Fiebre:

Cuando los padres de Bonnie se habían ido a trabajar, se tiró al suelo sudando mucho.

Sentía el cuerpo pesado y estaba desganada, pero no quería preocuparlos.

Hace poco había cumplido dieciséis años, por lo que ya era toda una señorita.

Se sentó en la cama y se tocó la frente. No tenía idea de cómo tomar la fiebre. Y cuando su cuerpo estaba tan caliente, le era imposible percibir que su frente lo estaba.

Buscó entre sus cosas el celular, y marcó el número del hospital.

Ocupado.

Rió amargamente. Pensó en una situación peor, si ella se estuviera muriendo, el hospital solo diría: "Lo siento la línea esta ocupada, llame luego"

"Cuando esté muerta" Susurró.

Dejó su teléfono en el escritorio y se dio una ducha fría. Se seguía sintiendo mal. Pero al menos esperaba que eso funcionara. No podía automedicarse, no sabía que era lo más apropiado para ella.

Cuando se estaba por acostar en la cama, su teléfono celular comenzó a sonar.

- ¿Hola? – Atendió desganada.

- ¿Bonnie? ¿Te ocurre algo? – Preguntó una voz masculina, muy conocida para ella.

- ¿Andy? – Preguntó feliz.

- Si tonta, ¿Quién más? – Contestó sonriente. - ¿Te encuentras bien?

- No realmente.

- ¿Qué ocurre?

- Creo que tengo fiebre.

- ¿Fiebre? ¿Cuánta? ¿Cómo que "creo"?

- No lo se, no… encuentro el termómetro. – Mintió para no verse avergonzada al decirle que no sabía tomar la temperatura.

- Espera, ya voy para tu casa. ¿Están tus padres?

- No, recién se fueron a trabajar.

- Ya voy, espérame. – Dijo y luego colgó.

Bonnie suspiró agarrando su teléfono con fuerza. Llevaba años enamorada de ese… hombre. No había otra manera de describirlo. Andy no era un niño, ni un adolescente. Era un hombre de veintiocho años. Pero ella aún así lo quería. Quizás desde el día en que le regaló sus juguetes.

Encontró en ella el componente perfecto para regalárselos. Encontró una característica única que él poseyó de chico también.

Suspiró de nuevo. Él nunca podría pensar de ella de ese modo. Eso estaba mal.

Se tiró a esperar que llegara. Y sin darse cuenta, se quedó dormida.


Andy tocó la puerta de su habitación. El tenía la llave de la casa, ya que frecuentaba a menudo el lugar, pero no iba a entrar a su cuarto sin que ella misma le abriera.

Cuando golpeó dos veces y nadie le abrió, comenzó a preocuparse, y con cautela fue empujando la puerta para ver si estaba adentro.

La vio. Y en su estomago crujió un sentimiento que él conocía perfectamente, pero que había negado durante años.

Se acercó hacia ella. Estaba dormida en su cama. Se sentó en una silla a su lado. La miró atentamente. Estaba tan linda. Se reprendió mentalmente por pensar así de una niña doce años más chica.

Pero como le gustaba esa niña doce años más chica…

Bonnie se removió inquieta. Estaba soñando el mejor de los sueños.

Suspiró. Realmente no quería despertar más.

- Andy… - Murmuró. El nombrado abrió los ojos sorprendido. – Andy… - Repitió. – Quédate un poco más Andy. Quédate conmigo. – El muchacho sonrió repasando su aspecto. Se veía como un ángel.

- No puedo Bonnie. Entiende. Soy un hombre, y tú una niña.

- Quédate. Por favor Andy. – Seguía susurrando. El joven no pudo resistirse más. Sabía que estaba mal, sabía que le llevaba doce años, sabía que ella era menor de edad, y que se consideraría un abuso, pero él la quería. Porque a sus escasos dieciséis, ella era increíblemente madura, o el increíblemente chiquilín.

Sabía que todo estaba mal, y que tal vez, no lo podría parar, pero ya había perdido la cabeza con esa chiquilla tan hermosa.

Con cuidado de no despertarla se acostó a su lado y la rodeó con sus brazos, acomodándola en su pecho, un lugar en el que solamente ella entraba.

- Andy… - Suspiró. – Te amo.

- Yo también Bonnie, yo también. – Respondió recostando su cabeza en la de ella y quedado dormido también.