Disclaimer: YuuYuuHakusho pertenece única y exclusivamente al gran MangaKa Yoshihiro Togashi. Únicamente me considero propietaria de este Fan Fic echo sin ánimos de lucro.

Sumario: AU Después de la muerte de una importante miembro de la familia, dos jóvenes deben dar un paso al frente y resolver el misterio de su familia que data de tres generaciones…


Puertas

Prólogo


Cerró la puerta de la casa sigilosamente, aún a sabiendas de que era inútil: los habitantes de la casa se percatarían de su intrusión igualmente. A pesar de su miedo inicial siguió adelante, deseando por enésima vez que la electricidad del edificio no hubiese sido nunca cortada… aunque nadie vivía allí desde hacía, al menos, tres generaciones. Tenía una linterna en la mano pero sabía de sobras que no le serviría de nada porque, pese a poder ver lo que tenía delante gracias al pequeño foco, esa luz no le otorgaría la protección que necesitaba. Además, se dijo, no es la primera vez que vengo aquí; y era verdad pues conocía esa casa tan bien como la suya propia.

Mientras tomaba aire profunda pero silenciosamente, se acercó a las escaleras, ignorando al espectro lloroso que lamentaba la ausencia de su amado. Ya había intentado hablar con ellos, los fantasmas que merodeaban la casa, pero no había tenido éxito alguno; algunos la veían, pero ninguno podía comunicarse con ella. Era, después de todo, por eso mismo por lo que volvía allí casi cada noche: para encontrar la clave que un día resolvería el misterio de su familia.

Avanzó por las escaleras sintiendo el camino gracias al pasamano de ese edificio antiguo, de un estilo para nada japonés, sino de una extraña mezcla entre el estilo victoriano y las mansiones americanas de principio de siglo. Llegó al primer piso, sus rodillas temblando tan violentamente como la primera vez que hizo ese recorrido, su pulso a mil por hora y sus ojos desorbitados intentando estudiar todo lo que la rodeaba, intentando ver algo que no fuera tragado por esa espesa oscuridad, ocultando y tragando sus atributos.

Tampoco era la primera vez que deseó tener a su lado a Yuusuke o a Shuuichi, pero como tantas otras veces: estaba sola y saldría de ésta, también sola. Tiró la linterna apagada por las escaleras, recordando en el último instante, cuando ya era demasiado tarde, que así sólo lograría alertar a los fantasmas más violentos; el mal, por eso, ya estaba hecho y oyó el tan conocido alarido del espectro más brutal que había conocido durante sus misiones como cazafantasmas o detective espiritual. Bufó tratando de controlar sus nervios, recordándose a sí misma que hasta el momento ninguno la había atacado, o al menos, ninguno había hecho más que gritar cerca de su oído, haciendo que se asustara y saliera lo más rápidamente posible de la casa sin dejar de correr hasta llegar a la habitación de su hermano, hundiéndose entre sus sábanas, sobresaltándolo, y luego él le daría una reprimenda por asustarse tanto por una pesadilla (real, pero eso él no lo sabía) auque siempre era bienvenida a dormir con él. Aún así, noche tras noche, se armaba de valor, salía de su casa y entraba en la otra. Y en proceso se volvía a repetir. Shuuichi le había hecho beber té para calmarse y durmiera sin pesadillas, su padre le había dado unas pastillas que no necesitaban receta, y su madre le había dicho que, si quería, podrían ir a hablar con un especialista sobre el tema.

Aún no sabía cómo lo había hecho, pero había aguantado todas las vacaciones saliéndose con la suya, sin hierbas, sin pastillas y sin loqueros.

