Nota: Otro regalito para Van der Bank, yo ni siquiera tengo como OTP esto, ni siquiera se me habría ocurrido esto en situaciones normales, pero la idea sobrenatural de cómo un humano pasa a ser nación me estaba dando vueltas hace tiempo y entonces la utilicé. Es un poco angustioso la verdad... espero que te guste de todos modos. Cualquier error, está escrito de 1 a dos y pico de la mañana, así que buen...

Resumen: Su humanidad había perecido en la mitad del siglo XV y entonces, Gilbert, ahora Prusia, abrazó la inmortalidad con lujuria. Debieron pasar siglos antes de comenzar a comprender la soledad que venía con ello.


die Unsterblichen


-¡Mil veces no! - había exclamado Prusia al escuchar la idea. Una cosa fue que se lo hubieran hecho a èl, que nunca había tenido a nadie, que había sido insignificante siendo mortal y que ahora que había sido convertido en la personificación de un país había renacido. Es irónico, pero él nunca se había sentido vivo realmente hasta que fue convertido en una nación.

Cuando se elegía a un hombre para ello normalmente trataban de que fuera alguien sin familia, alguien a quien nadie fuera a echar de menos, y alguien que ademàs cumpliera con el rasgo de representar de forma prototípica las características de su nación, y Gilbert Bielschmidt lo había sido. Un muchachito barbárico, frío, belicoso, socarrón, orgulloso. Un vàndalo orgulloso de ser germànico, de empuñar su espada en nombre de su rey. Su humanidad había perecido en la mitad del siglo XV y entonces, Gilbert, ahora Prusia, abrazó la inmortalidad con lujuria. Debieron pasar siglos antes de comenzar a comprender la soledad que venía con ello. Siglos de guerras, de muertes, de cambios; ver morir reyes, niños, mujeres y hombres a los que había aprendido a amar, porque más allá de esa apariencia de nieve Prusia había aprendido a amar, a su gente, a sus jefes, a sus tierras. A sus nuevas tierras del oeste, a ese muchacho de ojos azules que al principio le habìa recordado a sì mismo y que luego había querido como si fuera una parte de èl.

Ludwig era un mortal, y como tal Prusia sabía que no debía quererle, pero ahí estaba, huérfano, serio, sosteniendo su rifle con sus diecisiete años como si bailar con la muerte fuese un juego, como si ir a la guerra fuera ir a la escuela. Prusia participaba en las batallas haciéndose pasar por un mortal màs, sin que nadie notara la ausencia de cansancio y hambre en sus rasgos albinos y eternamente jóvenes. La unificación de las tierras del Imperio Alemàn era inminente para poder mantener la seguridad de su reino. Una serie de tierras se fusionarìa en una sola gran nación y eso significaba una nueva identidad nacional, un nuevo nombre, un nuevo himno, una nueva personificación y otro mortal que dejarìa su condición como tal para vender su alma al mundo.

Prusia había visto a ese nuevo recluta con sus ojos glaciares y algo en esa rebeldía barbárica le había atraído como la espada a la sangre. Le había enseñado a disparar, a buscar refugio en medio del campo de guerra, a amarrar un vendaje en caso de herida, a buscar qué comer, a esconderse en medio de un mar de cadàveres. Ludwig tenía voz hombre, cuerpo de guerrero y alma de niño. Su espìritu recto, fiel, amable y taciturno eran como un bàlsamo a sus siglos llenos de yagas; Ludwig le recordaba que había que servir a la patria, que habían causas que valían la pena y Prusia le hubiera querido decir que no había mejor causa que luchar por tener el derecho a vivir la vida en cada uno de sus segundos, de vivirla como si fueras a perderla mañana. Porque la gracia de la vida era precisamente saber que era algo pasajero, esa fugacidad, ese fulgor tan frágil era lo que le daba la belleza, y èl no lo había tenido en cuenta nunca hasta ahora.

Precisamente ahora que veía las arrugas de Otto, su canciller, que lucían màs acentudas mientras sonreía por haber vencido a Francia. Esas arrugas, esas canas eran las marcas del tiempo, y Prusia las envidiaba profundamente, porque èl habìa vivido siglos màs que èl, pero su cuerpo nunca iba a a gastarse y seguiría prisionero para siempre. Cuando le dijeron que de ahora en adelante Prusia daría lugar a otra nación había sentido entonces las brisas de la libertad, pensó en su próxima mortalidad. Tal vez se casaría, tendría hijos, tal vez podría irse de viaje con su nuevo amigo y conocer América; se decía que era la tierra de la libertad y eso era lo que Gilbert, ese humano que aún seguía en alguna parte de èl, estaba pidiendo a gritos. Toneladas de libertad para vivirlas y malgastarlas.

Cuando le señalaron quien era el candidato a nación, deseó con toda su alma haber oído mal.

-Es un chiquillo, no tiene idea ¿Cómo va a poder representar a la grandiosidad de mi hermosa persona? kesesese - dijo, queriendo sonar arrogante, pretendiendo, que era lo que mejor le salía desde que había dejado de ser humano.

-Eso se lo tendrías que decir a èl, ha aceptado, dice estar feliz de servir a su patria.

-Así es – contestó la voz ronca, severa, segura y familiar de Ludwig que había entrado al cuarto donde estaban los gobernantes y la representación humanoide de Prusia.

-¡Mil veces no! - había gritado entonces el albino.

-No me hubiera esperado que tú fueras una nación, Gilbert – le dijo el joven rubio cortesmente – Pero creo que me has enseñado muy bien mientras libràbamos la guerra contra Francia, será un honor asumir las responsabilidades desde ahora.

