde la parte de atrás -. Te dije que metieras esos sacos nuevos de grano antes de que la lluvia los estropee, no que jugaras con los arreos. ¡Mueve tu perezoso trasero, chica!
La joven se sonrojo. Parecía asustada.
-Si, señor- dijo rápidamente, dirigiéndose rápidamente a hacer lo que le habían pedido.
A Edward no le gusto el modo en que aquel hombre le había hablado. Era muy joven, probablemente no había cumplido los veinte años. Ningún hombre debería hablarle así a una chica. Edward se acercó a el con expresión neutral, pero sus ojos verdes brillaban de ira.
El hombre, que estaba obeso y era mayor que Edward, se giro al verlo acercarse.
-¿En que puedo ayudarlo?- pregunto con voz aburrida, como si no le importara hacer negocio.
-¿Es usted el dueño?- quiso saber Edward.
-Soy el encargado. Me llamo Mike Newton-.
-Necesito alguien que me construya una cuadra- dijo Edward echándose el sombrero hacia atrás.
El encargado arqueo las cejas y deslizo la mirada por los gastados vaqueros de Edward y su ropa barata.
Se rio y compuso una mueca burlona.
-¿Tiene un rancho por aquí cerca?- pregunto con desconfianza.
Edward contuvo la furia.
-Mi jefe tiene uno- dijo siguiendo un impulso- Esta contratando gente. Acaba de comprar el rancho McCarty.
-¿Esa ruina?- Newton torció el gesto-. McCarty no hiso absolutamente nada por conservarlo en buen estado. Nadie entiende por que. Hace años tenia buen ganado, venia gente de Oklahoma y Kansas a comprarle.
-Se hizo viejo- respondió Edward.
-Supongo que si. Una cuadra- murmuro el encargado –Bueno, Sam Uley tiene una empresa de construcción. Hace casas, pero supongo que podrá construir una cuadra. Vive justo a las afueras del pueblo, cerca de la antigua estación del tren. Su teléfono viene en la guía local-.
-Gracias- dijo Edward.
-Su jefe necesitara piensos y arreos, ¿no?- pregunto Newton-. Lo que no tenga aquí puedo encargarlo.
-Lo tendré en mente- contesto Edward. –Ahora mismo lo que necesito es una buena caja de herramientas-.
-¡BELLA!- grito el otro hombre. -¡Trae una de las cajas que habíamos empezado a colocar!-.
-¡Si señor!- se escucho el sonido de unas botas.
-No me sirve de mucha ayuda- murmuro el encargado. –A veces falta al trabajo. Tiene a su madre con cáncer y una hermana pequeña de seis años que adopto su madre.
-¿Y la madre no recibe ninguna ayuda del gobierno?- pregunto Edward con curiosidad.
-No mucha- le conto Newton- antes de enfermar tampoco trabajaba. Bella es la única que lleva dinero a su casa. Su padre se marcho hace unos años con otra mujer. Al menos, tienen una casa. No es gran cosa, pero es un techo.
Edward sintió una punzada en el corazón al ver a la joven cargando con una pesada caja de herramientas. Apenas tenia fuerza para levantar unas bridas.
-Espera, deja que te ayude- dijo Edward colocando la caja sobre el mostrador y abriéndola. Alzo las cejas mientras examinaba las herramientas-. Esta muy bien.
-Es cara, pero vale la pena- le dijo Newton.
-El jefe quiere abrir una cuenta a su nombre, pero esto lo pagare en efectivo- dijo
Edward sacando la cartera.-Me dio dinero suelto para pagar lo esencial.
Los grandes ojos de Newton se hicieron todavía más grandes cuando Edward empezó a sacar billetes de veinte dólares.
-De acuerdo. ¿A nombre de quien pongo la cuenta?
-Cullen- le dijo Edward sin vacilar.-Emmett Cullen-.
-Si, he oído hablar de el- contesto Newton.- Tienen un rancho enorme en Phoenix-.
-Ese mismo- respondió Edward algo inquieto. –Lo has visto alguna vez en persona?-.
-¿Yo?- el encargado se rio-. No señor, yo no me muevo en esos círculos. Por aquí somos gente de pueblo, no millonarios.
Edward sintió que seria una ventaja que la gente del pueblo no supiera quien era realmente. Al menos, por el momento. Estaría bien ser uno más por una vez. Su riqueza solía atraer a los oportunistas, sobre todo en el caso de las mujeres. Interpretaría el papel de vaquero.
-Dígale al señor Cullen que aquí le conseguiremos todo lo que necesite- aseguro Newton con una sonrisa. –Ahora mismo le abro la cuenta. ¿Y usted se llama…?-.
-Edward Masen- respondió el dando su segundo apellido.
La joven seguía al lado del mostrador. Edward le paso los billetes de la caja de herramientas y ella los metió en la caja registradora y le devolvió el cambio.
-Gracias- dijo el sonriendo.
-De nada- respondió ella sonriendo a su vez con timidez. Tenía los ojos cálidos y de un profundo chocolate.
-Vuelve al trabajo- le ordeno Newton.
-Si, señor- se giro y volvió a centrarse en los sacos que tenia que cargar sobre la plataforma.
Edward frunció en ceño.
-¿No es demasiado menuda para cargar con sacos de pienso de ese tamaño?- pregunto.
-Forma parte del trabajo- respondió el encargado a la defensiva. –Aseguro que podría hacerse cargo, y por eso la contrate-.
