Derrota 2

(Su primera versión está para remasterizar)

one-shot


Resumen: Un partido perdido para el que has preparado tanto. Las lágrimas no son suficiente. La decisión a tomar impartira un nuevo paso para levantarse.

Estado: Completo.


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El último raquetazo marcó la diferencia. El final y el cierre de todo. La esperanza hecha añicos. El esfuerzo cayendo en la nada. Las ilusiones mezclándose con un vacío profundo. El silencio clavándose en sus oídos.

No llovía. No existía lluvia alguna a la que echar las culpas. Ningún escudo argumental. Un resbalón inexistente. No. Todos habían visto a la perfección con sus ojos. No tenía donde esconderse, porque no había nada que esconder.

Lentamente los pasos se alejaban. Latían dentro de su pecho. Los escuchaba como tambores que marcaban su final.

Hubiera preferido que lloviera para que sus lágrimas no tuvieran aquel sabor tan amargo. Saladas o no, eran como el peor resultado.

Sentía deseos de deshacerse en mil pedazos. Extinguirse y que nadie la volviera a crear en lo que quedaba de mundo.

Algo presionó contra su cabeza. Los sudados cabellos que se pegaban a su cráneo se apretujaron más. Levantó los ojos bañados en lágrimas para poder qué era. Reconoció el blanco y la forma de una visera. Una gorra. Su gorra.

¿Por qué? ¿Por qué de todo el mundo él tenía que haber visto ese desastre? ¿Por qué después de todo lo que había hecho por ella, se lo devolvía de ese modo? ¿Cómo iba a poder mirarle a la cara?

Aferró la visera entre sus torpes dedos y tiró de ella hasta cubrirse la cara. No podía. Era imposible para ella pensar si quiera en encontrarse con sus ojos.

—Ryoma…kun… Yo…

—Lo sé.

—Yo… yo…

—Llora.

La firmeza en su voz la ayudó a terminar de sacar lo que llevaba dentro. Le dolía la garganta de reprimir el grito más enrabiado que nunca hubiera pensado en dar. Se le partía el pecho con el peso de la desgracia. Las manos le escocían por las heridas que se había hecho al sujetar la raqueta con una fuerza que no le sirvió de nada.

Su pequeño cuerpo se estremecía. Le dolía el trasero por el suelo rasposo de la pista de tenis. Pero le dolía más el corazón. Era como si una mano invisible estuviera todo el tiempo presionando en los puntos más dolorosos. Aunque estaba segura de que le dolía hasta el alma.

Él se quedó ahí, arrodillado, mirándola mientras se liberaba del llanto y permitía algunas emociones liberarse. Otras se quedaban presionadas en su pecho, hechas una bola en su garganta.

Ryoma era con quien más tenía que disculparse. Él se había encargado de entrenarla. De darle consejos. De decirle que iba a ser grato cuando todo terminara. Sin embargo, ella había echado por tierra todos los esfuerzos del tenista por mejorarla.

—Es…

—No es tu culpa.

Ella levantó sus ojos brillantes hacia él. Ryoma estaba serio y parecía mirar a lo lejos a alguien a quien odiara mucho. Sakuno siguió la trayectoria de su mirada y tartamudeo un suspiro. El juez de silla intercambiaba palabras con la otra entrenadora, entre risas y coqueteos. Sakuno no necesito mucho más para comprenderlo.

Cerró los ojos y suspiró pausadamente.

Sí. Había perdido. La derrota dolía como una puñalada en todo el corazón. Pero no iba a dejarse pisotear. No de ese modo.

Aferró la muñeca de Ryoma con fuerza y cuando sus ojos se encontraron, le sonrió. Probablemente tenía una cara horrorosa, con lágrimas, mocos, restos de sudor. No le importó. Al menos, no en ese momento.

—Ryoma-kun, por favor, vuelve a entrenarme.

Ryoma se sorprendió. Su gesto mismo lo delataba. Sin embargo, no tardó en esbozar aquella sonrisa de suficiencia tan digna de él.

—Lo haré.

—Ganaré esta vez. Te lo prometo.

Él tiró de la gorra para cubrirle la cara. Sakuno sintió el peso de algo contra la tela y se sorprendió, sonrojándose. No le hacía falta verle para saber que le había besado. Aunque fuera a través de la gorra.

Una promesa futura marcaba su nuevo destino. Y esta vez, no habría derrota alguna que la retuviera. No sería ella la que estaría llorando. Ni arrodillada. Y no existiría juez alguno que con trampas, le negara lo que merecía.

Le devolvió la gorra y le mostró la sonrisa más resplandeciente y sincera que pudo. No iba a detenerse.

La derrota no era algo que se pudiera aceptar una vez más.


04 del 03 del 2015.