A Marinette le parecía que su vida era la mezcla perfecta entre un cuento de hadas junto con la mejor película de acción de todos los tiempos.

Grandes sueños, amigos, familia y el amor de su vida.

Combinados con mágicas peleas, donde su objetivo siempre fue proteger París.

O así era hasta que la batalla final se dio, ya que lograron derrotar a Hawk Moth y los miraculous perdidos junto con los del gato negro y la catarina regresaron a manos del maestro Fu.

Esto con la promesa de que, de ser necesario, Ladybug y Chat Noir volverían a la acción.

Todo había terminado bien, a pesar de que tuvieron que pelear con Gabriel Agreste, que ahora estaba desaparecido. Había huido sin dejar rastro alguno.

Aun podía recordar la angustia que la invadió cuando supo que deberían pelear contra el padre de su compañero, pero Adrien, tan correcto como siempre, se mantuvo firme en su obligación con París y con ella.

A pesar de que eso significaba que no vería a su madre otra vez como Hawk Moth había prometido, el deseo de los dos cumplido.

Pero los miraculous no estaban hechos para cumplir deseos egoístas, aunque estos sanaran el alma de una persona que había tomado un mal camino por la angustia.

Adrien había quedado solo, con suficiente dinero como para no preocuparse del tema nuevamente y con la empresa de moda a su nombre.

Y aunque Marinette y sus amigos cercanos lograban ver un deje de tristeza en su rostro, este no tardaba en desaparecer por una amable sonrisa, a la que estaban acostumbrados.

No esperaron que este fuera el peor error que podrían cometer.

Por ahora, solo quedaba disfrutar una vida tranquila en compañía de sus amigos y familiares. Seguir adelante.

El Colegio había visto su fin semanas atrás, Marinette tomaba gran popularidad con su blog de moda, el Ladyblog le había traído grandes oportunidades a Alya, Nino estaba cerca de crear el guion que lo llevaría a la fama y Chloé encontró una estabilidad en su vida que no tenía desde hace mucho tiempo atrás.

Y Adrien se preparaba para presentar un examen que le permitiría continuar sus estudios y perseguir sus sueños.

O eso es lo que pensaba Marinette.

Ese día se levantó con una mala sensación en la boca del estómago, como si algo malo fuera a ocurrir, pero no sabía precisar el qué.

Tomó su teléfono celular, encontrándose con un mensaje de Adrien sobre las tres de la mañana, deseándole un buen día. Sonrió, imaginando que el chico se había acostado tarde y antes de dormir había pensado en ella.

Suspiro alegre, intentando dejar de lado esa mala sensación antes de levantarse para empezar su día.

Había prometido ayudar desde temprano en la panadería, feliz de poder pasar más tiempo con sus padres y no tener que dejar sus planes de lado porque Ladybug debía aparecerse.

Las risas y la diversión no faltaron, aun así, la sensación de que algo iba mal no la abandonaba. Fue entonces que su madre le dio una idea.

¿Por qué no vas a hacerle una visita? Dudo mucho que le moleste la visita inesperada de su novia.

Y unos macarrons de su futuro suegro. Añadió Tom.

Camino entonces a paso lento por las calles, ignorando el desvió que la llevaría a la mansión Agreste, que llevaba años deshabitada desde que Adrien se había decantado por una casa mucho más hogareña y libre de malos recuerdos.

No hacía falta decir que a la chica le encantaba el lugar que su novio había elegido. Podían pasar horas en el patio trasero, planeando los juegos infantiles que decorarían el lugar, los colores de las habitaciones y cómo organizarían el estudio para los dos.

Aquellos castillos flotantes les alegraban el corazón. La promesa de un futuro juntos.

A cada paso que daba más ansiosa estaba por verlo; Adrien había actuado raro los últimos días, demasiado ensimismado, para considerarse común.

Se había decidido por darle su espacio, el chico podía ser muy arisco cuando algo rondaba su cabeza y ella sabía que su mejor decisión era dejarlo tranquilo hasta que encontrara solución a lo que fuera que le estuviera comiendo la cabeza.

Aunque claro, eso no significaba dejar de visitarlo, pues siempre parecía dispuesto a esconder su rostro entre su cuello y hombro mientras abrazaba cariñosamente su cintura.

Acción que ella disfrutaba de sobremanera, sintiéndose protegida entre sus brazos.

Cuando la casa se mostró frente a ella tocó el timbre, esperando unos segundos sin recibir respuesta alguna.

Realizó la actividad un par de veces más, hasta que se decidió por usar la llave que Adrien le había otorgado tiempo atrás.

Quizás esta en el patio, con los audífonos puestos.

Dejó el paquete de macarrons en la barra-desayunador de la cocina, encontrándose con un sobre verde, uno amarillo y otro rosa. Leyó su nombre escrito en este último, con la pulcra caligrafía de su amado.

La casa le pareció en ese momento demasiado lúgubre, en contradicción a los adornos que decoraban las paredes.

—¿Adrien? —Se apresuró a preguntar a la nada, caminando apresuradamente por el primer piso.

Él no estaba ahí.

Subió las escaleras, sintiendo a su pobre corazón latiendo acelerado, buscándolo en el estudio y el baño sin nulo éxito.

Fue entonces que su rostro se giró inconsciente a donde estaba la puerta de su cuarto.

La sensación de que algo estaba mal incrementó, permitiendo que su labio inferior temblara al tiempo que se acercaba a la puerta y giraba la perilla frente a ella.

Fue entonces que lo vio.

Un grito ahogado salió de su garganta, sus piernas flaquearon ligeramente. Pues Adrien estaba acostado en la cama con las piernas tocando el suelo, las sábanas blancas volvían más enfermizo el rojo obscurecido de la sangre seca debajo de su cuerpo y el cuchillo cercano a su mano derecha brillaba por el reflejo de los rayos del sol que entraban a escena a través de una hendidura en las cortinas de la ventana.

Marinette se obligó a respirar profundamente, dando un par de pasos al cuerpo inerte del hombre que amaba. Se sentó a su lado, aún sin creerlo.

Delineando suavemente las heridas en el antebrazo masculino, en un corte limpio que iba del interior del codo hasta su muñeca. Dos cortes que hacían que su piel ligeramente tostada se viera ahora blanca.

Sus ojos verdes estaban cerrados, seguramente tras caer inconsciente cuando dejaba escapar su vida.

Acercó su rostro al de su antiguo compañero de batallas, deseando percibir una respiración, un latido o algo de calor.

Pero su cuerpo ya estaba frío.

Marinette no pudo contener sus lágrimas más. Lloró mientras unía sus frentes, antes de darle un ligero beso. Su último beso.

Recostando su rostro en el pecho inerte de Adrien, en ese lugar en el que había aprendido a sentirse segura y que no volvería a disfrutar jamás.


Gracias por leer, votar y comentar.

Aquí concluye el oneshot, espero que fuera de su agrado.

En los siguientes ¨capítulos¨ está el contenido de los tres sobres que Marinette encontró en la barra-desayunador de la cocina. No es necesario leerlas, pero si gustan pueden continuar con la lectura.