Dulce Herida

Naruto despertó entreabriendo poco a poco los ojos. Lo primero que vio fue un techo de lona verde; le dolía la cabeza, sentía un extraño zumbido que le invadía los oídos. Notaba su cuerpo sudoroso y caliente; seguramente tenía fiebre. La cama sobre la que se encontraba era demasiado fina; podía notar las barras de acero contra su espalda. Aún así, no tenía ganas de levantarse. Prefería dormir, soñar, y así tal vez volver a su pequeño departamento; ¿Cuánto hacía que no dormía en su hogar? No lo recordaba, pero si hacía memoria le parecían mil noches. Estaba cansado.

El olor de la sangre lo devolvió a la realidad. Jadeó con vehemencia, al punto que le dolía la garganta al inhalar; nunca se había sentido tan destruido, tan llevado al límite. Deseaba comer algo, pero no creía tener fuerzas como para ir a buscar nada. Con dolor, giró el rostro hacia los costados.

Una docena de shinobis heridos reposaban a su alrededor en un triste silencio; en sus heridas, en sus miradas lejanas, Naruto reconstruyó su propia historia. Inclinó ligeramente la vista para contemplar su brazo destrozado; a pesar de la explosión, el corte parecía limpio. Luego cayó en la cuenta de que se debía a los tratamientos médicos.

Era el precio que debía pagar, la equivalencia necesaria para alcanzar su meta; Sasuke ya estaba con ellos y era lo único que importaba. Quizo hablar con Kurama, pero percibió que estaba dormido; se había sobre esforzado demasiado. Al cabo de unos minutos, él también se fue al reino de los sueños.

Pasó unas cuantas horas(o tal vez unas cuantas noches) divagando entre la realidad y las fantasías oníricas. En una oportunidad, soñó que caía por el barranco en donde había entrenado con Gamabunta, solo que esta vez su caída no tenía fin; en otra ocasión, casi pudo sentir la calidez del cuerpo de Sakura desnudo junto al suyo.

Hubo una noche en donde no logró distinguir si estaba despierto o dormido, pero recordaba haber visto como se llevaban al hombre que reposaba en la cama de al lado; el olor esterilizado de las heridas del shinobi casi lo hicieron vomitar.

Sentía que hacía una eternidad que estaba allí, cuando sintió una mano; cálida, protectora. Podía notar como su chackra entraba lentamente en su cuerpo; agotado de sentir la energía furiosa de sus enemigos, aquel influjo benevolente le resultó dulce y reconfortante.

Lo visitaba todos los días, y Naruto empezó a sospechar que sus motivos excedían lo profesional. Le sonreía con ternura, le hablaba de sus miedos y frustraciones; con sus hábiles manos, era capaz de relajar hasta la última fibra de su cuerpo.

Cada vez le gustaba más. Amaba la desnudez de su alma, la delicadeza de sus dedos, ese cabello tan suave y familiar. Lo enloquecía lo suficiente para olvidarse de la guerra, del odio, de Konoha, de Sasuke...

Una vez, despertó y se dio cuenta de que era el único herido que quedaba. Esa noche ella vino a verlo, con su habitual sonrisa entre triste y afectuosa; a penas se arrimó hacia él, Naruto extendió el brazo y le rodeó la cintura. Con un suave impulso, ella cayó sobre su pecho.

Se miraron un largo rato, mientras cedían dulcemente a sus instintos; y allí, en el silencio y la oscuridad, se amaron.