Nota: Para los que siguen "El ocaso de la Rosa", debo decirles que esta es la otra historia, la de Bella, que dije, nunca subiría... bueno, no sé qué me pasó hoy pero aquí está, así que tal vez... sólo tal vez, hayan momentos iguales entre ambas historias... claro que con puntos de vista distintos.

Disclaimer Lean!: Ninguno de los personajes me pertenecen, lamentablemente. La historia mucho menos, la considero una copia barata de Crepúsculo... mi copia barata. No hice esto porque esté decepcionada del libro porque no lo estoy. Me parece que Crepúsculo es uno de los mejores libros que he leído. Sólo lo hice porque estaba aburrida y me dije: "Cómo hubiera escrito YO Crepúsculo?" Obviamente la historia es la misma y los personajes también, sólo agrego algunos momentos para hacerlo más largo y bueno, sólo lo escribo para distraerme. No tengo intenciones de adueñarme de la historia original!... a quien engaño? Claro que los tengo xD pero bueno, supongo que debo decir eso para evitar demandas...


Capítulo 1:

El despertador sonó, como todas las mañanas de colegio, a las seis. No hacía falta inundar mi habitación con ese ruido ensordecedor; yo estaba despierta; mas bien dicho, no había podido dormir en toda la noche.

Ese día iba a ser el último que pasaría en Phoenix. Exactamente ese mismo día, a las 9:45 de la noche, tendría que estar en el asiento 18-B de un avión con destino a Forks, un pueblo pequeñito situado en Washington. Llegaría al amanecer luego de haber pasado todas las escalas y me encontraría con mi padre, Charlie Swan, con el que pasaría el resto de mis años de vida… si sobrevivía al viaje, claro.

Mi nombre es Bella Swan, bueno en realidad es Isabella, tengo 17 años y he vivido desde los 7 meses de nacida con mi madre, Reneé aquí en Phoenix.

Creo que la relación de mis padres mejoró con la separación. Supongo que se separaron tan poco tiempo después de casarse porque llegaron a odiarse. Ojalá algún día averigüe la historia completa…

En Forks, Charlie es conocido como "El jefe de policías, Swan". Las vacaciones de él coincidían con las mías, así que mi madre me mandaba a pasar las vacaciones con él cada verano.

A los 12 años me rebelé. No iba a salir de mi casa para irme a la de Charlie. Ahora era el turno de él para que venga a visitarme.

Mi madre ya había rehecho su vida. Estaba de novia con un tipo llamado Phil, era el jugador de un equipo de baseball. Me caía bien y, mientras mi mamá estuviera feliz; yo también, así que todos ganábamos.

Pero ahora, Phil iba a jugar en Jacksonville, Florida y Reneé quería estar con él.

Sabía que no me sentiría del todo cómoda acompañándolos, por lo que le ofrecí a mi mamá la tentadora y dolorosa sugerencia de irme a vivir con Charlie.

Tuvo sus dudas, preocupaciones y traumas, pero accedió a dejarme ir. Y Charlie… estaba encantado, por supuesto.

Había puesto mi despertador como en la época escolar porque quería disfrutar al máximo mi último día en mi hogar. Apagué de un manotazo el aparato cuando apenas había sonado y me quedé en mi cama, estática, mirando al techo. Sopesaba las posibilidades, favorables por cierto, de que mi último día, que debería ser el más feliz, resultaría el peor. Tal vez me equivocaba, tal vez el desastre ocurriera mientras iba en el avión… un ala rota o un piloto dormido podrían cruzarse perfectamente en mi destino ese día, incluso combinarse.

Reí en mi fuero interno diciéndome a mí misma que pensaba cosas muy poco probables. Entonces me concentré en tratar de imaginar cómo sería mi vida a partir del día siguiente y lo único que pude predecir –y sabía que no me iba a equivocar- era el clima de Forks: nublado, frío y lluvioso las 24 horas del día los 7 días a la semana.

