Disclaimer: Mias, solo son las ideas. Los personajes y Hogwarts son de Rowling, la Warner y no se bien de quien mas.

Capítulo I: Despedidas

A pesar de que el pequeño despacho seguía ostentosamente amueblado, cualquier persona observadora hubiera sabido que estaba desocupado. No había en el ningún objeto personal, que pudiera indicar que tenía un dueño. El suelo estaba desnudo, sin una alfombra que la cubriese, y todos los pequeños objetos que habían adornado durante tantos años las estanterías de la sala habían desaparecido. Los libros seguían en su lugar, intactos, pero ordenados en exceso, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien se molestó en leerlos.

En un rincón del despacho, un hombre todavía joven, de rubios cabellos, muy claros, empaquetaba las pocas pertenencias importantes que quedaban por coger. El hombre se sobresaltó al oír el suave repiqueteo de la puerta, y abrió los ojos, sorprendido, al ver a la mujer morena que entraba por la puerta.

— Creí que Godric estaba gastándome una broma, pero veo que hablada en serio. ¿Es cierto, no? — dijo ella, y pasó casi inconscientemente una mano por su abultado vientre. — ¿Nos abandonas? — El bajó la mirada. Ella ahogó un sollozo. — ¿Cómo puedes hacernos esos, Salazar? ¿Eres consciente del esfuerzo que…?

— No necesito uno de tus sermones, Rowena — interrumpió —Está decidido. Siento que haya sido de esta manera, pero… — Carraspeó y miro desafiante a su esposa.

Rowena comprendió entonces que no había nada que hacer. Su matrimonio había sido una farsa. ¡Y pensar que ella lo había amado tanto…! ¡Y pensar que se había esforzado tanto en hacerlo feliz! Lanzó una última mirada despectiva a Salazar y salió de la habitación altivamente, intentando ocultar las ganas de llorar que sentía. Cerró la puerta suavemente, como hacia inconscientemente casa vez que se sentía desesperada.

Una vez estuvo solo Salazar suspiró. Por mucho que no hubiera querido realmente a su esposa, siempre la considero su amiga. Y, en verdad, le dolía abandonarla. Le dolía marchar sabiendo que no vería crecer a su hijo.

Pero, aunque su despedida con Rowena había sido dolorosa, no tenía ni punto de comparación con lo que había sentido cuando tuve que decirle adiós a Godric. Había sido él la única persona a la que realmente había querido ver antes de su marcha.

Salazar llamó a la puerta del despacho de Godric. Le temblaban las manos y su piel estaba más pálida de lo normal. Algo extraño en el, pues jamás se permitía mostrar señas de nerviosismo.

— Pasa. — le dijo el otro. Salazar obedeció al instante, cerrando la puerta tras de sí.

Aunque el tono de voz de Godric era amable, y su rostro se mostraba sereno, sus ojos, verdes, destilaban ira.

— Godric yo… tengo que decirte algo. — entrelazó los dedos, nervioso. — No quiero continuar así. Yo… me iré mañana. —La reacción de Godric no fue la que Salazar había esperado. No comenzó a gritar cosas incoherentes, como hacía cada vez que recibía una mala noticia. Es más, se limitó a mirar a su amigo con dureza, y las palabras que salieron de su boca estaban llenas de desprecio:

— Haz lo que quieras. No necesitamos alguien en el colegio que rechace a la mitad de la población mágica. —Cerró los ojos uno segundos, y, cuando volvió a abrirlos, Salazar contempló con satisfacción que la ira había sido sustituida por un sentimiento más profundo. —Pero… ¿No prefieres esperar unos meses? ¿Ni siquiera para saber si tienes un hijo o una hija? — Salazar bajó la mirada.

— No puedo, y lo sabes, Godric. ¿Y si le sucediese como al último? Estuve tan entusiasmado con el bebé…, y cuando él murió… No podría soportarlo otra vez — Negó con la cabeza, reafirmando sus palabras.

Entonces, ¿a qué has venido, Salazar?

— Yo… —Se acercó al imponente hombre, y lo abrazó. Godric no lo rechazó, pero tampoco correspondió al gesto. Se limitó a observar al otro, sin pestañear.

Sabes que te quiero, Godric. Y sé que en el fondo tu también… — Se puso de puntillas y rozó los labios del otro unos segundos. Luego, tras una última mirada, Salazar volvió sobre sus pasos.

— Adiós. — Susurró antes de cerrar la puerta.

Miró a su alrededor con nostalgia. Las maletas ya estaban hechas, y metidas en sus bolsillos, gracias a un encantamiento reductor.

Observó por última vez los libros de las estanterías, que mil veces había consultado. Los había ordenado, queriendo ahorrarle trabajo a los elfos que trabajaban en la escuela.

Aquel día empezaba una nueva vida. No sabía donde iría, pero era consciente de que no podía quedarse allí.

Cuando miro por última vez al castillo, pudo entrever la figura de una mujer regordeta, de brillantes cabellos rojizos. No pudo ver sus ojos, pero Salazar supo que estaban llenos de dolor y de lágrimas. Helga siempre había sido muy sentimental. Por eso no Se había despedido de ella; el llanto de su amiga era demasiado contagioso. Y se había prometido no llorar.