Hola gente!, sí, ya se que tengo que terminar mi historia "situaciones inesperadas", pero la verdad, con mi corta memoria, por inconstante me olvidé de algunas cosas y ahí estoy releyéndola (nada satisfecha con lo que escribí, debo decir) para poder continuar. Bueno, mientras tanto, les traigo esta.

Ojala la disfruten =), pretendo que sea un poco más profunda y más romantica. Estoy considerando hacerla M, aunque no esperen nada taaan explícito.

-¿Hermione?- Preguntó el joven despegando sus ojos verdes del tablero de ajedrez, mas, no obtuvo respuesta: Aquellos ojos castaños seguían unidos con tristeza al fuego de la chimenea que funcionaba como la única fuente de luz del lugar. Por otra parte, el pelirrojo no se dignaba a captar atención en algo que no fuese el juego que se llevaba a cabo.- Hermione- Protestó Harry Potter con más fuerza, pero no con menos tristeza.

-¿Qué sucede Harry?- Preguntó sin ánimo alguno la castaña en un susurro tan débil, que si Harry no hubiera visto sus labios en movimiento, habría jurado que seguía tan callada como siempre. Su cuerpo, oponiéndose a sus labios, no se inmutó.

-¿Te encuentras bien?- Hermione sólo asintió quedamente con la cabeza.

-¿Lo ves, Harry? No hay de qué preocuparse, ¿ahora podría mover alguna ficha?- Dijo Ron impacientándose mientras apoyaba su codo en la mesa, y su cabeza en su mano. A pesar de que Harry notó de inmediato y sin esfuerzo alguno que su amiga mentía, no quiso continuar insistiendo.

Los muchachos terminaron su juego, se despidieron de Hermione y subieron a su habitación. Ella por otra parte permaneció allí sentada, con la vista perdida en el fuego mientras su mente volaba lejos, en un cielo de sangre y un mundo sin sol, en una realidad que no parecía tan real, y en una verdad que se mostraba más como un secreto a voces que como lo que en realidad era. Estaba triste, estaba profundamente ahogada bajo una ola que nadie podía detener, y que según parecía, con cada intento fallido de quienes intentaban ayudar, crecía más y más. El tiempo pasaba, y ella estaba allí, con los codos sobre las rodillas; sentada con el alma en la manos y el cuerpo muerto. La mirada ya sin vida y los labios tristes y rígidos. Los minutos pasaban lentos, y la situación no mejoraba. Su mirada viajó hacia una ventana y allí, a lo lejos divisó, tan inmóvil como ella, tan silenciosa y constante como su dolor, aquella redonda figura abstracta que la acompañaba sigilosamente. Un enorme nudo estaba instalado en su garganta, y sentía en cada pestañeo que sus ojos se agotarían de contener tantas lágrimas. Pero era fuerte, o al menos eso quería pensar, y su cuerpo continuaba haciendo frente a la situación: sus mejillas continuaban orgullosamente secas a pesar de que su corazón, si aún quedaba algo de él, era un río de lágrimas jamás lloradas, una cascada devoradora que ella no lograba hacer desaparecer.

Cuatro horas más tarde su cuerpo ya no estaba sentada, si no recostada, y la luna ya no se divisaba desde aquella ventana. Sus ojos, tan abiertos y muertos como antes, no se dignaban a cerrarse aunque el cuerpo de la delicada joven pedía a gritos un descanso. Dos horas más pasaron y el cielo oscuro y estrellado se ocultó con la luna permitiendo que su claro enemigo comenzara a hacer presencia en el cielo. Se levantó con una lentitud exagerada, buscó una camisa y ropa interior limpia en la habitación de las chicas y caminó como un cadáver hasta el baño de los prefectos.

El día anterior Albus dumbledore la había pedido que fuese a su despacho temprano. Así, caminó hacia la oficina del director.

-¡Hermione!, toma asiento, por favor.

-Buenos días señor director ¿Para qué quería verme?- Preguntó educada y suavemente Hermione luego de sentarse donde se le indicaba.

-Estoy algo preocupado por tu actitud.

-¿Mi actitud, señor?

