Disclaimer: Me uno a los autores felices que saben que nada nos pertenece, porque de lo contrario no serían grandes creaciones. Si reconocen algo, den por hecho que NO es mío.


Vencido el Amo Org, el pequeño pelirrojo se quedó sin cómo entretenerse.

Decían que los vecinos agradables eran una buena fuente de compañía, así que, sin pensarlo dos veces, Hans se vio recurriendo a la suya.

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La chispa de la infancia

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—¡Toma esto, org (1)! —exclamó el pequeño Hans, golpeando su palo de escoba contra el muñeco de tela, sujeto a la rama del árbol de su jardín por una cuerda—. ¡El Power Ranger rojo te vencerá…—movió su mano de izquierda a derecha e hizo un grito de guerra—…con el poder del león! —Sus cabellos rojizos se agitaron con el viento y estiró su mano para dar un giro al muñeco.

No se dio cuenta que el nudo que hizo su hermano mayor había sido muy frágil, y por lo tanto se desató, haciendo que el muñeco cayera.

El pequeño soltó el palo de escoba y dio un salto alto, extendiendo sus brazos con expresión triunfal. —¡Gané! ¡Gané! ¡Mamá gané! —corrió dentro de su casa y fue a la cocina, su madre preparaba el almuerzo—. ¡Mamá gané! —repitió acercándose a abrazarla—. Vencí al Amo Org (1) —dijo emocionado, provocando las risas de Helena Westerguard, que dejó de prestar atención a la ensalada que preparaba y acarició los cabellos de su hijo.

Pero la mujer esbozó una sonrisa firme cuando le hizo alzar el rostro. —Hans, ¿qué te he dicho de ese programa? —preguntó en tono suave, ocasionando que los ojos del pequeño se abrieran asustados.

—Que no debo de imitar lo que ellos hacen porque puedo lastimar a alguien —respondió el pequeño titubeante y su mamá negó suspirando.

—Vamos a ver qué hiciste—. Helena se quitó el delantal rojo y lo dejó sobre la isla de la cocina, tomó la mano de su hijo y juntos llegaron a la pequeña extensión de jardín que tenían tras su hogar.

—¿Lo ves, mami? ¡Lo vencí! —Hans corrió para recoger el muñeco del pasto y lo llevó hasta su madre. Ella rió por la carita alegre de su hijo de seis años, pero frunció el ceño al ver una cuerda sujeta al cuello del muñeco, analizando que éste estuvo amarrado al árbol. Sin que Hans se diera cuenta escaneó el jardín y se percató que el cuidador de Hans estaba ausente.

—Cariño, ¿quién amarró el muñeco al árbol? —cuestionó desanudando la cuerda del cuello del pobre muñeco de tela que pertenecía a Peter, su hijo mediano, una compra de su padre para que pusiera en práctica su aprendizaje de defensa personal.

Al parecer no lo había hecho. Helena decidió que tendría una charla con su esposo cuando él llegara del trabajo. Pero en ese momento necesitaba saber qué era del adolescente que se suponía cuidaba a su pequeño Hans.

—Peter —murmuró Hans en voz baja, recordando que su hermano le dijo que no interrumpiera a su madre. Lo que no sabía era que el mayor se lo pidió para que no se diera cuenta de que lo dejó solo.

—¿Y dónde está Peter, corazón? —siguió Helena, liberando finalmente Weselton, el nombre que Peter le puso al muñeco en honor al maestro que más detestaba de la escuela, segura que no nada más se debía a que le desagradara la historia. Soltó al blanco muñeco de peluquín gris al pasto, haría que Peter lo llevara hasta su habitación.

Hans mordió su labio inferior, tratando de recordar lo que había dicho su hermano, pero negó encogiéndose de hombros. —No… —brincó animado al recordar—. ¡Su novia llamó! Estaba en la heladería de Oaken.

Helena asintió y sonrió conciliadora antes de inclinarse a besar la frente de Hans. Peter estaría en problemas cuando regresara. Se incorporó y vio que la hija mayor de sus vecinos salía al patio trasero cargando tres muñecos de peluche con ella.

—¡Hola Elsa! —saludó a la pequeña de la misma edad que su hijo. Elsa se sonrojó y agitó su manita con timidez, situando los peluches en el pasto, junto a otros tres que había allí, frente a una pizarra.

La niña era adorable, un poco tímida, pero sus ojos azules, su cabello rubio platinado y su piel de porcelana la hacían parecer una linda muñequita. Helena volvió a mirar a su hijo enternecida, Hans tenía su pequeño rostro enrojecido, incluso las pequeñas pecas en sus mejillas se perdían por el sonrojo.

Sonrió despeinando sus cabellos rojizos, aunque fuera muy testarudo para admitirlo, sabía que a su pequeño le gustaba su vecina.