Con una débil sonrisa, la chica avanzó hasta llegar a una habitación que sentía como si fuera la suya propia. No podía identificar el color de las cosas pues siempre que entraba eran pasadas medianoche y ni una vez había encendido la linterna que traía ella siempre. La habitación era grande y espaciosa, y contenía una cama enorme, como la de sus padres, o puede que incluso más grande, de metal, como los lechos que veía en las películas de televisión donde las mujeres que vivían rodeadas de lujos iban y venían en carruajes con sus voluminosas faldas y apretados corsés, su cabello cubierto por una gran peluca blanca. La cama estaba hecha y contenía numerosas muñecas de porcelana que le devolvían la mirada con sus ojos de vidrio, inquietándola. Nunca se había sentado en la cama, nunca había tenido el valor de hacerlo. De las paredes colgaban imágenes en blanco y negro de sus abuelos, Kuwabara Kazuma, Defensor del Amor y Kuwabara Shizuru, Arte Silencioso. Los dos tenían una mirada sombría que difería mucho de la mirada cálida de su madre o la mirada viva de su tía Atsuko; las dos hijas de los elegantes señores que posaban para la foto. La ventana estaba tapada por barrotes de madera y éstos estaban fijados por clavos negros, oxidados, portadores probablemente de mil infecciones, tal y como le había dicho Shuuichi a Yuusuke una vez por algo que ni recordaba. Había un armario negro que ella imaginaba que estaría repleto de esos preciosos vestidos o kimonos de seda de primera calidad, pero por el mismo motivo por el que no se atrevía a sentarse en esa cama, no se atrevía a abrir el pomo del armario para saber qué había dentro, aunque fuera ropa, ítem que a todas las adolescentes de su edad volvía locas.

Pero algo le decía que era hora de abrir las puertas de ese armario. El espejo que estaba incrustado en la tabla plana tenía una grieta más, como si alguien lo hubiera golpeado durante el día cuando ella no estuvo presente. Y supo, como sabe uno que está perdido que no debe aventurarse por el bosque sino quedarse quieto hasta que le encuentren, que debía abrir esas puertas. Tragó saliva y se dijo que era una tonta, que nadie le había dicho nada, que no tenía por qué abrir ese armario ni mirar dentro, que era mejor que se fuera a investigar a otra parte, como la cocina Pero antes de darse cuenta siquiera, su mano ya estaba sobre el pomo del armario, girándolo, y como si una fuerza sobrenatural la guiara más que su propia voluntad, abrió la puerta.

Una caja. Había una caja muy vieja reposando en una esquina, del tamaño de una caja de zapatos actual. La cogió muy suavemente porque el cartón era muy, muy viejo, y sacó la caja fuera. Se reprendió como lo hacía Yuusuke cuando era torpe y se torcía la muñeca jugando a Volleyball o cuando se cortaba mientras cocinaba, se llamó tonta por no haberse atrevido a abrir esa puerta cuanto antes, esa puerta y otras muchas selladas también no por un pomo, sino por un miedo irracional que la invadía nada más verlas.

Tuvo miedo y tembló un poco, pero como otras muchas veces, respiró hondo y reunió fuerzas para tomar una decisión sabia.

Decidió que llevaría la caja consigo y leería su contenido (la había abierto y había averiguado que habían cartas) y que, antes de que empezara el nuevo curso en tres días, sacaría todo lo que esa casa ofrecía y resolvería definitivamente el misterio con la ayuda de su tía Atsuko, un misterio al que no se había arrojado ninguna luz hasta ahora, el momento que decidió abrir las demás puertas, todas las puertas, todas las que hicieran falta para logar su objetivo.

Tan contenta estaba con su descubrimiento y todo lo que haría con ello que casi olvidó dónde estaba y qué clase de secretos ocultaba esa casa, llena de entes nada amables y que no toleraban su curiosidad.

Así que se sobresaltó cuando oyó un grito agudo provenir de la puerta de la misma habitación en la que ella se encontraba y, siguiendo sus instintos, decidió contener el grito que estaba a punto de escapar su garganta y salir de ahí con su tesoro cuanto antes. Pasó por el lado del espectro que había gritado, la misma que siempre lloraba vestida con un kimono tradicional, y bajó por las escaleras sin necesidad de guiarse por el pasamano y corrió lo más rápido posible hasta la puerta principal, esta vez entreabierta y con alguien, también vestida tradicionalmente, le hacía gestos apremiantes para que saliera de ahí.

Cruzó el comedor para llegar hasta la puerta, la figura cada vez más clara y más fácil de distinguir, su cabello azul y ojos lilosos impactándola, pero no tanto como el ruido que oyó encima de ella.

Alzó la mirada y vio que la araña de cristal caía.