-Tu dices eso porque no tienes idea lo que es- le había advertido entonces Prusia, con toda la calma que pudo proyectar en tu voz – No lo hagas, sé que ahora piensas que no tienes nada que perder, que lo mejor sería entregar tu vida a tu país, pero eso es porque no sabes hasta que punto el dejar de ser humano es la más grande pérdida que puede afrontar un hombre.

-Si has aprendido a conocerme en estos meses, sabes que nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.

Prusia bufó desesperado, miró a Austria, como siempre de señorito indiferente. Este tipo siempre había sentido la más absoluta apatía hacia estos casos, es como si ver nacer una nueva nación, ver como alguien perdía su mortalidad, le regocijara, somo si fuese una venganza divina por lo que el había sufrido al dejar de serlo. Si alguna vez le preguntaban el decìa "Alguien que siente tanto desprecio por su vida como para querer desvalorizarla de esa manera no merece mi ayuda ni compasión". Prusia se acercó una vez màs al rubio, lo agarró de los brazos con insistencia, aunque fuese màs alto y màs fornido que èl.

-¿Te han explicado el procedimiento? ¿La forma en que te arrancan el alma? ¿El ritual de la sangre? ¿La marca de hierro?

-Todo eso y que voy a nacer de nuevo.

-¡Perfecto! ¡Vende tu alma! - gritó antes de salir por la puerta. Unos monjes encapuchados comenzaron a entrar con los implementos y Prusia sintió ganas de vomitar. Otto saliò a verle proponièndolo, el horror.

-Si tanto te importa la vida de ese muchacho ¿No te gustaría seguir velando por èl? -

Prusia entonces le había observado atónito, sin entenderlo – Cuando sea una nación recién formada necesitará alguien que lo guíe, tu eres el antecedente directo, no tienes por qué volverte humano o desaparecer como nación personificada si no quieres.

El albino sopesó sus posibilidades. Estaba a un paso de volver a ser humano, de recuperar su vida, de ser libre, por otra parte ¿Podría disfrutar de su libertad una vez que devolvieran su alma humana y fuera consciente del horror que estaba sufriendo Ludwig? Si el dolor y la culpa ahora le atormentaban ¿Cómo lo atormentaría un alma humana?

-¿Puedo seguir viviendo así una vez que no tenga territorio que representar?

-Es la primera vez que una nación, reino o imperio al desaparecer, no quiere recuperar su humanidad, pero me imagino que sí puedes porque en cierto modo formas parte de èl.

Y la vida era irónica, porque justamente ahora que estaba reencantàndose con el mundo gracias a ese muchacho que era parte de sí como nación, ahora lo vería perderse y sería èl, el grandioso Prusia, quien pasaría a formar parte de Ludwig, como un apéndice. Era eso o dejarle completamente solo. Y él sabía como era renacer como inmortal y enfrentar estas nuevas soledades plagadas de paranoia.

-Seguiré siendo una personificación – Otto asintió y entró al lugar donde se llevaba el ritual probablemente a comunicar su desición. Prusia esperó horas, que para èl no eran nada, porque para quien es inmortal una hora es un suspiro y un parpadeo.

Al abrirse la puerta, salió el desfiladero de monjes, hombres y tras èl, un niño pequeño que aparentaba cinco años miraba alrededor curiosamente. Pero no tenía ojos de niño, eran los ojos de un adulto, de un muchacho de diecisiete años que recièn comienza a comprender lo que ha hecho, que ha sido herido con una daga, marcado a hierro y arrancado de su alma y humanidad por siglos y tal vez para siempre. Un chico que habìa perdido su nombre y ahora era Alemania. Prusia se agachó junto a èl, le tomó en brazos y preguntó con la voz màs casual y juguetona que pudo para liberar la tensión y evitar decirle "Te lo dije".

-¿Todo bien, pequeño West? - la pequeña nación asintió con su cabeza incapaz de hablar por miedo a escuchar su voz de niño.

-Bien entonces... ahora ven conmigo, que el grandioso yo te enseñarà a ser la mejor nación del mundo, kesesese


Prusia despertó de un salto al recordar todo aquello haciendo estremecerse el colchón que compartía con su hermano de tierras, su razón de existir. Porque renunciar a su humanidad por Ludwig había sido el acto de redención màs grande y màs humano que había hecho en toda su existencia, contando sus dos vidas. Renunciar a su mayor deseo por amor era mejor que renunciar a su persona por la patria, y eso lo sabían ambos, por eso Ludwig lo encarcelaba entre sus brazos por las noches, en especial en noches como esta en que Alemania se caía a pedazos, en que su pueblo sufría las locuras de Hitler, en que el mundo les volvía la espalda y lo maldecían mil veces y aún así debía levantarse a entrenar y luchar por una causa ridícula.

Prusia lo sabìa, siempre se lo advirtió y ahora entre insultos, bromas pesadas y juegos exasperantes intentaba subirle el ànimo. Alemania, ahora lucía exactamente como Ludiwg había lucido en la guerra franco-prusiana: metro noventa, músculos, rubio dorado, ojos azules, semblante de hierro; pero la expresión era distintas, la de alguien que no es humano, que ha librado guerras, que ha vivido un siglo, que ha dejado de sentir y que busca calor insistentemente en los brazos de Prusia, quien con un beso doloroso y comprensivo le dice aquello que necesita oír: No eres humano pero sigues sintiendo... eres eterno pero sigues amando... mientras puedas seguir sufriendo el dolor de tu pueblo no todo esta perdido.