—¿Quieres jugar un rato con Elsa, cariño? —susurró Helena y Hans vio de reojo a la rubia, pudiendo hacerlo por la cerca de malla que dividía el patio de los Westerguard y de los Arendelle. La cara de Hans pudo haber aumentado su color, pero ya había alcanzado su máximo tono de rojo. —Anímate, su madre me dijo que Anna tiene un resfriado, y ella pasará el resto de la mañana sola.

Helena reconoció la sonrisa ladina que esbozó su hijo menor, como la de su marido y sus dos hijos mayores. No tenían remedio, y sabía que de haber tenido una niña, ella también la habría hecho.

Palmó la cabeza de Hans y regresó a la cocina, su hijo Erik pasaría ese fin de semana en casa y quería recibirlo con una rica comida hogareña, para convencerlo de lo que se perdía viviendo en el dormitorio de la universidad.

El pequeño Hans se quedó en el patio trasero y, tras pensarlo unos segundos, fue hasta el portón que daba acceso al jardín de los Arendelle y lo abrió, accediendo a la propiedad de sus vecinos, que según su mamá vivían allí desde que él tenía un año.

Caminó silencioso mientras Elsa estaba de espaldas escribiendo en la pizarra verde, él notó que su vestido azul era como los de las princesas que aparecían en los programas de televisión que no le gustaban, brillantes y vaporosos, pero en la niña le pareció bonito. Además tenía una corona en su cabeza que en sus ojos la hacía verse graciosa.

—¿A qué estás jugando? —preguntó Hans en voz alta y Elsa saltó asustada, pues el sigilo del niño había sido muy bueno. Ella giró lentamente y sonrió brevemente, sus labios se movieron y pronunciaron unas palabras, pero el pequeño no alcanzó a comprenderlas. —No te escuché, ¿cuál es tu juego?

—A la escuela. —Esa vez el tono de voz fue un poco más alto y su frase fue perfectamente entendida por el otro menor, que sonrió emocionado.

—¿Tú eres la maestra? —Ella asintió sin voltearse. —¿Puedo jugar? —En esa ocasión Elsa sí le miró a la cara. Hans vio que ella pensaba unos segundos y negaba lentamente. —¿Por qué no? —cuestionó el menor apesadumbrado.

—Porque no le preguntaste a Olaf, Nemo, Flounder, Abú, Pascal y Pluto —respondió ella señalando a cada uno de los peluches en el pasto; un muñeco de nieve, un pez payaso y otro amarillo con detalles azules, un mono, un camaleón y un perro; todos alguna clase de mascotas para los personajes de Disney.

Hans abrió los ojos asombrado. —No sabía que tenía que preguntarle a los alumnos si podía jugar.

—¿Quieres ser un maestro? —cuestionó Elsa viéndolo con ojos brillantes. —Anna nunca quiere ser una maestra, dice que regañan mucho.

—¡Sí! Quiero ser el maestro de deportes —declaró Hans emocionado—, ¿puedo jugar?

Elsa asintió y señaló un espacio junto a Olaf. —Siéntate ahí mientras yo termino de escribir la tarea. Después ellos podrán tener clase contigo.

El pequeño hizo lo que ella le pidió y se ubicó en el espacio indicado, teniendo mejor oportunidad para intentar leer lo que ella escribía en la pizarra, pues desde la derecha se tenía mejor acceso que por detrás.

Ha-cer di-ez pal-pala-bras con m y n —dijo lentamente, aún no era muy bueno leyendo, pero ya estaba aprendiendo. —¡Elsa! ¡Eso es aburrido! —exclamó Hans frunciendo el ceño. —¡Mejor a colorear!

—Es mi clase, Hans —contrarrestó ella cruzándose de brazos.

—Sí, pero es aburrido… eres una maestra aburrida —soltó parándose—. Ellos no van a hacer su tarea, no les gusta.

—Yo quiero que ellos hagan palabras, es mi juego. Yo mando —resolvió la menor dirigiéndole una mirada enfadada.

—Pero dijiste que yo podía jugar contigo —musitó Hans copiando la pose de su pequeña vecina.

—Pues ya no quiero—. Él abrió los ojos espantado por el tono duro de la voz de ella. —Vete, ya no vas a jugar con mis muñecos y conmigo. —El pelirrojo bajó la cabeza y asintió, para después ver cómo Elsa cogía con dificultad los peluches y la pizarra y se metía a su casa.

Hans se vio obligado a volver a su jardín, para mecerse en el columpio sujeto a una de las ramas del árbol de roble hasta que su madre anunciara que su hermano Erik había llegado a casa.


Al siguiente día, Idun Arendelle vio a su hija sentada junto a la ventana que daba a su patio trasero, observando tristemente el espacio vacío en que jugaba todos los fines de semana.

