No me gustan los besos

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La piedra está caliente bajo sus pies. El sol les pica en la espalda y las caras pálidas de los pelirrojos ya empiezan a tornarse de un rosa claro. Los niños esperan con expectación la señal para que puedan empezar a atacar. Se lo toman en serio. Demasiado en serio dirían algunos. Ningún equipo sabe las tácticas del otro; pero confían en que las suyas sean mejores. Y suena. No se sabe quién lo ha hecho, pero alguien ha gritado y ya no queda nadie piadoso.

Rose se agacha, de la misma manera que hace siempre. Albus rueda por el suelo como un niño desesperado. Teddy da órdenes a su equipo. Victoire defiende al suyo. Se han olvidado de que son amigos, de que son primos y algunos hermanos. Y el primero es para Ted, de parte de Victoire, que se va rápidamente a chocar las manos de Lily.

Todos se colocan de nuevo. Ted se coloca chorreando en su sitio y le hace una señal a Rose por lo bajo. Ésta asiente con la cabeza. Cuando empiezan otra vez, Rose se coloca detrás de su prima mayor, le lanza un globo a la misma vez que su primo y vuelve a su sitio. Sin prisas. Ese es el juego. Primero un globo; luego dos, tres, cuatro…

Cuando los abuelos llegan, lo primero que hacen es regañar a Ted. Porque no ven explicable que con veinte años vaya jugando a eso con unos niños.

–Señora Weasley, si no puedes con el enemigo únete a él –dice mientras le acaricia el pelo a Rose.

–Pues yo no me voy a unir a ti a la hora de limpiar el patio.

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–Venga, enana. ¿No querrás llegar tarde? Es imposible que lo de ayer te cansase tanto. Fui yo el que tuvo que recoger todo.

En cuanto Ted levanta la persiana, Rose se tapa todo el cuerpo con las sábanas. Pero cuando en su reloj ve un pequeño uno, salta de la cama y se mete corriendo al baño.

–Oh, Ted. ¿Por qué no me has avisado antes?

–No seas tonta –contesta riendo, a la vez que cotillea los cajones -. Hasta dentro de dos horas no saldremos de aquí. Agradece que te haya despertado. Los demás siguen durmiendo.

–Encima te tendré que dar las gracias. Ahora no podré vestirme decentemente.

– ¿Quieres impresionar a los chicos desde ya? Que sepas que no voy a permitir que tengas novio hasta los quince años.

–Pareces muy padre, Teddy. Con todo lo que me ha dicho, parece que el único perfecto para casarse conmigo es él.

–Que tonterías. Tú necesitas a un chico como yo.

–Sí, claro –grita la chica, todavía dentro del baño–. A un chico que se escapa por las noches para darse besos por los pasillos con la que podría ser su prima.

–No hay nada más romántico que eso, Rose, nada más romántico.

Cuando sale del baño, Ted sigue sentado en la cama, con el pelo despeinado y castaño – desde que era mayor de edad, era capaz de aguantar más de una semana sin cambiárselo – leyendo Corazón de Bruja y con cara de no entender nada. Al notar que Rose se sienta a su lado, cierra la revista y se ríe del pelo que ésta lleva chorreando.

– ¡¿Qué?! Ahora no me dará tiempo a que se me rice en condiciones… Por cierto, ¿no piensas desearme suerte?

–No la necesitas, pero ya que lo dices, –sonríe, a la vez que la coge y la aprieta contra su pecho– sabes que vas a ser la mejor.

–Vale, pero no hace falta que me achuches tanto, no me gustan los besos.

–Eso dices ahora, pero cuando conozcas a alguien que guste tanto, es decir, a alguien como yo –destaca – no dirás eso.


Elena, ésto, va para tí. Gracias por haberme ayudado.

Aquí estamos otra vez, con un longfic. No quiero decir nada. Quién lo quiera leer, que lo lea. A quién le guste, que le guste.