Di un suspiro y me levanté resignada. Me senté en la cama y miré el reloj que se encontraba sobre el velador que estaba a mi derecha. Los números rojos anunciaban las 7:15 de la mañana. Maté mi contra-dicho de que el tiempo no se pasa volando y me destapé con desgana. Apoyé ambos pies en el piso y busqué las sandalias que usaba para caminar por la casa diariamente. Metí los pies en ellas y me dirigí hacia mi ventana. Tropecé con la nada, tal vez con mis propios pies. No le di mucha importancia al asunto. Llegué a mi ventana y corrí las cortinas con un movimiento rápido y fuerte.

El sol se hallaba imponente en alguna parte del cielo, alumbrando toda la ciudad y metiéndose, ahora, por mi ventana. Miré hacia la calle en un intento de guardar esa imagen en mis recuerdos, ya que no la vería, por lo menos, hasta 2 años después; cuando me graduara del instituto de Forks.

Las calles estaban vacías y silenciosas. No tanto por la mañana en sí sino porque era época de vacaciones para padres e hijos y la mayoría de las familias se habían ido de viaje. Sólo logré distinguir, luego de un buen rato, al chico que entregaba los periódicos en su bicicleta. Me aparté rápidamente de la ventana al verlo acercarse a mi casa. No sería la primera vez que uno de esos benditos periódicos me golpearía en el rostro. Era algo casi imposible ya que mi cuarto quedaba en el segundo piso, a muchos metros de distancia de el suelo, pero habían muchas posibilidades de que pasara… como pasó hace tres días… o como pasó la semana pasada…

Esperé a oír el ruido sordo que provocaba el periódico cuando chocaba contra el asfalto y exhalé. Me volví para mirar el reloj. Siete y cincuenta. Cada vez me quedaba menos tiempo y aún no había disfrutado de nada. Fui hacia mi cómoda y cogí algo para amarrarme el cabello. Lo sujeté en una larga cola de color castaño oscuro y me dirigí al baño de mi habitación.

Giré la llave del caño y aparté rápidamente mis manos luego de que sintieron el agua fría. Di un bostezo y lo volví a intentar. Esta vez tuve éxito. Lavé mis manos y mi cara y luego me mojé un poco el cabello. Cerré la llave del caño y cogí la toalla naranja que estaba colgada para secarme un poco. Salí del baño y con paso resignado me dirigí hacia la puerta de mi habitación, la abrí un poco y salí.

Mis sandalias resbalaban un poco sobre el piso de cerámica de la casa, así que caminé lentamente y con mucho cuidado hasta llegar a la habitación de mi madre. La puerta estaba semi-abierta pero igual toqué tres veces. No hubo respuesta. Terminé de abrir la puerta y vi su cama sin tender. Entonces lo comprendí.

Traté de correr hacia las escaleras pero a la primera señal de resbalón, deseché la idea. No iba a caerme justo hoy; con suerte sólo me torcería la pierna y eso haría que mamá se preocupara y era lo que menos quería hoy.

Caminé con cautela hasta llegar a las escaleras. Por suerte para mí, tenía una alfombra que las recubría así que pude acelerar mi paso. Fue una idea no muy buena. Tropecé en el último escalón y tuve que aferrarme a la baranda para no caerme.

Llegué al piso y caminé lo más rápido que pude hacia la cocina. Tenía razón: mi madre estaba haciendo el desayuno. Me asusté. Casi siempre el desayuno de ambas consistía sólo de un tazón de cereales con leche. Las únicas ocasiones en las que mamá preparaba el desayuno o preparaba cualquier cosa era para mi cumpleaños, navidad y… cuando una de sus charlas maternales iban a ocurrir.


Honestamente no espero recibir ningún review por este intento de fic... es más, creo que nadie lo leerá, pero me da gusto haber superado mi cobardía y subirlo. Si lo leíste, muchas gracias y si no lo leíste... bueno, tampoco creo que estés leyendo esto, o si? Para los que saben se los recuerdo y para los que no lo saben se los informo: Esta historia comenzó como una tarea... encontrarán más info en mi otro fic "El ocaso de la Rosa". Ya dije, lo hice por distracción, sin ánimo de lucro... aunque si quieren darme algo... no me niego xD