-Sí, así es. He notado que últimamente a penas has comido, no te he visto sonreír ni participar de las conversaciones de tus amigos como solías. Aquello sin mencionar el hecho de que ya algunos profesores se han mostrado molestos por el descenso de tus calificaciones, y por lo que puedo ver en tu rostro, tampoco has dormido.- Pasaron unos segundos mientras Hermione miraba sin entusiasmo sus manos.

-No es algo de lo que deba preocuparse.-Respondió luego sin mirarlo.- Estoy bien.- Mintió mientras el anciano la miraba por sobre sus gafas redondas, haciéndole notar que no le creía nada en absoluto.

-Comprendo que no quieras decirme que te sucede- Dijo serio.-, ni voy a exigirte que lo hagas, pero espero que sepas que si en algún momento decides conversar conmigo, estoy dispuesto a escucharte.

-Gracias, señor. –Dijo Hermione, no porque en realidad lo sintiera, si no por ser cortés.

La conversación se dio por terminada, y luego de despedirse del anciano la joven de cabellos castaños se dirigió al aula de pociones.

-¡Hermione!- Exclamó Ron sin alzar demasiado la voz cuando la muchacha se sentó a su lado en una de las mesas del centro del salón.

-¿Dónde estabas?- Preguntó inocentemente Harry.

-En la oficina de Dumbledore.

-¿Y qué hacías ahí?- Preguntó Ron al darse cuenta de que su amiga no daría mayores explicaciones.

-Hablábamos.- Respondió Hermione evadiendo el tema. Ron y Harry se miraron.

-Podemos suponerlo, pero ¿De qué hablaban?- Continuó insistiendo Harry.

-De nada importante, chicos.

De pronto, un silencio profundo se apoderó de la sala de clases, y la imponente puerta se abrió estrepitosamente dejando ver a través de ella, la figura de un hombre que caminaba veloz y seguro hacia el frente del lugar.

Sus cabellos negros enmarcaban su rostro otorgándole un aspecto misterioso, y su capa ondulando a sus espaldas generaba un respeto y un temor inimaginables en los dueños de los inocentes ojos que se perdían en él.

-Siéntese, señor Longbottom.- Dijo arrastrando las palabras.- No es necesario que nos demuestre su…- Hizo una pausa dramática para acentuar el sarcasmo que solía estar presente en sus palabras.- limitada intelectualidad; creo que ya todos los aquí presentes conocemos la profundidad de su sandez.

-Ss…sí…, pro… pr…prof…profesor…- Dijo el muchacho, rojo de vergüenza, sentándose en su lugar.

-2 puntos menos para Gryffindor, y, déjeme recordarle Longbottom, que las sillas no son parte de la decoración; fueron colocadas para ser usadas.- dijo el intimidante profesor de pociones justo antes de fruncir los labios, para luego, dar un giro abrupto y mirar el pizarrón, provocando al momento de la rotación, que su capa y sus grasos cabellos volaran a sus espaldas.

Con una elegancia imposible de imitar, el hombre de ojos oscuros, levantó su varita dirigiéndola al pizarrón, para hacer aparecer en él, el título del tema que verían en la clase que ya comenzaba: "Filtro de Paz"

-Seños Potter.- Susurró maliciosamente; girándose con lentitud para clavar su mirada en el estudiante.- Ya que tiene la desfachatez de no prestar atención en mis clases, supongo que al menos podrá decirnos cuales son los ingredientes necesarios para preparar la poción "Filtro de Paz"

-Lo siento señor, no lo sé.

-Claro; una respuesta muy predecible de su parte. Quizás algún día debería intentar responder algo diferente ¿No cree?- La risita ahogada de los Slytherins se escuchó al final del salón.- La fama es un efluvio; la popularidad, un accidente; las riquezas, efímeras. Sólo perdura una cosa: la inteligencia. Debería tenerlo en cuenta, Potter. Aunque no sé en realidad para qué gasto mi tiempo diciéndole esto; por lo que nos ha demostrado en sus poco aprovechados, debo decir, años de estudiante, su mente no tiene la capacidad de retener información. ¿Alguien tendría la sutileza de responder a mi pregunta?-A pesar de que habría sido de esperarse que la mano de Hermione se alzara, no fue así.-¿Nadie? Por lo que veo, creo que lo más sensato por mi parte es resignarme a entregar mis conocimientos a un montón de alcornoques.-

Hermione Granger, luchando arduamente en su interior, con la razón en un bando, y los sentimientos en otro, logró controlarse y se decidió por dar todo de sí en la que sería, probablemente, la larga clase que se avecinaba, aunque tuviera que hacerlo en un silencio total.