Idun se acercó y colocó su mano en el hombro de su pequeña Elsa. —¿Ocurre algo, cariño? —cuestionó acariciándole con ternura. Elsa negó.

Ya sabía ella que no iba a ser fácil obtener información de su hija mayor.

—¿No tendrá que ver con cierta pelea que tuviste con Hans ayer? —inquirió reprimiendo una sonrisa al ver que Elsa se delataba con el sonrojo que apareció en su cara antes de asentir con lentitud. —¿Qué ocurrió exactamente?

—Le dije que no quería jugar con él, pero es que dijo que yo era aburrida —explicó la menor frunciendo el ceño y cruzándose de brazos, apartando la mirada del patio.

Idun suspiró, Anna era perseverante, pero Elsa terca.

—¿Y ya no volverás a hablar con él? —Acarició la trenza de lado de su hija, que negó entusiasta. —¿Por qué no?

—Porque Hans ya no va a querer jugar conmigo, fui mala con él —musitó la niña en un tono tan bajo que Idun apenas habría captado de no estar acostumbrada a su voz. —Ya no volverá a ser mi amigo —completó Elsa abrazando a su madre.

La mujer levantó a su pequeña y le dejó que descansara su cabeza en su hombre. A veces olvidaba cómo eran los niños, tan inocentes, pero que aprendían de las cosas que veían de los adultos.

—Vamos por un chocolate a la cocina y juntas buscamos la manera de que tú y Hans vuelvan a ser amigos, ¿te parece? —Elsa se separó y le miró con ojitos brillantes, sólo que esa vez no supo si era por su dulce favorito o su propuesta.

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Hans pateó su balón de soccer y su hermano Erik lo atrapó antes de que entrara a su "portería". El más grande de sus hermanos era con el que mejor se llevaba, aunque no estaba siempre en casa, jugaba con él cuando podía, no como Peter, que se la pasaba con su novia la mayor parte del tiempo.

Para el pequeño pelirrojo era muy difícil tener con quien jugar en casa, todos los demás eran grandes. Sus papás eran adultos, Erik tenía veinte y Peter dieciséis. Los vecinos de la casa de la derecha eran dos ancianos y las únicas opciones eran las Arendelle, pero Anna tenía tres años y Elsa casi nunca le hablaba para jugar.

Así que se conformaba con alguna visita de sus amigos de la escuela, o las de Erik.

—¡Vamos campeón! ¡Estás distraído! —bromeó su hermano Erik aplaudiéndole y Hans agitó su cabeza buscando la pelota, estaba pegada a la malla. Fue por ella y vio a una niñita salir de la casa de al lado con una jarra de limonada, era Elsa. Se sonrojó cuando ella le dirigió una mirada y giró con rapidez. Su hermano lo observaba divertido.

La señora Helena le había platicado a su hijo del ligero enamoramiento de su hermanito menor y, además, el día anterior Hans dijo durante la cena que ella y la vecinita se habían peleado.

—¡Hola Elsa! —voceó Erik agitando su mano derecha, riendo al percatarse que ella escondía su rostro tras su cabellera rubia, pero asentía. Al bajar la mirada, fue recibido por un Hans con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido—. ¿Qué tienes, chaparro?, ¿no puedo saludarla?

Hans negó.

—¿Por qué? —Porque no puedes —masculló el menor enojado. —¿Estás celoso?

—¡No! —exclamó Hans poniéndose colorado. —¡Elsa no es mi novia!

Erik soltó una carcajada, y una vez que se calmó pudo decir: —¿Quién dijo que fuera tu novia?

Su pequeño hermanito Hans movió su cabeza de un lado a otro rápidamente, sus ojos abiertos de par en par. —No te preocupes, chaparro, ella es muy pequeña para mí—. Le guiñó un ojo y sonrió cuando Hans pateó el balón bufando.

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—Hans, ya me estoy haciendo viejo. Y estoy hambriento —dijo Erik fingiendo cansancio, sentándose en el columpio del árbol. Desde media hora atrás había visto salir a Elsa con un plato lleno de sándwiches de mantequilla de maní —los favoritos de Hans—, sentarse junto a la mesita de su patio, y observar nada discreta a su hermano menor, quien había tratado de ignorarla durante toda su estadía en el jardín.

Si hubiera sabido que los dos niñitos que jugaban en pañales estarían así cinco años después, habría acumulado más fotografías de ellos dos juntos —podría ser que cuando crecieran fueran pareja, ¿quién era él para negar el amor entre dos infantes?

Con el conocimiento de que Elsa no haría nada y que su hermano trataría de ocuparlo toda la tarde sin hacer caso de su vecina, Erik había decidido entonces que los obligaría a juntarse, así que pensó en mostrarse cansado y lograr que Hans se aproximara a la rubia para pedirle de beber.

