Yu-Gi-Oh! Pertenece a Kazuki Takahashi hasta el fin de los tiempos.
¡Buenas, mis amores! 3
No se dejen sorprender por la notificación de estas historia, mis pequeños luceritos, pues en breve les explico cuál es mi propósito con ello:
Esta historia es en respuesta al reto #Fictober2017, el cual consiste en escribir todos los días del mes de octubre un pequeño Drabble en torno a una palabra aleatoria. Decidí postularme a cumplirlo en vista de que me hallo padeciendo un tremendo bloqueo con respecto a mis fics "Amor en Umbrías" y "Kamikaze". Es decir, en mi cabeza todo está organizado, pero en Word no. Es por ello que tengo la intención de superar esa crisis aceptando este reto, pues los escritos son cortos y eso me permite estirar las piernas y amenizar mi ritmo de escritura. Si bien estaba pautado para el mes de octubre, he decidido publicarlo ene ésta plataforma para este mes de noviembre
Cada historia lleva el nombre del personaje en quien estará centrada. No tienen un orden cronológico, así como tampoco aparecerán OC's ni nada por el estilo. Tan solo será la narración de pequeños sucesos cotidianos. 3
¡MILLONES, BILLONES, TRILLONES DE GRACIAS POR LEER/FANEAR/COMENTAR! ¡NUNCA OLVIDEN QUE LES AMO!
Araña
Admirar los arácnidos era un medio de entretenimiento que Mokuba nunca había revelado a su hermano mayor. En parte porque lo reconocía como una afición demasiado infiel a los estándares de lo común, y en parte porque no reservaba dudas de que dicha fijación jamás sería un rasgo compartido.
Sin embargo, ese día— que para él no tenía nada de especial— Seto le impresionó haciendo espacio en su agenda para proponerle visitar el zoológico. El pequeño de hebras azabache aceptó no tanto emocionado como intrigado, y al dejarse guiar a un área especial donde se daba conservación al objeto de su curiosidad, el asombro no pudo sino acrecentarse a niveles incalculables.
Dominado por la fascinación al mundo arácnido, pidió permiso para poder sujetar en su dorso a una especie de patas anaranjadas, uno que le fue concedido sólo cuando su hermano hizo jurar al cuidador que era inofensiva.
Un instante fuera de su asombro bastó para dilucidar la satisfacción dibujada en el rostro de su adorado hermano mayor, que él tradujo como la felicidad de haber cumplido la misión de verle feliz.
Conmovido hasta la extenuación, dispuso el arácnido hacia él.
—Hermano, ¿te gustaría tocarla?
Seto compuso la mueca de quien tenía los orines atascados en la vejiga, pero que tampoco estaba dispuesto a perder su orgullo por la sencillez del acto.
Le observó tragar saliva antes de traspasar el peso del arácnido al dorso de su mano. Entonces su expresión mudó a la de alguien que estaba a nada de cagarse en los pantalones, pero que poseía el estoicismo a punto para no exteriorizarlo.
Mokuba, no obstante, sonrió complacido. Pues gracias a la araña no sólo descubrió que su hermano, aún a pesar de llevar un peso insostenible sobre los hombros, seguía atento a sus gustos.
Sino que además seguía siendo el niño que, aunque prodigioso, le temía a las arañas.