-Abran su libro en la página 113, y luego de leer el capítulo completo, tomen uno de los pergaminos que se encuentran en mi escritorio y escriban un informe sobre la información de su texto. No toleraré copias, letras ilegibles, faltas de ortografía, manchones de tintas, redundancias, información innecesaria ni falta de la misma. Claro, tampoco quiero escuchar algo más que las plumas rasgando el papel durante la clase. ¿Qué esperan para comenzar?

Los minutos fueron pasando poco a poco mientras el salón de clases se sumía en un exasperante silencio que sólo era interrumpido de vez en cuando por los incontenibles carraspeos de algunos alumnos, por las plumas humedeciéndose en los tinteros, por el papel al recibir las ordenadas letras de los preocupados estudiantes, por las hojas que eran pasadas con excesiva lentitud por quienes procuraban no generar ruido alguno y por el sonido de los gruesos libros que sostenían las manos del profesor, al ser golpeados contra las cabezas de aquellos que osaban despegar la vista de sus trabajos.

Cuando ya la mitad de la clase avanzaba en sus informes, Harry Potter terminó de leer las páginas correspondientes. Cerró su libro con delicadeza y se colocó de pie para ir a buscar un pergamino y así iniciar su trabajo escrito. Corrió su silla levantándola con ambas manos mientras apretaba la mandíbula; rogando a Merlín porque ningún sonido escapara de los fierros de su asiento. Realizó su trabajo con éxito, y con el mismo silencio caminó con lentitud hacia la mesa del profesor, consiguiendo no captar la atención de ninguno de los alumnos allí presentes.

Pero algo inesperado ocurrió a mitad de camino: Draco Malfoy, aprovechando la concentración del niño que vivió en llegar a su destino sin llamar la atención, tomó su mochila y la soltó en el pasillo que se formaba entre las dos hileras de mesas justo en el momento en el que el joven Gryffindor pasaba por ahí.

El muchazo de ojos verdes, sin alcanzar a ver lo que ocurría a la altura de sus pies, tropezó con la trampa de su enemigo, para luego salir por los aires hasta aterrizar en la mesa de su mejor amiga: Hermione Granger.

La suerte no estuvo de su lado y cayó justo sobre el tintero, que luego de derramar parte de su tinta en sus vestiduras, liberó lo que quedaba de su contenido sobre el trabajo de la Gryffindor. Ronald Weasly, al ver cómo su amigo se acercaba volando por los aires hasta el sitio en que se encontraba- sentado junto a Granger- se puso de pie de un salto.

El accidente no pasó desapercibido por la clase, que luego de unos segundos de tenso silencio, rompió en sonoras carcajadas. Harry se puso de pie, bajándose de la mesa de su amiga, y estiró su chaleco, arrugando el seño al notar el gran manchón negro que ahora había en éste. Hermione Granger impactada veía cómo se había arruinado su perfecto trabajo, mientras que Ronald Weasly por su parte, atinaba únicamente a observar de un lado a otro.

-¡SILENCIO!- Se escuchó la potente voz del profesor sobre el alboroto generado, provocando que en menos de tres segundos un silencio impenetrable volviera a dominar el lugar. Todos los alumnos comenzaron a mirarse entre ellos, preocupándose, al notar la eminente furia de Severus Snape, quien, intentando controlarse, apretó los puños hasta que se volviéron blancos sus nudillos.- Potter- Susurró apretando los labios y arrastrando cada letra debido a la furia. Entornó los ojos, y con largas y veloces zancadas se acercó hasta donde se encontraba el chico.