—Oye Hans, ¿crees que Elsa quiera regalarme de su limonada? No creo que vaya a tomársela ella sola —el pequeño pelirrojo hizo un mohín con sus labios y miró subrepticiamente a Elsa, encogiéndose de hombros—, ¿y uno de esos sándwiches de maní? Lucen deliciosos.

—Mamá puede… —replicó Hans haciendo caso omiso de la mención de los sándwiches.

—Pero Hans, mamá está hablando con la abuela, no podemos interrumpirla.

—Entonces tú y yo… —Oh, yo estoy cansado, Hans. —Peter también… —¿Peter? Él no sabe hacer nada en la cocina. Y tampoco papá —mintió Erik al ver que Hans volvía a abrir la boca para sugerir otra cosa.

Su hermano favorito asintió rendido.

—Ve y pregúntale a Elsa, sino hago un gran esfuerzo y entro a la casa para prepararlos, ¿sí? —Hans aceptó con un pequeño "sí" y caminó con lentitud al patio vecino.

Erik vio andar al pelirrojo hasta donde se encontraba Elsa y se dijo que su trabajo estaba finalizado, con una sonrisa se levantó y entró a la casa, dándoles un poco de privacidad a los dos pequeños.

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Ajeno a las maquinaciones de su hermano mayor, Hans suspiró y se paró frente a Elsa, que lo miraba con una sonrisa tímida, jugando con sus dedos.

—Hola —saludó el pelirrojo apartando la vista de los ojos azules de Elsa, enfocándola mejor en los apetecibles sándwiches en el plato de cerámica que estaba sobre la mesa de plástico verde.

Elsa lo vio pasar su lengua sobre su labio superior y acalló una risita, su mamá había hablado con la de Hans y ella les había dicho que ésa era una de las comidas preferidas de su amiguito.

—Hola —susurró Elsa en voz baja, tratando de animarse a hacer lo que su mamá le había dicho. Disculparse.

—Erik me dijo que te preguntara si le regalarías de tu limonada y tus sándwiches —dijo Hans y señaló con su dedo sobre su hombro, ocasionando que Elsa frunciera el ceño al no ver a nadie en el patio de al lado.

—¿Dónde está él? —quiso saber la rubia, desinflándose al ver que Hans se iría una vez que notara la ausencia de su hermano mayor.

Hans volteó y pensó entonces que había caído en la trampa de Erik, que era hacerle hablar con Elsa. Decidió que no seguiría haciéndose el tonto y dio la vuelta para regresar.

—Lo siento —murmuró Elsa, haciendo que él se detuviera—. Sí quiero seguir jugando contigo, es que no me gusta que me digan aburrida—. Ella vio que él la miró sobre su hombro. —No quería ser mala contigo. Me gusta que seamos amigos.

Hans asintió y volvió a mirar de frente a la rubia. —Yo también lo siento, mi mamá me dijo que no debo decirle a la gente que es aburrida—. Él movió con timidez su pie, levantando un poco del pasto cortado. —También me gusta ser tu amigo.

Elsa aplaudió y en un impuso lo abrazó, pero ambos se separaron sonrojados.

—Mi mamá preparó sándwiches y limonada para los dos, ¿te gustan? —Elsa habló rápidamente, esperando no tener que repetir la oración. Suspiró aliviada cuando él realizó un asentimiento.

—Los sándwiches de maní son mis favoritos —admitió él y Elsa respondió un "lo sé", con la cabeza en alto.

Hans rió y tomó otro de los asientos en torno a la mesa de jardín, cogiendo una servilleta para limpiar sus manos mientras Elsa servía la limonada en sus vasos.

La rubia acercó el plato a Hans para que tomara uno de los pequeños sándwiches, y de reojo notó que, desde el patio de los Westerguard, Erik alzaba sus pulgares animado.


1. Org: Tuve infancia, y un hermano menor, los org son los monstruos a los que se han enfrentado los Power Rangers, creo.

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¡Hola!

Frozen Fan sabía que esto sería una tortura, lo juro.

Frozen, pediste un OS infantil, aquí lo tienes. Hans con un enamoramiento por su tímida vecina, amiga o compañerita; mi cabeza me dolió de buscar cómo hacerlo y esto es lo mejor que logré xD, este fic lo hice por tus ¿peticiones?, pensé que lo mejor era juntar las ideas que quisiste ver desarrolladas, en vez de publicarlas en OS's separados, ya bastantes historias tengo solitarias *se rasca la cabeza*, así que aquí verás al psicólogo, y a la madrina y al padrino de la boda.

Para quien también lo haya leído, muchísimas gracias por pasar. Ojalá lo disfrutaran.

Cuídense mucho, un enorme abrazo.

HoeLittleDuck