-Volveré- dijo Edward agarrando la caja de herramientas y mirando a la joven, que estaba luchando con un pesado saco. Luego salió del almacén con gesto contrariado.
Se detuvo sin saber por que. Volvió a mirar hacia el almacén y vio al encargado al lado de la plataforma de carga mirando como la joven cargaba los sacos de pienso. No era una mirada propia de un jefe a una empleada. Edward entorno los ojos. Iba a hacer algo al respecto.
Uno de los vaqueros que había contratado y que, como la mayoría de ellos, había trabajado con anterioridad en el rancho, lo estaba esperando en la casa cuando llego con la caja de herramientas. Se llamaba Eric Yorkie.
-Vaya, esta muy bien- aseguro el vaquero. –Tu jefe debe ser muy rico-.
-Lo es- murmuro Edward. –Y también paga muy bien. Oye, ¿Conoces a una joven llamada Bella? Trabaja para Newton en el almacén-.
-Si- respondió Yorkie tenso. –El esta casado, pero le tira los tejos a Bella. Ella necesita el dinero. Su madre se esta muriendo y, además, tiene que cuidar de la niña de seis años. No se como diablos se las arregla con lo poco que gana. Y encima tiene que aguantar el acoso de Newton. Mi mujer le dijo que podía denunciarlo a la policía, pero Bella dice que no puede permitirse perder el empleo. Este es un pueblo muy pequeño, y nadie la contrataría. Newton se encargaría de eso si se le ocurre dejar el trabajo.
-¿Cuántos años tiene?- pregunto Edward tras pensárselo un instante.
-Dieciocho o diecinueve, creo. Acaba de terminar el instituto.
-Eso me pareció- Edward estaba desilusionado, no sabía por que. –De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer por el momento con las vallas…
En los dos días siguientes, Edward llamo a un detective privado que trabajaba para los Cullen en asuntos de negocios y le pidió que investigara a Newton. No tardo mucho en recibir respuesta. El encargado del almacén se había visto obligado a dejar un trabajo en Chicago por razones desconocidas, pero el detective averiguo que se había tratado de acoso sexual a una compañera. No lo acusaron formalmente. Se traslado con su familia a Forks y consiguió trabajo en el almacén como encargado. El dueño era un hombre llamado Jasper Hale.
-Todos los que lo conocen dicen que es un tipo decente- le aseguro el detective por teléfono. –En otras palabras, no sabe que Newton esta acosando a la joven-.
-¿Crees que Hale podría interesarle vender su negocio?- pregunto Edward.
-Esta perdiendo dinero a espuertas en ese almacén. Creo hasta pagaría por deshacerse de el. Tengo aquí su teléfono-.
Edward lo apunto y a la mañana siguiente llamo a Empresas Hale. Tras una larga conversación en la que puso al tanto al dueño del perfil de acosador de su encargado, se ofreció a comprarle el negocio y sacarlo a flote. Hale no quería vender el negocio que su padre había puesto en marcha cuarenta años atrás, pero se comprometió a alquilárselo al saber que estaba tratando con los hermanos Cullen, y se comprometió además a mantener en secreto la identidad de Edward.
-¿Tiene en mente a alguien que pueda ocuparse del almacén cuando despida a Newton?- pregunto Hale.
-La verdad es que si- respondió Edward. –Se trata un ejecutivo retirando que se aburre. Tiene una mente privilegiada y es capaz de hacer dinero de la arena del desierto.
Cuando Edward colgó el teléfono se sintió mejor por la joven. No esperaba que Newton dejara el trabajo por las buenas, pero confiaba en que bastaría con amenazarlo con destapar sus pecados del pasado.
Luego telefoneo al arquitecto y le pidió que fuera al día siguiente al rancho para hablar de los planos del establo y la cuadra. Contrato a un electricista para que revisara la instalación de la casa, y también contrato a seis nuevos vaqueros y a un ingeniero. Luego se dirigió a Forks para ver como iban las cosas en el almacén. Su detective había encontrado otros tres cargos de acoso contra de Newton que no llegaron a convertirse en denuncias. En cuanto entro, supo que iba a haber problemas. El encargado le dirigió una mirada asesina a Edward.
-¿Qué diablos le conto tu jefe al mío?- inquirió furioso acercándose a el. –Dice que va a alquilar la tienda pero la única condición que le a puesto es que yo no forme parte del trato-.
-No es problema mío- dijo Edward con los ojos brillantes. –Ha sido decisión de mi jefe-.
-¡No tenia derecho a despedirme!- aseguro Newton con furia. – ¡Voy a demandarlo!-.
Edward se acerco mas al otro hombre y se inclino, enfatizando su ventaja respecto a la altura.
-Como quieras. Mi jefe ira a hablar con el fiscal de Chicago y le entregara la documentación de tu ultimo acoso sexual-.
El rostro de Newton pasó del rojo al blanco en cuestión de segundos.
-Sigue mi consejo- continuo Edward. –Lárgate de aquí mientas puedas. Firma una carta de renuncia que incluye tu traslado a Chicago y un sueldo entero.
El encargado sopeso sus opciones. Finalmente miro a Edward con arrogancia.
-Que diablos- dijo con frialdad. –De todas formas, no me gusta vivir en este pueblo minúsculo-.
Se dio la vuelta y se marcho. Bella contemplaba la escena con abierta curiosidad. Edward alzo una ceja, y ella se sonrojo y volvió rápidamente al trabajo.
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