Harry y Ron se enderezaron para hacer frente a su profesor: Harry frunció el seño amenazante, Hermione reaccionó a bajar la cabeza intimidada por la mirada profunda de su profesor y Ron, solo pudo trepidar fuertemente debido al miedo.- Esto es algo inaceptable.- Comenzó el hombre de cabellos oscuros inflando su pecho orgullosamente cuando se encontraba a solo centímetros del trío.- Ya que se esmeran en perder puntos, les facilitaré la tarea: Potter, un punto menos para su casa por no mirar dónde camina; otro, por presentarse en mi clase con un atuendo indebido…

-Pero profesor,- Reclamó el muchacho- ha sido un accidente y yo no he venido a clase con esta enorme mancha…- La mirada amenazante de Severus Snape lo hizo callar de inmediato.

-Otro por interrumpir, y dos por lanzarse sobre la mesa de sus compañeros. Para usted Granger, serán dos por dejar su trabajo y su tintero en un lugar no seguro. Y, finalmente, para usted señor Weasly, será uno por pararse de su asiento sin el consentimiento de su profesor. Ahora bien, si no hay más alumnos sedientos de rebeldía, mi clase continuará con su normal funcionamiento. ¿Por qué continúan de pie?- Sin esperara orden alguna, todos los alumnos que se encontraban fuera de sus asientos, retornaron a ellos con extraordinaria rapidez.

La clase terminó sin mayores incidentes, y Hermione, adelantándose a sus amigos salió con paso veloz.

-¡Hermione!- Gritó Ron al verla caminar presurosamente por el pasillo. La chica se detuvo y miró al pelirrojo.- Iremos a ver a Hagrid, ¿No quieres ir?- Preguntó una vez a su lado.

-No. Gracias, Ron, pero debo ir a terminar unos trabajos.- Dijo la joven a pesar de que en realidad sólo pretendía pasar un rato en la biblioteca leyendo novelas que nada tenían que ver con las clases.

-Como quieras.- Dijo Ron encogiéndose de hombros, para luego correr hacia donde estaba Harry.

Hermione entró cabizbaja en la biblioteca, tan escaza de ánimo que siquiera pudo abrir su boca y saludar débilmente a la señora Prince. Se dirigió sin dudar al sector de los libros Muggles, donde buscó la letra S. Tomó el libro que estaba buscando y caminó hacia un lugar apartado. Una vez sentada abrió el libro y lo sostuvo entre sus manos, pero a pesar de que hacía un gran esfuerzo por que su mente y no sólo sus ojos siguieran las palabras allí escritas, no lo logró. Simplemente no se sentía cómoda en aquel lugar frió que tantos recuerdos le traía. Así, volvió donde la bibliotecaria y arrendó el libro escogido. Con él bajo el brazo caminó hacia los jardines del castillo, en busca de un lugar más tranquilo y relajante.

-Hermione.- Saludó la profesora Mcgonagall al encontrarse con su alumna predilecta en uno de los pasillos. La chica sólo atinó a asentir con la cabeza y continuar con su camino. Así, entre algunos pasillos concurridos, y otros tanto simplemente vacíos y entre risas de adolescentes y saludos de profesores serios llegó sin darse cuenta a las orillas del lago. Se sentó y miró su libro: Hamlet, de William Shakespeare. Varias horas estuvo leyendo ahogada en aquellas palabras llenas de situaciones insospechadas, sentimientos profundos y acciones deshonrosas, hasta que llegó a un párrafo que captó su atención:

"¡Ser o no ser, la alternativa es ésa!

Si es a luz de la razón más digno

sufrir los golpes y punzantes dardos

de suerte horrenda, o terminar la lucha

en guerra contra un piélago de males.

Morir; dormir. No más, y con un sueño

pensar que concluyeron las congojas,

los mil tormentos, de la carne herencia,

debe término ser apetecido.

Morir; dormir. ¿Dormir? ¡Soñar acaso!

¡Ah! La rémora es ésa; pues qué sueños

podrán ser los que acaso sobrevengan

en el dormir profundo de la muerte,

ya de mortal envuelta despojadas,

suspende la razón: ahí el motivo

que a la desgracia da tan larga vida.

