Soul Eater no me pertenece. Es de su creador Atsushi Ōkubo.
Sólo un libro.
Aquella tarde Maka había salido a comprar y él se encontraba solo en casa, aburrido, sin nada que hacer. Había llamado por teléfono a Black Star pero nadie había contestado. ¿Dónde diablos se habría metido? Llamó a Kid, y éste sí que cogió el teléfono, pero estaba demasiado ocupado arreglando la casa para que todo estuviera, como él decía, simétricamente perfecto.
Suspiró. Se tiró en el sofá del salón y se quedó mirando el techo.
Y entonces le pasó por la cabeza una idea, que, de no estar tan aburrido, probablemente no la hubiera llevado a cabo.
Se levantó y se dirigió al cuarto de Maka, justo a la gran estantería repleta de libros que poseía la chica. Y cogió uno que le llamó la atención: "El origen de las especies", de Charles Darwin.
Lo hojeó durante un buen rato. Y finalmente, se dirigió al salón, con el libro bajo el brazo, y se sentó a leer.
..
-¡Soul, ya he llegado!-Maka cerró la puerta tras de sí y fue a la cocina a dejar las bolsas. Luego, fue al salón, donde se encontraba Soul.-¿Qué estás haciendo?
Ella le miró perpleja. Soul estaba leyendo un libro. Un libro. No esperaba ver al chico leyendo un libro.
-Leer. ¿Es que no lo ves? -le contestó, apartando la mirada del libro por unos instantes para mirarla a ella y luego proseguir con su lectura.-No me molestes, por favor.
-Es... está bien.-Ella le siguió mirando desconcertada, hasta que se fue a la cocina para hacer la cena.
..
Ya habían cenado. Soul había para un momento para cenar -porque no había parado de leer ni un solo momento- y luego, con el libro, se fue a su cuarto.
Maka todavía no podía creérselo. ¿Soul leyendo un libro? Eso era algo que nunca creyó que en vida vería. Ni en la otra, seguramente.
Pensaba que seguramente se había dado un golpe en la cabeza o algo, porque no era un comportamiento muy normal en él.
..
A media noche Maka ya estaba durmiendo. Soul había salido de su cuarto, y, con un sigilo que ni él supo que tenía, entró al cuarto de Maka y depositó el libro en el estante. O eso creía él, porque vamos, con la luz apagada no veía nada. Bien pudo haberlo dejado sobre la cama donde dormía su compañera y ni enterarse. Por suerte, ella no se despertó.
Volvió a su cuarto. Por raro que pareciese, había disfrutado mucho leyendo aquel libro. Al principio sólo lo había cogido para hojear, simplemente para pasar el rato, pero luego le atrapó por completo. Hasta que vio que ya era hora de acostarse. Pero en fin, tal vez mañana, si tampoco tenía nada que hacer, cogería otro libro para leer. A fin de cuentas, sólo eran libros. Libros que podían atraparte por completo. No era tan malo leer de vez en cuando.
