Inalcanzable.

Te adoro igual que a la bóveda nocturna,
oh vaso de tristeza, oh gran taciturna,
y más aún te amo, bella, cuando tú más me huyes,
y cuanto más me pareces, ornamento de mis noches,
aumentar con mayor ironía las leguas
que separan mis brazos de las inmensidades azules.

Me lanzo al ataque, y escalo al asalto
como tras un cadáver un coro de gusanos,
y deseo, ¡Oh, bestia implacable y cruel!
¡Hasta esa frialdad, te hace para mí más bella!

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Para Tooru, Hajime es inalcanzable. Siempre distante, allá en la lejanía del cielo estrellado, y acompañada por la oscilante luna, que refulge con una elegancia que envidia el mismo sol. Quizá por eso le ama, piensa a veces, porque él ama todo aquello que tenga que ver con el cielo, y se admite estúpido por querer ocultar lo obvio pero no le quita el sueño, porque no es algo que le corresponda a nadie más que a él. Porque Hajime es esquivo, como esa mariposa multicolor que persigues de niño en el parque de la vuelta de tu casa, es esquivo como una estrella fugaz, que evita caer en la mirada del iluso que quiere un deseo que no se puede cumplir.

Entonces no duda en esconderlo, aunque alrededor todos parecen saberlo, todos menos él, ese que tiene su corazón en manos y poco más. Pero no se descontenta porque le agrada perseguirlo, aunque suene masoquista (que quizás sí es), le gusta sentirlo inalcanzable, como si viniera de las estrellas, porque él las ama y lo ama a él, entonces conseguirlo sería llegar hasta ahí, el firmamento eterno y brillante. Le agrada cuando le huye como el sol le huye a la luna, como las estrellas a las mariposas o las polillas a la oscuridad.

Pero Tooru también siente, en el alma, en la carne, en las venas. Y a veces duele cuando lo siente no inalcanzable sino imposible, cuando puede sentirlo cerca y al mismo tan lejos que quiere llorar. Porque existen momentos en los que está su lado pero el otro no lo siente como él, y es lo mismo que no estar en el mismo tiempo y no respirar el mismo aire, y en verdad que quiere deshacerse en llanto, porque él siente como todos y como nadie, quizá más.

Al mismo tiempo se vuelve a hacer, renovado, más simple (o complejo, quizá) y en ese instante le vuelve a querer mil veces más. Porque se supone que Hajime es lo más cercano a una estrella (curioso, en verdad, que sea la estrella de su equipo, le queda -piensa Oikawa) y tiene sentido que sea tan lejano, incluso si él le conoce hace años y tendría que ser todo más fácil. Con Hajime las cosas nunca serán fáciles, que sino él no sería tan amado por su persona -aunque duda un poco, si es Iwaizumi posiblemente le ame sin conocerlo, incluso-, no se sentiría tan hechizado por él, no estaría tan embelesado ni mucho menos.

Tooru le ama así, tan lejano como el sol, el astro más grande (realmente le queda -piensa de nuevo) y más brillante, porque aun siendo tan esquivo como la espuma de mar, hay momentos en los que voltea a verle y sus ojos son como la bóveda celeste, inmensos y profusos de tequiero no dichos jamás en voz alta, porque esa mierda se le haría incómoda, incluso a él que lo desea tanto. Por eso, frío y distante y lejano y todo lo que sea, él le ama así.

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Notas de Autor.

Algo realmente loco, la verdad, es que más de un poema de Baudelaire me recuerda a ciertos personajes (y relaciones) de Haikyuu. Ya estoy planeando hacer de otras parejas con la base en ciertos poemas. Je.

Gracias por leer.