¿Quién las contrariedades y el azote

de la fortuna soportar pudiera,

la sinrazón del déspota, del vano

el ceño, de la ley las dilaciones,

de un amor despreciado las angustias,

del poder los insultos, y el escarnio

que del menguado el mérito tolera,

cuando él mismo su paz conseguiría

con un mero punzón? ¿Quién soportara

cargasque con gemidos y sudores

ha de llevar en vida fatigosa,

si el recelo de un algo tras la muerte,

incógnita región de donde nunca

torna el viajero, no turbara el juicio

haciéndonos sufrir el mal presente

más bien que en busca ir de lo ignorado?

Nuestra conciencia, así, nos acobarda;

y el natural matiz de nuestro brío,

del pensar con los pálidos reflejos

se marchita y así grandes empresas

de inmenso valer curso tuercen

y el distintivo pierden de su impulso."

Ser o no ser. ¿Sería esa la opción? Tan dolorosa la vida podía volverse y allí se plantaba el razonamiento. ¡Qué verdad más cierta y amarga!, mas, si cuando el dolor y la desesperación se planta en los corazones humanos, ¿Porqué se sigue con vida? ¿Es que acaso aquella esperanza de siempre sigue débil pero palpitante? ¿Por qué entonces, si en la oscuridad, ya abatidos y casi sin vida en nuestro interior, resistimos, cuando estamos rebosantes de verdadera alegría se nos es quitado nuestro derecho de decidir? ¿Por qué aquellos que morir desean viven, y quienes ansiosos de vida se encuentran, mueren? ¡¿Qué hacía el mundo cobrando vidas inocentes? ¡¿Que hacían los inocentes asesinando por vida? Tantas cosas tomaba la guerra, tanta razón desaparecía tras sus armas, tantos pensamientos e ideologías eran pisoteadas con su paso lento y tortuoso. Cuántas cosas se llevaba y cuánto sufría aquella muchacha de tristes ojos castaños que de niña sentada sobre el suelo se imaginaba como una adolescente rebosante de alegría y superficialidades. Cuánto cambiaba el destino por la ambición de algunos y la poca experiencia y sabiduría de otros. ¡Cuántas deudas jamás debidas cobraba la guerra! Ser o no ser ya no era una cuestión de decisión propia. El asunto ahora era luchar, y luego, vencer o perder. Soportar las contrariedades y el azote se transformaba en una necesidad; resistir el poder de los insultos y el escarnio en una inspiración para no olvidar y seguir luchando; y las angustias del amor, para ansiar, y esperar apasionadamente: desear desde los más desgarrado del alma que fuese posible una vez más amar en paz.

Así, una guerra no era una opción: una guerra no sólo revolvía el estómago del mundo en un leve trepidar. Una guerra era destrucción, una guerra era dolor. Una guerra, lucha tortuosa, era un veneno para las almas; un cielo negro devorador de luz; una enorme bola de nieve creciente; una mezcla a base de odio, alimentada con más y más odio. ¡Dios!, una guerra no eran algunos suspiros libres en medio de las paredes de un castillo frío, ni un grupo de adolescentes que sufrían algunas horas de vez en cuando, cuando la situación lo ameritaba. Esa sucia lucha humana- víctima únicamente de la ambición y de los sentimientos manchados del mismo hombre desde que la tierra es tierra, y el hombre es hombre- se mostraba fuerte de manera inconstante, no en todo momento, pero después de todo, en el fondo, siempre estaba allí, asechando: amenazando. Como una boca succionadora, como un túnel oscuro y sin salida, como un océano sin fin del cual no se puede escapar, como una noche sin estrellas y un futuro incierto. Así llegaba y arrasaba la guerra: así podía sentirla Hermione, quién debatida estaba, sentada bajo la sombra de un árbol, con un libro entre las manos que no hacía más que llenarle la cabeza de un montón de reflexiones que amenazaban con terminar en una jaqueca abrumadora, o en un llanto incontrolable. Finalmente los pensamientos no dejaron de fluir, pero ni el océano de lágrimas, ni las agujas punzantes en la sien aparecieron, en vez de ello, sólo silencio. En vez de ello, sólo dolor oculto. En vez de ello, sólo oscuridad y soledad.